Ante el Misterio a nuestra comprensión se le escapa, por esencia, la dualidad estático-dinámica de un Ser del que puede decirse que no-es y en el cuerpo del cual ser y no-ser se confunden para ser lo mismo y lo no-mismo. Intentar analizar al Misterio, por su misma esencia, es no analizable. Nuestra condición humana es la de no saber: nunca sabremos nada, y esto es lo único que verdaderamente sabemos. Las imágenes antropomórficas son solo imágenes que inventamos para comprender lo que no puede ser comprendido, ya que por esencia está más allá de la comprensión y la capacidad humana. Solo los místicos atisban un más allá desvelando lo irracional de su aprehensión y patentizando una presencia que no se puede institucionalizar y que solo la persona, como ser libre, puede hacer suya.
La naturaleza de Dios es ser amor, lo que le obliga a amar. Y la empresa intelectual más notable es la sentirse dominado por esta presencia que nos obliga a amar. La persona mística, poseída por la presencia divina, ansía nombrarla y conocerla, pero “el Ser solo puede manifestarse ‘ser’ fuera del tiempo, ya que este distorsiona, modifica, anula, su presencia, reduciendo las imágenes a meras apariencias, fantasmas de un sueño: solo podremos detectar al Ser Absoluto cuando espectador y ser-visto sean intemporales: entonces ya no se concebirá como Ser sino como desierto, como la nada esencial, como un ser no-ser necesitado, como la nada esencial, como un Ser no-Ser necesitado, al mismo tiempo, de engendrar lo múltiple, lo que ‘debe ser amado’, al unísono del amor del Hijo, de la Palabra eternamente pronunciada” (ECKHART, sermón Iusti vivent in aeternum)