El 2 de febrero es la celebración de la vida religiosa en la Iglesia Católica en todo el mundo La Vida Consagrada, don y tarea para despertar al mundo e iluminar el futuro
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"Vivir en este tiempo de crisis global, en un mundo fracturado requiere una respuesta profética de los hombres y mujeres religiosos"
"La policrisis está acentuando los rasgos del fin de una era, de un cambio de civilización"
"Cipriano de Cartago, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano…, todos hablan de la paciencia, considerándola una virtud peculiarmente cristiana, y la más grande y elevada de todas las virtudes"
"Aunque los signos externos puedan dar la impresión de lo contrario, la Vida Consagrada tiene hoy gran relevancia"
"Cipriano de Cartago, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano…, todos hablan de la paciencia, considerándola una virtud peculiarmente cristiana, y la más grande y elevada de todas las virtudes"
"Aunque los signos externos puedan dar la impresión de lo contrario, la Vida Consagrada tiene hoy gran relevancia"
Vivir en este tiempo de crisis global, en un mundo fracturado requiere una respuesta profética de los hombres y mujeres religiosos. Los gritos de “no puedo respirar” de George Floyd amplifican las luchas de millones de personas pisoteadas y sufrientes porque en muchas partes del planeta Tierra falta el oxígeno necesario para que la vida prospere. ¿Cómo estamos llamados a responder como personas religiosas? ¿Qué puede ofrecer nuestra vida de votos, vivida en comunidad, en medio de este sufrimiento?
La policrisis está acentuando los rasgos del fin de una era, de un cambio de civilización. La historia nos dice que el período -a veces largo, a veces corto- que precede al nacimiento de una nueva civilización es un período de decadencia: un tiempo de caos e incertidumbre, quizá como sea este momento en el que nos encontramos.
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Buscando inspiración para el momento presente, podemos dirigir nuestra mirada a las primeras comunidades cristianas, que se desarrollaron y se expandieron inexplicablemente durante un tiempo muy difícil para ellas, incluso más que el nuestro. La Iglesia primitiva creció y se fortaleció incluso a medida que aumentaba la presión sobre ella.
No pocas de las Congregaciones Religiosas nacieron en condiciones de presión, y se desarrollaron mejor en esas condiciones. También porque cuando no hay presión, nos relajamos, perdemos fuerzas y nos enfermamos.
Si vivir bajo presión forma parte de las condiciones normales de la comunidad cristiana para su desarrollo y consolidación, entonces es normal que los primeros cristianos apreciaran tanto la virtud de la paciencia que, según el diccionario, es la "capacidad de sufrir o soportar algo sin enojarse".
Cipriano de Cartago, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano…, todos hablan de la paciencia, considerándola una virtud peculiarmente cristiana, y la más grande y elevada de todas las virtudes. Saber que estamos en las manos de Dios, no querer controlar los acontecimientos, vivir sin ansiedad ni prisa y nunca usar la fuerza para alcanzar las metas que queremos alcanzar. Justino describe la paciencia como algo raro y señala que ha llevado a muchas conversiones de paganos.
Su testimonio fue como la levadura que se añade a la harina y hace que fermente. Tanto los primeros cristianos, como los fundadores y fundadoras, participaron activamente en el nacimiento de lo nuevo en un mundo decadente.
Aunque los signos externos puedan dar la impresión de lo contrario, la Vida Consagrada tiene hoy gran relevancia. En el corazón de lo que estamos llamados a ser se encuentra exactamente lo que las mujeres y los hombres de hoy necesitan. En el centro de nuestra vida hay una serie de no negociables que, cuando se viven auténticamente, tienen una enorme fuerza germinal. La suma de una vida así es un contraste profético con las prácticas tantas veces decadentes del momento actual y una levadura paciente de alternativa y de cambio.
«Son los hombres y las mujeres quienes pueden despertar al mundo e iluminar el futuro. La vida consagrada es profecía. Dios nos pide salir del nido que nos contiene y ser enviados a las fronteras del mundo, evitando la tentación de domesticarlas» dice el Papa Francisco.
La Iglesia cuesta con los hombres y mujeres consagrados para “despertar al mundo e iluminar el futuro”, porque el sello distintivo de la Vida Consagrada es la memoria y la profecía. “La vida evangélica radical no es sólo para los religiosos: se exige a todos. Pero la gente religiosa sigue al Señor de una manera especial, de una manera profética”. Ésta es la prioridad que se necesita ahora: “ser profetas que den testimonio de cómo vivió Jesús en esta tierra… una persona religiosa nunca debe abandonar la profecía” (Carta Apostólica del Papa Francisco a todas las personas consagradas, II, 2).
No me refiero a la radicalidad, sino a la profecía. O quizás mejor todavía, la naturaleza radical de la profecía. Obviamente, no se trata de una profecía para ponerse, mucho menos im-ponerse, como modelo para alguien en la Iglesia, sino la profecía de la pequeñez y de la fragilidad, que testimonia la misericordia de Dios. La profecía es la capacidad de abrazar la muerte, el fracaso, la no visibilidad, la marginalidad, y hacerlo como una opción permanente a lo largo de la vida.
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