Un Martini: Mejor rosso que bianco

Si Juan Pablo II se hubiese retirado a los 70 años, ¿quién le habría sucedido? Quienes soñaban con una primavera eclesial tras el otoño de fin de siglo aireaban el nombre de Martini, en cabeza de las quinielas del Conclave. ¡Ojalá el color purpúreo de su capelo se convirtiese en el blanco del solideo pontificio!, soñaban los optimistas. Y la imaginación mediterránea inventó el chiste: ¿Cómo quiere el Martini, rosso o bianco?

Pero reza la tradición romana que quien entra papable sale como cardenal. Era demasiado tarde para el arzobispo de Milán cuando se votó al sucesor de Woijtila, dejando en la cúpula vaticana todo atado y bien atado.

Hoy, el jubilado Martini, retirado en Jerusalén, sin cargas ni cargos, pero con libertad de espíritu y peso moral, es una voz autorizada y esperanzadora en la iglesia. El libro Conversaciones nocturnas en Jerusalén (ed. San Pablo, 2008) es una inyección de ánimo para una iglesia vacilante. El entrevistador no proviene de la prensa amarilla, ni de la aduladora retórica del Osservatore romano, ni del periodismo aliado con movimientos de involución. Georg Sporschill es un jesuita austríaco que trabaja en la Europa del Este en la atención a los niños de la calle y a jóvenes en desamparo. Sus preguntas son directas. Las respuestas, claras. Martini no condena, ni se asusta, pero pone el dedo en las llagas de una iglesia inconsecuente. Insiste en el tema clave: prolongar la tarea de Jesús, que más que fundar una iglesia, desencadenó un movimiento constructor de fraternidad.

Subrayamos al leerlo: «La Iglesia, dice, ha hablado mucho del pecado. Ella puede aprender de Jesús que es mejor dar ánimos.» Si Jesús se presentase hoy día en medio de nuestro mundo «lucharía con los actuales responsables de la Iglesia y les recordaría que su tarea abarca el mundo entero.» Si un musulmán se aleja de su religión al justificar violencias, también en el catolicismo se dan peligros semejantes. «No puedes hacer católico a Dios. Dios está más allá de los límites y las delimitaciones que le ponemos.»

Le preguntan si un obispo puede correr riesgos. Recuerda cómo se arriesgó en tareas de mediación y pacificación: «Contra todo tipo de resistencias y advertencias me encontré con terroristas de las Brigadas Rojas en la cárcel. Los escuché, los contemplé con la mirada, oré por ellos. Hasta bauticé hijos de terroristas, mellizos, concebidos durante el proceso. Los terroristas ganaron confianza en mí: un día recibí el envío de unas cajas llenas de armas. Provenían de los terroristas que querían poner fin a su lucha asesina».

Desde su experiencia de reunirse mensualmente para el diálogo con la increencia, dice: «Mucho más importante que una religión determinada y una forma exterior es para mí el hecho de que busquemos a Dios con sinceridad.» Comenta el ex papable los debates a puerta cerrada que tuvieron los cardenales durante los días preparatorios a la elección del nuevo Papa y desvela con toda naturalidad los temas delicados: «Allí discutimos abiertamente acerca de las cuestiones a que tendría que enfrentarse el nuevo Papa y a las que tiene que dar nuevas respuestas. Según mi opinión, entre ellas está la de la relación con la sexualidad y la comunión para los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio».

Admite Martini el valor del celibato sacerdotal, pero añade que «tal vez no todos los llamados al sacerdocio tengan este carisma... la Iglesia deberá desarrollar inventiva. Hoy en día se confían cada vez más comunidades a un solo párroco o las diócesis importan sacerdotes de culturas extranjeras. Esto no puede ser una solución a largo plazo. De todos modos hay que discutir la posibilidad de ordenar a viri probati, es decir, a hombres experimentados y probados en la fe y en el trato con los demás». Cuando visitó Martini en 1990 en Canterbury al arzobispo Carey, entonces primado de la Iglesia de Inglaterra, estaba sobre el tapete el tema de las ordenaciones sacerdotales de mujeres. «Yo intenté, dice, darle ánimos para asumir ese riesgo, algo que podría ayudarnos también a nosotros a ser más justos con las mujeres y a entender cómo puede seguir el camino en el futuro.»

Gran parte del libro se centra en la juventud. Martini quiere aprender de ella, más que planificar su captación multitudinaria. «No tiene sentido pensar cómo hemos de conquistar a los jóvenes o construir confianza: ellos tienen que regalárnosla... Son Iglesia, con independencia de que coincidan o no con nuestros pensamientos o con las prescripciones eclesiásticas». Para conectar, apuesta por la cercanía: «Ciertos empleados u obispos de la Iglesia en nuestros países occidentales se encuentran atrincherados detrás de gruesos muros, en oficinas nuevas o en antiguos palacios»...

Cuando leí de un tirón estas conversaciones «a lo Nicodemo», acababa de ver en el filme Los girasoles ciegos ejemplares de eclesiásticos acartonados, secos e inmovilizados. Martini, en cambio, es todo un heliotropo lúcido y vivo.

(Publicado en La Verdad de Murcia el 11 de octubre, 2008)
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