Desideologizar religiones y ciencias
Se ve, por el desmadre en algunos comentarios al post anterior, que en el país de los extremismos (¡Me duele el estado español!), aún quedan bastantes restos anacrónicos de los pseudodarwinismos y anti-darwinismos decimonónicos por ambos extremos. Hay que seguir aclarando para equilibrar la balanza.
Sería interesante releer, ¡treinta años después!, el libro de D. Núñez, El darwinismo en España (Castalia, Madrid, 1979), para ver cómo se repiten, siglo y medio después, los desenfoques decimonónicos que desenmascaraba su autor. Unos creían que con Darwin se hundía la fe en el Dios Creador y otros veían en la evolución la oportunidad para atacar a la religión. Unos y otros, “teístas literalistas” y “anti-teístas acomplejados” no habían sabido leer a Darwin, ni incorporar lo verdaderamente fuerte de su reto: ¡asumir nada menos que los orígenes materiales y biológicos de nuestras originalidades humanas!
El margen de libertad que nos queda a los humanos es tratar de hacer algo con lo que la vida ha hecho de nosotros, como formula certeramente el filósofo Andrés Tornos, SJ. Éste es el plato fuerte que tanto teístas como ateístas del XIX no digirieron, porque ni siquiera probaron un pinchito...
Dicho esto, retomemos el post anterior: Ni la fe resuelve los problemas científicos, ni le toca a la ciencia responder a las preguntas por el sentido último de la vida o la esperanza. Pero los nuevos saberes plantean retos serios a la fe. Los problemas humanos no se resuelven prescindiendo de las ciencias, pero tampoco solamente con ellas. En cuanto a la fe, no se la obtiene ni se la demuestra a fuerza de mucho razonar; pero cuando la fe ignora la razón, corre el riesgo de convertirse en superstición, fanatismo y fundamentalismo. (Véase, como prueba, la histeria de algunos o algunas comentaristas).
Superada la oposición exagerada entre ciencia y religión, propia del siglo XIX, es tentador decir que ambas se complementan, como les gusta decir a los papas en sus encíclicas, fagocitando a al adversario con inclusivismos... Yo prefiero decir con Unamuno que ambas se dan un abrazo de luchadores y de esa confrontación salen ambas enriquecidas y, a la vez, heridas, como Jacob en la pelea conel ángel, que le avería la ciática...
Si la persona religiosa es seria como científica y no impone su fe como idelogía al hacer ciencia, la respetarán; pero, a la vez, como es propio de personas científicas, evaluarán su aportación con objetividad.
Puede darse una buena relación entre personas científicas creyentes y no creyentes, a condición de que ambas sean rigurosas como científicas y como creyentes o como no creyentes y no conviertan en ideología ni su ciencia, ni su creencia o su increencia. Pero, tanto el científico que pretenda usar criterios de fe para hacer ciencia como el que convierta su ciencia en una especie de religión, no podrán entenderse mutuamente.
As:i ocurre cuando se usa el creacionismo como si fuera una teoría científica (en vez de un perspectiva religiosa), en competencia con la evolución o viceversa.
Cuando oimos decir a Stephen Hawking que la ciencia no deja mucho espacio para Dios, le respondemos que “gracias a Dios”. Porque no es papel de la ciencia dejar ese espacio, ni es papel de la teología rellenarlo con un dios “tapa-agujeros” que viniese a suplir donde no llegue la ciencia.
La religión no debe reclamar para Dios unas cuantas habitaciones en el edificio de la ciencia. Todo el edificio es para la ciencia. Y, a la vez, quien sea creyente tiene derecho a percibir la presencia de lo divino en cualquier rincón del mismo edificio y a que le respeten por percibirlo así quienes lo perciban de otro modo.
Y a quien pregunte por el mito de Adán y Eva o lo confunda con una narración histórica y se preocupe de qué papel juegan los textos sagrados en la ciencia, le diremos que ninguno. Con las narraciones del Génesis no se hace ciencia. Pero en cuanto al sentido de la vida y la esperanza o los cuestionamientos sobre el bien y el mal, que plantean esas narraciones, no es papel de las ciencias ni el negarlos ni el afirmarlos.
Y cuando un oyente me pregunta qué opino del Big Bang, le diré que en ciencia no se opina, sino se aceptan los datos constatados hasta ahora y se queda uno provisionalmente a la espera de que haya que corregirlos cuando se descubran nuevos datos. Este es un punto en el que científicos y teólogos deberían coincidir: ambos deberían estar abiertos a dejarse desmentir siempre por la realidad y a no dogmatizar absolutamente, conscientes de la provisionalidad de sus afirmaciones.
Cuando no se tiene ese talante, ambas, ciencias y religiones, se convierten en ideologías. Creo que es papel de la filosofía antropológica criticar a ambas.
Perdonen lo abstracto y largo de este post, pero es que la insulsez, insustancialidad, ramplonería e ignorancia fundamentalista de cierta minoría de comentaristas, merecedores de susoencho en bachillerato elemental (en otro tiempo los habrían puesto cara a la pared con orejas de burro), me ha obligado a hacer un esfuerzo de repetición pedagógica de algo que los demás lectores y lectoras saben de sobra, porque es de nivel de enseñanza secundaria de filosofía. Espero no tener que volver a hacerlo.
Y si a los de marras no les convence, dejen de leer este post, por favor, que no es para ellos o ellas, y váyanse a otros de su gusto, que los hay que aletean por estos alrededores con ventiladores de abonos estercolizantesd. De lo contrario, acabaré pro tener que hacer caso a la nube de e/mail que me insiste en que borre a los revienta-posts...
Sería interesante releer, ¡treinta años después!, el libro de D. Núñez, El darwinismo en España (Castalia, Madrid, 1979), para ver cómo se repiten, siglo y medio después, los desenfoques decimonónicos que desenmascaraba su autor. Unos creían que con Darwin se hundía la fe en el Dios Creador y otros veían en la evolución la oportunidad para atacar a la religión. Unos y otros, “teístas literalistas” y “anti-teístas acomplejados” no habían sabido leer a Darwin, ni incorporar lo verdaderamente fuerte de su reto: ¡asumir nada menos que los orígenes materiales y biológicos de nuestras originalidades humanas!
El margen de libertad que nos queda a los humanos es tratar de hacer algo con lo que la vida ha hecho de nosotros, como formula certeramente el filósofo Andrés Tornos, SJ. Éste es el plato fuerte que tanto teístas como ateístas del XIX no digirieron, porque ni siquiera probaron un pinchito...
Dicho esto, retomemos el post anterior: Ni la fe resuelve los problemas científicos, ni le toca a la ciencia responder a las preguntas por el sentido último de la vida o la esperanza. Pero los nuevos saberes plantean retos serios a la fe. Los problemas humanos no se resuelven prescindiendo de las ciencias, pero tampoco solamente con ellas. En cuanto a la fe, no se la obtiene ni se la demuestra a fuerza de mucho razonar; pero cuando la fe ignora la razón, corre el riesgo de convertirse en superstición, fanatismo y fundamentalismo. (Véase, como prueba, la histeria de algunos o algunas comentaristas).
Superada la oposición exagerada entre ciencia y religión, propia del siglo XIX, es tentador decir que ambas se complementan, como les gusta decir a los papas en sus encíclicas, fagocitando a al adversario con inclusivismos... Yo prefiero decir con Unamuno que ambas se dan un abrazo de luchadores y de esa confrontación salen ambas enriquecidas y, a la vez, heridas, como Jacob en la pelea conel ángel, que le avería la ciática...
Si la persona religiosa es seria como científica y no impone su fe como idelogía al hacer ciencia, la respetarán; pero, a la vez, como es propio de personas científicas, evaluarán su aportación con objetividad.
Puede darse una buena relación entre personas científicas creyentes y no creyentes, a condición de que ambas sean rigurosas como científicas y como creyentes o como no creyentes y no conviertan en ideología ni su ciencia, ni su creencia o su increencia. Pero, tanto el científico que pretenda usar criterios de fe para hacer ciencia como el que convierta su ciencia en una especie de religión, no podrán entenderse mutuamente.
As:i ocurre cuando se usa el creacionismo como si fuera una teoría científica (en vez de un perspectiva religiosa), en competencia con la evolución o viceversa.
Cuando oimos decir a Stephen Hawking que la ciencia no deja mucho espacio para Dios, le respondemos que “gracias a Dios”. Porque no es papel de la ciencia dejar ese espacio, ni es papel de la teología rellenarlo con un dios “tapa-agujeros” que viniese a suplir donde no llegue la ciencia.
La religión no debe reclamar para Dios unas cuantas habitaciones en el edificio de la ciencia. Todo el edificio es para la ciencia. Y, a la vez, quien sea creyente tiene derecho a percibir la presencia de lo divino en cualquier rincón del mismo edificio y a que le respeten por percibirlo así quienes lo perciban de otro modo.
Y a quien pregunte por el mito de Adán y Eva o lo confunda con una narración histórica y se preocupe de qué papel juegan los textos sagrados en la ciencia, le diremos que ninguno. Con las narraciones del Génesis no se hace ciencia. Pero en cuanto al sentido de la vida y la esperanza o los cuestionamientos sobre el bien y el mal, que plantean esas narraciones, no es papel de las ciencias ni el negarlos ni el afirmarlos.
Y cuando un oyente me pregunta qué opino del Big Bang, le diré que en ciencia no se opina, sino se aceptan los datos constatados hasta ahora y se queda uno provisionalmente a la espera de que haya que corregirlos cuando se descubran nuevos datos. Este es un punto en el que científicos y teólogos deberían coincidir: ambos deberían estar abiertos a dejarse desmentir siempre por la realidad y a no dogmatizar absolutamente, conscientes de la provisionalidad de sus afirmaciones.
Cuando no se tiene ese talante, ambas, ciencias y religiones, se convierten en ideologías. Creo que es papel de la filosofía antropológica criticar a ambas.
Perdonen lo abstracto y largo de este post, pero es que la insulsez, insustancialidad, ramplonería e ignorancia fundamentalista de cierta minoría de comentaristas, merecedores de susoencho en bachillerato elemental (en otro tiempo los habrían puesto cara a la pared con orejas de burro), me ha obligado a hacer un esfuerzo de repetición pedagógica de algo que los demás lectores y lectoras saben de sobra, porque es de nivel de enseñanza secundaria de filosofía. Espero no tener que volver a hacerlo.
Y si a los de marras no les convence, dejen de leer este post, por favor, que no es para ellos o ellas, y váyanse a otros de su gusto, que los hay que aletean por estos alrededores con ventiladores de abonos estercolizantesd. De lo contrario, acabaré pro tener que hacer caso a la nube de e/mail que me insiste en que borre a los revienta-posts...