Sucedió en los días inmediatos a la muerte de Franco. La televisión presentaba la capilla ardiente y la cola de visitantes, alguno muy emocionado. En el colegio de unas religiosas de un pueblo de Cataluña, de cuyo nombre no quiero acordarme, los niños y niñas del preescolar, sin que nadie se lo montara, se habían puesto a jugar al entierro de Franco.
Un pequeño, con su delantalito, estaba tendido en el suelo, quieto, tieso y con los ojos cerrados, y los demás, formando ordenadamente cola,
iban desfilando y al pasar delante del supuesto difunto hacían genuflexión y se santiguaban. Era lo que habían visto en la tele.
¿Será esto lo que queda hoy del Caudillo en la memoria del pueblo?