Una jovencita de 14 años, responsable de una comunidad cristiana en la Amazonía Conocer a Alexia es una experiencia totalmente shock
Me admira la madurez de esta chiquilla, su soltura ante los mayores, su liderazgo. Tal vez ese entusiasmo inocente y esa determinación solo pueden hallarse en los niños, y en Alexia a eso se suma su inusual responsabilidad. Es una misionera en potencia. ¿Va ser verdad eso de que si no somos como niños el Reino no es cosa nuestra?
Estamos en Manatí II zona, un lugar grande del distrito, hay hasta capilla. Su animador, don Otoniel, ya mayorcito, se ha ido a vivir con sus hijos a Mazán. Es la primera vez que me encuentro ante este grupo de gente. “¿Quién abre ahora la capilla? ¿Quién hace la celebración del domingo?” – pregunto. “Yo”– es una voz menuda, femenina, infantil. Miro y no encuentro, hasta que se levanta una niña: Alexia.
“Cuido la llave de la capilla y hago la celebración”. Tiene 14 años y va a segundo grado de secundaria. Eso me cuenta intercalado con el relato de los domingos mientras no salgo de mi asombro: “Cantamos algunas canciones, leemos la lectura y alabamos a Dios”. Va con sus amigos, que están con ella también hoy: Tiler (el de la foto), Joana, Nely y Jimena, todos de edades parecidas. Yo me quedo a cuadros.
Los jabones y las lejías de la campaña de sensibilización están preparados, pero hay que ir a invitar a la reunión a más vecinos, de modo que Alexia, Tiler y yo recorremos un amplio sector del pueblo, a lo largo de la orilla del río, entrando en las casas. Mientras tanto, conversamos: “El tío Otoniel siempre nos enseñaba por las tardes”. Iban varios niños con el viejo animador y aprendían canciones, el padrenuestro, a manejar la Biblia. Él tuvo la finura de ver en ellos lo que todavía no eran pero podían llegar a ser.
Y diría que tuvo ojo clínico, porque me admira la madurez de esta chiquilla, su soltura ante los mayores, su liderazgo. Cómo avisa a las familias de que va a haber ahora encuentro en la iglesia; aunque está el padre, es ella la que habla. Y yo, más que dejarla, la observo maravillado y aprendo. Y se me amontonan dentro las preguntas, que pugnan por salir: ¿Va ser verdad eso de que si no somos como niños el Reino no es cosa nuestra? ¿Tal vez los evangélicos de acá se burlarán de nosotros porque la responsable de la Iglesia Católica es una colegiala? ¿Cómo es posible que los adultos escuchen y sigan a esta huambrilla?
Compruebo poco después, ya con la capillita más completa, que así es. Alexia se ha sentado entre el público, con los otros chicos, pero a cada pregunta que planteo veo cómo los rostros de padres, madres y abuelos se vuelven hacia ella, me deja de piedra. De modo que: “Nombramos a Alexia animadora de la comunidad, junto con Joana, Jimena, Tiler y Nely como ayudantes”. Para que ya no quede duda en manos de quién dejamos los trastes los misioneros, a quién encargamos la tarea.
Mientras se suceden las intervenciones de mis compañeros me planteo si no estamos siendo imprudentes, si acaso una adolescente puede ejercer razonablemente la coordinación de una comunidad cristiana, aunque sea pequeña y rural o precisamente por eso. Me percato de que no hay remedio, en el rato que hemos pasado juntos ella me ha impactado, me ha convencido, me ha enamorado. Tal vez ese entusiasmo inocente y esa determinación solo pueden hallarse en los niños, y en Alexia a eso se suma su inusual responsabilidad. Es una misionera en potencia. Escribo esto el día de la beatificación del quinceañero Carlo Acutis, y como que me cuadra más.
“¿Ustedes han hecho la primera comunión?”. “Solo yo” – contesta Jimena, que es algo más mayor, unos 17 años. De modo que Alexia notovía… Entonces habrá que programar más visitas para que se vayan preparando, de pronto quedarnos unos días, y que estos chavales reciban a Jesús. Que para eso son los que mantienen viva la fe en este lugar, a su manera y con todas las apostillas por la excepcionalidad del caso, por supuesto.
El bote zarpa y mientras reclamo mis galletas siento que hacía tiempo que nadie me impresionaba tanto como Alexia, estoy prendado y templado. Lo que Dios es capaz de hacer en cada persona es un misterio inagotable, y en los niños eso sobrecoge aún más. Ojalá mi capacidad de sorpresa nunca envejezca, para no perderme portentos como este; que me pasman, me fascinan y me conmueven tanto como me hacen mejor persona.