Cuidar la Casa Común (I) El Papa y el santo
A lo largo de cuatro artículos, Joan Gimeno, profundizará a través de una reflexión en distintos aspectos sobre la Laudato Si´. En este primer texto, analizará la elección del nombre de Francisco y su relevancia en el Pontificado.
| Joan Gimeno Prats
El 13 de marzo del año 2013, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio sj, fue elegido Papa después de la renuncia de Benedicto XVI. En aquel momento muchos destacaron que se trataba del primer Papa no europeo después del sirio Gregorio iii en el lejano siglo viii, o que era el primer pontífice americano de la historia. También se enfatizó la espontaneidad y la proximidad en el trato del nuevo obispo de Roma con la gente, así como su sencillez en todos los aspectos. Todo esto es cierto, pero para mi, el rasgo más importante que se ha de destacar en el Papa Francisco es su amistad especial con la pobreza y con los pobres. No por casualidad, el arzobispo y cardenal Bergoglio eligió como nombre pontifício el de Francisco, un nombre sin ninguna tradición en la lista de 265 papas anteriores, pero con un antecesor bien destacado: San Francisco de Asís. Es evidente que la elección del nombre contenía una auténtica declaración de intenciones, además de una hoja de ruta, por decirlo así, de lo que había de ser su pontificado.
San Francisco de Asís (1182-1226), de quien el Papa Francisco ha tomado el nombre y el ejemplo (LS,10), no sólo fue el fundador de tres congregaciones religiosas, una masculina, una femenina, junto con Clara de Asís y otra – la orden menor – especialmente pensada para laicos, sino que sobretodo fue importante por tener una relación privilegiada, luminosa, con todo lo que le rodeaba: con la gente, especialmente con los más desfavorecidos (los pequeños de los que habla la Biblia), con la naturaleza, desde la criatura más miserable hasta el sol i la luna i, finalmente, pero no por eso la última, con Dios. En este sentido Francisco de Asís vio y vivió el mundo y la Realidad entera trinitariamente, en una continua relación de amor. Para poder hacerlo, para mantener esta transparencia en la mirada, Francisco de Asís buscó siempre la pobreza como compañía de la cual no separarse nunca. Fue por esta razón que, en el momento de su conversión profunda, Francisco de Asís afirmó, ante las burlas de los amigos y familiares, que efectívamente se iba a casar con la mujer más noble y bella que se hubiese conocido nunca: la dama pobreza. Más adelante, alejado ya de su rica familia y dedicado enteramente al acompañamiento de leprosos y a la oración, Francisco de Asís, estando en la iglesia de San Damián, escuchó una voz que le decía: «ves y arregla mi Iglesia, que se está cayendo a trozos (“en ruinas”, fue la expresión literal)». Francisco, el santo, emprendió la tarea de transformar aquella iglesia de San Damián, expresión de la Iglesia universal, de las ruinas que eran las dos, a la imagen del Reino de Dios en que debían convertirse espiritualmente.
Francisco, el papa, también está empeñado en transformar la Iglesia a partir de la transformación (metanoia) interior de sus miembros. La idea es restablecer les antiguas relaciones con los otros (anthropos), con la naturaleza (Cosmos) y con Dios (Theos), propias y propicias al restablecimiento del Reino de Dios. La pobreza, en el sentido de renuncia, de despojamiento, de negación de uno mismo (2Co8, 9) y no en tanto que miseria, es para Francisco, Papa, de la misma manera que lo fue para Francisco, Santo, uno de los caminos privilegiados. Este es uno de los sentidos profundos de la encíclica Laudato Si.