Ordenación del nuevo obispo del Vicariato Apostólico de Yurimaguas (Perú) La Perla del Huallaga
Lo que más me impactó del rito fue el momento en que al candidato le colocan el Evangelio abierto encima de su cabeza. Me agarró desprevenido semejante hermosura litúrgica: que la Palabra, la vida del Señor, penetre completamente en ti, te impregne de cabeza a pies, que entre por tus oídos y tu mente, llegue a tu corazón y colme tus entrañas hasta conmoverte y transformarte según el Buen Pastor. Me encantó y así se lo deseo a Mons. Jesús María Aristín.
Hace tiempo que tenía ganas de ir a Yurimaguas, mi compañero Vicente Venega me invita siempre, e incluso recuerdo que estuve a punto de escaparme en carro desde Mendoza, pero algo se cruzó en la agenda. Esta vez se trataba de representar al Vicariato en la ordenación de su nuevo obispo, de modo que no podía fallar y realmente el viaje mereció la pena.
Porque oyes, ¡qué bonito es Yurimaguas! Está emplazada en una confluencia de ríos: el majestuoso Huallaga, el Paranapura y el Shanusi. El clima me ha parecido más fresquito que en mi zona, pero tal vez habrá coincidido nomá. Una ciudad grande y genuinamente amazónica, coqueta en el centro y rodeada de invasiones que desvelan la pobreza sin pudor. En una de ellas vive Vicente, que hizo la opción de irse a la periferia, a vivir con y como los más humildes. Me vino bien ir a visitar su casa y su capilla después de la ceremonia para pisar tierra, y nunca mejor dicho.
Con tantos obispos (diez u once), esa preciosa catedral repleta, los diáconos achuar con sus vistosas tawasas (coronas de plumas), como cincuenta sacerdotes, religiosas… al comenzar la celebración tuve un sentimiento de poderío eclesial: “no somos tan pocos ni tan débiles”. Nunca había estado yo en una ordenación episcopal, y me sorprendieron varias cosas. Realmente los símbolos (la mitra, el anillo, la cruz pectoral, el báculo) son tan poderosos que merecería la pena estudiar desde un punto de vista antropológico la impresión que causan en la gente.
Pero lo que más me impactó del rito fue el momento en que al candidato le colocan el Evangelio abierto encima de su cabeza. Me agarró desprevenido semejante hermosura litúrgica: que la Palabra, la vida del Señor, penetre completamente en ti, te impregne de cabeza a pies, que entre por tus oídos y tu mente, llegue a tu corazón y colme tus entrañas hasta conmoverte y transformarte según el Buen Pastor. Me encantó y así se lo deseo a Mons. Jesús María Aristín*.
Comparar es inevitable, y caminar por Yurimaguas me hizo pensar que nuestro vicariato no tiene “centro”, nuestra sede no está en una ciudad grande como la Perla del Huallaga, donde viven y trabajan muchos misioneros que se encuentran a menudo, donde hay propiedades que se pueden alquilar para ayudar económicamente a la misión. Nosotros tenemos las oficinas en Iquitos, fuera de nuestro territorio, allí solo vamos puntualmente para gestiones y tareas imprescindibles, cada cual está en su lugar, casi siempre lejos; nuestra sede está en Indiana, una chacra donde los terrenos no nos rinden y más bien sufrimos para defenderlos de las invasiones.
Claro que son las únicas que contamos, nada que ver como el barrio donde vive Vicente, de calles sin empistar y electricidad recién puesta, con los fantasmas muy reales de la droga y la marginalidad rondando a diario. Tampoco en nuestro territorio hay cárcel como la de Yurimaguas, donde él trabaja desde hace años. “Con la pandemia, como no hay visitas a los presos, tengo más trabajo” – me dice. “Me paso la vida sacando dinero del banco para llevarles, y otras cosas también”.
Además de palpar el día a día de Vicente y de convivir con los achuar y los salesianos que trabajan con ellos, he podido conocer al cardenal Pedro Barreto, que era el ministro ordenante. Me ha parecido un hombre apasionado por la Amazonía, accesible y sencillo; hubo ocasión de conversar un buen rato y hasta de compartir una partida de mus con el flamante obispo y los de Chota y Chachapoyas. Esta vez me tocó ganar, y además por tres a cero (queda pendiente la revancha).
En fin, unos días diferentes y enriquecedores, que me sirvieron para aprender y comprometerme más con esta Iglesia con rostro amazónico que tratamos de ir modelando entre todos. También me dio tiempo a tomar helados y a descansar, que no viene mal.
* Beatriz García escribe una bella crónica en la página del CAAAP, aquí.