Mater Desertorum, segundo domingo de mayo La Virgen que acompañaba los entierros de los ajusticiados y marginados
Las primeras procesiones, salidas a la calle, de la Virgen de los Desamparados, imagen yacente, fueron para acompañar los féretros de los restos mortales o despojos de los ajusticiados y marginados, cadáveres judiciales, hasta el cementerio de Carraixet, por entonces bajo la jurisdicción eclesiástica y registral de Almàssera.
Fue el rey Alfonso V el Magnánimo en 1416 quien otorgó a la Cofradía de la Virgen esa misión bajo el nombre de Privilegio. No había otro tipo de procesiones. La ciudad se aclamaba en aquellos tiempos a la Virgen, pero en su advocación Virgen de Gracia, patrona de la urbe.
Los valencianos somos antropológicamente “gent de carrer”, nos gusta, por lo general, estar poco en casa. Nos gusta la calle, por el buen clima del que gozamos, y, por ende, todo tipo de desfiles y procesiones. El coronavirus de nuevo nos deja sin procesión de la Virgen de los Desamparados, en su fiesta el segundo domingo de mayo, si la salida tumultuosa por la mañana en el Traslado, y sin su sereno y solemne paso vespertino. A ello se une la complicación de las obras de María Cristina y el sinfín de obstáculos del mobiliario urbano que los munícipes está colocando en la plaza del Mercado que dificultan cada año más el tradicional paso por la carrera de la procesión. Se está buscando fórmulas, sucedáneos, que recuerden y testimonien esa procesión de cientos de años de la Patrona de Valencia y su Reino por las calles del viejo casco histórico.
Las primeras procesiones, salidas a la calle, de la Virgen de los Desamparados, imagen yacente, fueron para acompañar los féretros de los restos mortales o despojos de los ajusticiados y marginados, cadáveres judiciales, hasta el cementerio de Carraixet, por entonces bajo la jurisdicción eclesiástica y registral de Almàssera –tesoro documental que guarda aquella parroquia- cortejos fúnebres que descansaban en las puertas del Monasterio Jerónimo hoy de san Miguel y los Reyes, a cuyas puertas salían los frailes a unirse a los rezos. Fue el rey Alfonso V el Magnánimo en 1416 quien otorgó a la Cofradía de la Virgen esa misión bajo el nombre de Privilegio. No había otro tipo de procesiones. La ciudad se aclamaba en aquellos tiempos a la Virgen, pero en su advocación Virgen de Gracia, patrona de la urbe.
No sería hasta 1570 cuando el Cabildo de la Catedral de Valencia concedió a la Cofradía de la Virgen de los Desamparados una capilla externa, callejera, en la galería del ánside del templo, conocida como “obra nova”, realizada por el máximo representante en Valencia del Renacimiento el arquitecto Gaspar Gregori, cuando comenzaría a despegar la devoción por esta imagen y advocación mariana, amanecida en los albores del siglo XV. A partir de este momento, la enrejada capillita comenzó a ser visitada con frecuencia por los valencianos y su titular a hacerse famosa, aunque aquí estaría pintada sobre una “post de fusta”..
Traspasó de inmediato las fronteras de la ciudad esta inclinación devoción mariana y llegó en 1592 en Madrid, donde tenía capilla propia en el Hospital de la Corona de Aragón. A finales del XVI, en Denia le fue erigida ermita propia, que con el tiempo seria la iglesia de san Antonio. En 1610, Moncada fundó Cofradía de la Virgen de los Desamparados, la más antigua de todas las dedicadas a ella después de la de Valencia.
En 1623, la imagen de la Virgen, la que según piadosa tradición “la feren els angels”, fue llevada en solemne procesión, en esta ocasión no fúnebre, del Capitulet a la capilla exterior de la Catedral donde estaba su imagen pictórica, gracias a que habían concluido las obras de reforma del templo, que permitieron que su capillita, la cedida por el Cabildo a la Cofradía, fuera más grande y digna. Los canónigos vieron que iba en aumento el aprecio de los valencianos por esta advocación.
En 1632, el rey Felipe III visitó Valencia y quiso visitar la capilla de la Virgen, que tanta fama había adquirido. Encontró ridículo y mezquino el recinto e instó a erigir una capilla para colocar “con la correspondiente dignidad aquella bella imagen”. Sería el acicate para pensar en un templo apropiado y exclusivo para ella. En 1640, este mismo rey ordenó que la imagen de la Virgen fuera sacada en procesión de rogativas por las grandes tribulaciones y necesidades de la Nación. Aunque no la primera pública, sí se trataba de la primera procesión de la imagen por la ciudad. Y a partir de entones dejó mandado el monarca se tenía que sacar la Virgen “en los momentos de grandes tribulaciones y necesidades de la ciudad, como los casos de guerra, sequía o epidemias de peste”.
El rey movió los ánimos de los valencianos. En 1644, la Cofradía acordó construirle a la Virgen un templo. En 1647, acaeció una fortísima epidemia de peste muy recordada en la historia de Valencia, en la quye enfermó hasta el virrey, Duarte Alvarez de Toledo, quien curó milagrosamente al serle llevada la Virgen en procesión al Palacio Real. Fue un siglo de sequías, en la de 1662, tras una procesión con su imagen estuvo lloviendo 18 días sin parar. Estos hechos fueron el pistoletazo de salida que harían tomarse en serio la construcción de la Real Capilla, que sería inaugurada, aún sin terminar, en 1667, lo que mereció otra solemne procesión general, siguiendo el patrón de las de Corpus, siendo llevada la imagen de la Virgen sobre unas andas de plata que portaban doce sacerdotes a hombros. En lo alto del MIcalet se disparó un castillo de fuegos artificiales y el rey Carlos II pagó un altar tapiz de flor en la puerta de la nueva Capilla a la que se concedió el título de Real. Los labradores de la huerta de Valencia, que con sus aportaciones por la producción de seda habían colaborado mucho en la construcción del templo se reservaron el segundo día de Pentecostés para hacer su particular fiesta a la Virgen de los Desamparados llenando la fachada de la Capilla de guirnaldas de murta e instalando una fuente de vino en la plaza de la Virgen.
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