El teólogo Tomás Maza Ruiz se pregunta: ¿Se puede saber con exactitud cómo fue la vida de Jesús y su mensaje? Y así responde: «Retazos de su vida se hallan reflejados en los evangelios que son relatos escritos por seguidores suyos varias décadas después de su muerte. Pero estos relatos no pretenden ser biografías suyas, sino una transmisión de su mensaje, tal como lo entendían los redactores de los evangelios. En estos escritos se mezclan los datos históricos con otros míticos que intentan transmitir una enseñanza y sobre todo reflejar el impacto emocional que sintieron los primeros seguidores al convivir estrechamente con Jesús. Para explicar su vida recurrieron a la experiencia religiosa de la lectura de la Biblia en la sinagoga judía. Recordaron los escritos de los profetas de Israel e interpretaron, con mayor o menor acierto, estos escritos como anuncios de lo que había de ser la vida y el mensaje de Jesús». Y el mismo autor señala a continuación que otros datos influyeron en la redacción de los evangelios y el más importante es que estos escritos no fueron los primeros que se escribieron: «Los primeros testimonios escritos fueron los de Pablo en los años cincuenta de la era cristiana. Pablo era un discípulo que no había conocido a Jesús y que escribió sus cartas unos veinte años antes de la redacción del primero de los evangelios, el de Marcos en la década de los años setenta. Pablo, antiguo perseguidor de la comunidad de Jesús, se convirtió en seguidor de Jesús tras una experiencia mística. Pero su conversión no fue al Jesús terreno, al que no conoció, sino al Cristo resucitado y sentado en el Cielo a la derecha del Padre. Su interpretación de la vida y la muerte de Jesús estaba inspirada en la literatura judía. Según las tradiciones judías Dios había establecido una alianza con el pueblo hebreo, pero éste había quebrantado una y otra vez esta alianza. La fiesta de la Pascua había sido establecida para obtener la reconciliación divina mediante el sacrificio de un cordero sin mancha; la sangre del cordero conseguía el perdón de Dios. Pablo establece un paralelismo de la fiesta de la Pascua con la muerte de Jesús: “El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores. Así demuestra Dios el amor que nos tiene” (Rm 5,8), “Ahora Dios nos ha rehabilitado por la sangre del Mesías” (Rm 5,9), “Dios derramó sus bendiciones sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual con su sangre nos ha obtenido la liberación” (Ef 1,7). Esta interpretación de la muerte de Jesús influyó de tal modo en la primitiva comunidad cristiana que se reflejó en la redacción de los evangelios; por ello se identifica a Jesús con “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y por eso en el evangelio de Juan cuando los soldados quiebran las piernas a los dos crucificados que acompañaban a Jesús y no lo hacen con Jesús por haber fallecido ya, dice el evangelista que se cumple la profecía que dice “No le quebrarán ningún hueso”. Se refiere al cordero pascual, sin mancha, al que no se le debe quebrar ningún hueso» (Eclesalia, Madrid, 30/09/22).
Me gusta este planteamiento ya que coincide con la respuesta que Albert Schweitzer da a la misma pregunta en el año 1912, de la siguiente manera: «No es difícil pretender que Jesús no ha existido. Pero la prueba que se aporta produce infaliblemente el efecto contrario. En la literatura judía del siglo I, la existencia de Jesús no se afirma con certeza, y las literaturas griega y latina de la misma época adolecen de la falta de testimonios. De los dos pasajes de las Antigüedades, en que el autor judío Josefo menciona incidentalmente a Jesús, uno de ellos ha sido añadido al texto, sin ningún género de dudas, por los copistas cristianos. El primer testigo profano de la existencia de Jesús es Tácito, quien, bajo Trajano, en la segunda década del siglo II de nuestra era, relata que la muerte del fundador de la secta de los cristianos, acusados por Nerón de haber incendiado Roma, se realizó bajo el reinado de Tiberio, por orden del procurador Poncio Pilatos. En consecuencia, si la historia romana no menciona la existencia de Jesús si no en razón de la persistencia del movimiento cristiano, y lo hace por primera vez ochenta años después de la muerte de Jesús, y la crítica está pronta a sostener la teoría de que ni los Evangelios ni las Epístolas son auténticos, uno puede creerse autorizado a dudar de la existencia de Jesús. No obstante, con ello no queda resuelto el problema. Se trata de demostrar cuándo, dónde y cómo el cristianismo ha nacido sin Jesús y sin Pablo, de donde se deduce que haya querido referirse a estas personalidades míticas, y porqué extraño motivo los ha designado como pertenecientes, tanto uno como a otro, al pueblo judío. Para probar que los Evangelios y las Epístolas de Pablo son falsos, primero hay que explicar cómo han sido escritas estas obras si no son auténticas. Los defensores de la tesis del Jesús no-histórico no se dan cuenta de las dificultades que presenta su tarea; por otra parte, lo han abordado con una ligereza incomprensible. Aunque difieran considerablemente en los detalles, todos ellos intentan probar que en la época pre-cristiana ya existía, en Palestina y en otros lugares, un culto de carácter gnóstico a Cristo o a Jesús, que comportaba, a la manera del culto a Adonis, Osiris y Tamuz, la adoración de un dios o semidios que moría y resucitaba. Como no existen los presupuestos sobre este culto pre-cristianao de Cristo, hay que darle la mayor veracidad posible con la ayuda de combinaciones e invenciones. Después, gracias a las nuevas invenciones, hay que demostrar que los adictos del pretendido culto del Cristo pre-cristiano han tenido motivos, en un momento dado, para transformar la divinidad moribunda y resucitada a quien adoraban en una personalidad humana e histórica.Como si esto ya no fuera bastante difícil, los Evangelios, y también las Epístolas paulinas, exigen, además, que se explique cómo este culto a un Cristo pre-cristiano, en lugat de alegar un remoto pasado histórico inverificable, se contenta con remontar la aparición de su Jesús imaginario apenas a una o dos generaciones anteriores, y hacerlo entrar, una vez allí, en la Historia, a mayor abundamiento, como judío entre los judíos. Finalmente, la tarea más ardua consiste en explicar detalladamente que el contenido de los Evangelios es un mito que ha pasado a ser historia. Si permanecen fieles a su teoría, Drews, Smith y Roberston tienen que afirmar que los acontecimientos y palabras narrados por Marcos y Mateo solo son una forma externa de las ideas profesadas por esta religión de misterios. El hecho de que Arthur Drews y otros, para justificar esta interpretación, recurran a todos los mitos que pueden descubrir, y además a la astronomía y a la astrología, demuestra los esfuerzos que ha impuesto a la imaginación.»
Y esta es la conclusión que extrae el musicólogo, médico, altruista y teólogo Albert Schweitzer: «En consecuencia, se deduce claramente de los trabajos que refutan la historicidad de Jesús, que la hipótesis de su existencia es mucho más fácil de demostrar que la de su inexistencia. Ni que decir tiene que esta empresa, que carece de toda oportunidad de triunfar, ha sido abandonada. Aparecen continuamente obras nuevas sobre la inexistencia de Jesús, que encuentran un público crédulo, aunque no puedan aportar nada nuevo a las teorías de Robertson, Smith, Drews y los demás que mantienen esta teoría, pero deben contentarse con dar por nuevos argumentos ya utilizados. En el grado en que se esfuerzan por establecer una verdad histórica, estas medidas pueden defenderse sosteniendo que la rápida expansión en el mundo griego de una doctrina nacida del judaísmo (tal como se produjo según los testimonios que poseemos de los inicios del cristianismo) no se puede explicar con tanta facilidad, y que, en consecuencia, la teoría que pretende derivar el cristianismo del pensamiento griego merece que se le preste atención. Sin embargo, la hipótesis es insostenible. Esta topa con el hecho de que el Jesús de los dos Evangelios más antiguos no tiene nada en sí que permita formar una personalidad nacida de un mito. Además, el pensamiento escatológico de Jesús le da su carácter particular, cosa que una época ulterior no hubiera podido dar a una personalidad de su invención, por la simple razón de que la generación de la época precedente a la destrucción del templo por Tito no poseía los conocimientos necesarios sobre la escatología judaica contemporánea de Jesús. Y, además, ¿qué interés hubiera tenido esa pretendida religión mítica del culto a Cristo en atribuir al Jesús pseudo-histórico de su invención una creencia, refutada por los hechos, en el fin del mundo inminente y en la venida del Mesías, Hijo del Hombre? Jesús está tan completa y sólidamente enraizado por su escatología en la época en que se sitúan los dos primeros Evangelios, que no puede menos de considerarse como una personalidad que existió realmente. Es muy significativo que los que pretenden discutir la existencia histórica de Jesús eviten prudentemente examinar su pensamiento y su acción en función de la escatología» (A. Schweitzer, De mi vida y mi pensamiento, Aymá, Barcelona 1966, 96-99).