La Curia como problema
Recientemente el teólogo jesuita Juan Masiá recordaba en Religión Digital que cuando el 25 de enero de 1959 anunció el Papa Juan XXIII la convocatoria del Concilio Vaticano II dijo que, con tal ocasión, rogaba por “una amistosa y renovada invitación a nuestros hermanos separados de las Iglesias cristianas a participar con nosotros del banquete de gracia y hermandad, al que aspiran tantas almas en tantos rincones del mundo”. Pero en el texto oficial comunicado por el Secretario de Estado, cardenal Tardini, se permitieron corregir al Papa, como si simplemente hubiera formulado una “invitación a las comunidades separadas para buscar la unidad”, suprimiendo la calificación de “iglesias” y “hermanos” y la invitación a “participar del banquete de gracia y hermandad”, por miedo a que pareciera que autorizaba la intercomunión.
En los inicios del Vaticano II, cuando se discutía la reforma litúrgica, Juan XXIII, visitando una parroquia romana, habló a favor de la lengua del pueblo, y añadió (cito de memoria): “Ya veremos mañana cómo reproduce mis palabras el Osservatore romano”.
Pericle Felice fue el secretario general del Concilio, y como tal favoreció descaradamente a la minoría conservadora. Inexplicablemente Pablo VI encargó a aquel hombre anticoncilio la editio typica(edición oficial definitiva) de los documentos conciliares. Para ello tuvo que enmendar gran cantidad de errores de máquina que con la prisa se habían introducido no solo en el Osservatore romano sino hasta en Acta Apostolicae Sedis, que es como el BOE del Vaticano.
Pero además de aquellas enmiendas mecánicas, Felici se atrevió a introducir de su cosecha propia algunas modificaciones, como si él fuera superior a un concilio ecuménico presidido por el Papa. La enmienda más notable fue haber reintroducido en la constitución Gaudium et spes la expresión “doctrina social de la Iglesia”, que la comisión redactora había estimado oportuno suprimir en la última redacción, la que se sometió a la votación definitiva. El P. Chenu, O.P., redactor principal del documento, en su libro La “doctrine sociale de l’Église” comme idéologie (Cerf, París, 1979), ha llegado a calificar de “fraudulenta” esta modificación.
La razón que da Chenu es que la expresión “doctrina social de la Iglesia” está generalmente asociada a las encíclicas de los Papas modernos, y no todo lo que se dice en estas encíclicas viene del evangelio, sino también de cierta ideología. Por ejemplo, la sacralización de la propiedad privada. ¿Es contra el derecho natural y la moral cristiana que algunos pueblos primitivos crean que la selva y el río son comunes y no pueden ser apropiados?
Por si fuera poco, Pablo VI creó cardenal a Felici y le nombró presidente de la comisión para la interpretación de los textos conciliares y presidente de la comisión redactora del nuevo Código de Derecho canónico.
Felici, en sus últimos años, pasaba el mes de agosto en una finca del distinguido pueblo veraniego de Can Toni Gros (Barcelona), propiedad de unas religiosas de las que era “cardenal protector”. Por la fiesta de la Asunción solía ir a Montserrat. No concelebraba, sino que asistía revestido de capisayo y al final de la misa conventual decía unas palabras a los fieles e impartía la bendición apostólica.
Almorzaba con la comunidad y en el café le gustaba contar cosas del Vaticano y contestar a nuestras preguntas. La última vez fue el 15 de agosto de 1981. Estaba seriamente enfermo del corazón (moriría el 22 de marzo siguiente). Hacía algo más de tres años que había sido elegido Papa Juan Pablo II y, como tras todas las elecciones, se decía que reformaría la curia. Preguntado al respecto, dijo que podían hacerse ligeros retoques, pero que la curia era absolutamente necesaria para el buen funcionamiento de la Iglesia. Le preguntamos luego qué le parecía el nuevo Papa, y se deshizo en elogios de él, sobre todo por sus viajes. Entonces un monje dijo: “Algunos critican esos viajes”. A lo que Felici respondió: “¿Cómo pueden criticar sus viajes, cuando tiene un éxito arrollador y arrastra a las muchedumbres? ¡Es su carisma!”. Y añadió (son palabras textuales, que me quedaron grabadas, y de las que somos aún testigos todos los monjes que formábamos entonces la comunidad de Montserrat): “Su carisma es viajar, ma a governare la Chiesa, siamo noi! (¡pero quien gobierna la Iglesia somos nosotros!)”.