Carta a Emilia
Leía estos días este texto de Unamuno: La fe se pega. Tal es la condición de la fe viva: crece vertiéndose y repartiéndose se aumenta. ¡Como que es, si verdadera y viva, amor!
La fe, efectivamente, se manifiesta en el amor. Y el amor abre múltiples caminos; siempre serán caminos de encuentro, de compartir, de abrirse a una experiencia de paz.
Pero estas experiencias nacen de un espacio profundo. Tú, me has recordado un texto bellísimo de Ramón Llull:
“El Amigo encontró al Amado que le dijo: -no hables, tus ojos comunican el lenguaje del corazón; cuando me miras, yo te concedo lo que ellos me piden.
Aprender el lenguaje del corazón; solamente este aprendizaje nos pone en el sendero de recobrar el ritmo del amor. No se ha perdido este ritmo. Está este ritmo en la vida y la grandeza de la naturaleza, en gestos elocuentes que el ritmo de la vida te brinda, en una bella canción, en muchos de los interrogantes del hombre de hoy…
Pero debemos dominar el lenguaje del corazón, ese lenguaje que habla a través de la mirada, ese lenguaje que se manifiesta en el ritmo de la vida. Un lenguaje que va unido al lenguaje del silencio. Dios nos habla mediante su lenguaje silencioso. Dios percibe nuestro lenguaje del corazón mediante los ojos, la mirada, es decir mediante el lenguaje del silencio…
Dios habla a través del silencio; Dios me escucha cuando mi silencio habla el lenguaje del corazón. Se puede comprender esto cuando uno recuerda la expresión de san Juan de la Cruz:
“Dios es la luz y el objeto del alma”
Que viene a ser una bella y acertada traducción del verso del Cantar:
Yo soy para mi Amado, objeto de su deseo (Ct 7,11)
O sea que en el fondo de nuestra vida hay una conexión profunda, íntima, que proclama una relación de vida y de amor, que hace muy vivas en mí esas palabras que nacen de tu silencio:
“Soy Amor, que en mi simbiosis conmigo, necesito de tu Amor”
Emilia, esto me hace recordar las palabras de santa Teresa:
Alma, buscarte has en Mi,
Y a Mi buscarme has en ti.
Vivimos, pues, una comunión de vida y de amor con Alguien que no llegamos a conocer del todo. Quizás poner un punto de silencio en nuestra existencia tan movida, tan dinámica, nos podría alcanzar un punto de paz para gozar con una conciencia más profunda nuestra vida, y para recuperar más ritmo de amor.
Un verano, unas vacaciones, unos días de asueto… `pueden ser una ocasión de oro para escuchar el lenguaje del silencio, a través de la contemplación, de la escucha, de una receptividad del crujir de unas hojas secas bajo tus pasos, o del suave movimiento de las ramas del bosque, o de oír las bellas y sabias “incongruencias” revolcándote con tus hijos en el césped o dándoos un chapuzón en las aguas…
Un punto de silencio, que no es un estar callado, sino más bien es un estar receptivo a la vida, a tu propia vida, que es la belleza de la creación, la alegría de tus hijos, el diálogo sereno con esta o aquella persona… Un punto de silencio que puede poner un valor añadido a tu persona.
Te deseo llegues a gozar de este punto de silencio en estas semanas de verano. Un abrazo
José Alegre