Creer en el amor
Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es "amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser"; lo segundo es "amarás a tu prójimo como a ti mismo".
La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Por eso, lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor, todo queda desvirtuado.
Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.
Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando una y otra vez los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
Hace unos años, el pensador francés Jean Onimus escribía así: "El cristianismo está todavía en sus comienzos: nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar".
Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor, pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.
30 Tiempo ordinario – A
(Mateo 22,34-40)
29 de octubre 2017