Prepublicación del nuevo libro de Xabier Pikaza en Sal Terrae Felices vosotros: Las Bienaventuranzas
Este libro trata, pues, de las cuatro felicidades coloquiales del camino de Jesús (según Lucas), convertidas por la Iglesia de Mateo en ocho bienaventuranzas de libro
Tal como las proclamo Jesús, hombre feliz, en el sermón de la llanura (Lc 6,20-26) y las organizó el evangelio de Mateo en el sermón de la montaña (Mt 5,3 -12), las bienaventuranzas son la hoja de ruta de la felicidad cristiana, y así las quiero presentar en este tiempo de pandemia
Ya puedes adquirir aquí el libro de Pikaza
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Tal como las proclamo Jesús, hombre feliz, en el sermón de la llanura (Lc 6,20-26) y las organizó el evangelio de Mateo en el sermón de la montaña (Mt 5,3 -12), las bienaventuranzas son la hoja de ruta de la felicidad cristiana, y así las quiero presentar en este tiempo de pandemia (primavera de 2020) en que muchos dicen que «los hombres mueren y no son felices» (cf. A. Camus, Calígula, 1944). No lo hago para responder a crítica de fuera ni para defender unacomdtrinareligión que quiere cerrarse en sí misma, sino p ra onocer y recorrer mejor la ruta de la felicidad mesiánica de Cristo.
El título distingue dos palabras: felicidad y bienaventuranza. En principio esas palabras eran una, tanto en las lenguas originales de la Biblia como en la tradición cristiana de Occidente (hebreo/arameo ’ašre; griego makários; latín beatus) y en muchas lenguas modernas (Selig, happy…). Pero el castellano tiende a distinguir los matices (en lenguaje coloquial se tiende a decir feliz/felices, en lenguaje culto dice bienaventurado-bienaventuranzas) así lo hace este libro:
‒ Digo primero felices vosotros…, conforme al lenguaje coloquial y directo de Lc 6,20-26 donde Jesús se dirige de un modo inmediato a los que le acompañan en el camino y faena del Reino (en la gran «llanura» de la vida Lc 6,17): así mira a sus seguidores a los ojos y ofreciéndoles su gozo jubiloso, les dice: felices vosotros, los pobres, los hambrientos, los que lloráis… [1]
Hablo después de las bienaventuranzas, conforme al lenguaje magisterial y solemne de Mt 5,3-12. Jesús ha subido a la montaña de la revelación y la enseñanza y se sienta allí ante sus discípulos (Mt 5,1), y así, desde su sede de maestro de la nueva alianza, como nuevo Moisés sobre el Monte Sinaí y, en vez de los diez mandamientos de la Ley (cf. Ex 19‒20), grabados en losas de piedra, proclama y esculpe en el corazón de sus discípulos las ocho bienaventuranzas del evangelio[2].
Este libro trata, pues, de las cuatro felicidades coloquiales del camino de Jesús (según Lucas), convertidas por la Iglesia de Mateo en ocho bienaventuranzas de libro.
Quiero recordar en este contexto que Jesús no fue un hombre de libro, no escribió un tratado erudito sobre la dicha de ser hombres, sino que grabó en el corazón de muchos pobres, enfermos y excluidos su programa paradójico de felicidad, dirigiéndose directamente a ellos y diciéndoles con ojos de dicha efusiva, corazón amoroso y manos sanadoras: felices vosotros…
Esta es la palabra y tarea originria de la iglesia. Ella no ha sido fundada para escribir un ibro de bienaventuranzas, sino para transmitir con los ojos, el corazón y las manos, de un modo directo, de tú a tú, la llama del Reino de Dios, diciendo a los pobres, hambrientos, enfermos, «felices vosotros», y caminando con ellos. Jesús no fue hombre de libro, sino de palabra directa, pero sus discípulos tuvieron que reunirse un día y escribir un tipo de libro-guía básico, en el que recogieran los dichos y los hechos memorables del Maestro.
Y esto es lo que hizo especialmente Mateo. Por eso quiso que Jesús subiera al monte y se sentara allí con tiempo con sus seguidores, proponiéndoles las ocho bienaventuranzas, en las que se recoge y supera el código legal de los diez mandamientos (cf. Mt 5,17), convertido de esa forma en evange-lio.
Por eso, fijando en un libro las «felicitaciones» inmediatas y provocadoras de Jesús, ya no puede decir en un lenguaje provocador, de camino, felices vosotros… , sino que tiene que decir, con lenguaje de catequesis, felices los que… Ya no se dirige solo a cuatro tipos de personas que le buscan y siguen (pobres, hambrientos, llorosos, perseguidos…), sino que organiza y extiende la enseñanza de Jesús, en lenguaje de Iglesia, creando para siempre ocho bienaventuranzas del evangelio. Más aún, ya no puede decir a l s que niegan su camino y rechazan ese tipo de felicidad «ay de v s tros», pues en la montaña del evangelio de la Iglesia están solo los seguidores de Jesús. gcloyola
Tanto en forma de lenguaje directo (Lucas) como en esquema de libro (Mateo), las felicidades/bienaventuranzas de Jesús son unas palabras memorables; son el centro y corazón del cristianismo, y de esa forma pueden y deben compararse (como haré en este libro) no solo con los diez mandamientos y las diversas bienaventuranzas de la Biblia israelita (Ex 20, cf. cap. 3), sino con el programa de vida y felicidad de las grandes religiones de Oriente, entre las que destacaré a modo de ejemplo el hinduismo y budismo (cf. cap. 2).
Jesús e Iglesia primitiva (cuyo mensaje aparece sobre todo en el evangelio de Mateo) han trazado así la carta magna de la humanidad feliz, a contrapelo de la cultura dominante de su tiempo, una carta anterior y superior a las proclamaciones universales de los derechos humanos (desde la Revolución Francesa, 1789, hasta las Naciones Unidas, 1948). Entendidas de esa forma, las felicidades/bienaventuranzas de Jesús proponen y marcan un camino de vida muy concreto (felices vosotros…) y muy universal (bienaventurados los…).
Este es el argumento de fondo de este libro que expone, de un modo sucinto, el don y compromiso, la gracia y el arte de la vida de Jesús su evangelio, en un mundo que sigue dominado por el hambre, enfermedad y la guerra. Él sabía que Dios nos ha hecho para ser felices en su amor, que es el gozo de la vida, en una tierra que con frecuencia manchamos de sangre, amargando el agua de a dicha con miedos y deseos de dominio, queriendo así comprarlo, venderlo y gozarlo todo de un modo violento, unos costa de los otros. En este contexto él inició con un grupo de amigos y seguidores pobres, hambrientos de vida, el camino de la bienaventuranza.
Con ese convencimiento he querido escribir este ensayo, en tiempos de ira, como aquellos que Dámaso Alonso, poeta de honda tristeza, retrató en un libro titulado Hijos de la ira (1944), tras la «peste» de la Guerra Civil (1936-1939).
[1] No establece una teoría, no imparte una lección, sino que descubre un misterio de amor feliz en su vida, y en la vida de aquellos que le buscan; cons-tata un hecho, comparte una felicidad estremecida, dolorida y desbordante de dicha de Reino y proclama felices vosotros conmigo, en este momento y camino de Reino que iniciamos. Pero, al mismo tiempo, a los que vienen para criticar su camino, a los que desconfían y se quedan con su dinero, comida y placer egoísta les advierte y se lamenta dolorido, diciéndoles: Ay de vosotros, los ricos…
[2] En sentido estricto podríamos hablar también de las felicidades o felicitaciones de Jesús, pero, en general, tanto en los catecismos como en los sermones de iglesia y en el lenguaje de la calle suele hablarse de las ocho bienaventuranzas, y así he querido hacerlo también en este compendio de la felicidad cristiana.
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