Credibilidad de la Fe y Espiritualidad de la Caridad Política
Como se titulaba el libro de lo uno de los teólogos más significativos de nuestro tiempo, H. V. Balthasar, “Solo el amor es digno de fe”. Y como nos enseña la Iglesia, por ejemplo el Vaticano II (GS), Pablo VI o Juan Pablo II, la trasmisión de la fe y la misión de la iglesia solo tendrán credibilidad si somos testimonios del amor, la paz y la justicia liberadora con los pobres. Ya que, como nos enseña la misma filosofía en dialogo con la teología, la imagen y el rostro creíble de Dios, tal como se reveló en Jesús, es la de un Dios que es amor y vida, perdón y paz, solidaridad y justicia con los pobres. Es el Dios de la fraternidad y de la vida, el Dios de los pobres y de las víctimas, de los oprimidos y excluídos, de la esperanza en “el cielos nuevo y la tierra nueva” (Ap 21). Tal como nos lo ha transmitido la tradición y la enseñanza de la iglesia, por ejemplo, últimamente los Papas Benedicto XVI y Francisco.
Decía uno de los filósofos más relevantes de nuestro tiempo, F. Rosenzweig, que lo que la Biblia enseña es lo que está en lo más profundo del ser humano. La persona está creada, constituida y llamada por Dios, en Cristo y el Don de su Espíritu, a este amor y justicia que es Dios mismo y que nos regala con su Gracia. Y en la Revelación bíblica, en el Evangelio de Jesús, tal como nos lo ha transmitido la Iglesia, Dios en Jesús con su proyecto del Reino de Dios nos manifiesta ese deseo y anhelo de espiritualidad, de trascendencia, de salvación liberadora en la fraternidad, en el amor y la justicia con los pobres. El sueño que tiene Dios para la humanidad e historia, para cada persona y para el mundo, ese Reino de amor, paz y justicia con los pobres que nos salva y libera de todo mal, pecado e injusticia: es lo que llena el alma y el corazón del ser humano; lo que nos da la felicidad y vida, vida plena y eterna. En el encuentro y experiencia de la personas con Dios en Jesús, con su proyecto de Reino en el amor y justicia con los pobres, se va vivenciando la realización humana y espiritual, ética y estética.
El ser humano está conformado espiritualmente y busca la trascendencia en la verdad, en la belleza y el bien, en la vida plena y eterna. Y esta trascendencia se va encontrando en la contemplación o meditación (oración) y acogida del amor que nos regala Dios, en la entrega de la vida, en el servicio y compromiso de la caridad por un mundo más fraterno y justo. Se trata de conocer y seguir a Jesús que con su Evangelio, con su vida y proyecto del Reino de Dios, nos revela una existencia desde la entrega y el servicio, desde el amor y la pobreza liberadora en el compartir (dar) la vida, los bienes y las luchas por la justicia con los pobres de la tierra. Dios nos regala en Cristo su Gracia y Don del Espíritu que es, a la vez, compromiso y exigencia de entrega, de pobreza solidaria y compromiso social, de lucha por la paz y la justicia con los pobres de la tierra; contra los ídolos del poder y de la riqueza, del ser rico. La Revelación del Dios bíblico y de Jesús se realiza desde este lugar espiritual de la entrega, del servicio y la pobreza evangélica en fraternidad liberadora con los pobres de la tierra, desde el compromiso por ese mundo más pacífico y justo con los oprimidos. Frente a los falsos dioses del tener y del poder, del prestigio y de la riqueza, del ser rico y de la élites, de la codicia… que lo que causan es esclavitud e injusticia, mal y pecado, rechazo del Dios del amor y de los pobres. Así se ha manifestado todo ello en esos buscadores de Dios, en esos seguidores del Jesús Pobre-Crucificado por causa del Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, que son los santos y las santas.
De ahí que la fe y la misión de la iglesia tenga este constitutivo carácter social, público y político, la espiritualidad de la caridad política que, como nos enseña la iglesia, pretende el bien común, la solidaridad y la justicia con los pobres. La vida de gracia en la fe que se expresa en la santidad del amor se realiza, de forma más universal, en la caridad política que busca transformar el mundo, la humanidad e historia para que se vaya ajustando al Reino de Dios, a su paz y justicia liberadora con los pobres. Nada más lejos de la fe cristiana y su espiritualidad de encarnación, en el Verbo de Dios hecho humano, que una vida cristiana que privatiza la fe; que se queda en un espiritualismo e intimismo que no asume la vida y la realidad de los pobres u oprimidos, que no se encarna en las causas de la paz, de la solidaridad y de la justicia con los excluidos del mundo.
Evidentemente, como igualmente nos enseña la iglesia, hay que rechazar de la misma forma todo confesionalismo ideológico-partidista que no distingue lo que es la fe del ámbito del partidismo político, gubernamental y estatal. Hay que respetar la distinción entre la fe y las ideologías, entre la espiritualidad y los partidos, entre la religión y el estado, la iglesia y los gobiernos. Se trata de ejercer esa adecuada laicidad o autonomía de la iglesia y del estado, de las realidades del mundo. Ya que no hay un partido o política que se pueda identificar con la fe. No existe una cultura o política confesional cristiana ni católica. Sino que es la fe y la enseñanza de la iglesia la que inspira a los cristianos para que ejerzan su caridad política, su compromiso cultural, social y público orientado por los valores evangélicos y morales. Y ello junto a toda persona de buena voluntad, sea creyente o no, que se encuentra en la misma vida política y democrática, que tenemos los mismos derechos y deberes en la gestión y responsabilidad ciudadana, cívica y política.
Inspirada en la fe y orientada por la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), esta caridad política tiene que ser creíble y coherente, ha de promover el bien común, la paz y la justicia con los pobres, luchar contra todo lo que se oponga a la vida y dignidad de la persona. La caridad política promociona y defiende la vida en todas sus fases o dimensiones. Y, por tanto, se opone las desigualdades e injusticias del hambre y la pobreza, del paro y de la explotación laboral, de las guerras y la destrucción ecológica, del aborto y eutanasia, de la pena de muerte y cualquier maltrato o trata-esclavitud de las personas, etc. La fe y ética es libre, liberadora y crítica ante toda ideología o sistema político que sea injusto e inhumano como es el liberalismo economicista, el capitalismo y el comunismo colectivista o colectivismo, como son los fascismos y nacionalismos excluyentes…La fe impulsa el matrimonio y la familia entre el hombre y la mujer abierto a la vida, a los hijos desde la paternidad responsable, que tengan garantizada sus derechos humamos y sociales en el bien común, en la justicia social e internacional con los pobres. Frente al laicado o familia individualista y burguesa, es un laicado y familia solidaria, pobre evangélicamente, militante y comprometida de forma transformadora por un mundo mejor, más digno y justo con los pobres. Un laicado y familia encarnada en las realidades sociales, políticas o económicas para que se ajusten al Reino de Dios.
De esta forma, guiada por la DSI, la caridad política lucha por la paz y la justicia para que los valores o criterios éticos se lleven la práctica, se realicen en las relaciones o estructuras sociales e internacionales, en la política y en la economía. Tales como el destino universal de los bienes que tiene la prioridad absoluta sobre la propiedad (privada o no), y que solo es legítima si cumple esta finalidad de la justa distribución de los bienes y recursos para toda la humanidad. El trabajo, la vida y dignidad de las personas trabajadoras, están por encima del capital, del beneficio y la ganancia. Y por tanto, hay que asegurar un salario justo para el trabajador-a y su familia, unas condiciones y derechos laborales decentes en la humanización del trabajo. Es la socialización de los medios de producción y de la empresa, la gestión y protagonismo democrático de todo trabajador en la propiedad y vida de la empresa, desde una economía social y cooperativa. Hay que promover la civilización de la pobreza solidaria, evangélica en la austeridad y consumo justo, responsable. En contra del consumismo y productivismo anti-ecológico e injusto con los pobres.
Promocionar un desarme mundial y una política de la paz. Ya que toda guerra o violencia es un fracaso moral y que, con su industria militar o armamentística, impone la cultura de la muerte. Unas políticas públicas o sociales que favorezcan la fecundidad y dignidad de la vida, de las familias con sus derechos y deberes que impedirá, así, las lacras del aborto o de la eutanasia. Todo lo cual va en contra de ideología y sistema imperante, el que domina hoy el mundo a nivel global, como es el individualismo y relativismo neoliberal-economicista, el capitalismo que en su misma entraña es inmoral e inhumano. El capitalismo produce la cultura de la muerte y de la injusticia en serie, con su economía que mata a las personas y a los pueblos, a los pobres y al planeta.
Todo lo dicho hasta aquí, como nos enseña el Evangelio y la Iglesia, la misma DSI, manifiesta una fe creíble y coherente. Un testimonio de amor y justicia con los pobres que muestra toda la belleza de la fe. Se irradia la alegría del Evangelio, una iglesia pobre con los pobres, en salida y misionera hacia las periferias sociales o existenciales, frente a la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. Así nos está testificando y enseñando todo ello el Papa Francisco, Sucesor de Pedro. Lo que se opone a los diversos fanatismos e integrismos o fundamentalismos, relativismos y progresismos mal entendidos que asolan hoy el mundo e iglesia.
Decía uno de los filósofos más relevantes de nuestro tiempo, F. Rosenzweig, que lo que la Biblia enseña es lo que está en lo más profundo del ser humano. La persona está creada, constituida y llamada por Dios, en Cristo y el Don de su Espíritu, a este amor y justicia que es Dios mismo y que nos regala con su Gracia. Y en la Revelación bíblica, en el Evangelio de Jesús, tal como nos lo ha transmitido la Iglesia, Dios en Jesús con su proyecto del Reino de Dios nos manifiesta ese deseo y anhelo de espiritualidad, de trascendencia, de salvación liberadora en la fraternidad, en el amor y la justicia con los pobres. El sueño que tiene Dios para la humanidad e historia, para cada persona y para el mundo, ese Reino de amor, paz y justicia con los pobres que nos salva y libera de todo mal, pecado e injusticia: es lo que llena el alma y el corazón del ser humano; lo que nos da la felicidad y vida, vida plena y eterna. En el encuentro y experiencia de la personas con Dios en Jesús, con su proyecto de Reino en el amor y justicia con los pobres, se va vivenciando la realización humana y espiritual, ética y estética.
El ser humano está conformado espiritualmente y busca la trascendencia en la verdad, en la belleza y el bien, en la vida plena y eterna. Y esta trascendencia se va encontrando en la contemplación o meditación (oración) y acogida del amor que nos regala Dios, en la entrega de la vida, en el servicio y compromiso de la caridad por un mundo más fraterno y justo. Se trata de conocer y seguir a Jesús que con su Evangelio, con su vida y proyecto del Reino de Dios, nos revela una existencia desde la entrega y el servicio, desde el amor y la pobreza liberadora en el compartir (dar) la vida, los bienes y las luchas por la justicia con los pobres de la tierra. Dios nos regala en Cristo su Gracia y Don del Espíritu que es, a la vez, compromiso y exigencia de entrega, de pobreza solidaria y compromiso social, de lucha por la paz y la justicia con los pobres de la tierra; contra los ídolos del poder y de la riqueza, del ser rico. La Revelación del Dios bíblico y de Jesús se realiza desde este lugar espiritual de la entrega, del servicio y la pobreza evangélica en fraternidad liberadora con los pobres de la tierra, desde el compromiso por ese mundo más pacífico y justo con los oprimidos. Frente a los falsos dioses del tener y del poder, del prestigio y de la riqueza, del ser rico y de la élites, de la codicia… que lo que causan es esclavitud e injusticia, mal y pecado, rechazo del Dios del amor y de los pobres. Así se ha manifestado todo ello en esos buscadores de Dios, en esos seguidores del Jesús Pobre-Crucificado por causa del Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, que son los santos y las santas.
De ahí que la fe y la misión de la iglesia tenga este constitutivo carácter social, público y político, la espiritualidad de la caridad política que, como nos enseña la iglesia, pretende el bien común, la solidaridad y la justicia con los pobres. La vida de gracia en la fe que se expresa en la santidad del amor se realiza, de forma más universal, en la caridad política que busca transformar el mundo, la humanidad e historia para que se vaya ajustando al Reino de Dios, a su paz y justicia liberadora con los pobres. Nada más lejos de la fe cristiana y su espiritualidad de encarnación, en el Verbo de Dios hecho humano, que una vida cristiana que privatiza la fe; que se queda en un espiritualismo e intimismo que no asume la vida y la realidad de los pobres u oprimidos, que no se encarna en las causas de la paz, de la solidaridad y de la justicia con los excluidos del mundo.
Evidentemente, como igualmente nos enseña la iglesia, hay que rechazar de la misma forma todo confesionalismo ideológico-partidista que no distingue lo que es la fe del ámbito del partidismo político, gubernamental y estatal. Hay que respetar la distinción entre la fe y las ideologías, entre la espiritualidad y los partidos, entre la religión y el estado, la iglesia y los gobiernos. Se trata de ejercer esa adecuada laicidad o autonomía de la iglesia y del estado, de las realidades del mundo. Ya que no hay un partido o política que se pueda identificar con la fe. No existe una cultura o política confesional cristiana ni católica. Sino que es la fe y la enseñanza de la iglesia la que inspira a los cristianos para que ejerzan su caridad política, su compromiso cultural, social y público orientado por los valores evangélicos y morales. Y ello junto a toda persona de buena voluntad, sea creyente o no, que se encuentra en la misma vida política y democrática, que tenemos los mismos derechos y deberes en la gestión y responsabilidad ciudadana, cívica y política.
Inspirada en la fe y orientada por la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), esta caridad política tiene que ser creíble y coherente, ha de promover el bien común, la paz y la justicia con los pobres, luchar contra todo lo que se oponga a la vida y dignidad de la persona. La caridad política promociona y defiende la vida en todas sus fases o dimensiones. Y, por tanto, se opone las desigualdades e injusticias del hambre y la pobreza, del paro y de la explotación laboral, de las guerras y la destrucción ecológica, del aborto y eutanasia, de la pena de muerte y cualquier maltrato o trata-esclavitud de las personas, etc. La fe y ética es libre, liberadora y crítica ante toda ideología o sistema político que sea injusto e inhumano como es el liberalismo economicista, el capitalismo y el comunismo colectivista o colectivismo, como son los fascismos y nacionalismos excluyentes…La fe impulsa el matrimonio y la familia entre el hombre y la mujer abierto a la vida, a los hijos desde la paternidad responsable, que tengan garantizada sus derechos humamos y sociales en el bien común, en la justicia social e internacional con los pobres. Frente al laicado o familia individualista y burguesa, es un laicado y familia solidaria, pobre evangélicamente, militante y comprometida de forma transformadora por un mundo mejor, más digno y justo con los pobres. Un laicado y familia encarnada en las realidades sociales, políticas o económicas para que se ajusten al Reino de Dios.
De esta forma, guiada por la DSI, la caridad política lucha por la paz y la justicia para que los valores o criterios éticos se lleven la práctica, se realicen en las relaciones o estructuras sociales e internacionales, en la política y en la economía. Tales como el destino universal de los bienes que tiene la prioridad absoluta sobre la propiedad (privada o no), y que solo es legítima si cumple esta finalidad de la justa distribución de los bienes y recursos para toda la humanidad. El trabajo, la vida y dignidad de las personas trabajadoras, están por encima del capital, del beneficio y la ganancia. Y por tanto, hay que asegurar un salario justo para el trabajador-a y su familia, unas condiciones y derechos laborales decentes en la humanización del trabajo. Es la socialización de los medios de producción y de la empresa, la gestión y protagonismo democrático de todo trabajador en la propiedad y vida de la empresa, desde una economía social y cooperativa. Hay que promover la civilización de la pobreza solidaria, evangélica en la austeridad y consumo justo, responsable. En contra del consumismo y productivismo anti-ecológico e injusto con los pobres.
Promocionar un desarme mundial y una política de la paz. Ya que toda guerra o violencia es un fracaso moral y que, con su industria militar o armamentística, impone la cultura de la muerte. Unas políticas públicas o sociales que favorezcan la fecundidad y dignidad de la vida, de las familias con sus derechos y deberes que impedirá, así, las lacras del aborto o de la eutanasia. Todo lo cual va en contra de ideología y sistema imperante, el que domina hoy el mundo a nivel global, como es el individualismo y relativismo neoliberal-economicista, el capitalismo que en su misma entraña es inmoral e inhumano. El capitalismo produce la cultura de la muerte y de la injusticia en serie, con su economía que mata a las personas y a los pueblos, a los pobres y al planeta.
Todo lo dicho hasta aquí, como nos enseña el Evangelio y la Iglesia, la misma DSI, manifiesta una fe creíble y coherente. Un testimonio de amor y justicia con los pobres que muestra toda la belleza de la fe. Se irradia la alegría del Evangelio, una iglesia pobre con los pobres, en salida y misionera hacia las periferias sociales o existenciales, frente a la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. Así nos está testificando y enseñando todo ello el Papa Francisco, Sucesor de Pedro. Lo que se opone a los diversos fanatismos e integrismos o fundamentalismos, relativismos y progresismos mal entendidos que asolan hoy el mundo e iglesia.