¿En qué consiste pecar contra el Espíritu Santo?
Cada vez se hace más imprescindible en nuestros días discernir entre lo que es invención e imaginación, alucinación y trance, explotación y charlatanería y lo que es encuentro y descubrimiento, experiencia y aprehendimiento, ser agraciado por dones y llegar hasta sí mismo.
Cuando decimos Espíritu “Santo” estamos marcando la diferencia entre el espíritu divino y el espíritu humano. Nos hace dar cuenta del carácter personal del Espíritu: La presencia de Dios en persona que nos impulsa hacia la unión con Él y suspira por reposar en la nueva creación perfecta.
AL Espíritu Santo se le experimenta más como fuerza y poder que como persona ya que es el Oculto y el que se manifiesta únicamente por sus efectos y Aquel cuya realidad permanece incognoscible y consiguientemente inexpresable. Además, allí donde se manifiesta, desvía de sí la mirada hacia el Padre y el Hijo.
Lo que hace que el Espíritu santo sea “Señor”, es decir, que no es manipulable, no es “espíritu de nuestro espíritu” sino el Espíritu que “procede del Padre y del Hijo. Es el Espíritu vivificante en el que tenemos verdadera vida. Así pues, el Espíritu Santo no es definible. El Espíritu Santo que es vida y hace posible la comunicación, permanece como algo del que no se puede disponer.
Toda la vida de Jesús desde su concepción hasta la resurrección era un existir por el Espíritu y nuestra experiencia pascual de que el Señor resucitado está presente en el Espíritu y actúa en la comunidad, debe caracterizarse como una experiencia espiritual, como una experiencia en el Espíritu.
Así, pues, pecar contra el Espíritu Santo consiste en rechazar la misión de Jesús y en impugnar su autoridad espiritual ya que si la negamos blasfemamos contra el Espíritu de Dios. (Cf. B. J. HILBERATH, Pneumatologia, Herder, Barcelona 1996)
Cuando decimos Espíritu “Santo” estamos marcando la diferencia entre el espíritu divino y el espíritu humano. Nos hace dar cuenta del carácter personal del Espíritu: La presencia de Dios en persona que nos impulsa hacia la unión con Él y suspira por reposar en la nueva creación perfecta.
AL Espíritu Santo se le experimenta más como fuerza y poder que como persona ya que es el Oculto y el que se manifiesta únicamente por sus efectos y Aquel cuya realidad permanece incognoscible y consiguientemente inexpresable. Además, allí donde se manifiesta, desvía de sí la mirada hacia el Padre y el Hijo.
Lo que hace que el Espíritu santo sea “Señor”, es decir, que no es manipulable, no es “espíritu de nuestro espíritu” sino el Espíritu que “procede del Padre y del Hijo. Es el Espíritu vivificante en el que tenemos verdadera vida. Así pues, el Espíritu Santo no es definible. El Espíritu Santo que es vida y hace posible la comunicación, permanece como algo del que no se puede disponer.
Toda la vida de Jesús desde su concepción hasta la resurrección era un existir por el Espíritu y nuestra experiencia pascual de que el Señor resucitado está presente en el Espíritu y actúa en la comunidad, debe caracterizarse como una experiencia espiritual, como una experiencia en el Espíritu.
Así, pues, pecar contra el Espíritu Santo consiste en rechazar la misión de Jesús y en impugnar su autoridad espiritual ya que si la negamos blasfemamos contra el Espíritu de Dios. (Cf. B. J. HILBERATH, Pneumatologia, Herder, Barcelona 1996)