Antropología de los Derecho humanos y Ética del Desarrollo, Hacia un Espiritualidad global
El 10 de Diciembre celebramos el Día de los Derechos Humanos (DDHH). Los DDHH se comprenden, adecuadamente, situándolos en una adecuada antropología. Esto es, en las diversas dimensiones y constitución inherente que conforman a la persona. Los DDHH corresponden a estas constitutivas dimensiones y aspectos de la persona, de toda la humanidad. Actualmente, las diversas ciencias sociales y humanas, como la antropología o la psicología e incluso las conocidas como neurociencias, nos muestra que cada y todo ser humano está constituido, de forma universal, por unas dimensiones inherentes al ser persona, sin las cuales no se realiza ni se desarrolla humanamente. Los DD HH no son más que el reconocimiento ético e incluso jurídico de esta antropología, universal e integral, por la que las personas van alcanzado su humanización, realización y desarrollo liberador, espiritual y global.
Los DDHH, que se han ido reconociendo y garantizando en la historia, suponen la promoción de una antropología y ética liberadora de todo mal e injusticia. Estos DDHH, por tanto, se han ido nutriendo de las diversas cosmovisiones y tradiciones morales, culturales y espirituales. Como se ha estudiado y puesto de relieve, en especial la fe cristiana, que inspira esta antropología y ética integral, ha sido decisiva en el reconocimiento de los DDHH. Ya que gracias al cristianismo se ha ido mostrando la categoría (realidad) de persona, que era desconocida para otras filosofías o culturas como la greco-latina. Efectivamente, la fe y teología cristiana manifestó la comprensión de ser persona, tal como la conocemos actualmente. Esto es, el ser humano como sujeto único, irrepetible e indivisible llamado a la experiencia, al don de la vida, a la dignidad y la libertad en la inter-relación de comunión fraterna y solidaria con el Otro u otros, en la justicia e igualdad de las relaciones humanas, sociales, políticas y económicas; frente a toda realidad de esclavitud y mal, muerte e injusticia.
Es esta antropología y ética inspirada en la fe cristiana, la que fue posibilitando, en la edad antigua, la caída y liberación de imperialismos esclavistas y opresivos como el romano. Ahí tenemos el pensamiento social y moral de los conocidos como Padres de la Iglesia. Como por ejemplo San Juan Crisóstomo y los llamados Padres Capadocios en Oriente o San Ambrosio y San Agustín en Occidente, que impulsaron la vida, libertad y dignidad (centralidad) de la personas como imagen-semejanza e hijos de Dios, de los pobres como sacramento (presencia real) de Cristo Pobre y Crucificado. Este pensamiento social y ético Patrístico, de los Padres de la iglesia, enseña y promueve una sociedad-mundo, una política y economía inseparablemente unida a la ética, al bien y a la justicia. En donde se antepone la fraternidad solidaria, el compartir y distribuir la vida, los bienes y recursos con un destino universal: contra el egoísmo y la injusticia, la riqueza y la propiedad como ídolos; la economía y la propiedad solo tienen sentido desde esta ética, el bien fraterno y la justicia en la distribución o destino universal de los bienes.
La fe bíblica y cristiana, tal como nos muestran los Padres de la Iglesia o posteriormente Tomás de Aquino y la escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Francisco Suarez), nos releva una compresión de la justicia que se realiza en la alteridad, en los otros y en la realidad social e histórica. Es, por tanto, una justicia que restituye y libera de la injusticia u opresión, una justicia desde y con los sin derechos, con los pobres y oprimidos. Una justicia liberadora de la dominación e injusticia que sufren los pobres, a los que hay que restituir los bienes usurpado por los ricos- que son ricos a costa de que haya pobres-, por la ideologización y sistema que consagra a la propiedad como derecho absoluto (ídolo). Ya que según la moral inspirada en la fe, la propiedad privada está subordinada a esta justa y común distribución de los bienes destinados a toda la humanidad, según el plan creador de Dios. De ahí que la riqueza, el ser rico sea inmoral, inhumano y antievangélico. Frente al derecho romano, en muy buena medida inspirador todavía hoy de nuestros ordenamientos y legislaciones, que concibe la justicia como dar a cada uno lo suyo. Es decir, más al que tiene más y menos al posee poco o casi nada, que consagra por tanto a la propiedad como derecho absoluto e intocable.
Como se observa, esta antropología y ética inspirada en la fe, y que da como fruto los humanismos renacentistas y modernos, como el de Tomás Moro o la Escuela de Salamanca y Bartolomé de Las casas, es pionera de los DDHHH y del derecho internacional. La escuela de Salamanca, junto a Bartolomé de Las Casas u otros Obispos en América, con su defensa de las poblaciones nativas e indígenas, frente la conquista del llamado nuevo mundo o de África, defienden e impulsan que estas poblaciones nativas: tienen derecho a la libertad de elección, asociación y gobierno de sus pueblos o forma de organizarse (los conocidos como DDHH de 1ª generación, de libertades civiles y públicas); de poseer y gestionar sus bienes en justicia e igualdad (los conocidos como DDHH de 2ª generación, derechos sociales, de justicia social); de DDHH como los de la paz y de un desarrollo integral (los conocidos como de 3ª generación, derechos de los pueblos, a un desarrollo humano y ecológico); DDHHH como libertad de creencias y costumbres (los conocidos como de 4ª generación, derechos culturales o de identidad).
Con sus fallos y errores que ella misma reconoce, vemos pues que la fe cristiana se anticipa en el reconocimiento y lucha por todos estos DHH que se irán reivindicando con las revoluciones políticas (con el humanismo liberal-ilustrado), sociales (con el movimiento obrero y los diversos humanismos socialistas y/o libertarios), internacionales o mundiales (con los movimientos solidarios del Tercer Mundo o Sur empobrecido, con los Foros Sociales Mundiales...). La fe cristiana se ha encarnado y fecundando en todas estas luchas por los DDHH, en todos estos movimientos humanistas y espirituales, políticos, sociales u obreros, del Sur o altermundistas y que, como es conocido, surgieron frente a las diversas injusticias e imperialismo dominadores que han asolado la historia. Además del ya mencionado romano, tales como el feudal, el capitalismo comercial e industrial, los fascismos y comunismos colectivista o colectivismo (leninismo-stalinismo) u hoy el capitalismo, ya global, financiero-especulativo e informacional. Todos estos totalitarismos e imperialismos que niegan toda esta serie de DDHH y que, por tanto, son injustos e inmorales.
Aun queda mucho por hacer, hoy los DDHH siguen sin cumplirse y realizarse en la realidad social e histórica, en buena parte de la humanidad a la que se sigue conculcando sus derechos civiles y políticos, económicos y sociales, de los pueblos y de una ecología sostenible…. Sobre todo, a causa de la actual ideologización y sistema neo-liberal, del capitalismo que niega los valores o principios básicos de la vida y dignidad de las personas, que no trae una democracia real, que no promueve la justicia social-global y ambiental, la humanización y la diversidad cultural o espiritual. Esta ética y antropología o historia de los DDHH nos muestran que el mal e injusticia se pueden vencer, que es posible otro mundo, que se puede cambiar el mundo y la historia. Y que los DDHH son a la vez deberes míos, de todos, son un imperativo (deber) ético por los que comprometerse y luchar para que haya más libertad, paz y justicia con los pobres; que en estos deberes, servicio y compromiso, en la realización de los DDHH, vamos encontrando la humanización, el desarrollo y la felicidad. Tal como nos muestra asimismo, en muy buena medida, la conocida como Doctrina Social de la Iglesia, el actual pensamiento social cristiano como, por ejemplo, el personalismo comunitario o el liberador latinoamericano que tanto ha aportado a la enseñanza de la iglesia como ella misma reconoce.
Los DDHH, que se han ido reconociendo y garantizando en la historia, suponen la promoción de una antropología y ética liberadora de todo mal e injusticia. Estos DDHH, por tanto, se han ido nutriendo de las diversas cosmovisiones y tradiciones morales, culturales y espirituales. Como se ha estudiado y puesto de relieve, en especial la fe cristiana, que inspira esta antropología y ética integral, ha sido decisiva en el reconocimiento de los DDHH. Ya que gracias al cristianismo se ha ido mostrando la categoría (realidad) de persona, que era desconocida para otras filosofías o culturas como la greco-latina. Efectivamente, la fe y teología cristiana manifestó la comprensión de ser persona, tal como la conocemos actualmente. Esto es, el ser humano como sujeto único, irrepetible e indivisible llamado a la experiencia, al don de la vida, a la dignidad y la libertad en la inter-relación de comunión fraterna y solidaria con el Otro u otros, en la justicia e igualdad de las relaciones humanas, sociales, políticas y económicas; frente a toda realidad de esclavitud y mal, muerte e injusticia.
Es esta antropología y ética inspirada en la fe cristiana, la que fue posibilitando, en la edad antigua, la caída y liberación de imperialismos esclavistas y opresivos como el romano. Ahí tenemos el pensamiento social y moral de los conocidos como Padres de la Iglesia. Como por ejemplo San Juan Crisóstomo y los llamados Padres Capadocios en Oriente o San Ambrosio y San Agustín en Occidente, que impulsaron la vida, libertad y dignidad (centralidad) de la personas como imagen-semejanza e hijos de Dios, de los pobres como sacramento (presencia real) de Cristo Pobre y Crucificado. Este pensamiento social y ético Patrístico, de los Padres de la iglesia, enseña y promueve una sociedad-mundo, una política y economía inseparablemente unida a la ética, al bien y a la justicia. En donde se antepone la fraternidad solidaria, el compartir y distribuir la vida, los bienes y recursos con un destino universal: contra el egoísmo y la injusticia, la riqueza y la propiedad como ídolos; la economía y la propiedad solo tienen sentido desde esta ética, el bien fraterno y la justicia en la distribución o destino universal de los bienes.
La fe bíblica y cristiana, tal como nos muestran los Padres de la Iglesia o posteriormente Tomás de Aquino y la escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Francisco Suarez), nos releva una compresión de la justicia que se realiza en la alteridad, en los otros y en la realidad social e histórica. Es, por tanto, una justicia que restituye y libera de la injusticia u opresión, una justicia desde y con los sin derechos, con los pobres y oprimidos. Una justicia liberadora de la dominación e injusticia que sufren los pobres, a los que hay que restituir los bienes usurpado por los ricos- que son ricos a costa de que haya pobres-, por la ideologización y sistema que consagra a la propiedad como derecho absoluto (ídolo). Ya que según la moral inspirada en la fe, la propiedad privada está subordinada a esta justa y común distribución de los bienes destinados a toda la humanidad, según el plan creador de Dios. De ahí que la riqueza, el ser rico sea inmoral, inhumano y antievangélico. Frente al derecho romano, en muy buena medida inspirador todavía hoy de nuestros ordenamientos y legislaciones, que concibe la justicia como dar a cada uno lo suyo. Es decir, más al que tiene más y menos al posee poco o casi nada, que consagra por tanto a la propiedad como derecho absoluto e intocable.
Como se observa, esta antropología y ética inspirada en la fe, y que da como fruto los humanismos renacentistas y modernos, como el de Tomás Moro o la Escuela de Salamanca y Bartolomé de Las casas, es pionera de los DDHHH y del derecho internacional. La escuela de Salamanca, junto a Bartolomé de Las Casas u otros Obispos en América, con su defensa de las poblaciones nativas e indígenas, frente la conquista del llamado nuevo mundo o de África, defienden e impulsan que estas poblaciones nativas: tienen derecho a la libertad de elección, asociación y gobierno de sus pueblos o forma de organizarse (los conocidos como DDHH de 1ª generación, de libertades civiles y públicas); de poseer y gestionar sus bienes en justicia e igualdad (los conocidos como DDHH de 2ª generación, derechos sociales, de justicia social); de DDHH como los de la paz y de un desarrollo integral (los conocidos como de 3ª generación, derechos de los pueblos, a un desarrollo humano y ecológico); DDHHH como libertad de creencias y costumbres (los conocidos como de 4ª generación, derechos culturales o de identidad).
Con sus fallos y errores que ella misma reconoce, vemos pues que la fe cristiana se anticipa en el reconocimiento y lucha por todos estos DHH que se irán reivindicando con las revoluciones políticas (con el humanismo liberal-ilustrado), sociales (con el movimiento obrero y los diversos humanismos socialistas y/o libertarios), internacionales o mundiales (con los movimientos solidarios del Tercer Mundo o Sur empobrecido, con los Foros Sociales Mundiales...). La fe cristiana se ha encarnado y fecundando en todas estas luchas por los DDHH, en todos estos movimientos humanistas y espirituales, políticos, sociales u obreros, del Sur o altermundistas y que, como es conocido, surgieron frente a las diversas injusticias e imperialismo dominadores que han asolado la historia. Además del ya mencionado romano, tales como el feudal, el capitalismo comercial e industrial, los fascismos y comunismos colectivista o colectivismo (leninismo-stalinismo) u hoy el capitalismo, ya global, financiero-especulativo e informacional. Todos estos totalitarismos e imperialismos que niegan toda esta serie de DDHH y que, por tanto, son injustos e inmorales.
Aun queda mucho por hacer, hoy los DDHH siguen sin cumplirse y realizarse en la realidad social e histórica, en buena parte de la humanidad a la que se sigue conculcando sus derechos civiles y políticos, económicos y sociales, de los pueblos y de una ecología sostenible…. Sobre todo, a causa de la actual ideologización y sistema neo-liberal, del capitalismo que niega los valores o principios básicos de la vida y dignidad de las personas, que no trae una democracia real, que no promueve la justicia social-global y ambiental, la humanización y la diversidad cultural o espiritual. Esta ética y antropología o historia de los DDHH nos muestran que el mal e injusticia se pueden vencer, que es posible otro mundo, que se puede cambiar el mundo y la historia. Y que los DDHH son a la vez deberes míos, de todos, son un imperativo (deber) ético por los que comprometerse y luchar para que haya más libertad, paz y justicia con los pobres; que en estos deberes, servicio y compromiso, en la realización de los DDHH, vamos encontrando la humanización, el desarrollo y la felicidad. Tal como nos muestra asimismo, en muy buena medida, la conocida como Doctrina Social de la Iglesia, el actual pensamiento social cristiano como, por ejemplo, el personalismo comunitario o el liberador latinoamericano que tanto ha aportado a la enseñanza de la iglesia como ella misma reconoce.