"Para que haya Constitución ha de haber una humanidad sanada" Anotaciones a la Constitución con Benedicto XVI y Eliseo Tourón
Hace 46 años (6.12.1978) se votó en España la Constitución aún vigente. Para celebrarlo, mi amigo Eliseo Tourón (1934-1896) primer decano de la Facultad de Teología de la Universidad de San Dámaso, Madrid) y un servidor, tras pasar por un colegio electoral de Salamanca, tomamos un utilitario y y fuimos con sol invernal a la sierra de Salamanca.
Paseamos, tomamos unos bocadillos y discutimos sobre la Constitución. Eliseo, gran analista político, estaba satisfecho, pero quería más: Una Constitución más social, mucha más desmilitarización, más igualdad y servicios sociales, más diálogo, cultura y y verdad.
Así me dijo Eliseo:
Quiero vivir unos años, para ver cómo se renueva esta Constitución, al servicio de más vida, que todos puedan comer, y tengan casa, educación, trabajo. No vivió su suficiente. Me dijo al fin, toma estos apuntes para tu tesis Mt 25, 31-46.
Sacó un cuaderno que traía, y me lo dio en la casa/museo/cárcel de Miranda del Castañar con anotaciones que aún conservo y que voy a transcribir en las notas que siguen, tras unas reflexiones que yo escribí más tarde sobre la Constitución de España y la que quería Benedicto XVI
CONSTITUCIÓN DE BASE, LA VIDA HUMANA
Antes de la Constitución está el gozo compartido de la vida.
La verdadera paz no es rechazo del mundo y de sus bienes, sino aceptación de esos bienes, en gesto de solidaridad y comunión, aceptando las diversas experiencias humanas que se han dado entre los pueblos de la Única Tierra, sin que los “fuertes” (en sentido económico‒militar) expulsen, dominen o esclavicen a los otros. Debemos recuperar el gozo pacificado de las cosas, la belleza de la naturaleza, el equilibrio de la vida y, sobre todo, el placer más intenso de la comunión de amor entre personas, pero entre todos, para todos, aprendiendo y dialogando en respeto y solidaridad.
Es muy difícil hablar de paz sin pacificación cósmica, sin gozo ecológico, sin un tipo de poesía de la naturaleza y, sobre todo, sin un ejercicio intenso de amor entre todos. Para que ese gozo y poesía resulte posible debe cambiar la actitud de muchos hombres y mujeres que parecen estar en el mundo para dominarlo, para conseguir más bienes de consumo, sin admiración y sin ternura, sin contacto reposado con la vida de la tierra, con los árboles y campos de los que formamos parte. Tenemos que superar una actitud de imposición, para cultivar el gozo de la naturaleza y sobre todo el placer de la relación entre los hombres.
2. Antes que la Constitución está la comunicación de bienes. De esa forma, los bienes del mundo pueden ser lo que son de verdad: regalo de la tierra, trabajo de los hombres, vida compartida. Comunión de bienes implica diálogo de vida, un respeto radical por todos los hombres y mujeres que existen, protegiendo a los menos afortunados, para que ellos sean, expresen su verdad, compartan, no en guetos separados por muros para la muerte, sino en plazas abiertas de comunicación universal.
En esa línea, los bienes de la vida dejan de ser “objeto de consumo” privado de los privilegiados y deben convertirse en medio de comunión enriquecedora para todos. Dejan de ser una cosa, objeto de dominio y se convierten en palabra de comunicación y trasparencia personal. Son el don de la vida que se da en alegría y se comparte. A través de ellos y por ellos la realidad del mundo y de la vida se convierte en realidad divina, es decir, en eso que decimos que es “divino” y que merece la pena, antes de hablar de unos posibles dioses concretos de los sistemas religiosos.
En este contexto, se puede hablar de una paz “utópica”, pero ya presente, porque la utopía, que es la patria de los hombres y mujeres que quieren crear unos espacios de comunión y de vida en gratuidad es la patria, matria y fratria de los hombres, por encima unos intereses de partido y de política pequeña como los que ofrecen hoy por hoy los estados nacionales y el sistema “libre” y esclavizador del capitalismo. En esa línea me gustaría celebrar el día de la “constitución humana”, esto es, la construcción de la humanidad pacificada.
3. Antes que la Constitución está la desmilitarización del Estado De un modo o de otro, el ejército nació para mantener la violencia sagrada, establecida por el triunfo de unos sobre otros, y por la expulsión de los “chivos expiatorios”. Pero una vez que no sea necesario expulsar ni matar a los “de fuera”, una vez que los hombres y mujeres aprendan a convivir sin desear cada uno lo que tiene el otro, sino deseando el bien de los demás y gozándolo como propio, el ejército se volverá innecesario (lo mismo que los sacerdotes que sacralizan la violencia).
En un sentido externo se podría empezar licenciando los ejércitos particulares de los diversos estados, para establecer un único ejército mundial. Después, una vez unificado, ese ejército podría convertirse en un tipo de policía mundial, no para imponer algún tipo de violencia, sino para garantizar y celebrar mejor la paz Del ejército mundial, licenciado por falta de enemigos exteriores, deberíamos pasar a un cuerpo de policía mundial, al servicio de la comunión entre los pueblos. Si el cambio no se hace bien, esa policía puede convertirse en principio y signo de poder supremo, dominando de un modo dictatorial sobre el resto de la población. Pues bien, para superar ese riesgo sería necesario convertir a los policías en agentes sociales, al servicio de la convivencia universal.
4. Para que haya Constitución ha de haber una humanidad sanada. El tipo de vida actual crea delincuentes y necesita más y más cárceles. Pues bien, para que haya delincuentes deben superarse los estímulos que llevan a delinquir: las desigualdades económicas, el afán por tener y sobresalir, el tipo de cultura clasista que expulsa o somete a los distintos. Para ello hay que “curar” a los hombres y mujeres, empezando por los padres y educadores, por los sacerdotes y soldados, como han querido hacer los grandes maestros y educadores de los pueblos, en Oriente y Occidente.
La nueva Constitución Humana sólo se puede lograr a través de una fuerte “conversión” (inversión) fuerte del conjunto de la sociedad, que ofrece formas de convivencia gozosa para todos, puede hacernos superar los riesgos de la delincuencia política y económica, sexual y de búsqueda de drogas o de otro tipo de estupefacciones. Esa conversión implica una fuerte educación para la humanidad, no en línea de imposición de algunos grupos, sino de formación de una conciencia universal de igualdad en el amor mutuo.
Sólo en ese contexto, invirtiendo de raíz la tendencia que ha llevado al esquema del chivo expiatorio, se puede hablar de un mundo de libertad: sin sacrificios ni ejércitos, sin esclavitud ni cautiverio, un mundo donde la respuesta final no sea el juez y la cárcel, la vigilancia y la exclusión, sino el don gratuito de la vida que se comparte y expande. Según Mt 25, 31-46, la última de las violencias de este mundo era un tipo de cautiverio que se expresa en la cárcel.
LA CONSTITUCIÓN QUE QUERÍA EL PAPA BENEDICTO XVI.
En esa línea, hace 25 años, el Papa Benedicto XVI, en su encíclica social Caritas in Veritate (2009) puso las bases de una Constitución Mundial, por encima de la de España
“Ente el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la Arquitectura Económica y Financiera Internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres.
Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad Política Mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad (Caritas in Veritate 67)
B XVI quería una Autoridad Política Mundial, es decir, una Constitución de la Humanidad, con el “oportuno desame integral” que implica un “rearme en humanidad”, en comunicación económica, en acogida mutua de personas y pueblos, redescubriendo el gozo supremo de la vida que es la relación humana en clave de pan, amor y cultura,
Esta propuesta del Papa B XVI no se ha cumplido, ni se puede cumplir desde arriba, a través de unos gobiernos como los actuales, pues ella implica una revolución radical de la vida, en un plano económico y social, personal y comunitario… Una revolución de amor y de felicidad, al servicio de la humanidad. Esa ha de ser una propuesta cumplica desde “abajo”, es decir, desde los pueblos y colectivos más pobres, desde los excluidos actuales, no desde las naciones poderosas de la ONU, sino desde las humanidades empobrecidas, las únicas que pueden dar algo gratuitamente.
Los grandes “pedagogos” de la humanidad (Sócrates y Jesús, Confucio, Buda) no quisieron empezar cambiando el Estado y la economía mundial, ni ganar un tipo de guerra imperialista (militar o económica), sino que buscaron el bien de las personas concretas, iniciando con ellas (para ellas) un camino distinto de paz mesiánica, en una línea que implica “objeción de conciencia” y rechazo de este mundo de oposiciones y opresiones, de lucha mutua y de guerra.
El cambio del Estado y de la Economía mundial ha de venir, pero vendrá después, a través del cambio de los hombres y mujeres, especialmente de los pobres y expulsados sociales, de aquellos que apenas pueden ocupar un lugar en las constituciones reales de este momento, empezando por la de España, que proclama la igualdad de todos, pero permite la expulsión de grandes minorías. En caso de que surja esa Autoridad Mundial que quiere B XVI, a través de unas Naciones Unidas eficaces, los estados particulares podrían desarmarse, como se desarmaron los ejércitos de nobles y mesnadas de las ciudades cuando llegaron los Estados Nacionales, entre los siglo XVI y XIX.
Ciertamente, con el surgimiento de ese Super-Estado Mundial podrían desaparecer los ejércitos nacionales (convertidos en policías regionales), pero no habría llegado el verdadero desarme, sino que (si no tenemos mucho cuidado en cambiar las formas de vida) podría surgir un tipo de imposición y dictadura político-militar más peligrosa (como pudo haber sucedido en el Imperio Romano, dibde el Ejército/Policía pretoriana tomó de hecho el poder).
Reconozco el valor de la propuesta admirable del Papa, con su esfuerzo por regular el poder/economía, poniéndolo al servicio del despliegue de la humanidad. Pero en este momento de la historia hay que tener mucho cuidado. Tengo miedo de los “poderes únicos” (o de los falsos poderes duales, como en Orwell, 1984), vinculados al único ejército/mercado, se vuelven más dictatoriales que ahora, incluso con una Constitución como la de España 1978).
LA CONSTITUCIÒN QUE QUERÍA ELISEO TOURÓN, DESDE MT 25, 31-46
Recojo algunas las notas que había escrito Eliseo Tourón en su cuaderno, diciéndome “desarróllalas un día”, cuando defiendas tu tesis… No pude desarrollarlas pues por razones ajenas no pude… Pero puedo recoger ahora algunas notas del texto de Eliseo, que empieza diciendo.
La única Constitución española de verdad sería aquella que garantiza de hecho, realimente:
- Que todos coman y beban
- Que nos “desnudos” puedan vestirse y los emigrantes sean acogidos
- Que haya cuidado real para los enfermos y libertad para los encarcelados
Las obras de Mt 35, 31-46
‒ Son obras de justicia, y han de cumplirse por justicia, conforme a la indicación del mismo texto: “Entonces responderán los justos (dikaioi)”,
‒ Son obras de servicio, es decir, de diakonía, como dice expresamente la pregunta de los “condenados”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi?; 25, 44). Sin un servicio social eficaz no hay Constitución
‒ Son obras de solidaridad y comunión humana, en el doble sentido de entrega activa (ir donde están los necesitados, enfermos y encarcelados) y de acogida (synagogein, a los extranjeros…). En este contexto evoca el evangelio la palabra clave de la tradición judeo-cristiana de su tiempo, que es la de acoger y crear espacios de diálogo y convivencia, tal como se realiza especialmente a través de las “sinagogas”.
‒ Éstas seis obras trazan, quizá, la primera tabla social (universal) de los derechos humanos, la más concreta e importante de todas. Éstos no son los derechos de una nación como tal, ni de un Estado en sí mismo, ni de una Iglesia, sino los derechos concretos de los hombres y mujeres del mundo, los derechos de la humanidad empezando por los pobres (hambrientos, sedientos, desnudos, emigrantes, enfermos, encarcelados…).. Éstos son ante todo los derechos de los pobres (de los hambrientos a los encarcelados), no de la humanidad en general, como pudieron haber sido en la Revolución o en la carta actual de los derechos humanos de las Naciones Unidas.
Estas obras y derechos (derecho a la comida, acogida, salud, libertad….) marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son los deberes y derechos del mismo Dios, que se ha encarnado en Cristo, no sólo de un modo individual (en Jesús, un hombre concreto), sino en sentido universal: en todos los hombres, y de un modo especial, en cada uno de los pobres en concreto, que son “hermanos” de Jesús, presencia de Dios. Esta encarnación de Dios (de Cristo) en los pobres-necesitados marca identidad suprema de la vida humana, como vida de Dios.
‒ Esos derechos suscitan unos deberes correspondientes, que se fundan en la gracia y compromiso básico de reconocer, acoger y ayudar al mismo Dios que está presente en los necesitados. En esa línea, el deber fundamental no es el de honrar a los poderosos, sino el de atender, acoger y cuidar a los necesitados.
‒ Estas son unas obras estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento. Es muy importante poner de relieve el orden progresivo que ellas tienen en el evangelio de Mateo, formando una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia humana. Resulta fundamental tener en cuenta este ordenamiento, pues nos permite descubrir que la cárcel no nace de sí mismo, sino que, según Mt 25, 31-45, es la consecuencia y culminación de un tipo de males que empiezan con el hambre.
Éstas son obras de tipo humano integral, aunque después la Iglesia ha tendido a llamarlas corporales, añadiendo, como he dicho una séptima (enterrar a los muertos, casar a las doncellas) y poniendo a su lado otras siete, que serían “espirituales” (enseñar al ignorante, dar buen consejo, corregir al que yerra…). Pues bien, conforme al esquema de Jesús, cuidadosamente estructurado por Mt 25, todas las obras de misericordia/amor se condensan en estas seis, que son espirituales y corporales, que son cristianas siendo universales, que empiezan por el hambre y culminan en la cárcel [1].
Por eso, según Mt 25, 31-46, no se puede visitar (liberar) a los encarcelados de verdad si es no se empieza desde el principio, es decir, dando de comer a los hambrientos, para ir pasando desde ahí a todas las restantes (dar de beber, acoger a los exilados, vestir a los desnudos…). En ese sentido el “apostolado carcelario” (es decir, el envío de los cristianos a las cárceles del mundo) ha de entenderse como culmen y compendio de un testimonio completo de vida mesiánica, de amor de los necesitados.
Estuve en la cárcel y vinisteis a mi (25, 36) y cuidasteis de mi(Mt 25, 43). Estas son unas palabras esenciales, pues estamos construyendo en España un Estado Carcelario… pues se piensa que todo se arregla con más policías y mas juicio, y mas gente en la calle…
En el contexto de Jesús y de la primera iglesia, en el mundo judío y el imperio romano, en tiempos de Mateo (hacia el 85 d.C.), los encarcelados solían ser personas que estaban en prisión por poco tiempo, en espera de juicio, por algún “delito” social o político, en espera de ser liberados o condenados a muerte. En ese contexto, el Evangelio de Mateo ha citado varios tipos de persecución en contra de los cristianos, por motivos de fe o compromiso religioso (desde Mt 5, 11-12 hasta 23, 34-36 y 24, 9-14). Pero nuestro pasaje (Mt 25, 31-46) no habla ya de cristianos encarcelados a causa de su fe, sino de un abanico más amplio de personas (cristianas o no) mantenidas en prisión, por diversas causas personales y sociales, institucionales e individuales.
En ese sentido resulta significativo el hecho de que Mt 25, 31-46 presente al final de su lista de necesidades humanas a los encarcelados, tras los hambrientos-sedientos-extranjeros-desnudos-enfermos, como para indicar que en ellos se condensan y culminan todos los males de la sociedad, que son signo de la presencia de Dios sobre la tierra. Y sigue siendo significativo el hecho de que no les presente en modo alguno como culpables (pero tampoco como inocentes), sino simplemente como “detenidos”, es decir, como personas que está bajo custodia o confinamiento (en phylakê), sin añadir ningún tipo de reflexión moralista, judicial o social[2].
Pues bien, estos encarcelados, a quienes la sociedad encierra (expulsa) como peligrosos, culminando con ellos el camino que empieza con el hambre y sed y sigue con el exilio, desnudez y enfermedad, son para Jesús una especie de piedra angular de la comunidad mesiánica, en la línea del cimiento del reino que es el mismo Hijo de Dios que ha sido expulsado de la “viña” (de la buena sociedad) y condenado a muerte, pues no cabe en el edificio de la sociedad dominante (cf. 21, 43).
Yo, Eliseo, llevo unos años viviendo en una residencia para refugiados… Por el camino en el que vamos, terminaremos construyendo un Estado-Residencia-cárcel para refugiados… Lo estoy viendo venir… Por la línea en la que vamos, esta constitución del año 1978 será pronto perfectamente inútil. Si no ponemos pronto remedio vamos a construir (estamos construyendo ya un Estado cárcel, con media España fuera y media España dentro, de forma alternativa, como en 1986). No nos importa la verdad y liberad para todos, sino la cárcel para los contrarios.
NOTAS
[1] He desarrollado extensamente el tema, con J. A. Pagola, en Entrañable Dios. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016.
[2]Como he venido indicando en todo lo anterior, en la actualidad, los encarcelados suelen ser son personas socialmente oprimidas, en plano psicológico y familiar, y en su mayoría provienen de situaciones de marginación económica, racial o cultural, sin posibilidades de insertarse en la estructura normal de la sociedad. En ese contexto, Mt 25, 31-46 no empieza programando un cambio externo de la sociedad (¡aunque en el fondo lo implique!), sino ofreciendo un espacio de comunión humana a los mismos presos.
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