Recorrido por las comunidades kichwa del puesto de misión de Angoteros (Perú) Aventura por el alto Napo
El Bautismo acá va mucho más allá del aspecto meramente religioso, hunde sus raíces en lo profundo de esta cultura porque es la palanca del compadrazgo: el vínculo sagrado entre familias, el parentesco espiritual cargado de responsabilidades y obligaciones recíprocas bien serias.
Es también el momento para tratar problemas y situaciones de la cruda realidad cotidiana. Son poblaciones pequeñas, casi totalmente abandonadas por el Estado, donde no hay electricidad, ni agua potable, ni saneamientos; con una precaria atención a la salud y escuelas catastróficas. Y además amenazadas por los depredadores de la selva: madereros, mineros, petroleros.
Ese es el apelativo que se merece este recorrido por el país kichwa, días -que se me han quedado cortos- de encuentro directo con las comunidades, el combustible principal para el corazón de un misionero. Hubo de todo, y sirvan estas anécdotas como agradecimiento humilde a Pachayaya por darme tanto y cuidarme con tal fineza.
La cita con Domi, Alipio el Grandulón y su esposa Luciana era en la comunidad San Fernando: ellos bajando de Angoteros en el mítico Yayayachiwan y yo surcando en el ponguero Vichú. Llegué yo antes, y volví a experimentar la inquietante sensación de encontrarme solo en un lugar que piso por primera vez, donde nadies te conoce y no conoces nada. Ya bajar del bote no fue fácil, en un barro donde te hundías hasta las rodillas… una señora trajo amablemente una tabla para que yo pudiera pasar.
En cada pueblito hubo bautismos; hechos a su manera, con sus símbolos: el achiote con que marcan la frente de los wawakuna y son así recibidos en la comunidad, el santo wira para ungir el pecho de los bautizados… Eso es tarea de una mujer (warmi), y a continuación un ruku (anciano, sabio) va pasando y hace el soplo sobre la coronilla de los niños para sanar, liberar de malos espíritus, dejar espacio a Sumak Samay (el Espíritu Santo). Además del agua y la luz, todavía faltará que otra warmi coloque una pizca de sal (cachi) en la boca de los neófitos para que se conserven en la fe y para que hagan que la vida sea como tiene que ser, muestre su sabor genuino.
Como se ve, es una celebración sinodal (tukuy parihu) donde cada cual tiene su papel y todos intervienen. El Bautismo acá va mucho más allá del aspecto meramente religioso, hunde sus raíces en lo profundo de esta cultura porque es la palanca del compadrazgo: el vínculo sagrado entre familias, el parentesco espiritual cargado de responsabilidades y obligaciones recíprocas bien serias. Los padrinos se reconocen después de la celebración mediante unas declaraciones mutuas y unos gestos con los brazos y las manos: es la allichina (acomodar, arreglar, componer).
La demora en bautizarse suele ser debida a que no encuentran padrinos, marcayaya y marcamama, es decir, el papá y la mamá que “marcan” (cargan) al ahijado, son sus referentes espirituales y morales, velan por él y deben inexcusablemente recogerlo si sus padres faltan. Por cierto, Domi, mi madrina, se quedaba dormida en plena tarde cuando estábamos con las mujeres, y se fue a la cama (perdón, a la colchoneta) a las 8 de la noche. Y es que en el recorrido pasan cosas increíbles.
Eso era ya en Monteverde. Al arribar encontramos una minga, un trabajo comunal que incluía almuerzo; y a nosotros también nos invitaron, nos trajeron los platos… pero no tenían cucharas. Jeje. En la casa de Cledis vemos que no hay zancudos y dormimos sin la carpa, pero en la madrugada cayó una lluviaza de campeonato; notaba como un frescor en mi cara, qué rico -pensaba- me volteaba y seguía roque. Por la mañana vi que había un hueco en el tejado y ese fresquito eran gotas de lluvia que caían al piso justo a mi costado y me salpicaban. Las sábanas mojadas…
La celebración del Bautismo es el momento para tratar problemas y situaciones de la cruda realidad cotidiana. Son poblaciones pequeñas, casi totalmente abandonadas por el Estado, donde no hay electricidad, ni agua potable, ni saneamientos; con una precaria atención a la salud y escuelas catastróficas. Y además amenazadas por los depredadores de la selva: madereros, mineros, petroleros. Gente sin escrúpulos que viene a coimear con 200 soles al apu para que les permita meter la draga, o a cortar palos a 50 soles cada uno (13 €).
De modo que Jesús ve cómo han convertido el templo, es decir, la Amazonía, en un negocio; se molesta feo (piñarisca), se indigna y habla fuerte, dice mana, “no” a los abusivos con energía, con dignidad, y los bota a latigazo limpio (Mc 11, 15-19). Porque los indígenas son los dueños y custodios de este territorio, y seguir a Jesús significa defender sus riquezas naturales, cuidarlas y asegurar su legado. El achiote no es un adorno ni el Bautismo un mero rito o una costumbre. Qué encanto y qué orgullo.
(Continúa)