Lee aquí la última encíclica del Papa Francisco Documentos RD: carta encíclica 'Dilexit Nos'

Corazón de Jesús
Corazón de Jesús

CARTA ENCÍCLICA DILEXIT NOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL AMOR HUMANO Y DIVINO DEL CORAZÓN DE JESUCRISTO

1. « Nos amó », dice san Pablo refiriéndose a Cristo (Rm 8,37), para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada « podrá separarnos » (Rm 8,39). Pablo lo afirmaba con certeza porque Cristo mis- mo lo había asegurado a sus discípulos: «los he amado» (Jn 15,9.12). También nos dijo: «los lla- mo amigos» (Jn 15,15). Su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones, sin exigir un requisito previo para poder amarnos y pro- ponernos su amistad: «nos amó primero» (1 Jn 4,10). Gracias a Jesús « nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído» en ese amor (1 Jn 4,16).

I. LA IMPORTANCIA DEL CORAZÓN

2. Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón. Algunos se pre- guntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber final- mente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la im- portancia del corazón.


¿Qué expresamos cuando decimos “corazón”?

3. En el griego clásico profano el término kar- dia significa lo más interior de seres humanos, animales y plantas. En Homero indica no sólo el centro corporal, sino también el centro anímico y espiritual del ser humano. En la Ilíada, el pensar y el sentir son del corazón y están muy próximos entre sí.2 Allí el corazón aparece como centro del querer y como lugar en que se fraguan las decisiones importantes de la persona.3 En Platón el corazón adquiere una función en cierto modo “sintetizadora” de lo racional y lo tendencial de cada uno, pues tanto el mandato de las faculta- des superiores como las pasiones se transmiten a través de las venas que confluyen en el cora- zón.4 Así advertimos desde la antigüedad la im- portancia de considerar al ser humano no como una suma de distintas capacidades sino como un mundo anímico corpóreo con un centro unifica- dor que otorga a todo lo que vive la persona el trasfondo de un sentido y una orientación.

4. Dice la Biblia que «la Palabra de Dios es viva y eficaz [...] discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hb 4,12). De esta manera nos habla de un núcleo, el corazón, que está detrás de toda apariencia, aun detrás de pen- samientos superficiales que nos confunden. Los discípulos de Emaús, en su misteriosa caminata con Cristo resucitado, vivían un momento de an- gustia, confusión, desesperanza, desilusión. No obstante, más allá de todo eso y a pesar de todo, algo ocurría en lo más hondo: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el ca- mino? » (Lc 24,32).

5. Al mismo tiempo, el corazón es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. Suele indicar las verdaderas intenciones, lo que uno realmente piensa, cree y quiere, los “secretos” que a nadie dice y, en definitiva, la propia verdad desnuda. Se trata de aquello que no es apariencia o mentira sino auténtico, real, enteramente “propio”. Por eso a Sansón, que no contaba el secreto de su fuerza, Dalila le reclama- ba: «¿Cómo puedes decir que me quieres, si tu corazón no está conmigo? » (Jc 16,15). Sólo cuan- do él le contó su secreto tan oculto, ella «com- prendió que él le había abierto todo su corazón » (Jc 16,18).

6. Esta verdad de cada persona tantas veces está oculta debajo de mucha hojarasca que la disimula, y esto hace que se vuelva difícil sentir que uno se conoce a sí mismo y más aún que co- noce a otra persona: « Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? » (Jr 17,9). Así entendemos por qué el libro de los Proverbios nos reclama: «Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Aparta de ti las palabras perversas y aleja de tus labios la maldad » (4,23-24). La pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón. Más allá de tantos intentos por mostrar o expresar algo que no somos, en el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos. Y esa es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón. La apariencia y la mentira sólo ofrecen vacío.

7. Como metáfora, me permito recordar algo que ya narré en otra oportunidad: « Para carnaval, cuando éramos niños, la abuela nos hacía galletas, y era una masa muy liviana, liviana, era liviana esa masa que hacía. Luego la ponía en el aceite y la masa se inflaba, se inflaba, y cuando la comíamos estaba hueca. Esas galletas en el dialecto se lla- maban “mentiras”. Y era precisamente la abuela quien nos explicaba la razón de ello: “estas galletas son como las mentiras, parecen grandes, pero no tienen nada dentro, no hay nada verdadero allí; no hay nada de sustancia” »

8. En lugar de procurar algunas satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor es dejar brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco, qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando lle- gue a su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón.

Volver al corazón

9. En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones. Pero nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para ha- cer los procesos que la interioridad requiere. En la sociedad actual el ser humano « corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo ».

« El hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un princi- pio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva ». Falta corazón.

10. Ahora bien, el problema de la sociedad lí- quida es actual, pero la desvalorización del cen- tro íntimo del hombre —el corazón— viene de más lejos: la encontramos ya en el racionalismo griego y precristiano, en el idealismo postcristiano o en el materialismo en sus diversas formas.

El corazón ha tenido poco lugar en la antropología y al gran pensamiento filosófico le resulta una noción extraña. Se han preferido otros con- ceptos como el de razón, voluntad o libertad. Su significado es impreciso y no se le concedió un lugar específico en la vida humana. Quizás por- que no era fácil colocarlo entre las ideas “claras y distintas” o por la dificultad que supone el conocimiento de uno mismo: pareciera que lo más íntimo es también lo más lejano a nuestro conocimiento. Tal vez porque el encuentro con el otro no se consolida como camino para encontrarse a sí mismo, ya que el pensamiento vuelve a desembocar en un individualismo enfermizo. Muchos se sintieron seguros en el ámbito más controlable de la inteligencia y de la voluntad para construir sus sistemas de pensamiento. Por no encontrarle lugar al corazón mismo, distinto de las potencias y pasiones humanas consideradas aisladamente unas de otras, tampoco se desarrolló ampliamente la idea de un centro personal donde lo único que puede unificar todo es, en definitiva, el amor.

11. Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso.

12. Hay que afirmar que tenemos corazón, que nuestro corazón coexiste con los otros corazo- nes que le ayudan a ser un “tú”. Como no podemos desarrollar ampliamente este tema, nos valdremos de un personaje de novela, el Stavroguin de Dostoyevski.8 Romano Guardini lo muestra como la encarnación misma del mal, porque su característica principal es no tener corazón: « Stavroguin, empero, no tiene corazón y, por tanto, su espíritu es algo frío y sin contenido y su cuerpo se envenena en la inercia y en la sensualidad bestial. De esta suerte no puede llegar hasta los demás hombres y ninguno de ellos puede llegar verdaderamente a él porque, en efecto, es el corazón el que crea las posibilidades de encuentro. Por el corazón estoy yo al lado del otro y otro está cerca de mí. Sólo el corazón puede acoger y dar un hogar. La intimidad es el acto, la esfera del corazón. Stavroguin empero es una persona distanciada, [...] está muy lejos incluso de sí mismo, pues lo íntimo del hombre está en el corazón y no en el espíritu. Que la interioridad resida en el espíritu no es propio de lo humano. Mas cuando el corazón no vive, el hombre está no en sí mis- mo sino junto a sí mismo ».

13. Necesitamos que todas las acciones se pon- gan bajo el “dominio político” del corazón, que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón les ofrece y en la fortaleza que tiene contra los males; que la inteligencia y la voluntad se pongan también a su servicio sintiendo y gustando las verdades más que queriendo dominarlas como suelen hacer algunas ciencias; que la voluntad desee el bien mayor que el corazón conoce, y que también la imaginación y los sentimientos se dejen moderar por el latido del corazón.

14. Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas. El algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más “estándar” de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón.

15. Se trata de una palabra importante para la filosofía y la teología, que buscan alcanzar una síntesis integradora. De hecho, la palabra “corazón” no puede ser agotada por la biología, por la psicología, por la antropología o por cualquier ciencia. Es una de esas palabras originarias « que significan realidades que competen al hombre precisamente en cuanto totalidad (en cuanto persona corpóreo-espiritual) ».10 Entonces no es más realista el biólogo cuando habla sobre el corazón, porque sólo ve una parte, y la totalidad no es menos real sino que lo es aún más. Tampoco un len- guaje abstracto podría tener el mismo significado concreto y simultáneamente integrador. Si bien “corazón” nos lleva al centro íntimo de nuestra persona, también nos permite reconocernos en nuestra integridad y no sólo en algún aspecto aislado.

16. Por otra parte, esta fuerza única del corazón nos ayuda a entender por qué se dice que cuando se capta alguna realidad con el corazón se la puede conocer mejor y más plenamente. Esto inevitablemente nos lleva al amor del que es capaz ese corazón, ya que « lo más íntimo de la realidad es amor ».11 Para Heidegger, según la interpretación que hace de él un pensador actual, la filosofía no comienza con un concepto puro o una certeza sino con una conmoción: «El pensar tiene que haber sido conmovido antes de trabajar con conceptos o mientras trabaja con ellos. Sin una emoción profunda el pensar no puede comenzar. La primera imagen mental sería la piel de gallina. Lo primero que hace pensar y preguntar es la emoción profunda. La filosofía siempre sucede en un
estado de ánimo fundamental (Stimmung)».12 Y aquí aparece el corazón, que « alberga los estados de ánimo, trabaja como ‘un custodio del estado de ánimo’. El ‘corazón’ oye de una manera no metafórica ‘la silenciosa voz’ del ser, dejándose templar y determinar (armonizar y unificar) por ella ».13

El corazón que une los fragmentos

17. Al mismo tiempo, el corazón hace posible cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo. Sólo se mantendrían en pie dos mónadas que se jun- tan pero que no se conectan realmente. Anti-co- razón es una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y la autorreferencia. Finalmen- te llegamos a la “pérdida del deseo”, porque el otro desaparece del horizonte y nos encerramos en nuestra mismidad, sin capacidad de relaciones sanas.14 Por consiguiente, nos volvemos incapa- ces de acoger a Dios. Como diría Heidegger, para recibir lo divino hay que construir una «casa de huéspedes ».1¡

18. Vemos así cómo se produce en el corazón de cada uno esta paradójica conexión entre la valoración del propio ser y la apertura a los otros, entre el encuentro tan personal consigo mismo y la donación de sí a los demás. Sólo se llega a ser uno mismo cuando se adquiere la capacidad de reconocer al otro, y se encuentra con el otro quien puede reconocer y aceptar la propia identidad.

19. El corazón también es capaz de unificar y armonizar tu historia personal, que parece fragmentada en mil pedazos, pero donde todo puede tener un sentido. Es lo que expresa el Evangelio en la mirada de María, que miraba con el corazón. Ella era capaz de dialogar con las experiencias atesoradas ponderándolas en el corazón, dándoles tiempo: simbolizando y guardando dentro para recordar. En el Evangelio, la mejor expresión de lo que piensa un corazón son los dos pasajes de san Lucas que nos dicen que Ma- ría “atesoraba (syneterei) todas estas cosas, ponderándolas (symballousa) en su corazón” (cf. Lc 2,19.51). El verbo symballein (del que proviene “símbolo”) significa ponderar, reunir dos cosas en la mente y examinarlas con uno mismo, reflexionando, dialogando interiormente. En Lucas 2,51  “guardaba cuidadosamente”, y lo que ella conservaba no era sólo “la escena” que veía, sino también lo que no entendía todavía y aun así permanecía presente y vivo en la espera de unirlo todo en el corazón.

20. En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero, a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad del trabajo para ayudar al otro. Al igual que el tenedor podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita. Todos esos pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor... se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón.

21. Ese núcleo de cada ser humano, su centro más íntimo, no es el núcleo del alma sino de toda la persona en su identidad única que es anímica y corpórea. Todo se unifica en el corazón, que puede ser la sede del amor con la totalidad de sus componentes espirituales, anímicos y también físicos. En definitiva, si allí reina el amor una persona alcanza su identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado.

22. Por esta razón, viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón. Bastaría mirar y oír a las ancianas —de las distintas partes en pugna— cautivas de estos conflictos devastadores. Es desgarrador verlas llorando a sus nietos asesinados, o escucharlas desear la propia muerte porque se han quedado sin la casa donde han vivido siempre. Ellas, que muchas veces han sido modelos de fortaleza y re- sistencia a lo largo de vidas difíciles y sacrificadas, ahora que llegan a la última etapa de su existencia no se les ofrece una merecida paz, sino angustia, miedo e indignación. El recurso de decir que la culpa es de otros no resuelve este drama vergonzoso. Ver llorar a las abuelas sin que se nos vuelva intolerable es signo de un mundo sin corazón.

23. Cuando cada uno reflexiona, busca, medita sobre su propio ser y su identidad, o ana- liza las cuestiones más elevadas; cuando piensa acerca del sentido de su vida e incluso si busca a Dios, aun cuando experimente el gusto de haber vislumbrado algo de la verdad, eso necesita encontrar su culminación en el amor. Amando, la persona siente que sabe por qué y para qué vive. Así todo confluye en un estado de conexión y de armonía. Por eso, frente al propio misterio personal, quizás la pregunta más decisiva que cada uno podría hacerse es: ¿tengo corazón?

El fuego

24. Esto ofrece consecuencias para la espiritualidad. Por ejemplo, la teología de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola tiene por principio el affectus. Lo discursivo se construye sobre un querer fundamental —con toda la fuerza del corazón— que da potencia y recursos a la tarea de reorganizar la vida. Las reglas y composiciones de lugar que implementa Ignacio obran en función de un “fundamento” distinto de ellas, lo desconocido del corazón. Michel de Certeau hace ver cómo las “mociones” de las que habla san Ignacio son las irrupciones de un querer de Dios y de un querer del propio corazón que permanece otro en relación con el orden manifiesto. Algo inesperado se pone a hablar en el corazón de la persona, algo que nace de lo incognoscible, remueve la superficie de lo conocido y lo conflictúa. Es el origen de un nuevo “ordenamiento de la vida” a partir del corazón. No se trata de discursos racionales que habría que llevar a
la práctica, haciéndolos pasar a la vida, de modo que la afectividad y la práctica serían simplemente consecuencias —en dependencia— de conocimientos asegurados.16

25. Allí donde el filósofo detiene su pensamiento, el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga. Entonces entiende que es el tú de Dios, y que puede ser un yo porque Dios es un tú para él. El hecho es que sólo el Señor nos ofrece tratarnos como un tú siempre y para siempre. Aceptar su amistad es cuestión de corazón y eso nos constituye como personas en el sentido pleno de la palabra.

26. San Buenaventura decía que al fin de cuentas hay que preguntarle « no a la luz, sino al fue- go».17 Y enseñaba que «la fe está en el intelecto, de modo que provoca el afecto. Por ejemplo: conocer que Cristo ha muerto por nosotros no se queda en conocimiento, sino que necesariamente se convierte en afecto, en amor ».18 En esta línea, san John Henry Newman tomó como lema la frase « Cor ad cor loquitur », porque más allá de toda dialéctica, el Señor nos salva hablando a nuestro

16 Cf. micHel de certeau, L’espace du désir ou le «fonde- ment » des Exercices spirituels: Christus 77 (1973), pp. 118-128.
17 Itinerarium mentis in Deum, VII, 6, en Obras de San Buena- ventura, I, BAC, Madrid 1945, 633.
18 Proemium in I Sent., q. 3, en Opera Omnia, vol. 1, Ex typo- graphia Colegii S. Bonaventurae, Quaracchi 1882, 13.

corazón desde su Corazón sagrado. Esta misma lógica hacía que para él, gran pensador, el lugar del encuentro más hondo consigo mismo y con el Señor no fuera la lectura o la reflexión, sino el diálogo orante, de corazón a corazón, con Cristo vivo y presente. Por eso Newman encontraba en la Eucaristía el Corazón de Jesucristo vivo, capaz de liberar, de dar sentido a cada momento y de derramar la verdadera paz al ser humano: «Sacratísimo y muy amado Corazón de Jesús, estás oculto en la Santa Eucaristía y sufres aún por nosotros. [...] Te venero, pues, con todo mi mejor amor y reverencia, con mi ferviente afecto, con mi mayor sumisión y la más resuelta voluntad. Dios mío, cuando condesciendes a sufrir que te reciba, te coma y te beba, y por un momento estableces tu morada en mí, haz que mi corazón lata con el tuyo. Purifícalo de todo lo que es terrenal, de todo lo que es orgullo y sensualidad, de todo lo que es duro y cruel, de toda perversidad, de todo desorden, de toda mortandad. Llénalo tanto de ti, que ni los acontecimientos del mo- mento ni las circunstancias de la época tengan poder de alterarlo, sino que en tu amor y en tu temor pueda hallarse en paz ».19

27. Ante el Corazón de Jesús vivo y presente nuestra mente comprende, iluminada por el Espíritu, las palabras de Jesús. Así nuestra voluntad

19 s. JoHN HeNry NewmaN, Meditaciones y devociones, Edibe- sa, Madrid 2007, 310.

se pone en marcha para practicarlas. Pero esto podría quedarse en una forma de moralismo autosuficiente. Sentir y gustar al Señor y honrarlo es cosa del corazón. Únicamente el corazón es capaz de poner a las demás potencias y pasiones y a toda nuestra persona en actitud de reverencia y de obediencia amorosa al Señor.

El mundo puede cambiar desde el corazón

28. Nuestras comunidades sólo desde el cora- zón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas y pacificarlas para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.

29. Tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales. Como enseña el Concilio Vaticano II, «tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore».Porque «los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces

20 Const. past. Gaudium et spes, 82.

en el corazón humano». Ante los dramas del mundo, el Concilio invita a volver al corazón, explicando que el ser humano « por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones (cf. 1 S 16,7; Jr 17,10), y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino ».22

30. Esto no significa confiar excesivamente en nosotros mismos. Tengamos cuidado: advirtamos que nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido. Tiene una dignidad ontológi- ca, pero al mismo tiempo debe buscar una vida más digna.23 Dice también el Concilio Vaticano II que «el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad»,24 aunque para vivir conforme a esa dignidad no nos basta conocer el Evangelio ni cumplir mecánicamente lo que nos manda. Necesitamos el auxilio del amor divino. Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que pue- de alcanzar lo humano. Allí, en ese Corazón es

21 Ibíd., 10.
22 Ibíd., 14.
23 Cf. dicasterio para la doctriNa de la fe, Declara-
ción Dignitas infinita (2 abril 2024), 8: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (12 abril 2024), p. 7.
24 Const. past. Gaudium et spes, 26. 22

donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar.

31. En definitiva, este Corazón sagrado es el principio unificador de la realidad, porque « Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación ».25 Todas las criaturas « avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo ».26 Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los de- sequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recu- perar lo más importante y necesario: el corazón.

25 s. JuaN pablo ii, Ángelus (28 junio 1998): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3 julio 1998), p. 1.
26 Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 83: AAS 107 (2015), 880.

II. GESTOS Y PALABRAS DE AMOR

32. El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas.

Gestos que reflejan el corazón

33. Cómo nos ama Cristo es algo que él no quiso explicarnos demasiado. Lo mostró en sus ges- tos. Viéndolo actuar podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros, aunque nos cueste percibirlo. Vayamos entonces a mirar allí donde nuestra fe puede llegar a reconocerle: en el Evangelio.

34. Dice el Evangelio que Jesús « vino a los suyos» (Jn 1,11). Los suyos somos nosotros, por- que él no nos trata como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado, con cariño. Nos trata como suyos. No significa que seamos sus esclavos, y él mismo lo niega: «Ya no los llamo servidores» (Jn 15,15). Lo que él propone es la pertenencia mutua de los amigos. Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro nombre, que es “Emanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y « se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo » (Flp 2,7).

35. Esto se manifiesta cuando le vemos actuar. Está siempre en búsqueda, cercano, constantemente abierto al encuentro. Lo contemplamos cuando se detiene a conversar con la samaritana junto al pozo donde ella iba a buscar el agua (cf. Jn 4,5-7). Vemos cómo, en medio de la noche os- cura, se reúne con Nicodemo, que tenía temor de dejarse ver cerca de Jesús (cf. Jn 3,1-2). Lo admiramos cuando sin pudor se deja lavar los pies por una prostituta (cf. Lc 7,36-50); cuando a la mujer adúltera le dice a los ojos: “No te condeno” (cf. Jn 8,11); o cuando enfrenta la indiferencia de sus discípulos y al ciego del camino le dice con cariño: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,51). Cristo muestra que Dios es proximidad, compa- sión y ternura.

36. Si él curaba a alguien, prefería acercarse: «Jesús extendió la mano y lo tocó» (Mt 8,3), «le tocó la mano» (Mt 8,15), «les tocó los ojos» (Mt 9,29). Y hasta se detenía a curar a los en- fermos con su propia saliva (cf. Mc 7,33), como una madre, para que no lo sintieran ajeno a sus vidas. Porque « el Señor sabe la bella ciencia de las caricias. La ternura de Dios no nos ama de palabra; Él se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda la ternura posible ».27

37. Dado que nos cuesta confiar, porque nos lastimaron tantas falsedades, agresiones y desilusiones, él nos susurra al oído: « Ten confianza, hijo » (Mt 9,2); « ten confianza, hija » (Mt 9,22). Se trata de superar el miedo y darnos cuenta de que con él no tenemos nada que perder. A Pedro, que desconfiaba, « Jesús le tendió la mano y lo sostu- vo, mientras le decía: [...] “¿Por qué dudaste?” » (Mt 14,31). No temas. Deja que él se acerque, que se siente a tu lado. Podremos dudar de muchas personas, pero no de él. Y no te detengas por tus pecados. Recuerda que muchos pecadores «se sentaron a comer con él » (Mt 9,10) y Jesús no se escandalizaba de ninguno. Los elitistas de la reli- gión se quejaban y lo trataban de « un glotón y un borracho, amigo de publicanos y de pecadores» (Mt 11,19). Cuando los fariseos criticaban esta cercanía suya a las personas consideradas de baja condición o pecadoras, Jesús les decía: «Quiero misericordia y no sacrificios » (Mt 9,13).

38. Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte con su fuerza. Porque antes de morir, dijo a los discípulos: «No los dejaré

27 Homilía durante la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (7 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua espa- ñola (14 junio 2013), p. 2.

huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán » (Jn 14,18-19). Siempre encuentra alguna manera para manifestarse en tu vida, para que puedas encontrarte con él.

La mirada

39. Cuenta el Evangelio que un rico se acercó a él, lleno de ideales, pero sin fuerzas para cambiar de vida. Entonces « Jesús lo miró con amor » (Mc 10,21). ¿Puedes imaginarte ese instante, ese encuentro entre los ojos de este hombre y la mirada de Jesús? Si te llama, si te convoca a una misión, primero te mira, penetra lo más íntimo de tu ser, percibe y conoce todo lo que hay en ti, deposita en ti su mirada: « Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos [...]. Continuando su camino, vio a otros dos herma- nos » (Mt 4,18.21).

40. Muchos textos del Evangelio nos muestran a Jesús que presta toda su atención a las perso- nas, a sus inquietudes, a sus sufrimientos. Por ejemplo: « Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos» (Mt 9,36). Cuando nos parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él nos está prestando atención. Así se lo hizo notar a Natanael, que estaba solitario y ensimismado: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera » (Jn 1,48).

41. Precisamente porque está atento a nosotros, él es capaz de reconocer cada buena intención que tengas, cada pequeño acto bueno que realices. Cuenta el Evangelio que vio « a una viuda de condición muy humilde, que ponía [en el tesoro del templo] dos pequeñas monedas de cobre » (Lc 21,2) e inmediatamente se lo hizo notar a sus apóstoles. Jesús presta atención de tal modo que se admira por las cosas buenas que reconoce en nosotros. Cuando el centurión le rogaba con total confianza, « al oírlo, Jesús quedó admirado » (Mt 8,10). Qué hermoso es saber que si los demás ignoran nuestras buenas intenciones o las cosas positivas que podamos hacer, a Jesús no se le escapan, y hasta se admira.

42. Él, como ser humano, había aprendido esto de María, su madre. La que contemplaba todo con cuidado y “lo guardaba en su corazón” (cf. Lc 2,19.51), le enseñó desde pequeño, junto con san José, a prestar atención.
las palabras

43. Aunque en las Escrituras tenemos su Palabra siempre viva y actual, a veces Jesús nos habla interiormente y nos llama para llevarnos al mejor lugar. Ese mejor lugar es su propio corazón. Nos llama para hacernos entrar allí donde podemos recuperar las fuerzas y la paz: «Vengan a mí to- dos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré » (Mt 11,28). Por eso pidió a sus discípu- los: « Permanezcan en mí » (Jn 15,4).

44. Las palabras que Jesús decía indicaban que su santidad no eliminaba los sentimientos. En algunas ocasiones mostraban un amor apasionado, que sufre por nosotros, se conmueve, se lamenta, y llega hasta las lágrimas. Es evidente que no le dejaban indiferente las preocupaciones y angus- tias comunes de las personas, como el cansancio o el hambre: « Me da pena esta multitud, [...] no tienen qué comer [...], van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos » (Mc 8,2-3).

45. El Evangelio no oculta los sentimientos de Jesús hacia Jerusalén, la ciudad amada: «Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella» (Lc 19,41) y expresó su mayor anhelo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!» (v. 42). Los evangelistas, si bien a veces lo muestran poderoso o glorioso, no dejan de manifestar sus sentimientos ante la muerte y el dolor de los amigos. Antes de contar que frente a la tumba de Lázaro « Jesús lloró » (Jn 11,35), el Evangelio se detiene a decir que « Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro » (Jn 11,5) y que, viendo llorar a María y a los que la acompañaban “se conmovió interiormente y se turbó” (cf. Jn 11,33). La narración no deja dudas de que se trataba de un llanto sincero, que bro- taba de una perturbación interior. Finalmente, tampoco se quiso disimular la angustia de Jesús ante la propia muerte violenta en manos de los que él tanto amaba: «comenzó a sentir temor y a angustiarse» (Mc 14,33), hasta decir: «Mi alma siente una tristeza de muerte» (Mc 14,34). Esta conmoción interna se expresa con toda su fuerza en el grito del Crucificado: « Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? » (Mc 15,34).

46. Todo lo dicho, si se mira superficialmente, puede parecer mero romanticismo religioso. Sin embargo, es lo más serio y lo más decisivo. Encuentra su máxima expresión en Cristo clavado en una cruz. Esa es la palabra de amor más elocuente. Esto no es cáscara, no es puro sentimiento, no es diversión espiritual. Es amor. Por eso cuando san Pablo buscaba las palabras justas para explicar su relación con Cristo dijo: « Me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Esa era su mayor convicción, saberse amado. La entrega de Cristo en la cruz lo subyugaba, pero sólo tenía sentido porque había algo más grande todavía que esa entrega: « Me amó ». Cuando muchas per- sonas buscaban en diversas propuestas religiosas su salvación, su bienestar o su seguridad, Pablo, tocado por el Espíritu, fue capaz de mirar más allá y de maravillarse por lo más grande y funda- mental: « Me amó ».

47. Después de contemplar a Cristo, viendo lo que sus gestos y palabras nos dejan ver de su corazón, recordemos ahora cómo reflexiona la Iglesia sobre el misterio santo del Corazón del Señor.

III. ESTE ES EL CORAZÓN QUE TANTO AMÓ

48. La devoción al Corazón de Cristo no es el culto a un órgano separado de la persona de Jesús. Lo que contemplamos y adoramos es a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya donde está destacado su corazón. En este caso se toma al corazón de carne como imagen o signo privilegiado del centro más íntimo del Hijo encarnado y de su amor a la vez divino y humano, porque más que cualquier otro miembro de su cuerpo es « signo o símbolo natural de su inmensa caridad ».28

Adoración a Cristo

49. Es indispensable destacar que nos relacionamos en la amistad y en la adoración con la persona de Cristo, atraídos por el amor que se representa en la imagen de su Corazón. Veneramos esa imagen que lo representa, pero la adoración se dirige sólo a Cristo vivo, en su divinidad y en toda su humanidad, para dejarnos abrazar por su amor humano y divino.

28 pÍo xii, Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 6: AAS 48 (1956), 316.

50. Más allá de la imagen que se utilice, es cierto que el Corazón viviente de Cristo —nunca una imagen— es objeto de adoración, porque es parte de su Cuerpo santísimo y resucitado, inseparable del Hijo de Dios que lo ha asumido para siempre. Es adorado « en cuanto es el corazón de la persona del Verbo, al que está inseparablemente unido».29 No lo adoramos aisladamente, sino en cuanto con ese Corazón es el mismo Hijo encarnado quien vive, ama y recibe nuestro amor. De ahí que cualquier acto de amor o adoración a su Corazón en realidad «se ofrece propia y verdaderamente al mismo Cristo»,30 pues tal figura espontáneamente remite a él y es « símbolo e imagen expresiva de la caridad infinita de Jesucristo ».31

51. Por esta razón nadie debería pensar que esta devoción nos pueda separar o distraer de Jesucristo y de su amor. De modo espontáneo y directo nos orienta a él y sólo a él, que nos llama a una preciosa amistad hecha de diálogo, afecto, confianza, adoración. Ese Cristo con el corazón traspasado y ardiente, es el mismo que nació en Belén por amor, es el que caminaba por Galilea sanando, acariciando, derramando misericordia, es el que nos amó hasta el fin abriendo sus bra-

29 Pío VI, Constitución Auctorem fidei (28 agosto 1794), 63: DH, 2663.
30 LeóN XIII, Carta enc. Annum Sacrum (25 mayo 1899): ASS 31 (1898-99), 649.
31 Ibíd.: «Inest in Sacro Corde symbolum atque expressa imago infinitae Iesu Christi caritatis ».

zos en la cruz. En definitiva, es el mismo que ha resucitado y vive glorioso en medio de nosotros.

La Veneración de su imagen

52. Cabe indicar que la imagen de Cristo con su corazón, aunque de ninguna manera es objeto de adoración, no es una entre tantas otras que podríamos elegir. No es algo inventado en un escritorio o diseñado por un artista, «no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad ».32

53. Hay una experiencia humana universal que vuelve única esta imagen. Porque es indudable que a lo largo de la historia y en diversas partes del mundo el corazón se ha convertido en símbolo de la intimidad más personal y también de los afectos, las emociones, la capacidad de amar. Fuera de toda explicación científica, una mano colocada en el corazón de un amigo expresa un afecto especial; cuando una persona se enamora y está cerca de la persona amada, los latidos se aceleran; cuando alguien sufre un abandono o un engaño de parte de una persona amada, siente como una fuerte opresión en el corazón. Por otra parte, para expresar que algo es sincero, que brota realmente del centro de la persona, se afirma: “te lo digo de corazón”. El lenguaje poético no

32 Ángelus (9 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14 junio 2013), p. 4.

puede ignorar la fuerza de estas experiencias. Por eso es inevitable que durante la historia el corazón haya alcanzado una fuerza simbólica única que no es meramente convencional.

54. Entonces se comprende que la Iglesia haya elegido la imagen del corazón para representar el amor humano y divino de Jesucristo y el núcleo más íntimo de su persona. Pero, si bien el dibujo de un corazón con llamas de fuego puede ser un símbolo elocuente que nos recuerde el amor de Jesucristo, es conveniente que ese corazón sea parte de una imagen de Jesucristo. De ese modo es aún más significativo su llamado a una relación personal, de encuentro y de diálogo.33 Esa imagen venerada de Cristo donde se destaca su corazón amante, tiene al mismo tiempo una mirada que llama al encuentro, al diálogo, a la confianza; tiene unas manos fuertes capaces de sostenernos; tiene una boca que nos dirige la palabra de un modo único y personalísimo.

33 Se comprende así por qué la Iglesia haya prohibido que se coloquen sobre el altar representaciones del solo corazón de Jesús o de María (cf. Respuesta de la S. Congregación de Ritos al sacerdote Charles Lecoq, P.S.S., 5 abril 1879: Decreta Authen- tica Congregationis Sacrorum Rituum ex actis ejusdem Collecta, vol. 3, n. 3492, Ex typographia polyglotta S. C. de Propaganda Fide, Roma 1900, 107-108). Fuera de la Liturgia, “para la devoción privada” (ibíd.) puede utilizarse el simbolismo de un corazón como expresión didáctica, figura estética o “emblema” que invita a pensar en el amor de Cristo, pero se corre el riesgo de tomar el corazón como objeto de adoración o de diálogo espiritual separadamente de la persona de Cristo. El 31 de marzo de 1887 la Congregación dio otra respuesta semejante (ibíd., n. 3673, 187).

55. El corazón tiene el valor de ser percibido no como un órgano separado sino como centro íntimo unificador y a su vez como expresión de la totalidad de la persona, cosa que no sucede con otros órganos del cuerpo humano. Si es el centro íntimo de la totalidad de la persona, y por lo tanto una parte que representa al todo, podemos fácilmente desnaturalizarlo si lo contemplamos separadamente de la figura del Señor. La imagen del corazón debe referirnos a la totalidad de Jesucristo en su centro unificador y, simultáneamente, desde ese centro unificador debe orientarnos a contemplar a Cristo en toda la hermosura y riqueza de su humanidad y de su divinidad.

56. Esto va más allá del atractivo que puedan tener las diversas imágenes que se han hecho del Corazón de Cristo, porque no es que ante las imágenes de Cristo « haya que pedirles algo a ellas, o que haya que poner la confianza en las imágenes, como antiguamente hacían los paganos», sino que «por medio de las imágenes que besamos y ante las cuales descubrimos nuestra cabeza y nos prosternamos, adoramos a Cristo ».34

57. Es más, alguna de esas imágenes podrá parecernos poco atractiva y no movernos demasiado al amor y a la oración. Eso es secundario, ya que la imagen no es más que una figura motiva- dora, y, como dirían los orientales, no hay que

34 coNc. ecum. de treNto, Ses. XXV, Decreto Mandat Sancta Synodus (3 diciembre 1563): DH, 1823.

quedarse en el dedo que indica la luna. Mientras la Eucaristía es presencia real que se adora, en este caso se trata sólo de una imagen que, aunque esté bendecida, nos invita a ir más allá de ella, nos orienta a elevar nuestro propio corazón al de Cristo vivo y unirlo a él. La imagen venerada convoca, señala, transporta, para que dediquemos un tiempo al encuentro con Cristo y a su adoración, como nos parezca mejor imaginarlo. De este modo, mirando la imagen nos situamos frente a Cristo, y ante él « el amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio ».35

58. Dicho todo esto, no hay que olvidar que esa imagen del corazón nos habla de carne humana, de tierra, y por eso también nos habla de Dios que ha querido entrar en nuestra condición histórica, hacerse historia y compartir nuestro camino terreno. Una forma de devoción más abstracta o estilizada no será necesariamente más fiel al Evangelio, porque en este signo sensible y accesible se manifiesta el modo como Dios ha querido revelarse y volverse cercano.

Amor sensible

59. Amor y corazón no están necesariamente unidos, porque en un corazón humano pueden reinar el odio, la indiferencia, el egoísmo. Pero no alcanzamos nuestra humanidad plena si no

35 V coNfereNcia GeNeral del episcopado latinoamericaNo y del caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 259.

salimos de nosotros mismos, y no llegamos a ser enteramente nosotros mismos si no amamos. De manera que el centro íntimo de nuestra persona, creado para el amor, sólo realizará el proyecto de Dios cuando ame. Así, el símbolo del corazón al mismo tiempo simboliza el amor.

60. El Hijo eterno de Dios, que me trasciende sin límites, quiso amarme también con un corazón humano. Sus sentimientos humanos se vuelven sacramento de un amor infinito y definitivo. Su corazón no es entonces un símbolo físico que sólo expresa una realidad meramente espiritual o separada de la materia. La mirada dirigida al Corazón del Señor contempla una realidad física, su carne humana, que hace posible que Cristo tenga emociones y sentimientos bien humanos, como nosotros, aunque plenamente transformados por su amor divino. La devoción debe llegar al amor infinito de la persona del Hijo de Dios, pero necesitamos expresar que es inseparable de su amor humano, y para ello nos ayuda la imagen de su corazón de carne.

61. Si todavía hoy el corazón se percibe en el sentir popular como el centro afectivo de cada ser humano, es lo que mejor puede significar el amor divino de Cristo unido para siempre y de modo inseparable a su amor íntegramente humano. Ya Pío XII recordaba que la Palabra de Dios « al describir el amor del Corazón mismo de Jesús, comprende no sólo la caridad divina, sino también los sentimientos de un afecto humano. [...] No hay duda de que el Corazón de Cristo, unido hipostá- ticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible ».36

62. En los Padres de la Iglesia, frente a algunos que negaban o relativizaban la verdadera humanidad de Cristo, encontramos una fuerte afirmación de la realidad concreta y tangible del afecto humano del Señor. Así, san Basilio destacaba que la encarnación del Señor no era algo fantasioso, sino que « el Señor poseyó los afectos naturales ».37 San Juan Crisóstomo proponía un ejemplo: «Si no hubiera poseído nuestra naturaleza, no hubie- ra experimentado una y más veces la tristeza».38 San Ambrosio afirmaba: «Ya que tomó el alma, tomó las pasiones del alma ».39 Y san Agustín pre- sentaba los afectos humanos como una realidad que, una vez asumida por Cristo, ya no es ajena a la vida de la gracia: «Nuestro Señor Jesucris- to tomó estos afectos de la humana flaqueza, lo mismo que la carne de la debilidad humana, y la muerte, de la carne humana, no por imposición de la necesidad, sino por consideración voluntaria [...] de suerte que, si a alguno de ellos le aconteciere contristarse y dolerse en las tentaciones humanas, por esto no se juzgase ajeno a su gracia».

36 Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 11-12: AAS 48 (1956), 323-324.
37 Ep. 261, 3: PG 32, 972.
38 In Ioann., Homil. 63, 2: PG 59, 350.
39 De fide ad Gratianum, lib. 2, cap. 7, 56: PL 16, 594 (ed.1880).

40 Finalmente, san Juan Damasceno consideraba que esta experiencia afectiva real de Cristo en su humanidad es muestra de que asu- mió íntegra y no parcialmente nuestra naturaleza, para redimirla y transformarla entera. Cristo, pues, asumió todos los elementos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos ellos fueran santificados.41

63. Vale la pena recoger aquí la reflexión de un teólogo, quien reconoce que, por el influjo del pensamiento griego, la teología durante mucho tiempo relegó el cuerpo y los sentimientos al mundo de lo «prehumano, infrahumano o tentador de lo verdaderamente humano», pero «lo que no resolvió la teología en teoría lo resolvió la espiritualidad en la práctica. Ella y la religiosidad popular han mantenido viva la relación con los aspectos somáticos, psicológicos, históricos de Jesús. Los Vía Crucis, la devoción a sus llagas, la espiritualidad de la preciosa sangre, la devoción al corazón de Jesús, las prácticas eucarísticas [...]: todo ello ha suplido los vacíos de la teología alimentando la imaginación y el corazón, el amor y la ternura para con Cristo, la esperanza y la memoria, el deseo y la nostalgia. La razón y la lógica anduvieron por otros caminos ».42

40 Enarr. in Ps. 87, 3, en Obras de San Agustín, XXI, Ena- rraciones sobre los salmos (3°), BAC, Madrid 1956, 274-275.
41 Cf. De fide orth. 3, 6.20: PG 94, 1006.1081.
42 oleGario GoNzález de cardedal, La entraña del cristianismo, Secretariado Trinitario, Salamanca 2010, 70-71.

Triple amor

64. Tampoco nos quedamos sólo en sus sentimientos humanos, por más bellos y conmovedores que sean, porque contemplando el Corazón de Cristo reconocemos cómo en sus sentimientos nobles y sanos, en su ternura, en el temblor de su cariño humano, se manifiesta toda la verdad de su amor divino e infinito. Así lo expresaba Benedicto XVI: « Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno ».43

65. En realidad, hay un triple amor que se contiene y nos deslumbra en la imagen del Corazón del Señor. Ante todo, el amor divino infinito que encontramos en Cristo. Pero además pensamos en la dimensión espiritual de la humanidad del Señor. Desde ese punto de vista, el corazón « es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su vo- luntad humana». Finalmente «es símbolo de su amor sensible ».44

43 Ángelus (1 junio 2008): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (6 junio 2008), p. 1.
44 pÍo xii, Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 15: AAS 48 (1956), 327-328.

66. Estos tres amores no son capacidades separadas, que funcionan de un modo paralelo o sin conexiones, sino que actúan y se expresan juntos y en un constante flujo de vida: « A la luz de la fe —por la cual creemos que en la Persona de Cristo están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina— nuestra mente se torna idónea para concebir los estrechísimos vínculos que existen entre el amor sensible del corazón físico de Jesús y su doble amor espiritual, el humano y el divino ».45

67. Por eso, entrando en el Corazón de Cris- to, nos sentimos amados por un corazón hu- mano, lleno de afectos y sentimientos como los nuestros. Su voluntad humana quiere libremente amarnos y ese querer espiritual está plenamente iluminado por la gracia y la caridad. Llegando a lo más íntimo de ese Corazón nos inunda la gloria inconmensurable de su amor infinito como Hijo eterno que ya no podemos separar de su amor humano. Precisamente en su amor humano, y no apartándonos de él, encontramos su amor divi- no; encontramos « lo infinito en lo finito ».46

68. Es enseñanza constante y definitiva de la Iglesia que nuestra adoración a su persona es única, y comprende inseparablemente tanto su natu-

45 Ibíd., 28: AAS 48 (1956), 343-344.
46 beNedicto xVi, Ángelus (1 junio 2008): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (6 junio 2008), p. 1.

raleza divina como su naturaleza humana. Desde antiguo la Iglesia enseña que debemos « adorar a un único y mismo Cristo, Hijo de Dios y del hombre, por dos y en dos naturalezas inseparables e indivisas ».47 Y esto « con una sola adoración [...] según que el Verbo se hizo carne ».48 De ninguna manera Cristo « es adorado en dos naturalezas, de donde se introducen dos adoraciones », sino que se « adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne ».49

69. San Juan de la Cruz ha querido expresar que en la experiencia mística el amor inconmensurable de Cristo resucitado no se siente como ajeno a nuestra vida. El Infinito de algún modo se abaja para que a través del Corazón abierto de Cristo podamos vivir un encuentro de amor verdaderamente mutuo: «cosa creíble es que el ave de bajo vuelo prenda al águila real muy subida, si ella se viene a lo bajo, queriendo ser presa».50 Y explica que «viendo a la esposa herida de su amor, él también al gemido de ella viene herido del amor de ella; porque en los enamorados la herida de uno es de entrambos y un mismo sentimiento tienen los dos».

47 ViGilio, Constitución Inter innumeras solicitudines (14 mayo 553): DH, 420.
48 coNc. ecum. de éfeso, Anatematismos de Cirilo de Ale- jandría, 8: DH, 259.
49 coNc. ecum. ii de coNstaNtiNopla, Ses. 8 (2 junio 553), Canon 9: DH, 431.
50 Cántico espiritual (A – primera redacción), Canción 22, 4, en s. JuaN de la cruz, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 2010, 1234.

51 Este místico entiende la figura del costado herido de Cristo como un llamado a la unión plena con el Señor. Él es el ciervo vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado alcanzar por su amor, que baja a las corrientes de aguas para saciar su propia sed y encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él:

«Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma ».52

Perspectivas trinitarias

70. La devoción al Corazón de Jesús es marcadamente cristológica, es una contemplación directa de Cristo que invita a la unión con él. Esto es legítimo si tenemos en cuenta lo que pide la Carta a los Hebreos: correr nuestra carrera “con los ojos fijos en Jesús” (cf. 12,2). Sin embargo, no podemos ignorar que, al mismo tiempo, Jesús se presenta como camino para ir al Padre: «Yo soy el Camino [...]. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6). Él nos quiere llevar al Padre. Así se entiende por qué la predicación de la Iglesia, desde los comienzos, no nos detiene en Jesucris- to, sino que nos conduce al Padre. Él es quien, en último término, como plenitud fontal, debe ser glorificado.53

51 Ibíd., Canción 12, 8, 1188.
52 Ibíd., Canción 12, 1, 1184.
53 « No hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo

71. Detengámonos, por ejemplo, en la Carta a los Efesios, donde se puede advertir con fuerza y claridad cómo nuestra adoración se orienta al Padre: «Doblo mis rodillas delante del Padre» (Ef 3,14); «hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos » (Ef 4,6); «siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre » (Ef 5,20). El Padre es aquel «a quien nosotros estamos destinados» (1 Co 8,6). Por eso, decía san Juan Pablo II que « toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre ».54 Es lo que experimentó san Ignacio de Antioquía de camino al martirio: « Siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: “Ven al Padre” ».55

72. Es ante todo el Padre de Jesucristo: «Ben- dito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3). Es «el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria » (Ef 1,17). Cuan- do el Hijo se hizo hombre, todos los deseos y as- piraciones de su corazón humano se orientaban hacia el Padre. Si vemos cómo Cristo se refería al Padre podemos advertir esta fascinación de su

54 Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 49: AAS 87 (1995), 35.
55 In Ep. ad Rom., 7: PG 5, 694. 46

corazón humano, esta perfecta y constante orientación al Padre.56 Su historia en esta tierra nuestra fue un caminar sintiendo en su corazón humano un llamado incesante de ir al Padre.57

73. Sabemos que la palabra aramea que él usaba para dirigirse al Padre era “Abba”, que significa “papito”. En su época algunos se molestaban por esa familiaridad (cf. Jn 5,18). Es la expresión que usó Jesús para comunicarse con el Padre cuando aparecía la angustia de la muerte: «Abba —Padre—, todo te es posible: aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36). Siempre se reconoció amado por el Padre: « ya me amabas antes de la creación del mundo» (Jn 17,24). Y Jesús, en su corazón humano, se extasiaba escuchando que el Padre le decía: « Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección » (Mc 1,11).

74. El cuarto Evangelio dice que el Hijo eterno del Padre estuvo siempre « en el seno del Padre » (Jn 1,18).58 San Ireneo afirma que « el Hijo de Dios existió siempre frente al Padre».59 Y Orígenes sostiene que el Hijo persevera «en la incesante
56 «Que el mundo sepa que yo amo al Padre» (Jn 14,31). « El Padre y yo somos una sola cosa » (Jn 10,30). « ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? » (Jn 14,10).

57 «Voy al Padre» (pros ton Patéra: Jn 16,28). «Yo vuelvo a ti » (pros se: Jn 17,11).
58 « Eis ton kolpon tou Patrós ».
59 Adv. Haer. III, 18, 1: PG 7, 932.

contemplación del abismo paterno».60 Por eso, cuando el Hijo se hizo hombre, pasaba noches enteras comunicándose con el Padre amado, en la cima del monte (cf. Lc 6,12). Él decía: «debo ocuparme de los asuntos de mi Padre » (Lc 2,49). Miremos sus alabanzas: «Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”» (Lc 10,21). Y sus últimas palabras llenas de confian- za fueron: « Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu » (Lc 23,46).

75. Volvamos ahora los ojos al Espíritu Santo, que colma el Corazón de Cristo y arde en él. Por- que, como decía san Juan Pablo II, el Corazón de Cristo es «la obra maestra del Espíritu Santo».61 No es sólo cosa del pasado, pues «en el Cora- zón de Cristo es continua la acción del Espíritu Santo, a la que Jesús atribuyó la inspiración de su misión (cf. Lc 4,18; Is 61,1) y cuyo envío ha- bía prometido durante la última cena. Es el Es- píritu el que ayuda a captar la riqueza del signo del costado traspasado de Cristo, del que nació la Iglesia (cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 5)».62 En definitiva « sólo el Espíritu Santo puede abrir

60 In Ioann. II, 2: PG 14, 110.
61 Ángelus (23 junio 2002): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28 junio 2002), p. 1.
62 s. JuaN pablo ii, Mensaje con motivo del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII, Varsovia (11 junio 1999): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (2 julio 1999), p. 7.

ante nosotros esta plenitud del ‘hombre interior’, que se encuentra en el Corazón de Cristo. Sólo Él puede hacer que desde esta plenitud alcancen fuerza, gradualmente, también nuestros corazones humanos ».63

76. Si intentamos ahondar en el misterio de la acción del Espíritu, vemos que gime en nosotros y dice Abba, y «la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Ga 4,6). Porque «el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios » (Rm 8,16). La acción del Espíritu Santo en el corazón humano de Cristo provoca sin cesar esa atracción hacia su Padre. Y cuando nos une a los sentimientos de Cristo por la gracia, nos hace participar de la relación del Hijo con el Padre, es « el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! » (Rm 8,15).

77. Entonces, nuestra relación con el Corazón de Cristo se transforma bajo ese impulso del Espíritu, que nos orienta hacia el Padre, fuente de la vida y último origen de la gracia. Cristo mismo no desea que nos detengamos sólo en él. El amor de Cristo es «revelación de la misericordia del Padre ».

63 Íd., Ángelus (8 junio 1986), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 junio 1986), pp. 1 y 4.
64 Su deseo es que, impulsados por el Espíritu que brota de su Corazón, “con él y en él” vayamos al Padre. La gloria se dirige hacia el Padre “por” Cristo,65 “con” Cristo66 y “en” Cristo.67 San Juan Pablo II enseñaba que « el Corazón del Salvador invita a remontarse al amor del Padre, que es el manantial de todo amor auténtico».68 Eso mismo es lo que el Espíritu Santo, que llega a nosotros desde el Corazón de Cristo, busca alimentar en nuestros corazones. De ahí que la Liturgia, bajo la acción vivificadora del Espíritu, siempre se dirige al Padre desde el Corazón resucitado de Cristo.

Expresiones magisteriales recientes

78. De formas diferentes el Corazón de Cristo estuvo presente en la historia de la espiritualidad cristiana. En la Biblia y en los primeros siglos de la Iglesia aparecía bajo la figura del costado herido del Señor, sea como fuente de la gracia, sea como un llamado a un encuentro íntimo de amor. Así re- apareció constantemente en el testimonio de mu-

64 Homilía, Visita al Policlínico Gemelli y a la Facultad de Medicina de la Università Cattolica del Sacro Cuore (27 junio 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 julio 2014), p. 11.
65 Cf. Ef 1,5.7; 2,18; 3,12.
66 Cf. Ef 2,5.6; 4,15.
67 Cf. Ef 1,3.4.6.7.11.13.15; 2,10.13.21.22; 3,6.11.21.
68 Mensaje con motivo del centenario de la consagración del género
humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII, Varsovia (11 junio 1999): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (2 julio 1999), p. 6.
50

chos santos hasta el día de hoy. En los últimos siglos esta espiritualidad fue tomando forma como un verdadero culto al Corazón del Señor.

79. Varios de mis predecesores se han referido al Corazón de Cristo e invitaron a unirse a él con lenguajes muy diversos. A fines del siglo XIX, León XIII nos invitaba a consagrarnos a él y en su propuesta unía al mismo tiempo el lla- mado a la unión con Cristo y la admiración ante el esplendor de su infinito amor.69 Unos treinta años después Pío XI presentaba esta devoción como una suma de la experiencia de fe cristiana.70 Más aún, Pío XII sostuvo que el culto al Sagrado Corazón expresa de modo excelente, como una sublime síntesis, nuestro culto a Jesucristo.71
69 « Puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen expresa de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos incita a devolverle amor por amor, es natural que nos consagremos a este corazón tan santo. Obrar así, es darse y unirse a Jesucristo [...]. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el Corazón sacratísimo de Jesús, sobre el que se levanta la cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres ». leóN xiii, Carta enc. Annum Sacrum (25 mayo 1899): ASS 31 (1898-99), 649, 651.
70 « En este faustísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? ». pÍo xi, Carta enc. Miserentissimus Redemptor (8 mayo 1928), 3: AAS 20 (1928), 167.
71 « Es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al amor

80. Más recientemente, san Juan Pablo II pre- sentó el desarrollo de este culto en los siglos pasados como una respuesta ante el crecimien- to de formas rigoristas y desencarnadas de es- piritualidad que olvidaban la misericordia del Señor, pero, al mismo tiempo, como un llamado actual ante un mundo que pretende construirse sin Dios: «La devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos si- glos, bajo el impulso de las experiencias místicas de santa Margarita María Alacoque, fue la res- puesta al rigorismo jansenista, que había acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. [...] El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor ».72

81. Benedicto XVI invitaba a reconocer el Co- razón de Cristo como presencia íntima y cotidia- na en la vida de cada uno: « Toda persona necesi-
del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. [...] En él podemos considerar no sólo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. [...] Jesucristo expresamente y en repetidas veces mostró su Corazón como el símbolo más apto para estimular a los hombres al conocimiento y a la esti- ma de su amor; y al mismo tiempo lo constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos». pÍo xii, Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 2, 24, 26: AAS 48 (1956), 311, 336, 340.

72 Catequesis (8 junio 1994), 2: L’Osservatore Romano, ed. se- manal en lengua española (10 junio 1994), p. 3.

ta tener un “centro” de su vida, un manantial de verdad y de bondad del cual tomar para afrontar las diversas situaciones y la fatiga de la vida dia- ria. Cada uno de nosotros, cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón, sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe y, sin embargo, mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo ».73

Profundización y actualidad

82. La imagen expresiva y simbólica del Co- razón de Cristo no es el único recurso que nos da el Espíritu Santo para encontrar el amor de Cristo, y siempre necesitará ser enriquecida, ilu- minada, renovada gracias a la meditación, la lec- tura del Evangelio y la maduración espiritual. Ya decía Pío XII que la Iglesia no pretende que « en el Corazón de Jesús se haya de ver y adorar la que llaman imagen formal, es decir, la representación perfecta y absoluta de su amor divino, pues no es posible representar adecuadamente con ninguna imagen criada la íntima esencia de este amor ».74

83. Nuestra devoción al Corazón de Cristo es algo esencial a la propia vida cristiana en la medi- da en que significa nuestra apertura, llena de fe y
73 Ángelus (1 junio 2008): L’Osservatore Romano, ed. sema- nal en lengua española (6 junio 2008), p. 1.
74 Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 28: AAS 48 (1956), 344.

de adoración, ante el misterio del amor divino y humano del Señor, hasta el punto que podemos sostener una vez más que el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio.75 Hay que recordar que las visiones o manifestaciones místicas narradas por algunos santos que propusieron con pasión la devoción al Corazón de Cristo, no son algo que los creyentes estén obligados a creer como si fuera la Palabra de Dios.76 Son bellos estímulos que pueden motivar y hacer mucho bien, aun- que nadie debe sentirse forzado a seguirlos si no constata que le ayudan en su camino espiritual. No obstante, es importante tener presente, como afirmaba Pío XII, que no puede decirse que este culto « deba su origen a revelaciones privadas ».77

84. La propuesta de la comunión eucarística los primeros viernes de cada mes, por ejemplo, era un fuerte mensaje en un momento en que mucha gente dejaba de comulgar porque no con- fiaba en el perdón divino, en su misericordia, y consideraba la comunión como una especie de premio para los perfectos. En ese contexto jan- senista, la promoción de esta práctica hizo mu-

75 Cf. ibíd., 24: AAS 48 (1956), 336.
76 « El valor de las revelaciones privadas es esencialmente
diferente al de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe [...]. Una revelación privada [...] es una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla ». beNedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini (30 septiembre 2010), 14: AAS 102 (2010), 696.
77 Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 26: AAS 48 (1956), 340.

cho bien, ayudando a reconocer en la Eucaristía el amor gratuito y cercano del Corazón de Cristo que nos llama a la unión con él. Podemos afirmar que hoy también haría mucho bien por otra ra- zón: porque en medio de la vorágine del mundo actual y de nuestra obsesión por el tiempo libre, el consumo y la distracción, los teléfonos y las redes sociales, olvidamos alimentar nuestra vida con la fuerza de la Eucaristía.

85. Del mismo modo, nadie debe sentirse obli- gado a realizar una hora de adoración los días jueves. Pero, ¿cómo no recomendarla? Cuando alguien vive con fervor esta práctica junto con tantos hermanos y encuentra en la Eucaristía todo el amor del Corazón de Cristo, « adora jun- tamente con la Iglesia el símbolo y como la huella de la Caridad divina, la cual llegó también a amar con el Corazón del Verbo Encarnado al género humano ».78

86. Lo dicho era difícilmente comprendido por muchos jansenistas, que miraban con desprecio todo lo que fuera humano, afectivo, corpóreo, y en definitiva entendían que esta devoción nos alejaba de la purísima adoración al Dios altísimo. Pío XII llamó « falso misticismo »79 a esta actitud elitista de algunos grupos que veían a Dios tan alto, tan separado, tan distante, que consideraban

78 Ibíd., 28: AAS 48 (1956), 344. 79 Ibíd.

peligrosas y necesitadas de un control eclesiásti- co las expresiones sensibles de la piedad popular.

87. Podría sostenerse que hoy, más que al jan- senismo, nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios. A ello se suma que se multiplican en la sociedad diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una “espiritualidad sin carne”. Es verdad. Sin embar- go, debo advertir que dentro de la misma Iglesia renació con nuevos rostros el dañino dualismo jansenista. Ha tomado renovada fuerza en las últimas décadas, pero es una manifestación de aquel gnosticismo que ya dañaba la espiritualidad en los primeros siglos de la fe cristiana, y que ignoraba la verdad de “la salvación de la carne”. Por esta razón vuelvo la mirada al Corazón de Cristo e invito a renovar su devoción. Espero que pueda ser atractiva también para la sensibi- lidad actual y de ese modo nos ayude a enfrentar estos viejos y nuevos dualismos a los cuales él ofrece una respuesta adecuada.

88. Quisiera agregar que el Corazón de Cris- to nos libera al mismo tiempo de otro dualismo: el de comunidades y pastores concentrados sólo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, diversas propuestas que se presentan como formalidades que a veces se pretende imponer a to- dos. Esto con frecuencia deriva en un cristianis- mo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cris- to, la estremecida gratitud por la amistad que él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida. Se trata de otra forma de engañoso trascen- dentalismo, igualmente desencarnado.

89. Estas enfermedades tan actuales, de las cua- les, cuando nos hemos dejado atrapar, ni siquiera sentimos el deseo de curarnos, me mueven a pro- poner a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón santo. Allí podemos encontrar el Evangelio en- tero, allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos.

90. Ante el Corazón de Cristo es posible volver a la síntesis encarnada del Evangelio y vivir aque- llo que propuse poco tiempo atrás recordando a la entrañable santa Teresa del Niño Jesús: « La actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infi- nita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucris- to».80 Ella lo vivía con intensidad porque había
80 Exhort. ap. C’est la confiance (15 octubre 2023), 20: L’Os- servatore Romano, ed. semanal en lengua española (20 octubre 2023), p. 4.

descubierto en el Corazón de Cristo que Dios es amor: « A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas».81 Por eso la oración más popular, dirigida como un dardo al Corazón de Cristo, dice simplemente: «En Ti confío».82 No hacen falta más palabras.

91. En los próximos capítulos destacaremos dos aspectos fundamentales que hoy debería reu- nir la devoción al Sagrado Corazón para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero.

81 Ms A, 83vo, en saNta teresa del Niño Jesús y de la saNta faz, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 2006, 245.
82 s. marÍa faustiNa KowalsKa, Diario, 47 (22 febrero 1931), Marian Press, Stockbridge 2012, 46.

IV. AMOR QUE DA DE BEBER

92. Volvamos a las Sagradas Escrituras, a los textos inspirados que son el principal lugar don- de encontramos la Revelación. En ellas y en la Tradición viva de la Iglesia está lo que el mismo Señor ha querido decirnos para toda la historia. A partir de la lectura de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, recogeremos algunos efec- tos de la Palabra en el largo camino espiritual del Pueblo de Dios.
sed del amor de dios

93. La Biblia muestra que al pueblo que había caminado por el desierto y que esperaba la libe- ración, se le anunciaba una abundancia de agua vivificante: « Sacarán agua con alegría de las fuen- tes de la salvación » (Is 12,3). Los anuncios mesiá- nicos fueron tomando la forma de un manantial de agua purificadora: « Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados [...] pondré en ustedes un espíritu nuevo» (Ez 36,25-26). Es el agua que devolverá al pueblo una existencia ple- na, como una fuente que brota del templo y de- rrama vida y salud a su paso: «Vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una in- mensa arboleda. [...] Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes [...] cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente » (Ez 47,7.9).

94. La fiesta judía de las Tiendas (Sukkot), que recordaba los cuarenta años en el desierto, poco a poco había asumido el símbolo del agua como un elemento central, e incluía un rito de ofrenda de agua cada mañana, que se volvía muy solemne el último día de la fiesta: se realizaba una gran procesión hacia el templo donde finalmente se daban siete vueltas en torno al altar y se ofren- daba a Dios el agua en medio de gran algarabía.83

95. El anuncio de la llegada del tiempo mesiá- nico se presentaba como una fuente abierta para el pueblo: «Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán hacia mí [...] al que ellos traspasaron [...]. Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza » (Zc 12,10; 13,1).

96. Un traspasado, una fuente abierta, un espí- ritu de gracia y de oración. Los primeros cristia- nos inevitablemente veían cumplida esta promesa en el costado abierto de Cristo, fuente de donde mana la vida nueva. Recorriendo el Evangelio de

83 Cf. Mišna Sukkâ IV, 5.9. 60

Juan vemos cómo aquella profecía se veía plas- mada en Cristo. Contemplamos su costado abier- to, de donde brotó el agua del Espíritu: « Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua » (Jn 19,34). Allí el evangelista añade: « Verán al que ellos mismos traspasaron» (Jn 19,37). Retoma así aquel anun- cio del profeta que prometía al pueblo una fuen- te abierta en Jerusalén, cuando ellos mirarían al traspasado (cf. Zc 12,10). La fuente abierta es el costado herido de Jesucristo.

97. Advertimos que el mismo Evangelio anun- ciaba ese momento sagrado, precisamente «el último día, el más solemne de la fiesta» de las Tiendas (Jn 7,37). Allí Jesús gritó al pueblo que celebraba en la gran procesión: «El que tenga sed, venga a mí; y beba [...] de su seno brota- rán manantiales de agua viva» (Jn 7,37-38). Para ello debía llegar su “hora”, porque Jesús « aún no había sido glorificado» (Jn 7,39). Todo se cum- plió en la fuente desbordante de la Cruz.

98. En el libro del Apocalipsis reaparecen tanto el Traspasado: « todos lo verán, aun aquellos que lo habían traspasado» (Ap 1,7), como la fuente abierta: «Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida » (Ap 22,17).

99. El costado traspasado es al mismo tiempo la sede del amor, un amor que Dios declaró a su pueblo con tantas palabras diferentes que vale la pena recordar:
«Eres de gran precio a mis ojos, [...] eres valioso, y yo te amo » (Is 43,4).
«¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella te olvide, yo no te olvidaré! Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos » (Is 49,15-16).
«Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alian- za de paz no vacilará » (Is 54,10).
«Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad » (Jr 31,3).
«¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a cau- sa de ti, te renueva con su amor, y lanza por ti gritos de alegría » (So 3,17).

100. El profeta Oseas llega a hablar del corazón de Dios, ese que « los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor » (Os 11,4). Por ese mismo amor despreciado podía decir: «Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura » (Os 11,8). Pero allí siempre vencerá la misericor- dia (cf. Os 11,9), que llegará a su máxima expre- sión en Cristo, la palabra definitiva de amor.

101. En el Corazón traspasado de Cristo se concentran escritas en carne todas las expresio- nes de amor de las Escrituras. No es un amor que simplemente se declara, sino que su costa- do abierto es manantial de vida para los amados, es aquella fuente que sacia la sed de su pueblo. Como enseñaba san Juan Pablo II, « los elemen- tos esenciales de esta devoción pertenecen, de manera permanente, a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda su historia; pues desde el principio la Iglesia ha dirigido su mirada al Co- razón de Cristo traspasado en la cruz ».84

Resonancias de la palabra en la Historia

102. Veamos algunos efectos que esta Palabra de Dios ha producido en la historia de la fe cris- tiana. Varios Padres de la Iglesia, sobre todo del Asia Menor, mencionaban la herida del costado de Jesús como el origen del agua del Espíritu: la Palabra, su gracia y los sacramentos que la co- munican. La fortaleza de los mártires vive de « la fuente celestial del agua viva que brota de la entraña de Cristo »,85 o, como traduce Rufino, de « las celestiales y eternas fuentes que proceden de la entraña de Cristo ».86 Los creyentes, que rena- cimos por el Espíritu, venimos de esa caverna de la roca, «hemos salido del vientre de Cristo».87 Su costado herido, que interpretamos como su corazón, está lleno del Espíritu Santo y desde

84 Carta al Prepósito general de la Compañía de Jesús, Pa- ray-le-Monial (5 octubre 1986): L’Osservatore Romano, ed. sema- nal en lengua española (19 octubre 1986), p. 4.
85 Acta de los mártires de Lyon, en eusebio de cesarea, His- toria eclesiástica, libro 5, c. 1, 22, BAC, Madrid 2008, 272.
86 rufiNo, libro 5, c. 1, 22: GCS 9/1, Eusebius, II, 1, 411.
87 s. JustiNo, Dial. 135: PG 6, 787.

él llega a nosotros como ríos de agua viva: «La fuente del Espíritu está enteramente en Cristo ».88 Pero el Espíritu que recibimos no nos aleja del Señor resucitado sino que nos llena de él, porque bebiendo del Espíritu bebemos al mismo Cristo: «Bebe a Cristo porque él es la roca que derrama agua. Bebe a Cristo porque él es la fuente de la vida. Bebe a Cristo porque él es el río cuya fuerza alegra a la ciudad de Dios. Bebe a Cristo porque él es la paz. Bebe a Cristo, porque de su seno fluye agua viva ».89

103. San Agustín abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor. Es decir, para él el pecho de Cristo no es solamente la fuente de la gracia y de los sacramentos, sino que lo personaliza, pre- sentándolo como símbolo de la unión íntima con Cristo, como lugar de un encuentro de amor. Allí está el origen de la sabiduría más preciosa, que es conocerle a él. En efecto, Agustín escribe que Juan, el amado, cuando en la última cena apo- yó su cabeza sobre el pecho de Jesús, se reclinó sobre el santuario de la sabiduría.90 No estamos ante una mera contemplación intelectual de una verdad teológica. San Jerónimo explicaba que

88 NoVaciaNo, De Trinitate, 29: PL 3, 944. Cf. s. GreGorio de elVira, en Tractatus Origenis de libris Sanctarum Scripturarum, XX, 12: CCSL 69, 144.
89 s. ambrosio, Expl. Ps. I, 33: PL 14, 983-984.
90 Cf. Tract. in Ioann. 61, 6, en Obras de San Agustín, XIV,
Tratados sobre el Evangelio de san Juan (36-124), BAC, Madrid 1957, 339.

una persona capaz de contemplación «no goza del placer de los baños, pero bebe de la vida del costado del Señor ».91

104. San Bernardo retomó el simbolismo del costado traspasado del Señor entendiéndolo explí- citamente como revelación y donación del amor de su Corazón. A través de la llaga se nos vuelve accesible y podemos hacer propio el gran miste- rio del amor y de la misericordia: « Yo, empero, lo que no hallo en mí mismo búscolo confiado en las entrañas del Salvador, rebosantes de bondad y misericordia, la cual van derramando por los di- versos agujeros de su cuerpo sacratísimo, pues sus enemigos taladraron sus pies y manos y abrieron con lanza su costado; por estas aberturas puedo yo sacar miel de la piedra y óleo suave del peñasco durísimo; puedo gustar y ver cuán suave y dulce es el Señor. [...] El hierro cruel atravesó su alma e hi- rió su corazón, a fin de que supiese compadecerse de mis flaquezas. El secreto de su corazón se está viendo por las aberturas de su cuerpo; podemos ya contemplar ese sublime misterio de la bondad infinita de nuestro Dios ».92

105. Esto reaparece de modo especial en Gui- llermo de Saint-Thierry quien invitaba a entrar en el Corazón de Jesús, que nos alimenta en su propio pecho.

91 Carta 3, A Rufino, 4, en s. JeróNimo, Obras completas, Xa, Epistolario I, BAC, Madrid 2013, 18-19.
92 Sermón 61, 4, en s. berNardo, Obras completas, II, BAC, Madrid 1955, 405.
93 No llama la atención, si recorda- mos que para este autor «el arte de las artes es el arte del amor [...]. El amor es donado por el crea- dor de la naturaleza [...]. El amor es una fuerza del alma que, como un peso natural, la conduce a su lugar o fin ».94 Ese lugar que le es propio, donde reina el amor en plenitud, es el Corazón de Cristo: «¿A dónde llevas, Señor, a los que abrazas y es- trechas sino a tu corazón? Tu corazón es el dulce maná de tu divinidad que guardas en el interior, oh Jesús, en la urna de oro (cf. Hb 9,4) de su sapien- tísima alma. Dichosos aquellos a los que el abrazo los atrae hasta ahí. Dichosos los que escondiste en lo oculto de aquel secreto, en tu corazón ».95
106. San Buenaventura une las dos líneas es- pirituales en torno al Corazón de Cristo: al mis- mo tiempo que lo presenta como la fuente de los sacramentos y de la gracia, propone que esta contemplación se convierta en una relación de amigos, en un encuentro personal de amor.

107. Por una parte, nos ayuda a reconocer la belleza de la gracia y de los sacramentos que ma- nan de esa fuente de vida que es el costado he- rido del Señor: «Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se

93 Cf. Exposición sobre el Cantar de los Cantares, Sígueme, Sa- lamanca 2013, 79.
94 Guillermo de saiNt-tHierry, Acerca de la naturaleza y la dignidad del amor, Sígueme, Salamanca 2023, 13.
95 Íd., Oraciones meditadas 8, 6, en Carta de oro y oraciones meditadas, Monte Carmelo, Burgos 2013, 232.

cumpliese la Escritura que dice: mirarán al que traspasaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna ».96

108. Luego nos invita a dar otro paso, para que el acceso a la gracia no se convierta en algo mágico, o en una suerte de emanación de tipo neoplatónico, sino en una relación directa con Cristo, habitando en su Corazón, porque quien bebe es un amigo de Cristo, es un corazón amante: «Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima ».97

La difusión de la devoción al corazón de cristo

109. Poco a poco el costado herido, donde resi- de el amor de Cristo, del cual a su vez mana la vida

96 s. bueNaVeNtura, Jesucristo, árbol de la vida, 30, en Obras de San Buenaventura, II, BAC, Madrid 1946, 331.
97 Ibíd.

de la gracia, fue asumiendo la figura del corazón, especialmente en la vida monástica. Sabemos que a lo largo de la historia el culto al Corazón de Cristo no se manifestó de idéntica manera, y que los aspectos desarrollados en la modernidad, re- lacionados con diversas experiencias espirituales, no se pueden extrapolar a las formas medievales y menos aún a las formas bíblicas donde entre- vemos semillas de este culto. No obstante, hoy la Iglesia no desprecia nada de todo lo bueno que el Espíritu Santo nos regaló a lo largo de los siglos, sabiendo que siempre será posible reconocer un significado más claro y pleno a ciertos detalles de la devoción, o comprender y desplegar nuevos aspectos de la misma.

110. Varias santas mujeres han narrado ex- periencias de su encuentro con Cristo, caracte- rizado por el reposo en el Corazón del Señor, fuente de vida y de paz interior. Así sucedió a santa Lutgarda, a santa Matilde de Hackeborn, a santa Ángela de Foligno, a Juliana de Norwich, entre otras. Santa Gertrudis de Helfta, religiosa cisterciense, narró un momento de oración en el cual reclinó la cabeza en el Corazón de Cristo y escuchó sus latidos. En un diálogo con san Juan Evangelista le preguntó por qué en su Evange- lio él no había hablado de lo que vivió cuando tuvo esa misma experiencia. Concluye Gertrudis que « la dulzura de esos latidos se reservó para los tiempos modernos, de manera que, escuchándo- los, pueda renovarse el mundo envejecido y tibioen el amor de Dios ».98 ¿Podríamos pensar que es un anuncio referido a nuestros tiempos, un lla- mado a reconocer cómo se ha vuelto “viejo” este mundo, necesitado de percibir el mensaje siem- pre nuevo del amor de Cristo? Santa Gertrudis y santa Matilde han sido consideradas entre « las confidentes más íntimas del Sagrado Corazón ».99

111. Los monjes cartujos, alentados sobre todo por Ludolfo de Sajonia, encontraron en la devo- ción al Sagrado Corazón un camino para llenar de afecto y cercanía su relación con Jesucristo. Quien entra por la herida de su Corazón es infla- mado de afecto. Santa Catalina de Siena escribió que los sufrimientos que el Señor soportó no son algo que podamos presenciar, pero que el Cora- zón abierto de Cristo es para nosotros la posibili- dad de un encuentro actual y personal con tanto amor: « Por eso quise que vieseis el secreto de mi corazón mostrándotelo abierto, para que vieses que yo amaba más que lo que podían demostra- ros mis sufrimientos finitos ».100

112. La devoción al Corazón de Cristo trascen- dió progresivamente la vida monástica, y colmó la

98 S. Gertrudis de Helfta, en Revelaciones de Santa Gertru- dis la Magna, virgen de la Orden de San Benito, Monasterio de Santo Domingo de Silos, Burgos 1932, 415.
99 léoN deHoN, Directoire spirituel des prêtres du Sacré Cœur de Jésus, II, cap. VII, n. 141, Anciens Etablissement Splichal, Turnhout 1936.
100 El Diálogo, 75, en Obras de Santa Catalina de Siena, BAC, Madrid 1996, 183.

espiritualidad de santos maestros, predicadores y fundadores de congregaciones religiosas que la di- fundieron en los más remotos lugares de la tierra.101

113. De particular interés fue la iniciativa de san Juan Eudes, quien «después de dar con sus misioneros una fervorosísima misión en Rennes, logró que el señor obispo aprobara en aquella Diócesis la celebración de la fiesta del Corazón adorable de Nuestro Señor Jesucristo. Esta fue la primera vez que en la Iglesia se autorizó esta fies- ta oficialmente. Después, los obispos de Coutan- ces, de Evreux, de Bayeux, de Lisieux, de Ruan, autorizaron para sus Diócesis respectivas la mis- ma fiesta entre los años 1670 y 1671 ».102

San Francisco de Sales

114. En los tiempos modernos cabe destacar el aporte de san Francisco de Sales. Él contemplaba frecuentemente el Corazón abierto de Cristo, que invita a habitar en su interior en una relación per- sonal de amor donde se iluminan los misterios de la vida. Se advierte en el pensamiento de este santo doctor cómo, frente a una moral rigorista o a una religiosidad del mero cumplimiento, el Corazón de Cristo se le presentaba como un lla-

101 Cf. Por ejemplo: aNGelus walz, De veneratione divini cordis Iesu in Ordine Praedicatorum, Pontificium Institutum Ange- licum, Roma 1937.
102 rafael GarcÍa Herreros, San Juan Eudes, Imprenta Olivieres y Domínguez, Bogotá 1943, 42.

mado a la plena confianza en la acción misteriosa de su gracia. Así lo expresaba en su propuesta a la baronesa de Chantal: « Estoy seguro de que no permaneceremos más en nosotros mismos [...] habitaremos para siempre en el costado herido del Salvador, pues sin él no sólo no podemos, sino aunque pudiéramos, no querríamos hacer nada ».103

115. Para él, la devoción estaba lejos de con- vertirse en una forma de superstición o en una indebida objetivación de la gracia, porque signifi- caba la invitación a una relación personal donde cada uno se siente único frente a Cristo, tenido en cuenta en su realidad irrepetible, pensado por Cristo y valorado de un modo directo y exclusi- vo: «Este corazón muy adorable y muy amable de Nuestro Maestro ardiendo del amor que nos profesa, corazón en el que vemos todos nuestros nombres escritos [...]. Ciertamente es asunto de grandísimo consuelo que seamos amados tan en- trañablemente por Nuestro Señor que nos lleva siempre en su Corazón».104 Ese nombre propio escrito en el Corazón de Cristo era el modo como san Francisco de Sales intentaba simbolizar has- ta qué punto el amor de Cristo hacia cada uno

103 Carta a santa Juana Francisca de Chantal (24 abril 1610), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 14, Cartas, vol. 4, Monas- tère de la Visitation, Annecy 1906, 289.
104 Sermón en el segundo domingo de Cuaresma (20 febrero 1622), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 10, Sermones, vol. 4, Niérat, Annecy 1898, 243-244.
71

no es abstracto o genérico sino que implica una personalización donde el creyente se siente valo- rado y reconocido por sí mismo: «¡Qué hermoso es este Cielo ahora que el Salvador es su sol y el pecho de él una fuente de amor de la cual los bienaventurados beben según su deseo! Cada uno va a mirar allí dentro y ve su nombre escrito con caracteres de amor, que sólo el verdadero amor puede leer y que el verdadero amor ha grabado. ¡Ah Dios! mi querida hija, ¿acaso los nuestros no estarán allí? Sí estarán, sin duda; pues, por más que nuestro corazón no tiene el amor, tiene no obstan- te el deseo del amor y el comienzo del amor ».105

116. Él consideraba dicha experiencia como algo fundamental para una vida espiritual que colocaba esta convicción entre las grandes verdades de fe: «Sí mi querida Hija, piensa en vos, y no solamente en vos, sino en el más míni- mo cabello de vuestra cabeza: es un artículo de fe y en modo alguno hay que dudar de él ».106 Esto tiene como consecuencia que el creyente se vuel- ve capaz de un completo abandono en el Cora- zón de Cristo, donde encuentra reposo, consuelo, fortaleza: « ¡Oh Dios! qué felicidad estar así entre los brazos y sobre el pecho [del Salvador]. [...] Permaneced así, querida Hija, y como otro pe-

105 Carta a santa Juana Francisca de Chantal (31 mayo 1612), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 15, Cartas, vol. 5, Monas- tère de la Visitation, Annecy 1908, 221.
106 Carta a Marie Aimée de Blonay (18 febrero 1618), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 18, Cartas, vol. 8, Monastère de la Visitation, Annecy 1912, 170-171.

queño san Juan, mientras que los otros comen en la mesa del Salvador distintas viandas, descansad por un gesto de simplísima confianza, vuestra ca- beza, vuestra alma, vuestro espíritu en el pecho amoroso de este querido Señor ».107 « Espero que estaréis en la caverna de la tórtola y en el costa- do traspasado de nuestro querido Salvador. [...] ¡Qué bueno es este Señor, mi querida Hija! ¡Qué amable es su Corazón! Permanezcamos aquí, en este santo domicilio ».108

117. Pero, fiel a su enseñanza sobre la santi- ficación en la vida ordinaria, propone que esto sea vivido en medio de las actividades, las tareas y las obligaciones de la vida cotidiana: «¿Me preguntáis cómo las almas que son atraídas en la oración a esta santa simplicidad y a este perfecto abandono en Dios deben comportarse en todas sus acciones? Yo contesto que, no solamente en la oración, sino en el comportamiento de toda su vida, deben andar invariablemente en espíritu de simplicidad, abandonando y entregando toda su alma, sus acciones y sus éxitos a la voluntad de Dios, con un amor de perfecta y absoluta confianza, abandonándose a la gracia y al cuidado del amor eterno que la divina Providencia siente por ellas ».109

107 Carta a santa Juana Francisca de Chantal (fines de no- viembre 1609), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 14, 214.
108 Ibíd. (aprox. 25 febrero 1610), 253.
109 Entretenimientos espirituales 12. Sobre la sencillez y la pru-
dencia religiosas, en Œuvres de Saint François de Sales, t. 6, Niérat, Annecy 1895, 217.

118. Por todo esto, a la hora de pensar en un símbolo que pudiera sintetizar su propuesta de vida espiritual, concluye: «He pensado, querida Madre, si os parece, que es menester que tome- mos como escudo un único corazón traspasado por dos flechas encerrado en una corona de es- pinas ».110

Una nueva declaración de amor

119. Bajo el sano influjo de esta espiritualidad salesa los acontecimientos de Paray-le-Monial tu- vieron lugar a finales del siglo XVII. Santa Mar- garita María Alacoque narró importantes apari- ciones entre finales de diciembre de 1673 y junio de 1675. Lo fundamental es una declaración de amor que se destaca en la primera gran aparición. Jesús dice: «Mi divino Corazón está tan apasio- nado de amor por los hombres, y por ti en parti- cular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso co- municarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros, que te descubro ».111

120. Santa Margarita María resume todo de una manera potente y fervorosa: « Me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos

110 Carta a santa Juana Francisca de Chantal (10 junio 1611), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 15, 63.
111 s. marGarita marÍa alacoQue, Autobiografía, c. IV, El Mensajero, Bilbao 1890, 106-107.

inexplicables de su Corazón Sagrado, que has- ta entonces me había tenido siempre ocultos. Aquí me los descubrió por vez primera; pero de un modo tan operativo y sensible, que, a juz- gar por los efectos producidos en mí por esta gracia, no me deja motivo alguno de duda».112 En las siguientes manifestaciones se reafirma la hermosura de este mensaje: «Me descubrió las maravillas inexplicables de su amor puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres ».113

121. Este intenso reconocimiento del amor de Jesucristo que nos transmitió santa Margarita María nos ofrece valiosos estímulos para nuestra unión con él. Eso no significa que nos sintamos obligados a aceptar o asumir todos los detalles de esa propuesta espiritual, donde, como sue- le ocurrir, se mezclan con la acción divina ele- mentos humanos relacionados con los propios deseos, inquietudes e imágenes interiores.114 Tal propuesta, siempre tiene que ser releída a la luz del Evangelio y de toda la rica tradición espiritual de la Iglesia, al mismo tiempo que reconocemos cuánto bien ha hecho en tantas hermanas y en tantos hermanos. Esto nos permite reconocer

112 Ibíd., 106.
113 Ibíd., c. V, 114.
114 Cf. dicasterio para la doctriNa de la fe, Normas
para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales
(17 mayo 2024), Presentación – Motivos para la nueva redac- ción de las Normas; I, A, 12.

regalos del Espíritu Santo dentro de dicha ex- periencia de fe y de amor. Más importante que los detalles es el núcleo del mensaje que se nos transmite y que puede resumirse en aquellas pa- labras que santa Margarita escuchó: « He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor ».115

122. Esta manifestación es una invitación a un crecimiento en el encuentro con Cristo, gracias a la confianza sin reservas, hasta alcanzar una unión plena y definitiva: «Es preciso que el Divino Corazón de Jesús se sustituya de tal modo en lugar del nuestro, que Él solo viva y obre en nosotras y por nosotras; que su voluntad [...] pueda obrar absolutamente sin resistencia de nuestra parte; y en fin, que sus afectos, sus pensamientos y deseos estén en lugar de los nuestros y sobre todo su amor, que se amará Él mismo en nosotras y por nosotras. Y de este modo, siéndonos este amable Corazón todo en todas las cosas, podremos decir con San Pablo, que no vivimos ya, sino que vive Él en nosotras ».116

123. En realidad, en el primer mensaje recibi- do por ella, presentaba esta vivencia de un modo

115 Autobiografía, c. VIII, 187.
116 s. marGarita marÍa alacoQue, Carta 110, A la Her-
mana de la Barge, Moulins (22 octubre 1689), en Vida y Obras completas, El Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao 1948, 400.

más personal, más concreto, lleno de fuego y de ternura: «Me pidió después el corazón, y yo le supliqué que le tomase. Le tomó e introdujo en su Corazón adorable, en el cual me le mostró como un pequeño átomo, que se consumía en aquel horno encendido ».117

124. En otro momento advertimos que quien se nos entrega es el Cristo resucitado, lleno de gloria, pleno de vida y de luz. Si bien en distintos momentos habla de los sufrimientos que soportó por nosotros y de la ingratitud que recibe, aquí no se destacan la sangre y las llagas sufrientes, sino la luz y el fuego del Viviente. Las heridas de la Pasión, que no desaparecen, quedan trans- figuradas. Así, aquí se expresa el Misterio de la Pascua en su integridad: «Una vez entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento [...] se me presentó Jesucristo, mi divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Abrióse este y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde procedían semejantes llamas. Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su amor puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres,

117 Íd., Autobiografía, c. IV, 107.

de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios ».118

San Claudio de la Colombière

125. Cuando san Claudio de La Colombière co- noció las experiencias de santa Margarita, inme- diatamente se convirtió en su defensor y divulga- dor. Él tuvo un papel especial en la comprensión y en la difusión de esta devoción al Sagrado Co- razón, pero también en su interpretación a la luz del Evangelio.

126. Si bien algunas de las expresiones de san- ta Margarita, mal entendidas, podían dar lugar a confiar demasiado en los propios sacrificios y ofrendas, san Claudio evidencia que la contem- plación del Corazón de Cristo, si es auténtica, no provoca una complacencia en uno mismo o una vanagloria en experiencias o en esfuerzos huma- nos, sino un indescriptible abandono en Cristo que llena la vida de paz, de seguridad, de deci- sión. Él expresaba muy bien esta confianza abso- luta en una célebre oración:
« Estoy tan convencido, Dios mío, de que ve- las sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti to- das las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes [...]. No por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta
118 Ibíd., c. V, 114-115. 78

el postrer suspiro de mi vida y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno por arrancármela [...]. Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus talentos; que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza [...]. Confianza semejante jamás salió fallida a nadie. [...] Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero fir- memente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero ».119

127. San Claudio escribió una nota en enero de 1677, encabezada por unas líneas que se refieren a la seguridad que él sentía sobre su propia misión: «He reconocido que Dios quiere servirse de mí, procurando el cumplimiento de sus deseos respec- to a la devoción que me ha sugerido una persona, a quien Él se comunica muy confidencialmente y para la cual ha querido servirse de mi flaqueza. Ya la he inspirado a muchas personas ».120

128. Es importante advertir cómo en la espiri- tualidad de La Colombière se produce una her- mosa síntesis entre la rica y bella experiencia es-

119 s. claudio de la colombière, Acto de confianza, en Es- critos Espirituales del beato Claudio de La Colombière, S.J., Mensajero, Bilbao 1979, 110.
120 Ibíd., Ejercicios espirituales en Londres (1-8 febrero 1677), 11, Devoción al Sagrado Corazón, 103-104.

piritual de santa Margarita y la contemplación tan concreta de los Ejercicios ignacianos. Él escribía al inicio de la Tercera Semana del mes de Ejerci- cios: « Dos cosas me han conmovido sumamen- te y me han tenido ocupado todo el tiempo. La primera es la disposición con que sale Jesucristo al encuentro de los que le buscan [...]. Su cora- zón está anegado en un mar de amarguras: todas las pasiones se han desencadenado en su interior, toda la naturaleza está desconcertada, y a través de estos desórdenes y de todas estas tentaciones, su Corazón va derecho a Dios, no da un paso en falso, no vacila en tomar el partido que la virtud y la más alta virtud le sugiere. [...] La segunda cosa es la disposición de este mismo Corazón con res- pecto a Judas, que le traicionaba; a los Apóstoles, que cobardemente le abandonaban; a los Sacer- dotes y a los demás, que eran los autores de la persecución que sufría. Es cierto que todo ello no fue capaz de excitar en Él el menor resentimiento de odio ni de indignación [...]. Me represento, pues, a este Corazón sin hiel, sin acritud, lleno de verdadera ternura para con sus enemigos ».121

San  Carlos de foucauld y Santa Teresa del Niño Jesús

129. San Carlos de Foucauld y santa Teresa del Niño Jesús, sin pretenderlo, han reconfigurado
121 Ibíd., Ejercicios espirituales en Lyon (oct.-nov. 1674), Ter- cera Semana, 2, Prendimiento de Jesucristo, 71.

algunos elementos de la devoción al Corazón de Cristo, ayudándonos a entenderla de un modo todavía más fiel al Evangelio. Veamos ahora cómo se expresó en sus vidas esta devoción. En el próximo capítulo volveremos a ellos para mos- trar la originalidad de la dimensión misionera que ambos desarrollaron de modos diversos.
Iesus Caritas

130. En Louye, san Carlos de Foucauld hacía visitas al Santísimo con su prima, Madame de Bondy, y un día ella le señaló una imagen del Sa- grado Corazón.122 Esta prima fue fundamental en la conversión de Carlos, tal como él lo reconoce: «Puesto que Dios te ha hecho el primer instru- mento de sus misericordias para conmigo, de ti proceden todas. Si tú no me hubieras convertido, llevado a Jesús y enseñado poco a poco, como letra a letra, todo lo que es piadoso y bueno, ¿es- taría hoy donde estoy? ».123 Pero precisamente, lo que ella despertó en él es la conciencia ardien- te del amor de Jesús. Allí estaba todo, eso era lo más importante. Y esto se concentraba particu- larmente en la devoción al Corazón de Cristo, donde él encontraba la misericordia sin límites:

122 Cf. Carta a Madame de Bondy (27 abril 1897), en Écrits spirituels, De Gigord, París 1923, 79.
123 Carta a Madame de Bondy (15 abril 1901), en Lettres à Madame de Bondy. De la Trappe à Tamanrasset, Desclée de Brouwer, París 1966, 83. Cf. ibíd. (abril 1909), 180: « Por ti conocí las expo- siciones del Santísimo, las bendiciones y el Sagrado Corazón ».

«Esperemos en la misericordia infinita de aquel cuyo corazón tú me hiciste conocer ».124

131. Luego su director espiritual, el abate Hen- ri Huvelin, le ayudará a profundizar ese precioso misterio: «Este corazón bendito del que usted me habló tantas veces ».125 El 6 de junio de 1889, Carlos se consagró al Sagrado Corazón, donde él hallaba un amor absoluto. Él le dice a Cristo: « Me habéis colmado de tales beneficios, que me parece sería ingratitud para con vuestro corazón no creer que está dispuesto a colmarme de todo bien, por grande que sea, y que su amor y su libe- ralidad no tienen medida».126 Él será el ermitaño « bajo el nombre del corazón de Jesús ».127

132. El 17 de mayo de 1906, el mismo día en que fray Carlos, solo, ya no puede celebrar la misa, escribe que promete «dejar vivir en mí el corazón de Jesús para que ya no sea yo quien viva, sino el corazón de Jesús quien viva en mí, como vivía en Nazaret ».128 Su amistad con Jesús, corazón a corazón, no tenía nada de un devocio- nalismo intimista. Era la raíz de esa vida despo-

124 Carta a Madame de Bondy (7 abril 1890), en Lettres à Ma- dame de Bondy, 30.
125 Carta al abate Huvelin (27 junio 1892), en C. foucauld - H. HuVeliN, Correspondance inédite, Desclée de Brouwer, Tournai 1957, 22.
126 Méditations sur Ancien Testament, Roma 1896.
127 Carta al abate Huvelin (16 mayo 1900), en C. foucauld
- H. HuVeliN, Correspondance inédite, 156.
128 Diario (17 mayo 1906). 82

jada de Nazaret con la cual Carlos quería imitar a Cristo y configurarse con él. Aquella tierna de- voción al Corazón de Cristo tuvo consecuencias muy concretas en su estilo de vida y su Nazaret se alimentaba de esa relación tan personal con el Corazón de Cristo.
Santa Teresa del Niño Jesús

133. Al igual que san Carlos de Foucauld, santa Teresa del Niño Jesús respiró la enorme devo- ción que inundaba Francia en el siglo XIX. El sacerdote Almire Pichon era el director espiritual de su familia y se le consideraba un gran apóstol del Sagrado Corazón. Una hermana suya tomó el nombre religioso “María del Sagrado Corazón”, y el monasterio al que la santa ingresó estaba de- dicado al Sagrado Corazón. No obstante, su de- voción tomó algunas características propias más allá de las formas como se expresaba en aquel momento.

134. Cuando tenía quince años encontró un modo de resumir su relación con Jesús: «Aquel cuyo corazón late al unísono con el mío ».129 Dos años después, cuando le hablaban de un Cora- zón coronado de espinas, ella agregaba en una carta: «Tú bien sabes que yo no veo al Sagrado Corazón como todo el mundo. Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como

129 Cta 67, A la señora de Guérin (18 noviembre 1888), 391. 83

el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara ».130

135. En una poesía ella expresó el sentido de su devoción, hecha más de amistad y confianza que de seguridad en los propios sacrificios:
« Yo quiero un corazón ardiente de ternura que me sirva de apoyo sin jamás vacilar, que todo lo ame en mí, incluso mi pobreza..., que nunca me abandone, ni me olvide jamás.
[...]
¡Yo necesito a un Dios de humanidad vestido, que se haga hermano mío y que pueda penar!
[...]
Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos
carecen de valor a tus divinos ojos [...]
por eso he escogido para mi purgatorio
tu amor consumidor, ¡Corazón de mi Dios! ».131

136.
der comprender el sentido de su devoción al Corazón de Cristo sea la carta que escribió, tres meses antes de morir, a su amigo Maurice Be- llière: «Cuando veo a Magdalena adelantarse,

130 Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), 449.
131 Poesía 23, Al Sagrado Corazón de Jesús (21 junio u octu-
bre 1895), 679-680.

Quizás el texto más importante para po-

en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación. Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor ».132

137. Las mentes eticistas, que pretenden llevar un control de la misericordia y de la gracia, dirían que ella podía expresar esto porque era santa, pero que no podría afirmarlo una persona peca- dora. De ese modo, quitan de la espiritualidad de santa Teresa del Niño Jesús su hermosa novedad que refleja el corazón del Evangelio. Lamentable- mente, se ha vuelto frecuente en algunos círcu- los cristianos este intento de encerrar al Espíritu Santo en un esquema que les permita tener todo bajo su supervisión. Sin embargo, esta sabia doc-

132 Cta 247, Al abate Bellière (21 junio 1897), 601.
85

tora de la Iglesia les tapa la boca, y contradice di- rectamente esa interpretación reductiva con estas palabras tan claras: «aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida ».133

138. A sor María, que la elogiaba por su gene- roso amor a Dios dispuesto al martirio, ella le res- ponde detenidamente en una carta que hoy es uno de los grandes hitos de la historia de la espirituali- dad. Esta página debería ser leída mil veces por su hondura, claridad y belleza. Allí ayuda a la herma- na “del Sagrado Corazón” a evitar concentrar esta devoción en un aspecto dolorista, ya que algunos entendían la reparación como una suerte de prima- cía de los sacrificios o de los cumplimientos mora- listas. Ella, en cambio, resume todo en la confianza como la mejor ofrenda, agradable al Corazón de Cristo: «Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. A decir verdad, las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande. [...] Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro [...] si deseas sentir alegría o atractivo por

133 Últimas conversaciones. Cuaderno amarillo (11 julio 1897), 833.

el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas [...]. Comprende que para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de ese Amor consumidor y transformante. [...] ¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo sien- to...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor ».134

139. En muchos de sus textos se advierte su lucha contra formas de espiritualidad demasia- do centradas en el esfuerzo humano, en el mé- rito propio, en el ofrecimiento de sacrificios, en determinados cumplimientos para “ganarse el cielo”. Para ella, « el mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en reci- bir ».135 Leamos una vez más algunos de los tex- tos tan significativos donde ella insiste en ese ca- mino, que es un modo simple y rápido de ganar al Señor por el corazón.

140. Así escribe a su hermana Leonia: « Te ase- guro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor... Y creo que la perfección es algo muy

134 Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiem- bre 1896), 554-555. Esto no significa que santa Teresa del Niño Jesús no ofreciera sacrificios, dolores, angustias como un modo de asociarse al sufrimiento de Cristo, pero cuando quería ir al fondo se preocupaba por no dar a estos ofrecimientos una im- portancia que no tienen.
135 Cta 142, A Celina (6 julio 1893), 476.

fácil de practicar, pues he comprendido que lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón... Fíjate en un niñito que acaba de dis- gustar a su madre [...] si va a tenderle sus braci- tos sonriendo y diciéndole: “Dame un beso, no lo volveré a hacer”, ¿no lo estrechará su madre tiernamente contra su corazón, y olvidará sus travesuras infantiles...? Sin embargo, ella sabe muy bien que su pequeño volverá a las andadas en la primera ocasión; pero no importa: si vuel- ve a ganarla otra vez por el corazón, nunca será castigado ».136

141. En una carta al padre Adolphe Roulland dice: «Mi camino es todo él de confianza y de amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo. A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfec- ción se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas, y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Es- critura. Entonces todo me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios ».137

136 Cta 191, A Leonia (12 julio 1896), 545.
137 Cta 226, Al P. Roulland (9 mayo 1897), 587.

142. Y dirigiéndose al abate Maurice Bellière, a propósito de un padre de familia, expresa: «No creo que el corazón de ese padre afortunado pueda resistirse a la confianza filial de su hijo, cuya sinceridad y amor conoce. Sin embargo, no ignora que su hijo volverá a caer más de una vez en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarle siempre si su hijo le vuelve a ganar una y otra vez por el corazón ».138
resoNaNcias eN la compañÍa de Jesús

143. Hemos visto cómo san Claudio de La Colombière unía la experiencia espiritual de san- ta Margarita con la propuesta de los Ejercicios espirituales. Considero que el lugar del Sagrado Corazón en la historia de la Compañía de Jesús merece unas breves palabras.

144. La espiritualidad de la Compañía de Jesús siempre propuso un «conocimiento interno del Señor [...] para que más le ame y le siga ».139 San Ignacio nos invita en sus Ejercicios espirituales a situarnos frente al Evangelio, que nos narra que Jesús « herido con la lanza su costado, manó agua y sangre ».140 Cuando el ejercitante queda frente al costado herido de Cristo, Ignacio le propone en- trar en el Corazón de Cristo. Este es un camino

138 Cta 258, Al abate Bellière (18 julio 1897), 611.
139 s. iGNacio de loyola, Ejercicios espirituales, 104.
140 Ibíd., 297.

para madurar el propio corazón de la mano de un “maestro de los afectos”, según la expresión que san Pedro Fabro usaba en una de sus cartas a san Ignacio.141 Lo menciona también el jesuita Juan Alfonso de Polanco, en su biografía de san Igna- cio, en la cual reconocía que «[el cardenal Con- tarini] había encontrado al Padre Ignacio como un maestro de los afectos ».142 Los coloquios que san Ignacio propone son parte esencial de esta educación del corazón, porque sentimos y gus- tamos con el corazón un mensaje del Evangelio y lo conversamos con el Señor. San Ignacio dice que podemos comunicarle nuestras cosas al Se- ñor y pedirle consejo acerca de ellas. Cualquier ejercitante puede reconocer que en los Ejercicios hay un diálogo de corazón a corazón.

145. San Ignacio finaliza las contemplaciones al pie del Crucificado, invitando al ejercitante a dirigirse con mucho afecto al Señor crucificado y a preguntarle « como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor» qué debería hacer por él.143 El itinerario de los Ejercicios culmina en la “Con- templación para alcanzar Amor”, de la que brota el agradecimiento y la ofrenda de “la memoria, el entendimiento y la voluntad” al Corazón que es

141 Cf. Carta a Ignacio de Loyola (23 enero 1541), en Lettres et instructions, Lessius, Namur 2017, 84.
142 Vida de Ignacio de Loyola, c. 8, 96, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2021, 147.
143 Ejercicios espirituales, 54. 90

fuente y origen de todo bien.144 Tal conocimiento interior del Señor no se construye con nuestras luces y esfuerzos, se pide como don.

146. Esta misma experiencia está detrás de una larga cadena de sacerdotes jesuitas que se han referido explícitamente al Corazón de Je- sús, como san Francisco de Borja, san Pedro Fabro, san Alonso Rodríguez, el padre Álva- rez de Paz, el padre Vicente Caraffa, el padre Kasper Drużbicki y tantos otros. En 1883 los jesuitas declararon «que la Compañía de Jesús acepta y recibe con un espíritu desbordante de gozo y de gratitud, la suavísima carga que le ha confiado nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divinísimo Corazón».145 En diciembre de 1871 el padre Pieter Jan Beckx consagró la Compa- ñía al Sagrado Corazón de Jesús y, como señal de que seguía siendo parte actual de la vida de la Compañía, el padre Pedro Arrupe lo hizo nuevamente en 1972, con una convicción que se expresa en estas palabras: « Quiero decir a la Compañía algo que juzgo no debo callar. Des- de mi noviciado, siempre he estado convencido de que en la llamada “Devoción al Sagrado Co- razón” está encerrada una expresión simbólica de lo más profundo del espíritu ignaciano y una extraordinaria eficacia —ultra quam speraverint—

144 Cf. ibíd., 230 ss.
145 xxiii coNGreGacióN GeNeral de la compañÍa de Je-
sús, Decreto 46, 1: Institutum Societatis Iesu, 2, Florencia 1893, 511.

tanto para la perfección propia como para la fecundidad apostólica. Ese convencimiento lo poseo aún. [...] En esta devoción tengo una de las fuentes más entrañables de mi vida inte- rior ».146

147. Cuando san Juan Pablo II invitó « a todos los miembros de la Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corres- ponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo » lo hizo porque reconocía los íntimos la- zos que hay entre la devoción al Corazón de Cris- to y la espiritualidad ignaciana, ya que el deseo de «conocer íntimamente al Señor» y de «man- tener un diálogo » con él, corazón a corazón, « es característico, gracias a los ejercicios espirituales, del dinamismo espiritual y apostólico ignacia- no, todo él al servicio del amor del Corazón de Dios ».147

Una larga corriente de vida interior

148. La devoción al Corazón de Cristo reapa- rece en el camino espiritual de muchos santos muy diferentes entre sí y en cada uno de ellos esta devoción adquiere nuevos aspectos. San Vicente de Paúl, por dar un ejemplo, decía que lo que Dios quiere es el corazón: «Dios pide

146 En Él solo... la esperanza, Secretariado General del Apostolado de la Oración, Roma 1982, 180.
147 Carta al Prepósito general de la Compañía de Jesús, Pa- ray-le-Monial (5 octubre 1986): L’Osservatore Romano, ed. sema- nal en lengua española (19 octubre 1986), p. 4.

principalmente el corazón, el corazón, que es lo principal. ¿De dónde viene que uno que carezca de bienes merezca más que el que teniendo grandes posesiones, renuncia a ellas? De que el que no tiene nada, va con más afecto; y eso es lo que Dios quiere especialmente».148 Esto implica aceptar que el propio corazón se una al de Cristo: «Una hermana que hace todo lo que puede para poner su corazón en disposición de unirse al de Nuestro Señor [...] ¡cuántas bendiciones puede esperar de Dios! ».149

149. A veces tenemos la tentación de conside- rar este misterio de amor como un admirable he- cho del pasado, como una bella espiritualidad de otros tiempos, y necesitamos recordar una y otra vez, como decía un santo misionero, que «este Corazón divino, que toleró ser atravesado por una lanza enemiga para derramar por esa sagrada abertura los Sacramentos con los que se formó la Iglesia, de ningún modo ha dejado de amar ».150 Otros santos más recientes como san Pío de Pie- trelcina, santa Teresa de Calcuta y tantos más, hablan con sentida devoción sobre el Corazón

148 Conferencias a los Misioneros. La pobreza, 55 (13 agosto 1655), en s. ViceNte de paúl, Obras completas, t. 11/3, Sígueme, Salamanca 1974, 156.
149 Conferencias a las Hijas de la Caridad. Mortificación, corres- pondencia, comidas, salidas (Reglas comunes, arts. 24-27), 89 (9 diciem- bre 1657), t. 9/2, 974.
150 s. daNiel comboNi, Carta pastoral para la Consagración del Vicariato al Sagrado Corazón, El-Obeid (1 agosto 1873), en Escritos, 515 (485), 3324.

de Cristo. Pero quisiera recordar también las ex- periencias de santa Faustina Kowalska que repro- ponen la devoción al Corazón de Cristo con un fuerte acento en la vida gloriosa del Resucitado y en la misericordia divina. De hecho, motivado por estas vivencias de la santa y bebiendo de la herencia espiritual del santo obispo Józef Se- bastian Pelczar (1842-1924),151 san Juan Pablo II conectaba íntimamente su reflexión sobre la mi- sericordia con la devoción al Corazón de Cristo: «La Iglesia parece profesar de manera particular la misericordia de Dios y venerarla dirigiéndose al Corazón de Cristo. En efecto, precisamente el acercarnos a Cristo en el misterio de su corazón, nos permite detenernos en este punto [...] de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre».152 El mismo san Juan Pablo II, refiriéndose al Sagrado Cora- zón, reconoció de una manera muy personal: « Él me ha hablado desde mi juventud ».153

150. La actualidad de la devoción al Corazón de Cristo se advierte particularmente en la acción evangelizadora y educativa de numerosas congre-
151 Cf. Homilía durante la Santa Misa de canonización (18 mayo 2003): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua espa- ñola (23 mayo 2003), p. 5.
152 Carta enc. Dives in misericordia (30 noviembre 1980), 13: AAS 72 (1980), 1219.
153 Catequesis (20 junio 1979): L’Osservatore Romano, ed. se- manal en lengua española (24 junio 1979), p. 3.

gaciones religiosas femeninas y masculinas que han sido marcadas desde sus orígenes por esta experiencia espiritual cristológica. Mencionarlas a todas sería una tarea interminable. Veamos sólo dos ejemplos tomados al azar: « El Fundador [san Daniel Comboni] ha encontrado en el misterio del Corazón de Jesús la fuerza para su compro- miso misionero ».154 « Impulsadas por el amor del Corazón de Jesús, buscamos el crecimiento de las personas en su dignidad humana y como hijos e hijas de Dios, a partir del evangelio y de sus exigencias de amor, de perdón, de justicia y de solidaridad con los pobres y marginados ».155 Del mismo modo, los santuarios consagrados al Co- razón de Cristo, esparcidos por el mundo, son un cautivante manantial de espiritualidad y de fer- vor. A todos los que de alguna manera participan de estos espacios de fe y caridad les hago llegar mi paternal bendición.

La devoción del consuelo

151. La herida del costado, de donde brota el agua viva, sigue abierta en el Resucitado. Esa gran herida producida por la lanza, y las llagas de la corona de espinas que suelen aparecer en las representaciones del Sagrado Corazón, son

154 misioNeros comboNiaNos del corazóN de Jesús, Re- gla de Vida. Constituciones y Directorio General, Roma 1988, 3.
155 reliGiosas del saGrado corazóN de Jesús (socie- dad del saGrado corazóN), Constituciones 1982, 7.

inseparables de esta devoción. Porque en ella se contempla el amor de Jesucristo que fue capaz de entregarse hasta el fin. El corazón del Resucita- do mantiene estas señales de la entrega total que implicó un intenso sufrimiento por nosotros. Por eso resulta de algún modo inevitable que el cre- yente desee reaccionar, no solamente frente a ese gran amor, sino también ante el dolor que Cristo aceptó soportar por tanto amor.
Con Él en la Cruz

152. Vale la pena rescatar esa expresión de la experiencia espiritual desarrollada en torno al Corazón de Cristo: el deseo interior de darle un consuelo. No trataré ahora la práctica de la “reparación”, que considero mejor situada en el contexto de la dimensión social de esta devoción, por lo cual la desarrollaré en el próximo capítulo. Ahora sólo quisiera concentrarme en ese deseo que muchas veces brota en el corazón del cre- yente enamorado cuando contempla el misterio de la pasión de Cristo y la vive como un misterio que no sólo se recuerda, sino que por la gracia se vuelve presente, o mejor, nos lleva a nosotros a estar místicamente presentes en ese momento redentor. Si el Amado es el más importante, en- tonces, ¿cómo no querer consolarle?

153. El Papa Pío XI intentó fundamentarlo invitándonos a reconocer que el misterio de la redención por la pasión de Cristo salta por la gracia de Dios todas las distancias del tiempo y del espacio, de modo que si él en la Cruz se entrega- ba también por los pecados futuros, los nuestros, de la misma manera nuestros actos ofrecidos hoy para su consuelo, traspasando los tiempos, llegaron a su Corazón herido: «Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero pre- vistos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22,43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos con- solar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verda- dero ».156

Las razones del corazón

154. Puede parecer que esta expresión de la devoción no tiene suficiente sustento teológico, sin embargo, el corazón tiene sus razones. El sen- sus fidelium intuye que aquí hay algo misterioso más allá de nuestra lógica humana, y que la pa- sión de Cristo no es un mero hecho del pasado: podemos participar en ella desde la fe. Meditar la entrega de Cristo en la cruz, para la piedad de los fieles es algo mayor que un mero recuerdo.
156 Carta enc. Miserentissimus Redemptor (8 mayo 1928), 10: AAS 20 (1928), 174.

Esta convicción está sólidamente fundada en la teología.157 A esto se une la conciencia del propio pecado, que él cargó sobre sus hombros heridos, y de la propia inadecuación frente a tanto amor, que siempre nos sobrepasa infinitamente.

155. De todos modos, nos preguntamos cómo es posible relacionarnos con el Cristo vivo, re- sucitado, plenamente feliz, y al mismo tiempo consolarlo en la pasión. Consideremos el hecho de que el Corazón resucitado conserva su herida como memoria constante, y que la acción de la gracia provoca una experiencia que no se contie- ne enteramente en el instante cronológico. Estas dos convicciones nos permiten admitir que esta- mos ante una vía mística que supera los intentos de la razón y expresa lo que la misma Palabra de Dios nos sugiere. «Mas —escribe el Papa Pío XI—, ¿cómo podrán estos actos de repara- ción consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: “Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo”. Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo traba- jando, doliente, sufriendo durísimas penas “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, tristeza, angustias, oprobios, “quebrantado por

157 Cuando se ejercita la fe, referida a Cristo, el alma acce- de no sólo a unos recuerdos, sino a la realidad de su vida divina (cf. s. tomás de aQuiNo, Summa Theologiae, II-II, q. 1, a. 2, ad 2; q. 4, a. 1).

nuestras culpas” (Is 53,5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte ».158

156. Esta enseñanza de Pío XI merece ser tenida en cuenta. Pues cuando la Escritura sos- tiene que los creyentes que no viven de acuerdo con su fe «por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios» (Hb 6,6), o que cuando soporto padecimientos por los demás «completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cris- to» (Col 1,24), o que Cristo en su pasión oró no solamente por sus discípulos de entonces sino «por los que, gracias a su palabra, creerán» (Jn 17,20) en él, está diciendo algo que rompe nuestros esquemas limitados. Nos muestra que no es posible establecer un antes y un después sin conexión alguna, aunque nuestro pensamien- to no sepa cómo explicarlo. El Evangelio, en sus distintos aspectos, no es sólo para reflexionarlo o recordarlo, sino para vivirlo, tanto en las obras de amor como en la experiencia interior, y esto vale sobre todo para el misterio de la muerte y resu- rrección de Cristo. Las separaciones temporales que nuestra mente utiliza no parecen contener la verdad de esta experiencia creyente donde se

158 pÍo xi, Carta enc. Miserentissimus Redemptor (8 mayo 1928), 10: AAS 20 (1928), 174.

funden la unión con Cristo sufriente y a la vez la potencia, el consuelo y la amistad que gozamos con el Resucitado.

157. Vemos ahora la unidad del Misterio pas- cual en sus dos aspectos inseparables que se ilu- minan entre sí. Ese único Misterio que se hace presente por la gracia en sus dos dimensiones, hace que al mismo tiempo que intentamos ofre- cer algo a Cristo para su consuelo, nuestros pro- pios sufrimientos se ven iluminados y transfigu- rados por la luz pascual del amor. Lo que sucede es que nosotros participamos de ese Misterio en nuestra vida concreta, porque antes Cristo mis- mo quiso participar de nuestra vida, quiso vivir anticipadamente como cabeza lo que viviría su cuerpo eclesial, tanto en las heridas como en los consuelos. Cuando vivimos en gracia de Dios, esta mutua participación se nos vuelve expe- riencia espiritual. En definitiva, es el Resucitado quien, con la acción de su gracia, hace posible que nos unamos misteriosamente a su pasión. Lo saben los corazones creyentes que viven el gozo de la resurrección, pero simultáneamente desean participar en el destino de su Señor. Están dis- puestos a esa participación con los sufrimientos, los cansancios, las desilusiones y los temores que son parte de su vida. No viven tal Misterio en soledad, ya que estas llagas son igualmente parti- cipación en el destino del cuerpo místico de Cris- to que camina en el santo pueblo de Dios y que lleva en sí el destino de Cristo en cada tiempo y lugar de la historia. La devoción del consuelo no es ahistórica o abstracta, se hace carne y sangre en el camino de la Iglesia.

La compunción

158. El inevitable deseo de consolar a Cristo, que parte del dolor de contemplar lo que sufrió por nosotros, se alimenta también en el reconoci- miento sincero de nuestras esclavitudes, los ape- gos, las faltas de alegría en la fe, las búsquedas vanas, y, más allá de los pecados concretos, la no correspondencia del corazón a su amor y a su proyecto. Es una experiencia que nos purifica, porque el amor necesita la purificación de las lá- grimas que al final nos dejan más sed de Dios y menos obsesión por nosotros mismos.
159. Así vemos que más hondo se vuelve el deseo de consolar al Señor mientras más se pro- fundiza la compunción del corazón creyente, que «no es un sentimiento de culpa que nos tumba por tierra, no es el escrúpulo que paraliza, sino que es un aguijón benéfico que quema por den- tro y cura, porque el corazón, cuando ve el pro- pio mal y se reconoce pecador, se abre, acoge la acción del Espíritu Santo, agua viva que lo sacu- de haciendo correr las lágrimas sobre el rostro. [...] No se trata de sentir lástima de uno mismo, como frecuentemente nos vemos tentados a ha- cer. [...] Tener lágrimas de compunción, en cam- bio, es arrepentirse seriamente de haber entris- tecido a Dios con el pecado; es reconocer estar siempre en deuda y no ser nunca acreedores [...]. Como una gota excava la piedra, así las lágrimas excavan lentamente los corazones endurecidos. Se asiste de esta manera al milagro de la tristeza, de la buena tristeza que lleva a la dulzura. [...] La compunción no es el fruto de nuestro trabajo, sino que es una gracia y como tal ha de pedirse en la oración».159 Es «demandar [...] dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebran- tado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí ».160

160. Por consiguiente, ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo. E invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más ver- dad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pre- tendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura.

Consolados para consolar

161. En esta contemplación del Corazón de Cristo entregado hasta el extremo somos conso-

159 Homilía en la Misa Crismal (28 marzo 2024): L’Osserva- tore Romano, ed. semanal en lengua española (29 marzo 2024), pp. 4-5.
160 s. iGNacio de loyola, Ejercicios espirituales, 203. 102

lados nosotros. El dolor que sentimos en el cora- zón abre paso a la confianza plena y finalmente lo que queda es gratitud, ternura, paz; queda su amor reinando en nuestra vida. La compunción « no provoca angustia, sino que aligera el alma de las cargas, porque actúa en la herida del pecado, disponiéndonos a recibir precisamente allí la cari- cia del Señor ».161 Y nuestro dolor se une al dolor de Cristo en la cruz, pues cuando decimos que la gracia nos permite saltar todas las distancias, esto significa además que Cristo, cuando sufría, se unía a todos los sufrimientos de sus discípulos a lo largo de la historia. De ese modo, si sufrimos, podemos vivir el consuelo interior de saber que el mismo Cristo sufre con nosotros. Deseando consolarle, salimos consolados.

162. Pero en algún momento de esta contem- plación del corazón creyente, debe resonar aquel dramático reclamo del Señor: «¡Consuelen, con- suelen a mi pueblo!» (Is 40,1). Y nos vienen a la memoria las palabras de san Pablo, que nos recuerda que Dios nos consuela «para que no- sotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios » (2 Co 1,4).

163. Esto nos invita ahora a tratar de ahondar en la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo.
161 Homilía en la Misa Crismal (28 marzo 2024): L’Osservato- re Romano, ed. semanal en lengua española (29 marzo 2024), p. 4.

Porque al mismo tiempo que el Corazón de Cris- to nos lleva al Padre, nos envía a los hermanos. En los frutos de servicio, fraternidad y misión que el Corazón de Cristo produce a través de no- sotros se cumple la voluntad del Padre. De este modo se cierra el círculo: « La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante» (Jn 15,8).

V. AMOR POR AMOR

164. En las experiencias espirituales de santa Margarita María, junto a la ardiente declaración de amor de Jesucristo, encontramos también una resonancia interior que interpela a dar la vida. Sabernos amados y depositar toda la confianza en ese amor no significa anular todas nuestras capacidades de entrega, no implica renunciar al imparable deseo de dar alguna respuesta desde nuestras pequeñas y limitadas capacidades.

UN lamento y un pedido

165. A partir de la segunda gran manifestación a santa Margarita, Jesús expresa el dolor porque su gran amor a los hombres no recibe a cambio «por procurar su bien, sino frialdad y repulsas [...] ingratitudes y desprecios. Esto —dice el Se- ñor— me es mucho más sensible, que cuanto he sufrido en mi pasión ».162

166. Jesús habla de su sed de ser amado, nos muestra que no es indiferente a su Corazón la reacción que nosotros tengamos ante su de- seo: «Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado de los hombres en el Santísimo Sa-

162 s. marGarita marÍa alacoQue, Autobiografía, c. V, 115. 105

cramento, que esta sed me consume; y no hallo nadie que se esfuerce, según mi deseo, en apa- gármela, correspondiendo de alguna manera a mi amor».163 El pedido de Jesús es amor. Cuando el corazón creyente lo descubre, la respuesta que brota espontáneamente no consiste en una pesa- da búsqueda de sacrificios o en el mero cumpli- miento de un pesado deber, es cuestión de amor: «Recibí de Dios gracias excesivas de su amor, y sintiéndome movida del deseo de corresponderle en algo y rendirle amor por amor ».164 Así enseña León XIII, escribiendo que, mediante la imagen del Sagrado Corazón, la caridad de Cristo «nos incita a devolverle amor por amor ».165

Prolongar su amor en los hermanos

167. Necesitamos volver a la Palabra de Dios para reconocer que la mejor respuesta al amor de su Corazón es el amor a los hermanos, no hay mayor gesto que podamos ofrecerle para devol- ver amor por amor. La Palabra de Dios lo dice con total claridad:
«Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicie- ron conmigo » (Mt 25,40).
«Toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Ga 5,14).

163 Íd., Carta 133 (3 noviembre 1689), Al P. Croiset, en Vida y Obras completas, 464.
164 Íd., Autobiografía, c. VIII, 187.
165 Carta enc. Annum Sacrum (25 mayo 1899): ASS 31 (1898-99), 649.

« Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros her- manos. El que no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).
«¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

168. El amor a los hermanos no se fabrica, no es resultado de nuestro esfuerzo natural, sino que requiere una transformación de nuestro corazón egoísta. Entonces nace de una forma espontá- nea la célebre súplica: “Jesús, haz nuestro cora- zón semejante al tuyo”. Por esta misma razón, la invitación de san Pablo no era: “esfuércense por hacer obras buenas”. Su invitación era más precisamente: « Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús » (Flp 2,5).

169. Es bueno recordar que en el Imperio roma- no muchas personas pobres, forasteros y tantos otros descartados, encontraban en los cristianos respeto, cariño y cuidado. Esto explica el razona- miento del emperador apóstata Juliano, quien se preguntaba por qué los cristianos eran tan res- petados y seguidos, y consideraba que una de las razones era su tarea de asistencia a los pobres y a los forasteros, dado que el Imperio los ignoraba y despreciaba. Para este emperador era intolera- ble que sus pobres no recibiesen ayuda de parte suya, mientras los odiados cristianos «alimentan a los suyos, y además a los nuestros ».166 En la car- ta se detiene especialmente en la orden de crear instituciones de beneficencia para competir con los cristianos y atraer el respeto de la sociedad: « Abre en todas las ciudades numerosos alberges, para que los extranjeros puedan gozar de nuestra humanidad [...]. Acostumbra a los helenos a los actos de beneficencia ».167 Pero no logró su obje- tivo, seguramente porque detrás de estas obras no había algo semejante al amor cristiano que permitía reconocer a cada persona una dignidad única.

170. Identificándose con los más pequeños de la sociedad (cf. Mt 25,31-46), «Jesús aportó la gran novedad del reconocimiento de la digni- dad de toda persona, y también, y sobre todo, de aquellas personas que eran calificadas de “in- dignas”. Este nuevo principio de la historia hu- mana, por el que el ser humano es más “digno” de respeto y amor cuanto más débil, miserable y sufriente, hasta el punto de perder la propia “figura” humana, ha cambiado la faz del mun- do, dando lugar a instituciones que se ocupan de personas en condiciones inhumanas: los neona- tos abandonados, los huérfanos, los ancianos en soledad, los enfermos mentales, personas con
1

66 JuliaNo, Carta a Arsacio, sumo sacerdote de Galacia, Antio- quía (invierno de 362-363): Boletín del Instituto de Estudios Heléni- cos, 5 (1971), p. 94.
167 Ibíd., pp. 93-94. 108

enfermedades incurables o graves malformacio- nes y aquellos que viven en la calle ».168

171. Aun desde el punto de vista de la herida de su Corazón, la mirada dirigida al Señor, que « tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nues- tras enfermedades» (Mt 8,17), nos ayuda a pres- tar más atención al sufrimiento y a las carencias de los demás, nos hace fuertes para participar en su obra de liberación, como instrumentos para la difusión de su amor.169 Si contemplamos la entre- ga de Cristo por todos, se nos vuelve inevitable preguntarnos por qué no somos capaces de dar la vida por los demás: « En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos » (1 Jn 3,16).
alGuNas resoNaNcias eN la Historia de la espiri- tualidad

172. Esta unión entre la devoción al Corazón de Jesús y el compromiso con los hermanos atra- viesa la historia de la espiritualidad cristiana. Vea- mos algunos ejemplos.

168 dicasterio para la doctriNa de la fe, Declaración Dignitas infinita (2 abril 2024), 19: L’Osservatore Romano, ed. sema- nal en lengua española (12 abril 2024), p. 9.
169 Cf. beNedicto xVi, Carta al Prepósito general de la Com- pañía de Jesús, con motivo del 50° aniversario de la encíclica Haurietis aquas (15 mayo 2006): AAS 98 (2006), 461.

Ser una fuente para los demás

173. A partir de Orígenes, varios Padres de la Iglesia interpretaron el texto de Juan 7,38 —« de su seno brotarán manantiales de agua viva»— como referido al mismo creyente, aunque es la consecuencia de que él mismo ha bebido de Cristo. De este modo la unión con Cristo no se orienta sólo a saciar la propia sed sino a conver- tirnos en una fuente de agua fresca para los de- más. Decía Orígenes que Cristo cumple su pro- mesa haciendo brotar de nosotros corrientes de agua: «El alma del ser humano, que es a imagen de Dios, puede contener en sí y producir de sí pozos, fuentes y ríos ».170

174. San Ambrosio recomendaba beber de Cristo «para que abunde en ti la fuente de agua que salta a la vida eterna».171 Y Mario Victori- no sostenía que el Espíritu Santo se dona con tal abundancia que «quien lo recibe se convier- te en un seno que derrama ríos de agua vivien- te».172 San Agustín decía que este río que brota del creyente es la benevolencia.173 Santo Tomás de Aquino reafirmaba esta idea sosteniendo que cuando alguien « se apresura a comunicar a otros

170 In Num., Homil. 12, 1: PG 12, 657.
171 Ep. 29, 24: PL 16, 1060.
172 Adv. Arium 1, 8: PL 8, 1044.
173 Cf. Tract. in Ioann. 32, 4, en Obras de San Agustín, XIII,
Tratados sobre el Evangelio de san Juan (1-35), BAC, Madrid 1955, 749.

diversos dones de la gracia que recibió de Dios, agua viva fluye de su seno ».174

175. Porque, si bien «el sacrificio de la cruz, ofrecido con corazón amante y obediente, presen- ta una satisfacción sobreabundante e infinita por los pecados del género humano »,175 la Iglesia, que nace del Corazón de Cristo, prolonga y comunica en todos los tiempos y en todas partes los efectos de esa única pasión redentora, que orientan a las personas a la unión directa con el Señor.

176. En el seno de la Iglesia, la mediación de María, intercesora y madre, sólo se entiende «como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo »,176 el único Redentor, y « la Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María».177 La devoción al corazón de María no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo, sino esti- mularla: «La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder».178 Gracias al in- menso manantial que mana del costado abierto

174 Expos. in Ev. S. Ioannis, cap. 7, lectio 5.
175 pÍo xii, Carta enc. Haurietis aquas (15 mayo 1956), 26:
AAS 48 (1956), 321.
176 s. JuaN pablo ii, Carta enc. Redemptoris Mater (25 mar- zo 1987), 38: AAS 79 (1987), 411.
177 coNc. ecum. Vat. ii, Const. dogm. Lumen gentium, 62.
178 Ibíd., 60.

de Cristo, la Iglesia, María y todos los creyentes, de diferentes maneras, se convierten en canales de agua viva. Así Cristo mismo despliega su glo- ria en nuestra pequeñez.
Fraternidad y mística

177. San Bernardo, al mismo tiempo que invi- taba a la unión con el Corazón de Cristo, aprove- chaba la riqueza de esta devoción para proponer un cambio de vida fundado en el amor. Él creía que era posible una transformación de la afectivi- dad, esclavizada por los placeres, que no se libera por la obediencia ciega a un mandato sino en una respuesta a la dulzura del amor de Cristo. El mal se supera con el bien, el mal se vence con el cre- cimiento del amor: « Ama, pues, al Señor, tu Dios, con el afecto de un corazón lleno y entero; ámale con toda la sabiduría y vigilancia de la razón; ámale con todas las fuerzas del espíritu, de suerte que no temas ni siquiera el morir por amor suyo [...]. Sea el Señor Jesús para tu afecto un objeto de dulzura, a fin de destruir la dulzura criminal de los place- res de la vida carnal: una dulzura supere a la otra, como un clavo expulsa a otro clavo ».179

178. San Francisco de Sales se dejaba iluminar especialmente por el pedido de Jesús: « Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de cora- zón » (Mt 11,29). De este modo, decía, en las co-

179 Sermón 20, 4, en s. berNardo, Obras completas, II, 122. 112

sas más simples y ordinarias le robamos el cora- zón al Señor: « Hay que tener cuidado de servirle en cosas grandes y altas y en pequeñas y abyectas, pues con unas y con otras podemos arrebatarle el corazón mediante el amor. [...] Tantos leves detalles de caridad ordinarios, ese dolor de ca- beza o de muelas, una indisposición, la palabra desabrida del marido o de la esposa, la rotura de un cristal, un desprecio o una burla, la pérdida de los guantes, de un anillo, de un pañuelo, la in- significante molestia que supone ir a acostarse temprano o levantarse al alba para hacer oración antes de comulgar, la vergüenza que se siente al cumplir con ciertos deberes de piedad pública- mente; en una palabra, todos los sufrimientos recibidos y practicados con amor agradan mu- cho a la Bondad Divina».180 Pero, en definitiva, la clave de nuestra respuesta al amor del Corazón de Cristo es el amor al prójimo: «un amor fir- me, constante, invariable, que, no deteniéndose en nimiedades, ni en las cualidades o condicio- nes de las personas, no está sujeto a cambios ni a las animadversiones [...]. Nuestro Señor nos ama sin interrupción [...], soporta tanto nuestros defectos como nuestras imperfecciones; [...] es pues preciso que hagamos lo mismo con respec- to a nuestros hermanos, no cansándonos nunca de soportarlos ».181

180 Introducción a la vida devota, III, c. 35, en Obras selectas, BAC, Madrid 2010, 186-187.
181 Sermón en el domingo XVII después de Pentecostés (30 sep- 113

179. San Carlos de Foucauld quería imitar a Jesu- cristo, vivir como él, actuar como él actuaba, hacer siempre lo que Jesús habría hecho en su lugar. Para que este objetivo se cumpliera en plenitud, necesi- taba conformarse con los sentimientos del Cora- zón de Cristo. Así aparecía una vez más la expre- sión “amor por amor”, cuando decía: «Deseo de sufrimientos, para devolverle amor por amor, para imitarle, [...] para compartir su obra, ofrecerme a Él todo, la nada que yo soy, en sacrificio, en víctima, por la santificación de los hombres ».182 El deseo de llevar el amor de Jesús, su tarea misionera entre los más pobres y olvidados de la tierra, le llevó a tomar por divisa Iesus Caritas, con el símbo- lo del Corazón de Cristo con una cruz clavada.183 No era una decisión superficial: «Con todas mis fuerzas trato de mostrar y de probar a estos po- bres hermanos extraviados que nuestra religión es toda caridad, toda fraternidad, que su emblema es un corazón ».184 Y él quería establecerse con otros hermanos «en Marruecos en el nombre del cora- zón de Jesús».185 De este modo, su tarea evange- lizadora sería una irradiación: «La caridad ha de
tiembre 1618), en Œuvres de Saint François de Sales, t. 9, Sermones, vol. 3, Niérat, Annecy 1897, 200-201.
182 Retiro hecho en Nazaret del 5 al 15 de noviembre de 1897. Jesús en su pasión, en Escritos espirituales, Studium, Madrid 1964, 58. 183 Desde el 19 de marzo de 1902 todas sus cartas están encabezadas con las palabras Iesus Caritas, separadas por un co-
razón coronado por una cruz.
184 Carta al abate Huvelin (15 julio 1904), en C. foucauld -
H. HuVeliN, Correspondance inédite, 211.
185 Carta a dom Martin (25 enero 1903), en Cahiers Charles
de Foucauld, vol. 2, 154. 114

irradiar de las fraternidades, como irradia del co- razón de Jesús».186 Este deseo lo convirtió poco a poco en un hermano universal, porque, dejándose modelar por el Corazón de Cristo, quería alber- gar a la totalidad de la humanidad doliente en su corazón fraterno: «Nuestro corazón, como el de la Iglesia, como el de Jesús, ha de abrazar a todos los hombres».187 «El amor del corazón de Jesús para con los hombres, el amor que muestra en su pasión, ése es el que nosotros hemos de tener para con todos los humanos ».188

180. El abate Henri Huvelin, director espiritual de san Carlos de Foucauld, decía que «cuando nuestro Señor vive en un corazón, le da estos sentimientos, y este corazón se abaja hacia los pequeños. Tal fue la disposición del corazón de un Vicente de Paúl [...]. Cuando nuestro Señor vive en un alma de sacerdote lo inclina hacia los pobres».189 Es importante advertir cómo esta en- trega de san Vicente, que describe el padre Hu- velin, también estaba alimentada por la devoción al Corazón de Cristo. Vicente exhortaba a « tomar del corazón de Nuestro Señor algunas palabras de
186 Anexo VI en reNé Voillaume, Les fraternités du Père de Foucauld, Cerf, París 1946, 173.
187 Méditations des saints Évangiles sur les passages relatifs à quinze vertus (Nazaret 1897-1898), Charité 77 (Mt 20,28), en C. foucauld, Aux plus petits de mes frères, Nouvelle Cité, París 1973, 82.
188 Ibíd., Charité 90 (Mt 27,30), 95.
189 Quelques directeurs d’âmes au XVII siècle, Libraire Victor
Lecoffre J. Gabalda, París 1911, 97.

consuelo»190 para el pobre enfermo. Para que esto sea real supone que el propio corazón haya sido transformado por el amor y la mansedumbre del Corazón de Cristo, y san Vicente repetía mucho esta convicción en sus sermones y consejos, hasta el punto de convertirse en un aspecto destacable delasConstitucionesdesuCongregación:«Todos pondrán también sumo empeño en aprender esta lección que nos enseñó Jesucristo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”; tenien- do en cuenta que, según Él mismo lo dice, con la mansedumbre se posee la tierra, porque con la práctica de esta virtud se ganan los corazones de los hombres para convertirlos a Dios, lo cual no pueden conseguir los que se portan con el prójimo de una manera dura y áspera ».191
la reparacióN: coNstruir sobre las ruiNas

181. Todo lo dicho nos permite comprender, a la luz de la Palabra de Dios, cuál es el sentido que debemos dar a la “reparación” que se ofrece al Co- razón de Cristo, qué es lo que realmente el Señor es- pera que reparemos con la ayuda de su gracia. Se ha discutido mucho al respecto, pero san Juan Pablo II ha ofrecido una respuesta clara para orientarnos a los cristianos de hoy hacia un espíritu de reparación en mayor sintonía con el Evangelio.

190 Conferencias a las Hijas de la Caridad. Servicio de los enfer- mos, cuidado de la propia salud (Reglas comunes, arts. 12-16), 85 (11 noviembre 1657), t. 9/2, 917.
191 Reglas comunes de la Congregación de la Misión, c. 2, 6 (17 mayo 1658), t. 10, 470.

Sentido social de la reparación al Corazón de Cristo

182. San Juan Pablo II explicó que, entregán- donos junto al Corazón de Cristo, «sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo »; esto cier- tamente implica que seamos capaces de « unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo»; pues bien, «esta es la verdadera reparación pe- dida por el Corazón del Salvador».192 Junto con Cristo, sobre las ruinas que nosotros dejamos en este mundo con nuestro pecado, se nos llama a construir una nueva civilización del amor. Eso es reparar como lo espera de nosotros el Corazón de Cristo. En medio del desastre que ha dejado el mal, el Corazón de Cristo ha querido necesitar nuestra colaboración para reconstruir el bien y la belleza.

183. Es cierto que todo pecado daña a la Iglesia y a la sociedad, por lo que «se puede atribuir a cada pecado el carácter de pecado social», aun- que esto vale sobre todo para algunos pecados que «constituyen, por su mismo objeto, una agresión directa contra el prójimo».193 San Juan Pablo II explicaba que la repetición de estos pe- cados contra los demás muchas veces termina

192 Carta al Prepósito general de la Compañía de Jesús, Pa- ray-le-Monial (5 octubre 1986): L’Osservatore Romano, ed. sema- nal en lengua española (19 octubre 1986), p. 4.
193 s. JuaN pablo ii, Exhort. ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia (2 diciembre 1984), 16: AAS 77 (1985), 213. 217.

consolidando una “estructura de pecado” que llega a afectar el desarrollo de los pueblos.194 Mu- chas veces esto se inserta en una mentalidad do- minante que considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia. Este fenó- meno se puede definir “alienación social”: « Está alienada una sociedad que, en sus formas de or- ganización social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esta solidaridad interhumana ».195 No es sólo una norma moral lo que nos mueve a resistir ante estas estructuras sociales alienadas, desnudarlas y propiciar un dinamismo social que restaure y construya el bien, sino que es la mis- ma «conversión del corazón» la que «impone la obligación»196 de reparar esas estructuras. Es nuestra respuesta al Corazón amante de Jesucris- to que nos enseña a amar.

184. Precisamente porque la reparación evan- gélica posee este fuerte sentido social, nuestros actos de amor, de servicio, de reconciliación, para que sean eficazmente reparadores, requie- ren que Cristo los impulse, los motive, los haga posibles. Decía también san Juan Pablo II que «para construir la civilización del amor» la hu- manidad actual tiene necesidad del Corazón de

194 Cf. Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 36: AAS 80 (1988), 561-562.
195 Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 41: AAS 83 (1991), 844.
196 Catecismo de la Iglesia Católica, 1888. 118

Cristo.197 La reparación cristiana no se puede en- tender sólo como un conjunto de obras exter- nas, que son indispensables y a veces admirables. Esta exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo.

Reparar los corazones heridos

185. Por otra parte, tampoco le basta al mun- do, ni al Corazón de Cristo, una reparación mera- mente externa. Si cada uno piensa en sus propios pecados y en sus consecuencias en los demás, descubrirá que reparar el daño hecho a este mun- do implica además el deseo de reparar los cora- zones lastimados, allí donde se produjo el daño más profundo, la herida más dolorosa.

186. Un espíritu de reparación « nos invita a es- perar que toda herida pueda sanar, aunque sea profunda. La reparación completa parece a ve- ces imposible, cuando las posesiones o los seres queridos se pierden permanentemente, o cuando determinadas situaciones se han vuelto irrever- sibles. Pero la intención de reparar y de hacerlo concretamente es esencial para el proceso de re- conciliación y el retorno de la paz al corazón ».198

197 Cf. Catequesis (8 junio 1994), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 junio 1994), p. 3.
198 Discurso a los participantes del Coloquio internacional “Réparer l ́irréparable”, en el 350 aniversario de las apariciones de Jesús en Paray-le-Mo- nial (4 mayo 2024): L’Osservatore Romano (4 mayo 2024), p. 12.

La belleza de pedir perdón

187. No basta la buena intención, es indispen- sable un dinamismo interior de deseo que provo- que consecuencias externas. En definitiva « la re- paración, para ser cristiana, para tocar el corazón de la persona ofendida y no ser un simple acto de justicia conmutativa, presupone dos actitudes exigentes: reconocerse culpable y pedir perdón [...]. Es de este reconocimiento honesto del daño causado al hermano, y del sentimiento profundo y sincero de que el amor ha sido herido, que nace el deseo de reparar ».199

188. No se debe pensar que el reconocimiento del propio pecado ante los demás es algo degra- dante o dañino para nuestra dignidad humana. Al contrario, es dejar de mentirse a sí mismo, es reconocer la propia historia tal cual es, marca- da por el pecado, especialmente cuando hemos hecho daño a los hermanos: «Acusarse a sí mis- mo es parte de la sabiduría cristiana. [...] Esto le gusta al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito ».200

189. Parte de este espíritu de reparación es el hábito de pedir perdón a los hermanos, que hace presente una enorme nobleza en medio de

199 Ibíd.
200 Homilía durante la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (6 marzo 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua es- pañola (16 marzo 2018), p. 10.
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nuestra fragilidad. Pedir perdón es un modo de sanar las relaciones porque «reabre el diálogo y demuestra el deseo de restablecer el vínculo en la caridad fraterna [...], toca el corazón del her- mano, lo consuela y le inspira la aceptación del perdón solicitado. Así, si lo irreparable no puede repararse del todo, el amor siempre puede rena- cer, haciendo soportable la herida ».201

190. Un corazón capaz de compungirse puede crecer en la fraternidad y la solidaridad, porque «quien no llora retrocede, envejece por dentro, mientras que quien alcanza una oración más sen- cilla e íntima, hecha de adoración y conmoción ante Dios, madura. Se liga menos a sí mismo y más a Cristo, y se hace pobre de espíritu. De ese modo se siente más cercano a los pobres, los pre- dilectos de Dios».202 Por consiguiente, brota un auténtico espíritu de reparación, ya que «quien se compunge de corazón se siente más hermano de todos los pecadores del mundo, se siente más hermano sin un atisbo de superioridad o de aspe- reza de juicio, sino siempre con el deseo de amar y reparar ».203 Esta solidaridad que genera la com- punción al mismo tiempo hace posible la recon-
201 Discurso a los participantes del Coloquio internacional “Répa- rer l ́irréparable”, en el 350 aniversario de las apariciones de Jesús en Pa- ray-le-Monial (4 mayo 2024): L’Osservatore Romano (4 mayo 2024), p. 12.
202 Homilía en la Misa Crismal (28 marzo 2024): L’Osservato- re Romano, ed. semanal en lengua española (29 marzo 2024), p. 5.
203 Ibíd.

ciliación. La persona que es capaz de compungir- se, «en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pe- cados. No se escandaliza. Se realiza entonces una especie de vuelco, donde la tendencia natural a ser indulgentes consigo mismo e inflexibles con los demás se invierte y, por gracia de Dios, uno se vuelve severo consigo mismo y misericordioso con los demás ».204
la reparacióN: uNa proloNGacióN para el corazóN de cristo

191. Hay otro modo complementario de en- tender la reparación, que nos permite colocarla en una relación aún más directa con el Corazón de Cristo, sin excluir de esa reparación el com- promiso concreto con los hermanos del cual he- mos hablado.

192. En otro contexto he afirmado que Dios «de algún modo, quiso limitarse a sí mismo» y «muchas cosas que nosotros consideramos ma- les, peligros o fuentes de sufrimiento, en reali- dad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el Creador».205 Nues- tra cooperación puede permitir que el poder y el amor de Dios se difundan en nuestras vidas y en

204 Ibíd.
205 Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 80: AAS 107 (2015), 879.
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el mundo, y el rechazo o la indiferencia pueden impedirlo. Algunas expresiones bíblicas lo mani- fiestan metafóricamente, como cuando el Señor reclama: « Si quieres volver, Israel [...] vuélvete a mí » (Jr 4,1). O cuando dice, frente a los rechazos de su pueblo: « Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura » (Os 11,8).

193. Aunque no sea posible hablar de un nue- vo sufrimiento del Cristo glorioso, «el misterio pascual de Cristo [...] y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres par- ticipa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanente- mente presente »206. De ese modo, podemos decir que él mismo ha aceptado limitar la gloria expan- siva de su resurrección, contener la difusión de su inmenso y ardiente amor para dejar lugar a nuestra libre cooperación con su Corazón. Esto es tan real que nuestro rechazo lo detiene en ese impulso donativo, así como nuestra confianza y la ofrenda de nosotros mismos abre un espacio, ofrece un canal libre de obstáculos al derrama- miento de su amor. Nuestro rechazo o nuestra indiferencia limitan los efectos de su poder y la fecundidad de su amor en nosotros. Si él no en- cuentra en mí confianza y apertura, su amor se ve privado —porque él mismo así lo ha queri- do— de su prolongación en mi vida que es única

206 Catecismo de la Iglesia Católica, 1085.

e irrepetible, y en el mundo donde él me llama a hacerlo presente. Esto no proviene de una fragi- lidad suya sino de su infinita libertad, de su para- dójico poder y de la perfección de su amor por cada uno de nosotros. Cuando la omnipotencia de Dios se muestra en esa debilidad de nuestra libertad, « sólo la fe puede descubrirla ».207

194. De hecho, santa Margarita María narró que, en una de las manifestaciones de Cristo, él le habló de su Corazón apasionado de amor por nosotros, que «no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es pre- ciso comunicarlas».208 Puesto que el Señor, que todo lo puede, en su divina libertad ha querido necesitar de nosotros, la reparación se entiende como liberar los obstáculos que ponemos a la expansión del amor de Cristo en el mundo, con nuestras faltas de confianza, gratitud y entrega.

La ofrenda al Amor

195. Para reflexionar mejor sobre este misterio, nos ayuda nuevamente la luminosa espiritualidad de santa Teresa del Niño Jesús. Ella sabía que al- gunas personas habían desarrollado una forma extrema de reparación, con la buena voluntad de entregarse por los demás, que consistía en ofre- cerse como una especie de “pararrayos” de ma-

207 Ibíd., 268.
208 Autobiografía, c. IV, 107.
124

nera que la justicia divina se realizara: «Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mis- mas los castigos reservados a los culpables».209 Pero, por más admirable que esa ofrenda pudiera parecer, a ella no le convencía demasiado: «Yo estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla».210 Esta insistencia en la justicia divina finalmente inducía a pensar que el sacrificio de Cristo era incompleto o parcialmente eficaz, o que su mise- ricordia no era suficientemente intensa.

196. Con su intuición espiritual santa Teresa del Niño Jesús descubrió que hay otra forma de ofrendarse a sí mismo, donde no hay necesi- dad de saciar la justicia divina sino de permitir al amor infinito del Señor difundirse sin obstáculos: «¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víc- timas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tu- vieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti ».211

197. No hay nada que agregar al único sacrifi- cio redentor de Cristo, pero es verdad que el re- chazo de nuestra libertad no le permite al Cora-

209 Ms A, 84 r°, 246. 210 Ibíd.
211 Ibíd.
125

zón de Cristo dilatar en este mundo sus « oleadas de infinita ternura». Y esto es así porque el mis- mo Señor quiere respetar esta posibilidad. Eso, más que la justicia divina, es lo que inquietaba el corazón de santa Teresa del Niño Jesús, ya que para ella la justicia sólo se comprende a la luz del amor. Vimos que ella adoraba todas las perfec- ciones divinas a través de la misericordia, y así las veía transfiguradas, radiantes de amor. Decía: « Incluso la justicia (y quizás ésta más aún que to- das las demás) me parece revestida de amor ».212

198. Así nace su acto de ofrenda, no a la jus- ticia divina, sino al Amor misericordioso: «Me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío».213 Es importante advertir que no se trata sólo de permitir que el Corazón de Cristo extienda la belleza de su amor en el pro- pio corazón, a través de una confianza total, sino también que a través de la propia vida llegue a los demás y transforme el mundo: «En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor [...] ¡¡¡Así

212 Ms A, 83v°, 245; cf. Cta 226, Al P. Roulland (9 mayo 1897), 585-589.
213 Oración 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), 759.
126

mi sueño se verá hecho realidad...!!! ».214 Los dos aspectos están inseparablemente unidos.

199. El Señor aceptó su ofrenda. Vemos que tiempo después ella misma expresó un intenso amor por los demás y sostuvo que procedía del Corazón de Cristo que se prolongaba a través de ella. Así, le decía a su hermana Leonia: «Te quiero mil veces más tiernamente de lo que se quieren las hermanas normales y corrientes, ya que yo puedo amarte con el Corazón de nuestro Esposo celestial».215 Un tiempo después dijo a Maurice Bellière: «¡Cómo me gustaría hacerle comprender la ternura del Corazón de Jesús y lo que él espera de usted! ».216

Integridad y armonía

200. Hermanas y hermanos, propongo que desarrollemos esta forma de reparación, que es, en definitiva, ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura. Si es verdad que la reparación implica el deseo de «compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increa- do, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa »217, el camino más adecuado es que

214 Ms B, 3vo, 261.
215 Cta 186, A Leonia (11 abril 1896), 538.
216 Cta 258, Al abate Bellière (18 julio 1897), 611.
217 pÍo xi, Carta enc. Miserentissimus Redemptor (8 mayo
1928), 5.8: AAS 20 (1928), 172.
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nuestro amor regale al Señor una posibilidad de expandirse por aquellas veces en que esto le fue rechazado o negado. Esto ocurre si se va más allá del mero “consuelo” a Cristo del cual hablamos en el capítulo anterior, y se convierte en actos de amor fraterno con los cuales curamos las heridas de la Iglesia y del mundo. De ese modo ofrece- mos nuevas expresiones al poder restaurador del Corazón de Cristo.

201. Las renuncias y sufrimientos que exijan es- tos actos de amor al prójimo nos unen a la pasión de Cristo, y padeciendo con Cristo en «aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tan- tos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás perci- biremos».218 Sólo Cristo salva con su entrega en la Cruz por nosotros, sólo él redime, porque hay «un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos» (1 Tm 2,5-6). La reparación que ofrecemos es una participación que aceptamos libremente en su amor redentor y en su único sacrificio. Así com- pletamos en nuestra carne « lo que falta a los pa- decimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia » (Col 1,24) y es el mismo Cristo quien prolonga a través de nosotros los efectos de su entrega total por amor.

218 Ibíd., 8: AAS 20 (1928), 172. 128

202. Muchas veces los sufrimientos tienen que ver con el propio ego herido, pero es precisamen- te la humildad del Corazón de Cristo la que nos indica el camino del abajamiento. Dios ha queri- do llegar a nosotros anonadándose, empequeñe- ciéndose. Ya lo enseña el Antiguo Testamento a través de distintas metáforas que muestran a un Dios que entra en las pequeñeces de la historia y se deja rechazar por su pueblo. Su amor se en- tremezcla en la vida cotidiana del pueblo amado y se vuelve mendigo de una respuesta, como pi- diendo permiso para mostrar su gloria. Por otra parte, «quizá una sola vez el Señor Jesús nos ha llamado con sus palabras al propio corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: “mansedum- bre y humildad”. Como si quisiera decir que sólo por este camino quiere conquistar al hombre ».219 Cuando Cristo dijo: « aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón» (Mt 11,29) nos indicó que « para expresarse necesita nuestra pe- queñez, nuestro abajamiento ».220

203. En lo que hemos dicho es importante advertir distintos aspectos inseparables, porque esas acciones de amor al prójimo, con todas las renuncias, negaciones de uno mismo, sufrimien- tos y cansancios que impliquen, cumplen esta

219 s. JuaN pablo ii, Catequesis (20 junio 1979): L’Osser- vatore Romano, ed. semanal en lengua española (24 junio 1979),
p. 3.
220 Homilía durante la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae
(27 junio 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua es- pañola (4 julio 2014), p. 10.

función cuando están alimentadas por la caridad del mismo Cristo. Él nos permite amar como él amó y así él mismo ama y sirve a través de noso- tros. Si por una parte él parece empequeñecerse, anonadarse, ya que ha querido mostrar su amor por medio de nuestros gestos, por otra parte, en las más sencillas obras de misericordia, su Cora- zón es glorificado y manifiesta toda su grandeza. Un corazón humano que hace espacio al amor de Cristo a través de la confianza total y le per- mite expandirse en la propia vida con su fuego, se vuelve capaz de amar a los demás como Cris- to, haciéndose pequeño y cercano a todos. Así Cristo sacia su sed y difunde gloriosamente en nosotros y a través de nosotros las llamas de su ardiente ternura. Advirtamos la hermosa armo- nía que hay en todo esto.

204. Finalmente, para comprender esta devo- ción en toda su riqueza, es necesario agregar, re- tomando lo que hemos dicho sobre su dimensión trinitaria, que la reparación de Cristo como ser hu- mano se ofrece al Padre por obra del Espíritu San- to en nosotros. Por lo tanto, nuestra reparación al Corazón de Cristo en último término se dirige al Padre, que se complace en vernos unidos a Cristo cuando nos ofrecemos por él, con él y en él.

Enamorar al mundo

205. La propuesta cristiana es atractiva cuando se la puede vivir y manifestar en su integralidad;

no como un simple refugio en sentimientos re- ligiosos o en cultos fastuosos. ¿Qué culto sería para Cristo si nos conformáramos con una re- lación individual sin interés por ayudar a los de- más a sufrir menos y a vivir mejor? ¿Acaso po- drá agradar al Corazón que tanto amó que nos quedemos en una experiencia religiosa íntima, sin consecuencias fraternas y sociales? Seamos sinceros y leamos la Palabra de Dios en toda su integralidad. Pero por esta misma razón decimos que tampoco se trata de una promoción social vacía de significado religioso, que en definitiva sería querer para el ser humano menos de lo que Dios quiere darle. Por eso necesitamos culminar este capítulo recordando la dimensión misionera de nuestro amor al Corazón de Cristo.

206. San Juan Pablo II, además de hablar de la dimensión social de la devoción al Corazón de Cristo, se refirió a «la reparación, que es coope- ración apostólica a la salvación del mundo».221 Del mismo modo, la consagración al Corazón de Cristo « se ha de poner en relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino».222 Por consiguiente, a

221 Mensaje con motivo del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII, Varsovia (11 junio 1999), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua espa- ñola (2 julio 1999), p. 6.
222 Ibíd., 1.

través de los cristianos « el amor se derramará en el corazón de los hombres, para edificar el cuer- po de Cristo que es la Iglesia y construir una so- ciedad de justicia, paz y fraternidad ».223

207. La prolongación de las llamas de amor del Corazón de Cristo ocurre también en la tarea misionera de la Iglesia, que lleva el anuncio del amor de Dios manifestado en Cristo. Lo enseña- ba muy bien san Vicente de Paúl cuando invitaba a sus discípulos a pedir al Señor «ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él iría [...] y nos envía a nosotros como a ellos [los apóstoles], para llevar a todas partes su fuego ».224

208. San Pablo VI, dirigiéndose a las congre- gaciones que propagaban la devoción al Sagrado Corazón, recordaba que « el ardor pastoral y mi- sionero se inflama principalmente en los sacer- dotes y en los fieles, para trabajar por la gloria divina, cuando mirando el ejemplo de aquella in- mensa caridad que nos mostró Cristo, consagran todo su esfuerzo a comunicar a todos los inago- tables tesoros de Cristo».225 A la luz del Sagrado
223 Carta a Mons. Louis-Marie Billé, Arzobispo de Lyon, con motivo de la peregrinación a Paray-le-Monial (4 junio 1999): L’Osserva- tore Romano, ed. semanal en lengua española (2 julio 1999), p. 7.
224 Conferencias. Repetición de la oración (22 agosto 1655), 58, t. 11/3, 190.
225 Carta Diserti interpretes (25 mayo 1965), 4, en fraNcis- co cerro cHaVes y VÍctor castaño moraGa [eds.], Encíclicas
132

Corazón la misión se convierte en una cuestión de amor, y el mayor riesgo en esa misión es que se digan y se hagan muchas cosas pero no se lo- gre provocar el feliz encuentro con ese amor de Cristo que abraza y que salva.

209. La misión, entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cris- to, exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida. Entonces les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es co- municar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos. ¿No es lo que ocurre con cualquier enamorado? Vale la pena tomar como ejemplo aquellas palabras con las que Dante Alighieri, enamorado, procuraba expresar esta lógica:
« Cada vez que la elogio cual presea, amor me hace sentir con tal dulzura, que, de obrar con sutil desenvoltura, enamorara de ella a toda gente ».226

210. Hablar de Cristo, con el testimonio o la palabra, de tal manera que los demás no tengan que hacer un gran esfuerzo para quererlo, ese es
y Documentos de los Papas sobre el Corazón de Jesús, Monte Carmelo, Burgos 2009, 141.
226 Vita Nuova XIX, 5-6.
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el mayor deseo de un misionero de alma. No hay proselitismo en esta dinámica de amor, son las palabras del enamorado que no molestan, que no imponen, que no obligan, sólo mueven a los otros a preguntarse cómo es posible tal amor. Con el máximo respeto ante la libertad y la dignidad del otro, el enamorado sencillamente espera que le permitan narrar esa amistad que le llena la vida.

211. Cristo te pide que, sin descuidar la pru- dencia y el respeto, no tengas vergüenza de re- conocer tu amistad con él. Te pide que te atre- vas a contar a los otros que te hace bien haberlo encontrado: « Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Pa- dre que está en el cielo» (Mt 10,32). Pero para el corazón amante no es una obligación, es una necesidad difícil de contener: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16); « había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía » (Jr 20,9).
En comunión de servicio

212. No se debería pensar en esta misión de comunicar a Cristo como si fuera solamente algo entre él y yo. Se vive en comunión con la propia comunidad y con la Iglesia. Si nos alejamos de la comunidad, también nos iremos alejando de Jesús. Si la olvidamos y no nos preocupamos por ella, nuestra amistad con Jesús se irá enfriando.
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Nunca se debería olvidar este secreto. El amor a los hermanos de la propia comunidad —reli- giosa, parroquial, diocesana, etc.— es como un combustible que alimenta nuestra relación de amigos con Jesús. Los actos de amor a los her- manos de comunidad pueden ser el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás el amor de Jesucristo. Lo decía el mismo Señor: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros » (Jn 13,35).

213. Es un amor que se vuelve servicio comu- nitario. No me canso de recordar que Jesús lo dijo con gran claridad: « Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicie- ron conmigo» (Mt 25,40). Él te propone que lo encuentres también allí, en cada hermano y en cada hermana, especialmente en los más pobres, despreciados y abandonados de la sociedad. ¡Qué hermoso encuentro!

214. Por lo tanto, si nos dedicamos a ayudar a alguien eso no significa que nos olvidemos de Jesús. Al contrario, lo encontramos a él de otra manera. Y cuando intentamos levantar y curar a alguien, Jesús está ahí codo a codo con nosotros. De hecho, es bueno recordar que cuando envió a sus discípulos a la misión « el Señor los asistía » (Mc 16,20). Él está allí, trabajando, luchando y ha- ciendo el bien con nosotros. De un modo miste- rioso, es su amor el que se manifiesta a través de
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nuestro servicio, él mismo le habla al mundo con ese lenguaje que a veces no puede tener palabras.

215. Él te envía a derramar el bien y te impulsa por dentro. Para eso te llama con una vocación de servicio: harás el bien como médico, como madre, como docente, como sacerdote. Donde sea podrás sentir que él te llama y te envía a vivir esa misión en la tierra. Él mismo nos dice: «Yo los envío» (Lc 10,3). Esto es parte de la amis- tad con él. Por eso, para que esa amistad madure, hace falta que te dejes enviar por él a cumplir una misión en este mundo, con confianza, con gene- rosidad, con libertad, sin miedos. Si te encierras en tus comodidades eso no te dará seguridad, siempre aparecerán temores, tristezas, angustias. Quien no cumple su misión en esta tierra no pue- de ser feliz, se frustra. Entonces mejor déjate en- viar, déjate conducir por él adonde él quiera. No olvides que él va contigo. No es que te lanza al abismo y te deja abandonado a tus propias fuer- zas. Él te impulsa y va contigo. Él lo prometió y lo cumple: « Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo » (Mt 28,20).

216. De alguna manera tienes que ser misione- ro, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo. Santa Teresa del Niño Jesús lo vivía como parte inseparable de su ofrenda al Amor misericordioso: «Quería
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dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas».227 Esa también es tu misión. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás ser misionero. Jesús se lo merece. Si te atreves, él te iluminará. Él te acom- pañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa ex- periencia que te hará mucho bien. No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor que trabaja en lo secreto de los corazones, pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás.
227 Ms A, 45 v°, 166.
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CONCLUSIÓN

217. Lo expresado en este documento nos per- mite descubrir que lo escrito en las encíclicas so- ciales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nues- tro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común.

218. Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dine- ro. Sólo nos urge acumular, consumir y distraer- nos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas. El amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso y sólo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle cora- zón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente.

219. La Iglesia también lo necesita, para no re- emplazar el amor de Cristo con estructuras cadu-
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cas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades. De la herida del cos- tado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva.

220. Pido al Señor Jesucristo que de su Cora- zón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos cau- samos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solida- rio y fraterno. Eso será hasta que celebremos fe- lizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesan- temente de su Corazón abierto. Bendito sea.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de octubre del año 2024, décimo segundo de mi Pontificado.

ÍNDICE

«Nosamó»[1]............ 3
i.
la importaNcia del corazóN [2]
¿Qué expresamos cuaNdo decimos “corazóN”? [3-8] . . . . . . . . . . . . . . .
5
VolVeralcorazóN[9-16]. . . . . . . .
el corazóN Que uNe los fraGmeNtos [17-23] 14 elfueGo[24-27]........... 18 el muNdo puede cambiar desde el corazóN
[28-31]. . . . . . . . . . . . . .
. 21 Gestos y palabras de amor [32]
ii.
Gestos Que refleJaN el corazóN [33-38] .
. 25 . 28 . 29
. 33 . 35 . 38 . 42
lamirada[39-42]......... laspalabras[43-47] . . . . . . . .
iii.
este es el corazóN Que taNto amó [48]
adoracióN a cristo [49-51] . . . . . la VeNeracióN de su imaGeN [52-58]. . amorseNsible[59-63] . . . . . . . tripleamor[64-69] . . . . . . . .
. .
. . . .
141
9

perspectiVas triNitarias [70-77] . . . . . 45 expresioNes maGisteriales recieNtes [78-81] 50 profuNdizacióN y actualidad [82-91] . . . 53
iV.
amor Que da de beber [92]
seddelamordedios[93-101]...... 59
resoNaNcias de la palabra eN la Historia [102-108] 63
la difusióN de la deVocióN al corazóN de cristo[109-113]........... 67
saN fraNcisco de sales [114-118]. . . . . 70 uNa NueVa declaracióN de amor [119-124] . 74 saN claudio de la colombière [125-128] . 78
saN carlos de foucauld y saNta teresa delNiñoJesús[129]. . . . . . . . . 80
Iesus Caritas [130-132] . . . . . .
Santa Teresa del Niño Jesús [133-142] . resoNaNcias eN la compañÍa de Jesús
. . 81
. . 83
[143-147]............ .
uNa larGa corrieNte de Vida iNterior [148-150] 92
la deVocióN del coNsuelo [151] . Con Él en la Cruz [152-153] . . Las razones del corazón [154-157] . La compunción [158-160] . . . . Consolados para consolar [161-163]
. .
. . . . . . . .
V.
amor por amor [164]
uN lameNto y uN pedido [165-166] . . 142
. 89 . . 95
. . 96 . . 97 . . 101 . . 102
. . 105

proloNGar su amor eN los HermaNos [167-171] 106 alGuNas resoNaNcias eN la Historia de la
espiritualidad[172] . . . . . . . . . 109 Ser una fuente para los demás [173-176] . . . 110 Fraternidad y mística [177-180] . . . . . . 112
la reparacióN: coNstruir sobre las ruiNas [181] 116
Sentido social de la reparación al Corazón de Cristo[182-184]........... 117
Reparar los corazones heridos [185-186] .
La belleza de pedir perdón [187-190] . .
la reparacióN: uNa proloNGacióN para el corazóN de cristo [191-194] . . . .
. . 119
. . 120 . . 122
. . 124
. . 127 . . 130 . . 134
. . 139
La ofrenda al Amor [195-199] . .
Integridad y armonía [200-204] . . eNamorar al muNdo [205-211] . . En comunión de servicio [212-216] .
coNclusióN[217-220]. . . .
. .
. . . . . .
. .

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