¿El ocaso de la institución eclesiástica significa el ocaso de la Iglesia?
Teóricamente, no debería de ser. Lo que prevalece es la Iglesia, toda la Iglesia, la Iglesia fundada por Cristo, el Pueblo de Dios, rebaño del Señor que escucha la voz del buen pastor y le sigue. Y todo está orientado a esto: A la salvación del Pueblo de Dios, y todo se dirige a esto y se sacrifica a esto. Evidentemente, pues, el Pueblo de Dios prevalece sobre la institución eclesiástica, o así debería de ser…
Pero, hoy por hoy, después de más de 1500 años de historia institucional en connivencia con el poder político absoluto, y condicionados por una creciente (y llevada al límite) sugestión global de reverencialismo hacia una institución eclesiástica que se fue cargando, con el paso de los siglos, de atributos hipostáticos (enseñanzas "eternas", "inmutables", "infalibles", etc), lo que hoy prevalece es la institución eclesiástica sobre todas las cosas.
Es más, el dogma, los sacramentos y toda la doctrina se han ido acomodando a esta prevalencia fundamental de la institución eclesiástica (autorreferencialismo). Y todo está orientado, de este modo, al sostenimiento de la institución eclesiástica: Laicos, religiosos, sacerdotes, la Iglesia entera está orientada al sostenimiento de la institución eclesiástica, y no a otras cosas. En estas condiciones, pues, se entiende perfectamente que no se evangelice y que además no se pueda evangelizar. Prevalece la institución, no la evangelización. La intitución clericaliza, no evangeliza. El autorreferencialismo de la institución eclesiástica, como un agujero negro, lo absorbe todo hacia sí misma, con la consecuente esterilización de cualquier iniciativa por muy laudable, e incluso heroica y santa que pudiera ser: Ni campañas vocacionales, ni nueva evangelización, ni absolutamente nada. Sine me, nihil...
De este modo, la institución eclesiástica, pues, prevalece también sobre el Pueblo de Dios (para los que profesan la ideología hipostático-institucionalista, es indisociable Iglesia-institución eclesiástica-Pueblo de Dios, pero para los demás, no). Y el Pueblo de Dios, por tanto, está, como se ha apuntado, igualmente enrolado (aunque la mayoría de la gente ni se entera) para el sostenimiento de la institución, que le controla y somete (en el pasado lo podía hacer absolutamente, por la rigidez de la demanda religiosa con un único monopolista; hoy lo intenta, con cada vez menos éxito, por cierto, como se está viendo...).
Pero se da la circunstancia de que la gente prefiere (hoy y siempre) a Cristo y el encuentro con Cristo, a cualquier institución o doctrina. Y por eso la gente “se va”. Pero no nos confundamos: No se quiere ir “de la Iglesia” ni “de la fe” (aunque muchos la estén perdiendo por causa de la institución eclesiástica). La gente huye del control y del sometimiento ideológico-doctrinal (así lo creen ellos), para poder vivir (según ellos) en libertad el encuentro con Cristo y el seguimiento del Señor. Y además, vivirlo en el mundo real, actual, con todos sus peligros, retos, anhelos y sueños, y no en el mundo medieval imaginario (perfecto, inmutable, eterno y demás atributos hipostáticos) en el que nació y continúa viviendo la institución eclesiástica y que “inconscientemente” pretende imponer al resto de la Iglesia y del mundo (blandiendo, por cierto, una vara inquisitorial de perfil fuerte, o de perfil bajo, o de perfil laxo como el actual, según la coyuntura, pero, en fin, vara inquisitorial, que siempre estará activa mientras perdure para la institución eclesiástica su calidad autoatribuída de “hipostática”, de la que el espíritu inquisitorial es el reverso...).
Así, en estas condiciones de exilio creciente del Pueblo de Dios, que (según ellos) quiere liberarse del yugo del poder eclesiástico, el concepto de “Pueblo de Dios” va adquiriendo unas connotaciones diferentes, más amplias, pasando de ser un colectivo sometido (según ellos) por un poder autorreferencial eclesiástico, a ser el "conjunto de todos los creyentes en Cristo", que quieren vivir la fe en libertad y autenticidad, en espíritu y en verdad...
Se está configurando, pues, un concepto de "Pueblo de Dios" más amplio, más universal, esto es, más “católico” (“católico” en el sentido prístino del término, aquel que aparece en el Credo, y no en el sentido ideológico institucionalista que se fue configurando con el paso de los siglos, como ya dijimos). Este universal y “católico” Pueblo de Dios, de diversas procedencias pero con afinidad básica espiritual, sí puede ser el germen de la querida y añorada por el Señor “unidad de todos los cristianos”, el verdadero Pueblo de Dios, con sus diferentes sensibilidades y orientaciones, pero unidos todos en el deseo de tener una verdadera, profunda y entrañable vivencia de la fe...
Sólo basta, pues, que este “Pueblo de Dios” universal y “católico”, tome conciencia de esta “fe que nos une”, y todos juntos trabajemos, al fin, por la unidad de “todos los cristianos”, quizás el auténtico Pueblo de Dios, la verdadera Iglesia de Cristo...