Manejar blastocistos, cuidar embriones, respetar fetos

Como resumen y conclusión de los posts anteriores, reproduzco un texto del libro Bioética y Religión, ed. Síntesis, Madrid, 2008, cap.1, publicado tras competente censura y aprobación con el debido nihil obstat por la autoridad eclesiástica correspondiente.

Veamos los pasos sucesivos del proceso, a lo largo del cuál se plantean las preguntas éticas sobre cómo manejar los blastocistos, cuidar los embriones y respetar los fetos.

Un óvulo o un espermatozoide son posibilidad remota de dar lugar a una persona; pero muchos óvulos no son fecundados y muchísimos espermatozoides se desperdician.
Un cigoto es posibilidad próxima y concreta de dar lugar a una persona, si el proceso de división y diferenciación celular no sufre accidentes o interrupciones. Un cigoto es semilla de nueva vida humana. Aunque se haya dado tradicionalmente el nombre de semen –en latín, semilla- a los espermatozoides, es más exacto reservar este nombre para el óvulo fecundado. Cuando no se conocía la fecundación del óvulo por el espermatozoide –como era el caso desde Aristóteles hasta el siglo XIX- y se atribuía el origen de una nueva vida solamente a la aportación del varón, recibida pasivamente por la mujer como mero recipiente, no es extraño que se diera el nombre de semilla a lo que hoy sabemos que es solamente una parte de lo que constituye en sentido estricto ese germen de nueva vida.

Un blastocisto es promesa de nueva vida, pero a condición de que se implante en un útero. No es solamente posibilidad concreta, sino promesa; pero es una promesa condicionada.

Un embrión implantado es más que promesa. Es capacidad de desarrollarse hasta convertirse en un feto. Si el cigoto es comparable a la semilla y el blastocisto y el pre-embrión al botón, para el embrión ya implantado valdría el símil de la flor que se va a transformar en fruto –por supuesto, en sentido metafórico, mutatis mutandis, sin apurar literalmente la comparación con el funcionamiento biológico de los vegetales-.
Nos sirve este discurso metafórico para expresar la gradualidad de la exigencia de reverencia hacia la vida. En efecto, conservamos las semillas, cuidamos los botones, regamos las flores y recogemos con gratitud los frutos. Las semillas piden que las conservemos, como posibilidad apreciable. Los botones piden que los cuidemos, como promesa estimable. Las flores necesitan que las reguemos para apoyar su desarrollo o su eventual transformación en fruto. Los frutos exigen que los agradezcamos y respetemos como realización de la vida.

Con este lenguaje metafórico estamos expresando la gradualidad de la reverencia y el respeto. Las semillas tienen valor, no solamente precio. Los botones y flores tienen un valor digno de mayor estima. Los frutos tienen el máximo valor.

Pasando a la vida humana germinal y naciente, podemos decir así: Los cigotos son admirables. Los blastocistos y pre-embriones son frágiles, a la vez que estimables, y manejables con cuidado y estrictas condiciones. Los embriones ya implantados son respetables. Los fetos exigen el respeto debido a la realidad de un ser humano dotado de dignidad.

Al reflexionar sobre la que podríamos llamar esta “marcha ascendente de la exigencia de dignidad”, habrá que conjugar tres perspectivas: 1) El proceso biológico de constituirse un nuevo organismo individual. 2) El proceso humano –psico-social- de reconocer la presencia de una realidad personal dotada de dignidad. 3) El enigma metafísico de la manifestación del misterio de la Vida (la escribimos con mayúscula para connotar lo Absoluto, presente y manifestándose en un cuerpo que se va haciendo espíritu).

Hay que evitar, al hablar de los genes, la imagen de la “chistera del prestidigitador”, de la que salen pañuelos, porque estaban “pre-contenidos” en ella. Hay que evitar el paradigma que ve el programa genético como se veía antiguamente el homunculus dentro del espermatozoide.

No parece prudente cerrar el camino a la investigación sobre las expectativas terapéuticas derivables de los recientes descubrimientos en torno a las células troncales.

Hasta no hace mucho tiempo se creía que toda célula embrionaria era indiferenciada y que una célula diferenciada no podría, por así decirlo, retornar a un funcionamiento propio del estado de indiferenciación. Ambos supuestos están siendo cuestionados hoy Con mayor razón, cada vez resulta más inconcebible confundir a una célula embrionaria con un pre-embrión o a un pre-embrión con un ser humano completamente constituído.

Ni el biólogo puede afirmar que baste la información genética para determinar lo que será el futuro ser humano; ni el filósofo puede usar el discurso valorativo para reconocer como persona al pre-embrión; ni el teólogo puede considerarlo como mínimo requisito biológico presupuesto para la recepción de un soplo de vida divina que lo convierta en manifestación personal de la Vida y, por tanto, dotado de una dignidad única e inviolable.

Es un hecho que tenemos más datos científicos y más posibilidades técnicas de manipulación. Hará falta un gran esfuerzo de comprensión y de prudencia para decidir en áreas de incertidumbre. Hará falta un mínimo de controles jurídicos, pero la responsabilidad ética no se reducirá solamente a ellos. Para ello será necesario que, a nivel de educación, se replantee seriamente la necesidad de la doble divulgación científica y ética como parte de los mínimos requeridos en educación básica y en formación permanente.
Volver arriba