Ni idolatrar el ADN, ni cosificar al embrión

Ni adorar al blastocisto, ni abortar al feto. Ni personificar al genoma, ni cosificar al embrión. Ni destruir al nasciturus, ni mitificar a su mera posibilidad.En el país de los extremismos los extremos se tocan.

Tanto integristas como radicales traen el agua de la biología al molino de la ideología respectiva y hacen el mismo juego, unos con el nombre de anti-abortistas y otros con el de pro-abortistas. Entretanto, la búsqueda equilibrada del término medio es bombardeada por ambos flancos.

La insistencia en explicar lo más divulgadoramente posible la gradualidad en el proceso del cigoto al feto (ver explicación detallada en el cap. 1 de Bioética y religión, ed. Síntesis, Madrid, 2008, publicado con censura y permiso de la autoridad eclesiástica correspondiente), así como el aumento porporcional de la exigencia de respeto que nos pide la vida naciente en proceso de irse constituyendo, es malentendida por quienes, con dualismo maniqueísta, solamente conciben dos extremos, o todo o nada. No admiten esas “zonas grises” de que habla el cardenal Martini, que exigen prudencia para decidir responsablemente en incertidumbre.

Unos adoran al cigoto y otros desprecian al feto, pero unos y otros tratan de trazar líneas puntuales que justifiquen las posturas exageradas tanto por la derecha como por la izquierda. Con razón se quejaba Unamuno de que en este páis con siglos de tradición inquisitorial toda ha de ser sí o no, blanco o negro y “doctores tiene la iglesia que os responderán”...

Cuando nos negamos a personificar al cigoto nos llaman abortistas. Cuando protegemos a toda costa al feto nos llaman anti-feministas. Y cuando pedimos respeto para el embrión durante su proceso hasta convertirse en feto nos etiquetan de “medias tintas”.

Encandilado por el sol sin matices de la meseta, evocaba Unamuno el “nimbo” de montes y neblinas norteños y buscaba en el poeta Maragall el “seny” mediterráneo. Pero el autor de Paz en la guerra tuvo que sufrir al final de su vida, en el paraninfo de Salamanca, los vivas fascistas a la guerra y la muerte por parte del general Millán Astray ante la presidencia de Franco y el cardenal Pla y Deniel. Si Don Miguel levantara la cabeza reconocería que en este país la transición no ha terminado... (la transición cultural, de la inquisición a la tolerancia y del anatema al diálogo).

No se entiende el término medio de Aristóteles, ni el equilibrio de Confucio, ni el sendero de la vía media de Buda. No se entiende la sabiduría de que hablaba Jesús: “A Juan Bautista, que no comía ni bebía le dijeron: ¡Tiene un demonio dentro!. A Jesús, que come y bebe, le dicen; ¡Vaya un comilón y bebedor, amigo de recaudadorers y descreídos! Pero todos los discípulos de la sabiduría le han dado la razón” (Lucas 33-35).

Esa sabiduría necesitamos hoy para salir del atolladero del pensamiento, en que nos inmovilizan las ideologías de derechas e izquierdas.
Tanto el extremismo de quienes personifican al blastocisto como el de quienes cosifican al feto coinciden en manipular a su favor a la biología. Tanto quienes se apoyan en la biología para personificar al cigoto como quienes lo hacen para justificar el aborto de un feto de tres meses, están abusando de la ciencia ideológicamente. Que ciencia y ética juntas nos ayuden a frenar las ideologías políticas y religiosas.

Unos dicen “A”, de acuerdo con el extremismo dictado por su partido y otros dicen “B” de acuerdo con el extremismo dictado por su obispo. Unos y otros, dogmatizando y anatematizando, sin pensar, sin vía media, sin ciencia y sin diálogo. Por eso, es voz en el desierto la postura mantenida en los blogs anteriores. Pero la repetiremos, para quienes siguen pidiendo aclaraciones, lo más pedagógicamente posible en el post siguiente (no en éste, que ya va siendo demasiado largo y lectores y lectoras están demasiado ocupados como para gastar tiempo leyéndome).
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