El asno del domingo de Ramos
Monseñor Helder Camara nos contó el consejo que él había dado a la M. Teresa de Calcuta para, en semejantes situaciones, no caer en el orgullo creyéndose merecedora de los aplausos de la gente. Decía que, cuando lo alababan por su actuación, se imaginaba que era el domingo de Ramos, en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado en un asno, entre las aclamaciones de la multitud, y entonces pensaba que él era el asno que llevaba a Jesús.
Envanecerse de algo que por la gracia de Dios había hecho bien, sería como si el domingo de Ramos el asno creyera que las aclamaciones del pueblo, las palmas y los mantos tendidos en el suelo eran para él, y no para el que lo montaba.
Los prelados, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos comprometidos en el apostolado y en general todos los que ostentamos alguna representatividad en la Iglesia tenemos también el peligro de caer en la tentación de que hablaba Helder Camara, o sea pensar que nuestros éxitos y las muestras de respeto o incluso veneración que los fieles nos dirigen las tenemos bien merecidas por nuestros méritos o cualidades personales.
Cuando en nuestro apostolado, por la misericordia de Dios, algo nos sale bien, convendrá recordar las advertencias de san Pablo: “Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1Cor 4,7), y también: “Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que su fuerza superior procede de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,7) y entonces, siguiendo el consejo práctico de Helder Camara, sentirnos como el asno que montaba Jesús el domingo de Ramos.