Era una delicia escuchar sus homilías Antonio Aradillas, periodista y cristiano insobornable
Al recibir de mis amigos Luz y Pablo la noticia del fallecimiento de Antonio Aradillas el 4 de diciembre, junto al sentimiento de tristeza que me invadió, se me agolparon en la mente no pocos recuerdos
Algunos domingos asistía a la misa que celebraba en la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza y luego desayunábamos juntos. Era una delicia escuchar sus homilías. Su lenguaje nada tenía del frecuente tonillo clerical que caracteriza a no pocos clérigos cuando predican. Su tono era secular, ágil, directo
Admiraba su libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión, su independencia de criterio y su sentido crítico en los análisis tanto políticos y sociales, como, sobre todo, en sus informaciones religiosas. Vivió de su trabajo como periodista y escritor, sin recibir prebendas eclesiásticas por sus tareas pastorales
Durante las navidades de 2022-2023 Aradillas me llamó para hacerme una entrevista, cuarenta y seis después de la primera. La hicimos en su casa. Fueron dos horas de deliciosa conversación. Se publicó en Religión Digital (RD) el 16 de enero de 2023 y me gustaría compartirla de nuevo
Admiraba su libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión, su independencia de criterio y su sentido crítico en los análisis tanto políticos y sociales, como, sobre todo, en sus informaciones religiosas. Vivió de su trabajo como periodista y escritor, sin recibir prebendas eclesiásticas por sus tareas pastorales
Durante las navidades de 2022-2023 Aradillas me llamó para hacerme una entrevista, cuarenta y seis después de la primera. La hicimos en su casa. Fueron dos horas de deliciosa conversación. Se publicó en Religión Digital (RD) el 16 de enero de 2023 y me gustaría compartirla de nuevo
Al recibir de mis amigos Luz y Pablo la noticia del fallecimiento de Antonio Aradillas el 4 de diciembre, junto al sentimiento de tristeza que me invadió, se me agolparon en la mente no pocos recuerdos de nuestra amistad. El primero fue del año 1977. Había publicado yo, con apenas 30 años, uno de mis primeros libros con un título que sonaba a ultratumba: La otra vida, editado por Mañana Editorial, que iniciaba su andadura tras la dictadura. A pesar de la apariencia poco atractiva del título y de la portada, los nichos de un cementerio, el libro comenzaba de manera provocativa con una cita de Karl Marx:
“La tarea de la historia consiste, pues, una vez que ha desaparecido el más allá de la verdad. Y la tarea inmediata de la filosofía, que se encuentra al servicio de la historia, consiste […] en desenmascarar la autoenajenación en sus formas más santas. De tal modo, la crítica del cielo se convierte en la crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho y la crítica de la teología en la crítica de la política”.
El libro estaba plagado de referencias a los filósofos marxistas Ernst Bloch, Max Horkheimer y Roger Garaudy y a los teólogos Jürgen Moltmann, José María González Ruiz y Edward Schillebeeckx, entre otros.
Con motivo de su publicación, Antonio me hizo una entrevista con gran despliegue informativo y gran maestría periodística en el diario Pueblo en la que me preguntó por el infierno. “El infierno no existe”, le respondí, y ese fue el titular que puso en la entrevista colocando entre paréntesis el adjetivo “físico”.
Después mantuvimos una relación de vecindad durante veintitrés años en la Ciudad de los Periodistas. Le veía pasar casi a diario delante de mi casa y algunas veces bajaba a saludarlo y charlar animadamente con él del pasado y del presente. Algunos domingos asistía a la misa que celebraba en la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza y luego desayunábamos juntos en la cafetería Los Picos. Era una delicia escuchar sus homilías. Su lenguaje nada tenía del frecuente tonillo clerical que caracteriza a no pocos clérigos cuando predican. Su tono era secular, ágil, directo.
Quizá sin saberlo estaba practicando el sabio consejo del teólogo y pastor evangélico Karl Barth, que recomendaba a los predicadores dirigirse a los cristianos y cristianas en el culto religioso con la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Eso hacía Antonio de manera espontánea. Antonio comentaba los textos bíblicos estableciendo un diálogo entre la realidad y la Palabra: un realidad sobre la que estaba muy bien informado como periodista y una Palabra que actualizaba y e iluminaba la situación. Cuando le escuchaba me acordaba de la afirmación del Padre de la Iglesia Gregorio Nacianceno: “La Biblia crece con sus lectores”. Eso es lo que hacía Aradillas.
Una de las cosas que más me llamaba gratamente la atención en sus predicaciones era su sensibilidad hacia la violencia contra las mujeres, de la que informaba a la gente que asistía a sus celebraciones y que denunciaba con toda severidad. En la misma dirección iban sus críticas contra la discriminación de las mujeres en la Iglesia católica y las reivindicaciones de su incorporación a las funciones directivas y a los ministerios eclesiales.
De Aradillas admiraba su libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión, su independencia de criterio y su sentido crítico en los análisis tanto políticos y sociales, como, sobre todo, en sus informaciones religiosas. Su libertad, independencia y sentido crítico eran insobornables. Y en este terreno no le pesaba la edad. Todo lo contrario: a más edad, más libertad y actitud crítica.
Una de las muestras de su coherencia, entre otras, fue que vivió de su trabajo como periodista y escritor, sin recibir prebendas eclesiásticas por sus tareas pastorales. Eso le llevó a no sentirse dependiente de la jerarquía, a quien criticaba por su alejamiento del Evangelio.
Antonio Aradillas fue un sacerdote conciliar antes del Concilio Vaticano II y uno de los mayores defensores de la reforma conciliar de la Iglesia católica. El Concilio fue su guía tanto en su actividad pastoral como en el ejercicio de su profesión periodística en en la información religiosa. Tal actitud es hoy especialmente meritoria cuando avanzan el integrismo político y religioso en alianza y están cada vez más extendidas las actitudes patriarcales y xenófobas en movimientos católicos vinculados con la extrema derecha política. Fueron precisamente estos colectivos quienes más le criticaron con insultos irrespetuosos. A este propósito recuerdo el consejo de Antonio Machado, que cita Luis García Montero en su columna de El País del 4 de diciembre titulada “Perfidia: “Comportarse con lealtad a uno mismo es el modo de debilitar las críticas de los adversarios”.
Durante las navidades de 2022-2023 Aradillas me llamó para hacerme una entrevista, cuarenta y seis después de la primera. La hicimos en su casa. Había preparado las preguntas con gran precisión y de manera primorosa. Fueron dos horas de deliciosa conversación. Ese es el último de los recuerdos que tengo de Antonio Aradillas, y no puede ser más grato y agradecido por mi parte. Se publicó en Religión Digital (RD) el 16 de enero de 2023 y me gustaría compartirla de nuevo con las lectoras y lectores de RD como recuerdo agradecido.
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