A Ignacio Ellacuría, 30 años después
Entre la congoja y la esperaza
| José Arregi
Te saludo, Ignacio Ellacuría Beascoechea (por tu bendita madre), salvadoreño de Portugalete (Bizkaia), doctor, profeta y mártir. Te saludo y te honro junto a tus compañeras y compañeros de martirio en aquella madrugada del 16 de noviembre de 1989: Alba y Celina, Segundo, Ignacio, Amando, Juan Ramón y Joaquín. Tú que, al romperte, rompiste ya todas las cadenas, libre por fin de todas las formas, uno por fin con Todo, acompaña nuestros pasos exiliados, testigos dolientes de tanto mal común.
Os mataron de noche para que no hubiera testigos, pero era noche de luna y Lucía velaba, como la hermana liberadora de Moisés el liberador, como María de Magdala junto al sepulcro pascual de Jesús. Gracias a ella se empezó a saber y hoy ya lo sabemos todo: ejecutaron los soldados, ordenó el Gobierno, tramó la CIA. Unos títeres de otros, todos títeres del Imperio criminal. Homo Sapiens nos llamamos en el colmo de la inconsciencia.
Fuiste, fuisteis tumbados boca abajo sobre el césped y acribillados por la espalda, porque la iniquidad no soporta la luz de la mirada. Es testigo de vuestro martirio toda la Compañía de Jesús, con su centenar de mártires de la justicia en las últimas décadas. Es testigo vuestro esta Universidad de la UCA de San Salvador, una Universidad para la liberación, empeñada en seguir vuestra estela, en difundir el saber que ilumina mentes y transforma estructuras políticas. Y que paga su precio.
Son testigo estos rosales blancos y rojos que Obdulio, marido de Elba y padre de Celina, plantó en la tierra empapada por vuestra sangre. Vuestro jardinero Obdulio, cuya sentencia no será superada por la de ningún tribunal: “Los mataron por decir la verdad”. Este jardincito junto al que escribo estas líneas entre la congoja y la esperanza es testigo de vuestra esperanza mártir. La Tierra es testigo.
Han pasado 30 años, Ellacu, y el mundo está peor, la civilización más enferma que nunca. ¿Exagero? Tú lo sabrás mejor desde ese lugar sin lugar ni tiempo en que VIVES. Pero tu certero y punzante diagnóstico describe la política actual mejor incluso que la que tú conociste: “A sus órdenes, mi Capital”. Un seísmo sacude el planeta. Un tsunami confuso de peligros y promesas lo recorre. La Tierra se contorsiona y grita entre dolores de parto. Son más numerosos los crucificados que esperan quien los baje de la cruz.
¿Y Latinoamérica? Con el 9% de la población mundial, carga sobre sí el 30% de la violencia mundial. Un mismo clamor, unísono y discordante, se levanta en Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Haití (¡oh Haití!), Honduras, Nicaragua, Méjico: “¡BASTA YA de política sometida a la economía asesina!”. ¡Que vivan su voz y su lucha! ¡Que vivan tu voz y tu lucha, Ellacu, mártir iluminado y testarudo de la realidad más real: la vida y la muerte de los pobres!
Dinos, profeta: ¿Amanecerán juntas la justicia, la democracia y la paz? ¿Podremos “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”, corregir esta irracional “civilización de la riqueza” o del capital que nos empobrece a todos, construir una “civilización de la pobreza” donde los pobres sean criterio y sujeto? Resuena el eco nítido de tu voz enérgica: “En vuestras manos está. Levantad la cabeza, como dijo Jesús, levantaos, para que se acerque la liberación. Y aunque no podáis, merece la pena. Pero no erréis el camino: ‘El camino de la guerra ya ha dado todo lo que podía dar de sí, hay que buscar el camino de la paz’ ”. Palabra de un mártir que, sin embargo, nunca identificó la violencia revolucionaria con la violencia primera, la más asesina, la violencia estructural.
A la esperanza de liberación, oscura y firme, en medio de tus honradas dudas de fe, la llamaste “Dios”. Se lo acabo de oír a Jon Sobrino, otro vasco salvadoreño, compañero y amigo tuyo durante 15 años aquí en la UCA: “Ellacuría puso a Mons. Romero en estrecha relación con Dios. Y Mons. Romero llevó a Ellacuría a hablar de Dios. En la acción de Romero, vio Ellacuría a Dios. Un Dios a secas”.
Me atrevo a añadir, aunque con ello me contradiga: Dios más allá de dogmas, imágenes y religiones. No Dios razón de la esperanza, sino Fondo de la realidad, Aliento irresistible de vida y liberación. Tu Dios a secas. Tu Dios Todo.