Quedarse una mijina
La única vereda se recorre muchas veces en ése tiempito: adelante, atrás, “buenos días”, “cómo está”, etc. La gente se queda con esta cara de gringo colorao y todos aprenden que eres el sacerdote de la Iglesia Católica, incluso (o sobre todo) los pseudoevangélicos del MMM*, que además nos tienen por los selladores del 666, el maleficio que disolverá todas las religiones en una, jaja, qué tontería Diosito. En la primera reunión, a la que estaba invitada todita la población, dejamos claro que no pretendemos convencer a nadie de nada, nomás proponemos, como Jesús.
Y el caso es que un buen grupo de gente nos acompañó en el repertorio de actividades que le ofrecimos. Comenzamos visitando el cementerio, donde hay como veinte muertitos sepultados en tierra, con las tumbas rodeadas a veces por botellas clavadas, y siempre señaladas por una cruz de madera donde sin remedio se borran los nombres. Bendijimos el lugar (como en otras aventuras anteriores), rezamos por los difuntos… y descubrimos que la gente en general no sabe ni el padrenuestro ni hacer la señal de la cruz. Pero estaban todos muy atentos y fue un momento bonito.
Había varias peticiones de Bautismo, así que armamos dos encuentros de preparación en dos grupos distintos: uno de los niños de a partir de 8 o 9 años (en los catecismos antiguos la “edad del discernimiento”, jeje, alguno no lo alcanza ni a los 47) y otro de papás y padrinos. Como en la primera reunión de los chivolos intentamos ponerles un trozo de película sobre Jesús (que luego no se pudo porque con la claridad no se veía ná), acudió un gentío y fue un poco caos; la segunda sesión, al día siguiente, fue mejorcita según los compañeros, porque yo estuve con la panda de los adultos. Todos ahí, sin faltar ninguno, muy serios y silenciosos, escuchando con absoluta atención y Fátima y yo incapaces casi de arrancarles una palabra. Hablamos de Jesús, del mandamiento principal, del significado del Bautismo, de sus ritos, de la responsabilidad de los padres y padrinos… No sé si se enteraron de algo, pero lo hicimos lo mejor que supimos y pudimos.
Por las noches, programa variado: taller sobre Derechos Humanos que Zélia condujo con mucha mano y donde pudimos entrever cosas que pasan por acá… ¡si pudiéramos estar más tiempo! A la gente le encantó. Al otro día, peli para los niños: “Buscando a Nemo”. A la media hora las criaturas empezaron a dormirse, tumbarse, jaja… Normal, si en este mundo sin luz a las 7 de la noche están ya en la hamaca como piedras.
¿Y entre medio? Pues lo de todos los días: lavar la ropa, bañarnos en el río (que junto a la casa de Rosa forma una especie de piscina deliciosa), arreglar de comer, visitar alguna casa y conocer a personas, a Juver, a Mariana, a Ernesto, Hely y su esposa Gloria, Deysi… Intentar ser unos más, visitantes pero ya conocidos y aceptados; escuchar algunas penas y prometer ayudar en lo que esté en nuestra mano; compartir problemas de esta comunidad, expectativas, sufrimientos y luchas. “Tocar la carne sufriente de los demás”, “entrar en contacto con la existencia concreta de los otros” y así conocer “la fuerza de la ternura”, dice el Papa en el número 270 de Evangelii Gaudium. El día que lo escribió, el Espíritu Santo estaba gloriosamente inspirado, para qué.
Así llegó la última noche. El salón comunal estaba bastante concurrido para la Eucaristía y los bautizos de 17 niños y 2 adultos. Fue una celebración bonita, nada pesada, para ellos algo especialísimo, casi inédito, y para mí… pues la fiesta de mi aniversario, 18 años de mi ordenación. A Fátima y a mí nos tocó además ser padrinos de varios niños, y eso añadió una dosis de emoción. Creo que los tres, con Zélia, estábamos contentos y satisfechos: les hemos entregado lo mejor que tenemos, el don de Dios y a nosotros mismos con Él, nuestro cariño y nuestro compromiso. Porque queremos volver.
César L. Caro
* Movimiento Misionero Mundial. Ver www.mmmoficial.org