Cuidar la Casa Común (II) La casa de todos
En este segundo texto, Joan Gimeno analizará alguna de las bases sobre las que se fundamenta la Encíclica Laudato Si´.
| Joan Gimeno Prats
Francisco de Asís es una continua inspiración para el Papa Francisco, y esta encíclica es un buen ejemplo. El título Laudato si, (Alabado seas) está tomado del Canto de las Criaturas de san Francisco de Asís. Desde el punto de vista del contenido, las preocupaciones de los dos Franciscos también son similares: las relaciones del hombre (de la persona, el anthropos) con el mundo, con los demás y con Dios, en una dinámica de amor y de donación constante, cosmoteándrica, que diria el filósofo y teólogo Raimon Panikkar. El Cosmos y todo el que él contiene (personas y naturaleza) fue creado por la voluntad amorosa de Dios para ser contemplado y cuidado por el ser humano. Todo el mundo y todo lo que éste contiene, es decir, lo que el Papa Francisco ha venido en llamar nuestra casa común, habría de ser motivo de alabanza continua a Dios.
En cambio, la realidad ha sido y es bien distinta. El ser humano, en vez de actuar como el jardinero de un mundo perfecto – el jardín del Edén – se ha dedicado a dominarlo y a ponerlo a su servicio, como si toda la creación fuese únicamente un montón de recursos en manos de los intereses materiales de la voluntad humana. En este sentido, en el capítulo II de la Laudato Si, el conocido como «Evangelio de la Creación», el papa Francisco acude a las Escrituras para poner las bases de la comprensión del mundo como regalo de Dios. Los diferentes textos que utiliza el Papa, especialmente tomados del Pentateuco y los Salmos, nos sugieren que la existencia humana se basa en las tres relaciones que apuntábamos anteriormente: la relación con el prójimo, con Dios y con el mundo.
Estas tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino sobre todo dentro de nosotros. Esta ruptura constituye el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todas las cosas creadas fue destruida porque la humanidad ha pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconcer y a asumir lo que somos, criaturas limitadas. Este hecho, según el Papa Francisco, desnaturalizó también el mandato de «dominar» la tierra (Gn 1,28) y de «trabajarla y cuidarla» (Gn 2,15) que fueron las primeras y más importantes tareas que nos encomendó Dios. Así, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (LS,66). El surgimiento y la extensión del paradigma moderno occidental y su consiguiente visión del mundo está llevando este conflicto de relaciones entre el individuo/ciudadano – ya no persona – y su entorno, Dios y el mundo, a unos niveles que seguramente ya no tienen vuelta atrás. Actualmente, el mundo está herido de gravedad, Dios está muerto y el ser humano, la criatura que Dios creó a su imagen y semejanza, está a punto de dejar de serlo; de dejar de ser humano y persona, quiero decir.
En el primer capítulo de l'encíclica, el Papa Francisco hace un repaso a las principales heridas de nuestra casa común. De esta manera pasa revista al cambio climático, al problema del agua, a la pérdida de la biodiversidad, a los efectos de todos estos cambios en la población y especialmente a sus consecuencias entre los más desfavorecidos. El Papa destaca que si se quieren paliar los efectos de estas heridas no hay que hacerlo desde una mentalidad utilitarista que únicamente ve un problema creciente de falta de recursos económicos, sino con la consciencia de que todos estos ecosistemas que se extinguen ya no podrán continuar dando gloria a Dios con su existencia. Según el Catecismo de la Iglesia católica (2416), «Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf. Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf. Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri».
Visto así, los análisis utilitaristas son tan ciegos como las visiones negacionistas. La naturaleza no es útil o inútil en función de los recursos que nos puede proporcionar, sino que toda ella es maravillosa por el simple hecho de existir, por ser imagen de Dios creador. Sólo por eso deberíamos cuidarla en vez de dañarla. Es significativo que sea la del jefe de una tradición espiritual -la Iglesia católica- una de las voces más claras sobre la realidad de estos problemas que están llevando el mundo al colapso, ante opiniones negacionistas, relativizadoras y pragmáticas por parte de políticos y de gente del mundo de los negocios. Eso nos habla de la importancia que tiene todavía la visión religiosa del mundo. Es también significativo y bueno poder leer estas alertas del Papa Francisco, pero estoy convencido que esta no es, ni de cerca, la aportación más decisiva de la encíclica Laudato si. Existen en el texto que estamos examinando algunas ideas todavía más profundas que conviene destacar.