Integrismos, fundamentalismos y psico-espiritualidad
Vivimos tiempos convulsos. En diferentes ámbito de la fe, de la espiritualidad o de las ideologías y culturas: se están dando diversos fanatismos y sectarismos, integrismos o fundamentalismos; una de cuyas máximas, crueles, expresiones ha sido el reciente atentado terrorista ocurrido en Francia. Por lo que se hace necesario e imprescindible un análisis y reflexión, profunda, sobre esta lacra del integrismo o fundamentalismo, su anatomía y patologías, sus raíces o causas. Y, en este sentido, una propuesta de cambio o alternativa a dichos fanatismos. El fundamentalismo e integrismo, con sus manifestaciones extremas y violentas, se alimenta del afán o dinámicas del poder y dominación, del atentar contra la dignidad y el respeto a los otros, de la injusticia y desigualdad. Con una espiral de agresión y destrucción que se retroalimenta mutuamente; con esto grupos y contextos o condiciones donde imperan este afán de poder, dominar o riqueza que produces estos males, opresiones e injusticias que son el caldo de cultivo de la violencia.
Vemos pues que la clave para erradicar estos fanatismos y violencias es la santidad en el amor, paz, perdón, solidaridad y justicia con los pobres, frente a toda ansia de dominar e imponer, de marginar o excluir. Es una espiritualidad del dialogo y encuentro fraterno donde se acoge y promueve a los otros, con todo lo verdadero, bueno y bello que tienen. Hay que pasar del juicio o la condena, como decir por ejemplo que el otro “es” esto o aquello (“hereje o aposta, ignorante o malo-perverso…”), a valorar todo lo que me aportan los otros. Es un dialogo y reflexión o valoración de la realidad o de los otros, que intenta tener en cuenta todas sus perspectivas, matices y detalles Con unas formas o medios, como el lenguaje, que no es agresivo ni ataca, sino que acoge e integra a los otros, a la realidad y sus diversas dimensiones.
Cuando se produce esta incapacidad de acogida, valoración y dialogo con los otros, con su verdad, belleza y bondad que todo ser humano posee, cuando se juzga, condena o excluye al otro.., entonces, se dan las alertas y síntomas de que hemos entrado en la sin razón del fanatismo. Obviamente, todo lo anterior no está reñido con la verdad o el bien objetivo y es preciso discernir el mal o error que se puede cometer; no se niega evidentemente que se pueda encontrar y adherirse libremente a aquella realidad o experiencia (como la fe, la iglesia, la ideología o la cosmovisión cultural) donde se cree que hay más plenitud o sentido, más verdad o bien. No estamos en sintonía con un relativismo o pluralismo indiscriminado, donde todo da igual o es lo mismo, en donde no es posible buscar y encontrar la verdad, la belleza y el bien; allí donde creemos que hay más vigor, fecundidad y belleza.
Pero sucede que nadie tiene el monopolio de esta verdad, belleza y bien, nadie la tiene en su total plenitud o culmen. Ya que esto es caer en la otra cara del relativismo, que es el fundamentalismo e integrismo. Que yo crea que en mi experiencia, fe o ideología, grupo o comunidad haya más verdad o plenitud, no significa que los otros no tengan también razones o verdad, bien o belleza; contra todo monopolio fanático. Y es que, en este sentido, la verdad y el bien nos superan a todos, que somos finitos y limitados, que no somos Dios. Por ejemplo, en la fe religiosa, la verdad y el bien que creemos que es Dios y su mensaje o propuesta: no podemos conocerlo del todo, como lo conoce Dios, como es el mismo Dios; eso sería igualarnos a Él y caer en la idolatría. Podemos conocer la realidad y a Dios en la fe o experiencia espiritual y comunitaria, de forma cualificada, profunda. Pero no con total perfección y plenitud que nos iguale a Dios, al menos en nuestra vida humana, finita y limitada. La plenitud y culmen total de la verdad o del bien, para los creyentes religiosos, se irá alcanzando cuanto terminemos nuestra existencia. Y pasemos a la vida plena, eterna, en el “cara a cara” (encuentro y comunión definitiva) con Dios en la eternidad de la vida y de la creación.
Como se observa y estamos viendo, los fundamentalismos e integrismos, ya sean religiosos e ideológicos o culturales, se dan cuando nos creemos los perfectos y que lo sabemos (creemos) todo, los buenos o puros; y los otros son los ignorantes, herejes-apostatas o malos y perversos. Negando así la belleza, el bien y la verdad, la realidad, de los otros. Es caer en la ideologización (verdadero fanatismo) de la realidad o de la fe, no abrirse a conocer la profundidad, multidimensionalidad y matices de la realidad, de los otros. Con una cosmovisión cerrada o hermética, estática y excluyente. Sin usar las mediaciones de la razón como pueden ser la filosofía y las ciencias humanas o sociales, las ciencias de las religiones y la teología, en una perspectiva interdisciplinar. Típico ejemplo de este integrismo y fundamentalismo es leer los textos o autores que se consideran de referencia, ya sean los religiosos o ideológicos-culturales, al pie de la letra, literalmente. Sin emplear una adecuada lectura con todas estas mediaciones y perspectiva o metodología ya señaladas. La educación y formación cultural, social o religiosa, profunda e interdisciplinar, es básica para intentar no caer en el integrismo.
En la línea de lo expuesto anteriormente, resulta que la verdad no se puede separar del bien y del amor fraterno, de la paz y del perdón. La verdad más honda se realiza en el amor, fraternidad y paz, en el respeto, reconciliación y justicia con los otros, con los marginados de todo tipo. De ahí que no cabe la violencia y la falta de respeto, el rechazo y el juzgar o condenar a los otros en nombre de la verdad o del bien. Ya que sería negar la misma entraña de la verdad y de la realidad, de la verdad real. Asimismo, remarcamos, la violencia y las guerras son favorecidas por la negación de la vida, dignidad y derechos de las personas. No hay paz y una convivencia verdadera donde se niega el bien común, el desarrollo integral y la justicia e igualdad social-universal con los pobres de la tierra. La imposición o dominación, opresión e injusticia social-global, que impiden el desarrollo humano e integral, va alimentando el odio, el rencor y la violencia. Todo lo dicho hasta aquí se puede encontrar en lo más valioso y cualificado de la filosofía y ciencias sociales como puede ser la psicología, la antropología o la sociología, de las diversas tradiciones espirituales, culturales y morales. Tal como es, en nuestro caso, la fe cristiana e iglesia católica, en su pensamiento social, como nos está testimoniando actualmente el Papa Francisco.
Vemos pues que la clave para erradicar estos fanatismos y violencias es la santidad en el amor, paz, perdón, solidaridad y justicia con los pobres, frente a toda ansia de dominar e imponer, de marginar o excluir. Es una espiritualidad del dialogo y encuentro fraterno donde se acoge y promueve a los otros, con todo lo verdadero, bueno y bello que tienen. Hay que pasar del juicio o la condena, como decir por ejemplo que el otro “es” esto o aquello (“hereje o aposta, ignorante o malo-perverso…”), a valorar todo lo que me aportan los otros. Es un dialogo y reflexión o valoración de la realidad o de los otros, que intenta tener en cuenta todas sus perspectivas, matices y detalles Con unas formas o medios, como el lenguaje, que no es agresivo ni ataca, sino que acoge e integra a los otros, a la realidad y sus diversas dimensiones.
Cuando se produce esta incapacidad de acogida, valoración y dialogo con los otros, con su verdad, belleza y bondad que todo ser humano posee, cuando se juzga, condena o excluye al otro.., entonces, se dan las alertas y síntomas de que hemos entrado en la sin razón del fanatismo. Obviamente, todo lo anterior no está reñido con la verdad o el bien objetivo y es preciso discernir el mal o error que se puede cometer; no se niega evidentemente que se pueda encontrar y adherirse libremente a aquella realidad o experiencia (como la fe, la iglesia, la ideología o la cosmovisión cultural) donde se cree que hay más plenitud o sentido, más verdad o bien. No estamos en sintonía con un relativismo o pluralismo indiscriminado, donde todo da igual o es lo mismo, en donde no es posible buscar y encontrar la verdad, la belleza y el bien; allí donde creemos que hay más vigor, fecundidad y belleza.
Pero sucede que nadie tiene el monopolio de esta verdad, belleza y bien, nadie la tiene en su total plenitud o culmen. Ya que esto es caer en la otra cara del relativismo, que es el fundamentalismo e integrismo. Que yo crea que en mi experiencia, fe o ideología, grupo o comunidad haya más verdad o plenitud, no significa que los otros no tengan también razones o verdad, bien o belleza; contra todo monopolio fanático. Y es que, en este sentido, la verdad y el bien nos superan a todos, que somos finitos y limitados, que no somos Dios. Por ejemplo, en la fe religiosa, la verdad y el bien que creemos que es Dios y su mensaje o propuesta: no podemos conocerlo del todo, como lo conoce Dios, como es el mismo Dios; eso sería igualarnos a Él y caer en la idolatría. Podemos conocer la realidad y a Dios en la fe o experiencia espiritual y comunitaria, de forma cualificada, profunda. Pero no con total perfección y plenitud que nos iguale a Dios, al menos en nuestra vida humana, finita y limitada. La plenitud y culmen total de la verdad o del bien, para los creyentes religiosos, se irá alcanzando cuanto terminemos nuestra existencia. Y pasemos a la vida plena, eterna, en el “cara a cara” (encuentro y comunión definitiva) con Dios en la eternidad de la vida y de la creación.
Como se observa y estamos viendo, los fundamentalismos e integrismos, ya sean religiosos e ideológicos o culturales, se dan cuando nos creemos los perfectos y que lo sabemos (creemos) todo, los buenos o puros; y los otros son los ignorantes, herejes-apostatas o malos y perversos. Negando así la belleza, el bien y la verdad, la realidad, de los otros. Es caer en la ideologización (verdadero fanatismo) de la realidad o de la fe, no abrirse a conocer la profundidad, multidimensionalidad y matices de la realidad, de los otros. Con una cosmovisión cerrada o hermética, estática y excluyente. Sin usar las mediaciones de la razón como pueden ser la filosofía y las ciencias humanas o sociales, las ciencias de las religiones y la teología, en una perspectiva interdisciplinar. Típico ejemplo de este integrismo y fundamentalismo es leer los textos o autores que se consideran de referencia, ya sean los religiosos o ideológicos-culturales, al pie de la letra, literalmente. Sin emplear una adecuada lectura con todas estas mediaciones y perspectiva o metodología ya señaladas. La educación y formación cultural, social o religiosa, profunda e interdisciplinar, es básica para intentar no caer en el integrismo.
En la línea de lo expuesto anteriormente, resulta que la verdad no se puede separar del bien y del amor fraterno, de la paz y del perdón. La verdad más honda se realiza en el amor, fraternidad y paz, en el respeto, reconciliación y justicia con los otros, con los marginados de todo tipo. De ahí que no cabe la violencia y la falta de respeto, el rechazo y el juzgar o condenar a los otros en nombre de la verdad o del bien. Ya que sería negar la misma entraña de la verdad y de la realidad, de la verdad real. Asimismo, remarcamos, la violencia y las guerras son favorecidas por la negación de la vida, dignidad y derechos de las personas. No hay paz y una convivencia verdadera donde se niega el bien común, el desarrollo integral y la justicia e igualdad social-universal con los pobres de la tierra. La imposición o dominación, opresión e injusticia social-global, que impiden el desarrollo humano e integral, va alimentando el odio, el rencor y la violencia. Todo lo dicho hasta aquí se puede encontrar en lo más valioso y cualificado de la filosofía y ciencias sociales como puede ser la psicología, la antropología o la sociología, de las diversas tradiciones espirituales, culturales y morales. Tal como es, en nuestro caso, la fe cristiana e iglesia católica, en su pensamiento social, como nos está testimoniando actualmente el Papa Francisco.