Comentario a la lectura evangélica (Juan 6, 60-69) del XXIº Domingo del Tiempo Ordinario "¿Queréis marcharos también vosotros?"

Tiberíades
Tiberíades

El Evangelio, como siempre, dice la verdad: así estamos, viviendo entre el capítulo 6 y el capítulo 21 de Juan. Es bueno contar con esta verdad, tenerla siempre presente

El fundamentalismo no es sólo un problema de "otros"; no es nada fácil leer fielmente toda la Escritura y, al mismo tiempo, conseguir no quedarse "atascado" en una interpretación rígida, cuando no literal. ¿Cómo leer pasajes como el de hoy? La interpretación rígidamente asimétrica de la relación hombre-mujer, de hecho, nos parece francamente inaceptable

Estamos en la conclusión del capítulo 6 de Juan, la multiplicación de los cinco panes seguida de una larga catequesis; ahora vamos al grano. Imaginamos la escena, en círculos concéntricos: los cinco mil hombres, saciados al principio; luego el gran círculo de los discípulos más o menos estables; después los Doce; en el centro Jesús. Es probable que los cinco mil ya se hayan ido; los discípulos se esfuerzan por seguir el ritmo de la conversación sobre el Pan vivo bajado del cielo, algunos deciden marcharse. Y así llegamos a esas pocas líneas finales, que generan infinitas sugerencias.

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Jesús dijo entonces a los Doce: "¿Queréis marcharos también vosotros?". Sacado de contexto, encajaría en mil guiones de la vida comunitaria eclesial: momentos de crisis (que nunca faltan) y alguien que hace la moción de cariño. Y, si no hay nadie que haga la pregunta, bien puede resonar en el fondo de la conciencia: ¿marcharse (léase también: cambiar) o quedarse (léase también: quedarse)? Y, aunque en la Escritura todo queda claro, en la vida sabemos bien que, en determinadas circunstancias, alejarse es el camino más fiel para quedarse, y el discernimiento entre las opciones es cualquier cosa menos sencillo.

Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios". Como respuesta, es perfecta y perfectamente articulada.

Una invocación inicial, Señor, que ya dice mucho.

¿A quién iremos? No dice "¿adónde iremos?", no implica la posibilidad de ir a otra parte a hacer fortuna; ahora buscan a alguien que dé sentido y sabor a la vida.

Se han dejado seducir por las palabras de vida eterna; no por signos, sino por palabras. Como expresión, nos parece contemporánea de nosotros, y probablemente es contemporánea del ser humano y del creyente de todos los tiempos. Será Pablo quien diga, en la carta a los Romanos, que la fe viene del oír.

Hemos creído y conocido. Hay fe, en efecto, y luego conocimiento. ¿Qué entendemos por conocimiento? ¿La confirmación que viene de los signos? Para nosotros hoy sería la lectura de las huellas de la presencia de Dios en la historia, la historia de cada persona y la historia de la humanidad. ¿O podemos entender el momento de la toma de conciencia, de la maduración de la fe, que implica ya no sólo al corazón, sino también a la razón?

La primera lectura desempeña, como siempre, el papel de preparación para el pasaje evangélico. También en el libro de Josué encontramos precisamente una pregunta del jefe al pueblo y una solemne declaración de adhesión al Dios de los padres. Pero, ¿no es todo "demasiado perfecto"?

Basta con saltar al último capítulo de Juan y nos encontramos con una escena completamente distinta. Han pasado varios años en compañía del Maestro. Ha tenido lugar el drama de la traición y la condena a muerte. Los Doce, que siguieron siendo Once, vieron (desde lejos), la muerte en la cruz, pero luego se produjeron los encuentros con Jesús resucitado. Sin embargo, el grupo parece haberse disgregado; siete de ellos han vuelto a su vida anterior, pescando en el lago Tiberíades. Exactamente lo contrario de lo dicho anteriormente. Antes decíamos que los Doce buscan ahora a alguien que les caliente el corazón con palabras de vida. Aquí no leemos que hayan acudido a otro maestro; han vuelto, prosaicamente, a su vida anterior; lo más importante es procurarse el sustento material. ¿Qué hay de aquellas palabras de Simón Pedro? ¿Se han evaporado?

Jesús y sus discípulos
Jesús y sus discípulos

El Evangelio, como siempre, dice la verdad: así estamos, viviendo entre el capítulo 6 y el capítulo 21 de Juan. Es bueno contar con esta verdad, tenerla siempre presente.

A la luz de este redimensionamiento, sigue habiendo una sugerencia en ese "¿a quién iremos?". De vez en cuando nos decimos que entregarse, tanto a una pareja como a una causa, es maduro. Ponerse en relación requiere, como condición previa, conciencia, autonomía, capacidad de hacerlo por uno mismo. Aquí, en el diálogo, entre Jesús y los Doce, hay un momento de confianza con sabor familiar. Tal vez nunca seamos capaces de hacerlo solos. Tú, Señor, nos has visto tal como somos; ¿adónde podríamos ir? Simón Pedro, y nosotros con él, lo confesamos cándidamente. Lo mismo sucede en las relaciones humanas. Salir adelante solos es quizá sólo una máscara. Simón Pedro nos está recordando a todos la importancia de contarlo todo, de confesar no sólo la fe, sino también la (frágil) verdad sobre nosotros mismos. Seguramente este discurso requiere una mayor atención en el plano antropológico. Y no será cosa de poca importancia.

Sobre el tema de la fragilidad que hay que confesar, hay que dedicar al menos una palabra rápida también a la segunda lectura, donde se habla de que el marido es la cabeza de la mujer (y de la familia), de que las mujeres estén sometidas a sus maridos. Es un tema de siempre, por ejemplo, de aquellos países de los emiratos teocráticos y fundamentalistas. Entre las primeras víctimas precisamente las mujeres.

La teología del dominio
La teología del dominio

Reconozcámoslo, el fundamentalismo no es sólo un problema de "otros"; no es nada fácil leer fielmente toda la Escritura y, al mismo tiempo, conseguir no quedarse "atascado" en una interpretación rígida, cuando no literal. ¿Cómo leer pasajes como el de hoy? La interpretación rígidamente asimétrica de la relación hombre-mujer, de hecho, nos parece francamente inaceptable.

Imagino la Palabra como un edificio, con pilares y muros principales, luego tabiques, después incluso estuco y oropel. El edificio de la Escritura vive en la historia, a veces los tabiques y los adornos ocultan las estructuras portantes. Por eso escuchamos/leemos/oramos juntos la Palabra, para ayudarnos mutuamente a identificar las estructuras. Aportemos nuestra contribución a esta obra inacabada, para entregar a las generaciones siguientes lo que hemos recibido, un edificio todavía vivo, atractivo y "hospitalario". No es necesariamente una tarea fácil, pero la dificultad no es razón suficiente para rendirse, y creemos que nunca nos quedaremos solos en esta labor.

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