Diálogo en el jardín (De "Cuentos del manantial")
Me asomé a la ventana y sorprendí este extraño diálogo entre un geranio y el sol. Como soy muy cotilla os lo chismorreo:
— ¿Por qué me insistes tanto geranio? ¿Acaso te he fallado alguna vez?
— No, es que me encuentro triste y flojo. Me han venido unas menudas mariposillas y resulta que me han dejado un montón de gusanos que me están carcomiendo.
— ¡Ah! Te has dejado cautivar por los revoloteos de las minadoras y te han infectado. Deberías haberlo previsto y haberte vacunado. No es la primera vez, y lo sabes. Todos los años tienes esos mismos ataques, pero sigues sin tomar prevenciones. Recuerda que "el que ama el peligro en él perece". Ahora ya no se puede hacer nada. Solo te queda el remedio de amputar tus ramas podridas e intentar revitalizar el resto.
— Ya sé, ya sé. Pero como tú nos cuidas con tanto amor y persistencia, acudo a ti en busca de ayuda porque también me falta buena tierra, abono y agua. ¿Cómo voy a revitalizarme?
— Entiendo. Lo que te falta es un "ambiente positivo", saludable, alimenticio. Pero recuerda que tú elegiste vivir en esa cochambre de maceta. Así es muy difícil prosperar. Yo me derramo todos los días sobre ti y te vitalizo pero lo anulas con tus malas decisiones.
— Sí, es verdad. Pero era tan sugerente este jardinero… Me prometió no obligarme nunca y dejarme florecer a mi antojo.
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— Ese es otro de tus errores, geranio ingenuo. Los seres vivos necesitáis un buen cuidador que os dé lo que os conviene y no os deje al albur de las circunstancias. Un buen jardinero te hubiera podado las ramas secas y contaminadas, te hubiera regado y te hubiera quitado las flores marchitas para estimular tu capacidad de producir flores nuevas.
— ¡Es tan tentador vivir a mi aire! Pensé que con solo tu vivificante luz y mis incesantes suplicas podría tener muchas flores. Para los geranios el sol lo es todo.
— Cierto que me necesitas. Pero, en lo que depende de ti, tendrás que ser avispado y rodearte de un buen "ambiente", además de dejarte inundar de mi luz. Ya sabes tu costumbre de esconderte bajo la lila y dejar caer tus ramas hasta el suelo. Después vienes a mí gimoteando. Pero yo nunca falto a mi cita, te inundo siempre de sol y calor. Incluso cuando está nublado te regalo mi luz. Te encuentro demasiado pasivo, desconfiado y llorón.
— Pues, pues… Es que me han recomendado pedir, pedir mucho, pedir siempre. Quizás así quieras hacer algo más por mí y hasta convertirme con tu poder en una esbelta palmera en vez de seguir como vulgar geranio achaparrado.
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— ¿No te parece absurdo pedir a quien te está dando permanentemente? ¿Acaso te he negado alguna alborada?
Solo será buena tu petición si dinamiza tu pasividad y te predispone a abrirte, a estirarte, a esperarme todos los amaneceres y colaborar en la biosíntesis que te hace crecer. No puedes seguir cayendo en las trampas que has caído. Así estás ahora de fofo y decaído. Tu parte de ser vivo la tienes que hacer tú.
No puedes alimentar la vida mientras te abrazas a una tierra poco profunda, a los mariposeos que te infectan, al olvido de beber, a la falta de sano alimento. Yo seguiré haciendo mi parte, no lo dudes. Procura hacer tú la tuya.
— Sí, tienes razón. Así me lo enseñó mi padre, un geranio rojo esbelto y reventón. Pero como tú eres tan potente, tan generoso, tan luminoso… Si te insisto mucho quizás quieras hacerme el favor…
— No quiero pensar que eres un desagradecido sino que estás obnubilado. Vuelvo a preguntarte: ¿Te he fallado alguna vez? Tienes una vida apasionada por crecer, tus raíces están reventando de flores por brotar. ¡Si podrías ser la alegría de la huerta! Basta con que seas tú mismo, con que no obstaculices la vida que te hierve dentro, con que no te perjudiques. Yo siempre estoy, te vitalizo constantemente. ¿Pero no lo notas?
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¿De dónde te viene esa fatua fantasía de querer ser otra cosa, de querer competir, de envidiar otros tallos y otras flores? Mírate y convéncete de lo maravilloso que puedes llegar a ser, sin necesidad de que me des la vara para conseguir lo que ya te estoy dando gratis.
— ¡Ah, es verdad, nunca me fallaste! Soy yo el que me meto en los peligros de la vida y no la cuido bien. Mi abuelo -otro reventón de cuidado- me lo repetía. Es que debo tener memoria de pez y me es más fácil acudir a ti para sentirme seguro.
— ¡Seguro deberías sentirte siempre porque nunca te negué mi luz! Pero no confundas la seguridad con la pasividad, con la pereza, con el olvido de quién eres y de cómo has de cuidarte. Lo que depende de mí… (Voz entrecortada e ininteligible). Lo que depende de ti…
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No logré enterarme de más. Me sentí confundido con un diálogo tan extraño. Tendré que seguir rumiándolo por si llego a comprenderlo. Ya os contaré.
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(De "Cuentos del manantial" - Jairo del Agua)
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Dedicado a mis queridos amigos hispanoamericanos que están estrenando primavera. ¡Aprovechad el empujón de la vida!
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¿En qué Dios crees?
¿A quién oras?
¿Por qué crees?
¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?
Precisamente ahí nacen las certezas y las evidencias.
¿Tu fe es de papel o de sólida roca?
Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo obras.
Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.
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