Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del Cristianismo
Capitulo Secto
Teología social y educativa
Pedagogía social como programa político
En 1910, hablaba el jóven Ortega en la Sociedad "El Sitio" de Bilbao, del alma nacional española, que consideraba todavía sólo un proyecto, una posibilidad y una esperanza. Ante una realidad políticocultural tan menguada dice a los oyentes, al parecer maduros: cuando llamáis a la juventud, verde mirto de esperanza, confesáis vuestra insatisfacción con las generaciones anteriores, siendo de esta manera un claro emblema de la sociedad entera.
Esto es consecuencia de lo que nos ha dicho en el capítulo anterior: que en España no se dió entrada a la Ilustración, es decir, a la razón (ver epígrafe segundo "El espíritu de la Ilustración"). Y por eso mismo se lamenta diciendo: gravitan sobre nosotros dos siglos de error y de dolor, mientras que los europeos que nos rodean viven optimistas en una convivencia propiciada por la razón.
A continuación, como disculpándose de lo que ha dicho y va a decir, añade: no llaméis a esto pesimismo; reconocer la verdad no es nunca un acto pesimista. No percatarse de la terrible mengua española, negar la realidad de nuestra situación no podrá ser nunca verdadero optimismo, será una falsedad. España no existe como nación, es un problema. Pongamos, pues, manos a la obra todos y construyamos España (Pedagogía social como programa político. Pesimismo metódico I, 502-504)
Ortega ha detectado en la sociedad española un doble
patriotismo. Uno extático (de éxtasis) que se limita a contemplar, a recordar las cosas gratas del pasado, las glorias más o menos legendarias de nuestra raza en tiempos pretéritos. Y otro asimismo inactivo, que se contenta con saborear las satisfacciones que la vida le brinda esporádicamente y no complica su vida con otras disquisiciones. Los dos componen el patriotismo inactivo y espectacular.
Pero hay otra noción de patriotismo y de patria, dice asumiendo una tesis de Nietzsche: lo importante no es la tierra de los padres, sino la tierra de los hijos. Patria no es el pasado y el presente, ni es nada que una mano providencial nos regale; es algo que todavía no existe y que no podrá existir, si nosotros no nos esforzamos en realizarlo. En este sentido, patria es el conjunto de virtudes que faltó a nuestros antepasados y nos faltan a nosotros, lo que no hemos sido y tenemos que ser.
Esta última noción de patriotismo tiene claro que por muy cumplida que sea la vida de un pueblo siempre tiene mucho que mejorar y este es nuestro caso. Esa mejora de la patria, recalca, esperan de nosotros nuestros hijos, para que su existencia sea menos dolorosa y más plena que la nuestra. Entendida así la patria, el patriotismo es acción sin descanso y la patria una tarea a cumplir, un problema a resolver.
El patriotismo dinámico y futurista se ve obligado, pues, a combatir permanentemente el patriotismo quietista y voluptuoso. "El patriotismo verdadero es crítica de la tierra de los padres y construcción de la tierra de los hijos". (Los dos patriotismos I, 505-506).
En otros países europeos, sigue diciendo Ortega en la conferencia arriba citada, pueden los ciudadanos permitirse pasajeras distracciones de los problemas nacionales. El francés, el Inglés, el alemán, por ejemplo, viven en un medio ambiente social. Sus patrias, aun no siendo sociedades perfectas, están dotadas de todas las funciones esenciales. Su vida ciudadana se halla bien organizada sin necesidad de su intervención.
Hoy, en 2007, nosotros estamos en una situación muy similar al ambiente social que gozan los países europeos de nuestro entorno. Pero, tenemos que esforzarnos un poco más todavía, porque nos falta la experiencia histórica de esos países en temas sociales.
En ese momento, estamos en 1910, Ortega decía: "el español que pretenda huir de las preocupaciones nacionales será hecho prisionero de ellas diez veces al día y acabará por comprender que para un hombre nacido entre el Bidasoa y Gibraltar es España el problema primero, plenario y perentorio. Este problema es, como digo, el de transformar la realidad social circundante. Al instrumento para producir esta transformación llamamos política. El español necesita, pues, ser antes que nada político".
Se ha referido también a una tendencia errónea entre nosotros de separar la política de acción y la política ideal, como si pudiera ser posible una sin la otra. A lo largo de toda la historia contemporánea se ha hecho patente hasta qué punto de miseria puede llegar una política activa exenta del ideal político.
Necesitamos transformar España, hacer de ella otra cosa distinta de lo que es. Y se preguntaba ¿qué cosa? ¿Cual debe ser esa España ideal hacia la que nos orientamos? (España, problema político I, 506-507). Y ¿cómo conseguirlo? Sin duda mediante la educación ciudadana que tratamos proximamente.
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