"La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres»" (San Juan Pablo II, LE 8) El Evangelio del trabajo y la pastoral obrera como clave de la misión
En torno al primero de mayo, queremos presentar la importancia de la realidad del trabajo para la fe. La pastoral obrera como elemento imprescindible de la misión, siguiendo a Jesús obrero, pobre y crucificado-resucitado que nos regala su salvación liberadora. En este sentido, afirmaba San Juan Pablo II que “uno de los contenidos más importantes de la Nueva Evangelización está constituido por el anuncio del "Evangelio del Trabajo" que he presentado en mi encíclica Laborem Exercens (LE), y que, en las condiciones actuales, se ha vuelto especialmente necesario. Ello supone una intensa y dinámica pastoral de los trabajadores, tan necesaria hoy, como en el pasado, respecto del cual, bajo algunos aspectos, se ha vuelto todavía más difícil. La Iglesia tiene que buscar siempre nuevas formas y nuevos métodos, sin ceder al desaliento». (Alocución de Juan Pablo II, 15 de Enero, 1993). Por lo tanto, esta misión de la iglesia en el mundo obrero, para llevar la Buena Nueva del Reino de Dios y su justicia a la realidad del trabajo, no es algo de estrictos especialistas ni para unos pocos que se sienten llamados a ello. Es una dimensión constitutiva de la fe.
Tal como enseñan muy bien los obispos españoles, “la evangelización del mundo obrero, objetivo central de la Pastoral Obrera, es preocupación, responsabilidad y tarea de toda la Iglesia (EN 14; CLIM 19). Es ella, en cuanto cuerpo visible de la presencia de Cristo entre nosotros, quien recibe de El la misión de «ir por el mundo entero predicando la Buena Noticia a toda la humanidad» (Mc. 15, 15-20). Fiel a la voluntad de su Señor, toda la Iglesia ha de sentirse y ha de mostrarse corresponsablemente unida, también en el testimonio cristiano, en el servicio evangélico a los trabajadores y también a la voluntad transformadora de eses condiciones sociales que tan directamente afectan al mundo obrero Por ello es fundamental que en la comunidad creyente exista y se consolide una conciencia común, sinceramente compartida por todos los miembros del Pueblo de Dios, acerca de la necesidad, importancia y dimensiones fundamentales de una Pastoral Obrera verdaderamente eclesial” (La pastoral obrera de toda la iglesia II, introducción).
De hecho, esta pastoral obrera es clave inspiradora para el desarrollo de la vida e historia de la iglesia contemporánea y del pensamiento inspirado en la fe, tanto a nivel filosófico como teológico, para el Concilio Vaticano II, la doctrina social de la iglesia (DSI) y las conferencias episcopales e iglesias latinoamericanas con Medellín o Puebla. En donde relucen las organizaciones apostólicas obreras con sus testimonios de fe y santidad como la Juventud Obrera Cristiana (JOC) con Joseph Cardijn y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) en España con Eugenio Merino, Guillermo Rovirosa y Tomas Malagón.
Ellos nos dejaron una espiritualidad de encarnación en el mundo e historia, siguiendo desde el Espíritu al Dios encarnado en Jesús, para promover el mandamiento nuevo del amor en la promoción de la justicia con los obreros, oprimidos y pobres. Es la mística de la comunión con Dios, con los otros y con todo el mundo en una conversión y amor a Jesús, a la iglesia y a los pobres. A imagen del Dios Trinidad, una comunión de vida, bienes y acción solidaria en la opción por los pobres y los trabajadores como sujetos protagonista de su promoción personal, social, liberadora e integral. La existencia entregada en pobreza, humildad y sacrificio por el Reino de Dios y su justicia, que nos dona su salvación y liberación integral frente al pecado de egoísmo e idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.
Se plantea así una lectura creyente de la realidad, con una revisión de vida y encuesta siguiendo el método del: ver, conocer la realidad y sociedad-mundo con sus esclavitudes e injusticias; juzgar, un juicio crítico-ético y evangélico, a la luz de la fe, sobre estas realidades e injusticias; y un actuar transformador sobre esta realidad, yendo a las causas de estos males e injusticias. Tal como se observa, transmiten la clave de la vocación a la santidad universal de todo bautizado, realizada en la vida del mundo e historia como lugar teologal donde se encarna la Gracia de Dios en Cristo y su Espíritu.
Un pensamiento social inspirado en la fe y militancia cristiana con una profunda renovación; con esta pionera y auténtica opción por los pobres y trabajadores, no como objetos de beneficencia paternalista y asistencialismo humillante por parte de elites o líderes. Sino como sujetos y gestores de toda esta misión liberadora. Estos testimonios de la fe y pastoral obrera son adelantados de la DSI, de un laicado adulto, maduro, formado, responsable y militante, una lectura creyente de lo real, discerniendo los signos de los tiempos con este método del ver-juzgar-actuar.
Se promueve en esta dirección un auténtico personalismo comunitario. Un comunitarismo por el que las personas en comunión son el centro y protagonistas de toda la realidad, de una cultura solidaria desde los obreros y pobres, una política orientada al bien común y una economía al servicio de las necesidades de los seres humanos. De ahí la denuncia de la raíz del mal de los totalitarismos y materialismos economicistas. Esto es, el fenerismo, esa usura del alquiler de todo, de prestamos e intereses que son injustos, inhumanos y dominadores, impidiendo la comunión, el destino universal de los bienes y rechazando la justicia social en el reparto con equidad de los recursos.
Y es que lo justo es poseer solamente lo estrictamente necesario para vivir, uniendo así inseparablemente la propiedad y el uso de los bienes, en la línea de Tomas de Aquino. Ya que todo lo que nos sobra, lo que no usamos estrictamente para nuestras necesidades vitales, pertenece a los otros, a los pobres y excluidos. Como nos enseñan ya los santos padres de la iglesia. Por ello, el destino universal de los bienes, la equidad en el distribuir común de los recursos, tiene la prioridad sobre la propiedad y los medios de producción que deben servir al trabajo humano. El trabajo digno, con sus derechos como es un salario justo, tiene que estar sobre el capital y el beneficio que, para ser legítimos, no pueden ser fruto de la especulación y usura fenerista; sino obra de la actividad trabajadora y social al servicio del bien común, del trabajo decente y desarrollo humano e integral.
El acceso al dinero y a los bienes se da principalmente por el trabajo y su salario justo universal, para todos los trabajadores, de cualquier actividad o sector. Las rentas u otras prestaciones sociales, sin dejar de considerarlas un derecho con la finalidad de mantener una vida digna, son sobre todo para todos aquellos que, por algunas circunstancias, no pueden trabajar y/o hacerlo condiciones dignas. Tal como ya nos mostraban santos como Vicente de Paul y la DSI con los Papas como Francisco.
En esta línea, las empresas son comunidades humanas, comunión de personas trabajadoras que son verdaderos sujetos, poseedores y artífices de la marcha y destino empresarial. Una verdadera ética de la empresa, con su responsabilidad social corporativa, tiene esta orientación cooperativa. El cooperativismo que promueve la honradez del cooperativista, el protagonismo de los trabajadores en esta vida y posesión de empresa para esta comunión de vida, bienes y de acción por la justicia social. Y que, de esta forma, realiza una verdadera democracia económica. Todo ello nos lleva a dar toda la importancia a la asociación obrera con la organización de los trabajadores, sindicatos, casas y centros de cultura obrera, ateneos populares, publicaciones, editoriales, periódicos, revistas, libros, etc.
Para resumir, terminamos con San Juan Pablo II, un papa obrero que, como ya apuntamos, en LE junto al resto de la DSI recoge lo que hemos expuestos hasta aquí. “Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (San Juan Pablo II, LE 8)