Una visita al taller de las mujeres buscadoras de los desaparecidos Las muñecas abrazadoras de las madres de la Candelaria y la teología hecha de trapos
En estos días y en este mes en que celebramos a las mamás, quiero contemplar con ustedes, y con mucha pascua, a las Madres de la Candelaria, esas mujeres de aquí de Medellín, y con ellas tantos otros grupos de Antioquia y de toda Colombia, que buscan a sus seres queridos desaparecidos. Muchas veces, al visitarlas, las veo haciendo sus artesanías, y entre estas las “muñecas abrazadoras”.
Esas muñecas de trapos, como ellas mismas me lo explicaron, son algo más que un producto de su taller de costureras...se me vuelven teología, ellas y las que las hacen me muestran a Dios, a Dios que es mamá.
| Jairo Alberto Franco Uribe
En estos días y en este mes en que celebramos a las mamás, quiero contemplar con ustedes, y con mucha pascua, a las Madres de la Candelaria, esas mujeres de aquí de Medellín, y con ellas tantos otros grupos de Antioquia y de toda Colombia, que buscan a sus seres queridos desaparecidos. Muchas veces, al visitarlas, las veo haciendo sus artesanías, y entre estas las “muñecas abrazadoras”. Esas muñecas de trapos, como ellas mismas me lo explicaron, son algo más que un producto de su taller de costureras, representan su pasión y su lucha, la manera como ejercen su maternidad y dan vida. Esas abrazadoras, vistas con ojos de fe, se me vuelven teología, ellas y las que las hacen me muestran a Dios, a Dios que es mamá. Algún teólogo que saca teología de la Biblia y de los libros se podrá reír de esta teología que yo hago de trapos.
Las muñecas tienen los brazos muy largos y desproporcionados. Es que esos brazos largos son como una prolongación del corazón de las mamás que las fabrican, y estas todas arropan en su piel lejanías e imposibles; estrechan en su pecho a los que han desaparecido y muy seguramente han sido asesinados y no se resignan a dejarlos perdidos y en el olvido. Los brazos además de largos son desproporcionados y esto, como lo testimonian ellas mismas, porque contra toda lógica abrazan hasta los mismos victimarios, a los que han matado y hecho mal a los suyos, y les han dado perdón. Esos brazos de las mamás buscadoras son los mismos de Dios abrazándonos a todos y que se estiran para que nadie caiga en el vacío, para que todos vuelvan, para que no hayan excluidos ni desechables, para que llegue la reconciliación; dejarse abrazar por las madres de la Candelaria y las mujeres buscadoras, esas a las que el dolor les ha estirado los brazos, es dejarse abrazar por Dios que no mide su amor, que no se preocupa de proporciones, que nos sana apretándonos contra su corazón.
Sorprende ver después que las piernas de las muñecas son muy cortas; las madres explican que es que en su búsqueda ellas tienen que caminar mucho, ir muy lejos y que para eso sus piernas no les alcanzan y que en sus afanes por encontrar a los suyos y abrazarlos ellas no se resignan a dar pasos y lo que quieren es dar zancadas. Así es que anda Dios en nuestro mundo, en esta Colombia donde tantos de sus hijos son arrebatados y quitados de en medio; en estas mamás es Dios mismo el que está de prisa y quisiera poder llegar ya a los perdidos y ofrecer su salvación y, aun siendo infinito y todopoderoso , se hunde en nuestras limitaciones, en los atranques de la justicia punitiva, en los pantanos del negacionismo, en los intereses de los violentos, en la ley de “el que las hizo las paga”, en la codicia de los poderosos, en las trabas de una religión sin evangelio.
Me llama la atención que las muñecas abrazadoras no tienen rostro; las artesanas, deliberadamente, no les ponen ojos, ni nariz, ni boca. Las mujeres dicen que esos rostros son los de los suyos, los que ellas buscan, y que ahora no pueden ver porque los violentos los desaparecieron; y que ellas mismas, con el rostro perdido de sus hijos, también se quedaron sin rostro y que les sucede que buscando el de sus desaparecidos ellas ya no maquillan el suyo, ya no se miran al espejo. Dios en Colombia, y donde quiera que haya un desaparecido, también pierde su rostro, ya no se le puede ver, ya cualquier figura que lo represente se vuelve ídolo; no nos volveremos a encontrar con Dios hasta que no recuperemos el rostro de las víctimas, la luz que brillaba en sus pupilas, el aliento de sus narices, las palabras de su boca. Si la Iglesia se quiere empeñar en que veamos a Dios, que lo conozcamos, tendrá que dejar de maquillarse, como lo hacen estas madres, y salir y buscar, en cada rostro hallado encontraremos los rasgos de Dios.
Otro detalle de las muñecas que hacen las madres de la Candelaria es que el vestido que les ponen está bien bordado y lleno de colores; esto también lo explican las señoras y dicen que la razón de estos bordados y colores es que ellas, aún en medio de su angustia, guardan siempre un bonito vestido para cuando se encuentren con los seres queridos buscados, y que incluso muchas veces se los ponen y se visten de fiesta, y esto porque la esperanza les dice que llegarán cuando menos lo esperen. Es en esta esperanza que Dios está bordando, punzada a punzada, y en silencio, un nuevo país; los que celebramos la resurrección de Jesús sabemos que en las tumbas lo que hay es vida; aún si hay luto vale que tengamos listos los vestidos de fiesta.
Y esas muñecas tienen otro sentido, las hacen no sólo para ganar entradas y llevar adelante sus precarias economías, las hacen sobre todo para que den abrazos… y los abrazos sanan. Es una terapia, y así, en esos trapos, ahí, se hunde el corazón de esas madres de brazos largos y piernas cortas, ahí se hunde nada más y nada menos, que el corazón de Dios, esas muñecas son, digámoslo con pudor y sobrecogimiento, de un Dios así, tan humilde y chiquito, sacramento de salvación. Cuando se está entre las madres de la Candelaria y sus muñecas abrazadoras uno se llena de la certeza de que Dios no ha abandonado a Colombia, de que el reino, está a la mano, o más todavía, que se está gestando en el dolor y muerte que hiere sus entrañas. Estas madres, ya muchas en la vejez, están pariendo salvación, ellas son el útero de Dios.
"Los queremos vivos, libres y en paz".
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