El tema no es riqueza ni pobreza, es amor mutuo y vida compartida
Que los pobres reciban la buena noticia del evangelio de la vida, y que ellos a su vez nos evangelicen: que perdonen y enriquezcan a los ricos, transmitiéndoles el evangelio de la bendición, del amor y la abundancia compartida, en esperanza de resurrección
| X. Pikaza
Pobreza cristiana, una riqueza
-- Hay pobrezas que podrían ser resueltas, con cierta facilidad, si los hombres quisieran,
-- Pero hay otras "pobrezas" que son más difíciles de resolver, pues algunas parecen connaturales a la vida humana, así por ejemplo cierto tipo de soledad (que puede ser buena... o mala) y algunas enfermedades mentales (psicológicas, de psicosis, neutosis etc. ,
Teniendo ese presente, he querido poder de relieve varios elementos y/o tipos de pobreza, desde la perspectiva de la Biblia (y en especial del mensaje de Jesús), tipos que podrían (deberían) ser más concretamente estudiados y aplicados, desde una perspectiva social, económica y política de la actualidad.
Jesús centró su mensaje en la llegada del Reino de Dios, de un Reino que es buena nueva para los pobres y expulsados del sistema social y sanitario, religioso y político de su tiempo. De una forma lógica, sus discípulos, sobre todo los de tendencia helenista, interpretaron su vida y mensaje como evangelio, buena nueva de Dios para los pobres, tal como indican, de un modo especial, Pablo (cf. Gal 1, 6-11; Rom 1, 15-17) y Marcos (cf. Mc 1, 14-15; 13, 10; 14, 9).
(1) Los pobres, contenido del evangelio
Esta certeza de que el tiempo se ha cumplido y de que irrumpe el reino de Dios como victoria de la vida y de la gracia de Dios sobre la muerte llena toda la historia de Jesús y funda¬menta, de manera radical, sus gestos y palabras. Esta certeza es la razón de su mensaje, su ipsissima vox, el signo básico de su vida. A partir de aquí han de interpretarse sus restantes palabras de promesa y esperanza: el perdón, las curaciones y, sobre todo, el anuncio de la bienaventuranza para los pobres, que ahora destacamos «Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios. Felices vosotros, los que ahora tenéis hambre, porque os saciareis. Felies los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lc 6, 20-21).
Los discípulos del Bautista le preguntan: «¿Eres tú el que ha de venir?». Jesús responde: «Anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; os muertos resucitan y los pobres son evangelizados ¡Y feliz aquel que no se escandalice de mí!» (Mt 11, 4-6; Lc 7, 22-23).
(2) ¿Qué hacer a, con, los pobres?
Las palabras del texto anterior, formuladas probablemente por la iglesia, definen el sentido y tarea del evangelio de Jesús, tal como lo han vivido y expandido las comunidades más antiguas, presentando a los enfermos, pobres y a los muertos como destinatarios de las «obras de Mesías».
(a) Cuidar/curar a los enfermos (cf. Is 35, 5-6; 41, 7). Ellos son, sin duda, los primeros pobres. Es indudable que Jesús ha curado a cojos y ciegos, ¬sordos y leprosos; pues bien, esa curación aparece aquí enmarcada en un contexto de evangelio, es decir, de buena noticia salvadora.
(b) Ofrecer a los pobres la buena noticia de la vida (cf. Is 61, 1). Esta palabra asume el mensaje de la palabra anterior (curar al los enfermos) y la amplía, pues el concepto de pobre asume y amplía el signo anterior de los enfermos: pobres son todos los que sufren por diversas carencias materiales y sociales, como los hambrientos y llorosos de Lc 6, 20-21.
Así lo ha interpr¬etado Lc 4, 18 ss, cuando presenta la misión de Jesús en Nazaret, su pueblo. Entra en la sinagoga, toma el rollo de Isaías y proclama: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los contribulados, para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
La buena noticia para los pobres se vincula aquí con la curación de los enfermos, la liberación de los cautivos y el anuncio del año de gracia, es decir, el perdón universal de Dios, abierto a todos, sin venganza contra los enemigos de Israel, como suponía el texto base de Is 61, 2. Eso significa que los pobres no se identifican con los israelitas, sino con todos los necesitados del mundo, superando las fronteras entre Israel y las naciones. El evangelio no ratifica la distinción entre judíos y gentiles, sino que se abre, desde los pobres, a todos los hombres y mujeres. Por eso suscita escándalo, de forma que los nazarenos quieren matar a Jesús, pues rechazan su forma de anunciar la salvación a los pobres (cf. Lc 4, 22-30). Los nazarenos de todos los tiempos han querido silenciar el evangelio; pero el mensaje y camino de Jesús ha seguido resonando en el mundo.
(3) Para seguir pensando. Terminología bíblica
Según la Biblia, la riqueza es don de Dios, pero ella puede convertirse en un peligro, haciéndose principio de idolatría (mamona), allí donde domina al hombre, dirigiendo y definiendo su existencia individual y social. En ese sentido, la salvación de Dios se expresa y realiza a través de una pobreza que se entiende no como negación ascética de bienes, sino como gratuidad, es decir, como experiencia de vida compartida.
De manera consecuente, la pobreza evangélica forma parte de una experiencia de amos y sólo tiene sentido allí donde se vincula con un gesto de servicio a los demás, a favor de la vida. Bíblicamente, los pobres tienen un sentido y una esperanza porque Dios se pone al servicio de ellos, iniciando un camino de liberación, que puede y debe expresarse en este mundo Desde aquí podemos empezar evocando algunos términos más significativos para hablar de la pobreza en el Nuevo Testamento y especialmente en Mateo,
(a) Penes es el pobre en sentido básicamente material, como hombre necesitado, pero puede vivir sin mendigar, es decir, con un trabajo duro.
(b) Ptojôs es aquel que carece de todo, de manera que sólo puede vivir como pordiosero. Esa palabra puede recibir, además, un sentido espiritual, de manera que puede hablarse de los pobres de espíritu, es decir, por opción propias (cf. Mt 5, 3; 11, 5; 19, 21; 26, 9.11; cf. viuda pobre de Mc 12, 42).
(c) Paidiones el niño indefenso, en sentido físico y social; aparece en sentido básico como ser necesitado que ha de hallarse en el centro del cuidado de la iglesia (cf. Mt 18, 2-4; 19, 13-14).
(d) Mikroses el pequeño, en un sentido más social; significadamente el evangelio ha vinculado a los niños con los pequeños, es decir, con los poco importantes, dentro de la comunidad; ellos han de ser objeto especial del cuidado de la iglesia.
(e) Nepios es también el pequeño, pero en sentido más social y espiritual. Junto a estos tipos de pobreza, el evangelio ha presentado otras muchas, vinculadas a la impureza y al pecado, a la exclusión social y a la enfermedad.
Estas pobrezas aparecen condensadas de manera clásica en Mt 25, 31-46 (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel). Ellas definen al hombre como ser necesitado, expresiòn del Dios que se introduce en las pequeñez/necesidad de los hombres para iniciar con ellos un camino de liberación, de elevación y sanación de la vida.
(4) El pobre como el más pequeño (elakhistos).
En esa línea a grandeza o salvación del hombre está relacionada con las obras de asistencia que se hacen a los más pequeños. Ellod, como más pequeños y necesitados son sitno del Dios que se encarna en el mundo, compañeros de Jesús. s propia del hambriento y el sediento, del necesitado. Por medio de ellos empieza a revelarse el reino de Dios.
(5) El pobre como carente económico (ptokhos).
A la luz de la gran proclamación mesiánica de Lc 4, 18, ptokhoi, pobres, son originalmente los necesitados, los que no tienen medio propios para vivir, estando así a merced de la ayuda o presencia de otros. La pobreza comotal, como necesidad humana, es signo del Dios que se na encarnado en el sufrimiento y pequeñez de los hombre, para iniciar desde y con ellos un camino de salvaciòn.
Esto es lo que Mt 25, 31-46 supone cuando afirma en solemne revela¬ción escatológica que los necesitados (los seis tipos de pobres: hambrientos, sedientos, desnudos…) son lugar de reino, hermanos del juez resucitado. Esta referencia al valor pre-eclesial, o mejor supra-eclesial de la pobreza aparece de manera clara en Mt 19, 21: «Si quieres ser perfecto vete, vende lo que tienes, dáselo a los pobres... y luego sígueme» (cf. Mc 10, 21; Lc 18, 22). Los ptokhoi o pobres a los que se alude aquí no son miembros de la propia familia, comunidad o nación, sino, sencillamente los necesitados, sea cual fuere su raza, patria o religión.
Cercanos a los pobres (ptokhoí) están los paidia, niños, tanto por su impotencia como por su valor en ámbito de reino. De ellos habla un pasaje clave de la tradición sinóptica (Mc 10, 13-16 y Le 18, 15-17) que Mt reproduce en parte en 19, 13-15 y que explicita en 18, 1-6. Si unimos ambos textos obtenemos una visión de conjunto que consta de tres momentos.
(a) En el punto de partida es el valor del niño como niño, antes de toda pertenencia eclesial, antes de esfuerzo propio o toda fe objetivada en forma confesional. Lo que cuenta es la impotencia, es la necesidad de un niño cualquiera que se acerca a Jesús y recibe su bendición, porque «de éstos es el reino de los cielos» (Mt 19, 14-15).
Por eso, cuando en ám¬bito eclesial preguntan «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» Jesús quiebra con fuerza el círculo cerrado de la iglesia, esto es, de sus discípulos: toma un niño cualquiera y lo pone en el centro (Mt 18, 1; cf. Mc 9, 36; Lc 9, 47). Ese gesto vale más que todas las sentencias: importa el niño, esto es, el hombre como necesitado, pe¬queño e impotente. Frente a las palabras de autojustificación del legalismo judío o cristiano, frente al orgullo fariseo del que mide al hombre por sus obras, Jesús asume al niño como ámbito de reino, como signo de pre¬sencia trascendente. Sólo a partir de aquí se entiende lo que sigue, se comprende el gesto de 25, 31-46, cuando interpreta.
(b) El niño como signo de evangelio. Rompiendo el deseo de justificación por las obras, el evangelio invierte el sentido de la acción: frente al hombre que se quiere hacer mayor, Jesús sitúa la exigencia de vol¬verse como niños. Sólo así puede acogerse el reino en gesto de aper¬tura y gracia (cf. Mc 10. 15: Lc 18, 17): «En verdad os digo, si no cambiáis v os volvéis como niños no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). Lo mismo que se hablaba antes de «pobres en espíritu» ha de hablarse ahora de «niños en espíritu»: son los hombres que, vi¬viendo en este mundo y superando todo gesto de conquista imposi¬tiva, saben recibir en gratuidad el don del reino. Hay una especie de niñez espiritual que es propia del discípulo de Cristo y se precisa en actitud de aceptación y cultivo de la gracia.
(c) Acoger al niño. Esa infancia de espíritu ha de abrirse a la exi¬gencia de «ayudar al niño» (Mt 18, 5; cf. Mc 9, 37; Lc 9, 48). No basta con hacerse como niño, hay que acoger al niño porque es signo y expresión del Cristo. En un primer momento se corría el riesgo de entender al niño como expresión sentimental de plenitud; el segui¬miento de Jesús podría acabar tomándose como puro infantilismo. Pues bien, con esta nueva perspectiva cambia el orden del conjunto: sólo ha descubierto el valor del niño –y del necesitado– aquel que lo acoge como signo de Jesús, realizando en su favor un gesto de familia, de ayuda, de servicio. Del valor básico del niño derivan dos grandes consecuencias: una personal: exigencia de acoger al niño, en gratuidad, en apertura, en esperanza no impositiva; otra social: urgencia de ayudar gratuita¬mente a los necesitados, esto es, a los pequeños-niños. Nos hallamos todavía en un nivel que podemos llamar supraeclesial: antes de crear su propia comunidad,
Jesús ofrece un campo de evangelio y reino a todos los hombres marginados, pequeños, incapaces de vivir por sí mismos. Ellos son el gran destinatario del amor de Dios, lugar de su actuación privilegiada sobre el mundo. Esto significa que la urgencia de volverse como niños y acogerles (ayudarles; Mt 18, 3-5) se encuentra antes del mismo surgimiento de la iglesia, es una especie de cimiento de evangelio en el que debe sustentarse la existencia de todos los creyentes. Dicho de otra forma: no son los niños para la iglesia sino la iglesia para extender el evangelio de los niños (cristianos o no) que Jesús ha pregonado.
Sólo en un segundo momento puede y debe aplicarse el tema en la iglesia, entendida como espacio donde, partiendo del mensaje y presencia de Jesús, se vive en toda intensidad la gracia de la propia pequeñez como lugar de Dios y la exigencia de ayudar a los pequeños del entorno. Este es el rema que subyace en el cuerpo del discurso de Mt 18, precisado a través de la conversión del paidion (niño en general) en mikros (pe-queño; cf. Mt 18, 5-6). En ese fondo avanza Mt 25, 31-46: los seis tipos de pobres (en los que incluyen evidentemente los niños) no valen por ser cristianos, sino por ser necesitados, viniendo a presentarse de esa forma como signo del Dios de Jesús.
(7) El pobre como sencillo, pequeño (nepioi).
Jesús entra en el templo y expulsa a los mercaderes, enfrentándose con los sacerdotes y escribas, que responden como si fueran dueños de lugar, hombres importantes. Pues bien, Jesús les responde diciendo que la alabanza de Dios brota de los nepioi, de los sencillos, de los niños de pecho (cf. Mt 21, 16, con cita de Sal 8, 3 LXX.). Para Jesús, la casa de Dios no es lugar de sabios y grandes, sino de cojos, mancos, ciegos, de niños y sencillos. Ellos son los verdaderos señores y beneficiados de la santidad de Dios, el nuevo templo de Jesús, su iglesia (Mt 21, 14-16). En este contexto se sitúan los pequeños y los niños?
En un primer momento se les llama paidas (21, 15): son los de pequeña edad, aquellos que no tienen edad para conocer la ley, ni para cumplirla. Pues bien, estos ignorantes descubren con júbilo mesiánico el misterio de Jesús y le aclaman diciendo «hosanna al hijo de David». En este contexto, los mismos niños que antes aparecían como necesitados viene a presentarse como los verdaderos creyentes: son aquellos que están libres de prejuicios y así pueden abrirse a la gracia de Jesús y confiar en él; estos son los verdaderos nepioi, son pequeños y sencillos. En ese contexto recibe su sentido la palabra clave de Mt 11, 25 (cf. Lc 10, 21):
Precisamente aquellos que son como niños (paidia) aparecen aquí como nepioi, sencillos-pequeños; son aquellos que pueden aclamar a Jesús en su templo (cf. Mt 21, 15), porque han recibido un conocimiento más alto del don de la vida. Frente al sabio Israel, representado en las ciudades Cafarnaúm, Corozaím y Betsaida, que en su afán de elevarse hasta el cielo, negando a Jesús, se pierden a sí mismas (cf. Mt 11, 23) frente a la seguridad y prudencia de aquellos que buscan su propia justificación, se elevan ahora los pequeños, los pobres verdaderos, los que nada tienen.
Estos son los kopiôntes (fatigados) y pephortisménoi (cargados). No son niños en la edad; pero lo siguen siendo en apertura y confianza ante el misterio. Jesús mismo, como praus y tapeinos (manso y humilde), es uno de ellos: forma parte del grupo de los que no quieren destacar, sobresalir vio¬lentamente. Por eso, su comunidad no está formada por sabios y en¬tendidos, como pasa en Qumrán, sino por aquellos que son por necesidad pequeños (niños, necesitados) y por aquellos que saben hacerse pequeños en actitud de acogimiento, esto es, los praeis y por los nepioi (cf. Mt 5, 5; 11, 25.29).
Desde este fondo se entiende los elakhistoi, los más pobres y pequeños de Mt 25, 40.45: ellos son ante todo los necesitados, esto es, los hambrientos y sedientos, y, a su lado, con ellos, los sencillos (nepioi), es decir, aquellos que no se dan importancia a sí mismos y acogen en amos a los otros, a los necesitados. Sólo porque el reino (Jesús) está presente en los pequeños (ham¬brientos, sedientos, exiliados...) tiene sentido la actitud de peque¬ñez acogedora, agradecida, de los nepioi, es decir, de aquellos que viven en sencillez y acogen a los pobres.
(8) Los pobres como menores (mikroi).
Las observaciones anteriores se explicitan y culminan en la palabra mikrós-mikroi (pequeño, pequeños), que expresa y concretiza el sentido de de los niños (paidia) y de los pobres dentro de la iglesia (cf. Mt 18, 6.10.14). Este es el signo de los seguidores de Jesús frente, su nota distintiva frente a Juan Bautista (Mt 11, 11), su auténtica grandeza (Mt 10, 42).
En un sentido, los mikroi son pequeños sin más, de manera que no se pueden identificar con los discípulos de Jesús (lo mismo que pasa en Mt 25, 40.45 con los elekhistoi). Pero, en otro sentido, la forma de ser del mikros o pequeño define a los creyentes en la iglesia. Desde ese fondo se entiende el pasaje ya citado de Mt 11, 11 (cf. Lc 7, 28). originario del Q, donde se muestra que la superioridad de los cristianos frente a Juan Bautista no se funda en algún tipo de méritos o acciones más excelsas, sino en su misma pequeñez de discípulos mesiánicos del Cristo que ha querido asumir la condición de siervo y pequeño sobre el mundo.
Por eso, mikroteros (el más pequeño en el reino) es aquel que está más necesitado e indefenso: precisamente allí donde, en ámbito de reino, falta la grandeza personal y el valor conquistado por uno mismo, allí donde el hombre se limita a vivir del don de Jesucristo emerge la auténtica grandeza. De esa forma, el más pequeño viene a presentarse como el más grande, como sabe el texto programático de Mt 18, 6-14. Jesús ha comenzado hablando de los niños (paidía: cf. Mt 18, 2.5). Pero muy pronto pasa de los niños en general a los pequeños dentro de la iglesia (cf. Mt 18, 6) y así lo supone todo lo que sigue (cf. 18, 10.14).
Estos pequeños no son un tipo de discípulos especiales, con méritos propios, sino aquellos que por una razón especial se encuentran en condiciones de inferio-ridad frente al resto de los creyentes: son mikroi, los simples, los que carecen de firmeza y vagan en las mismas fronteras de la iglesia o de la sociedad, oprimidos por la tentación, el desaliento o el deseo de encontrar otros caminos en la vida. En ese contexto se dice:
(9) La iglesia casa de pobres que se hacen hermanos
La iglesia de Jesús no puede postular una verdad exclusivista, no se puede arrogar ninguna especie de ventaja o primacía que la venga a convertir en un objeto de servicio para el resto de los hombres, sino que asume y cumple, de manera condensada, una verdad que le desborda, el don y la exigencia del Mesías de los pobres. Desde este fondo pueden ponerse de relieve tres rasgos.
(a) Fundamentación mesiánica. Lo que Jesús dice de los pobres vale para todos los necesitados, sean o no cristianos y así lo pone de relieve Mt 25, 31-46 donde los pobres-pobres, por hecho de serlo (por ser hambrientos, sedientos, exilados, enfermos o encarcelados) son presencia mesiánica de Dios sobre la tierra.
(b) Experiencia eclesial. La iglesia no tiene ventajas sobre los pobres, ni sobre los restantes hombres y mujeres, sino el hecho de que ella sabe que el Mesías de Dios son los pobres. (c) Acción misionera Desde el momento en queella sabe que el Mesías se identifica con los pobres, la iglesia puede y debe comportarse de manera correspondiente.
El evangelio de Mateo sabe que es preciso abrir el discipulado y ofrece la iglesia a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 29, 18), para que todos puedan vivir el evangelio. Pero esa apertura del evangelio a todos los pueblos sólo es posible allí donde los pobres aparecen como privilegiados (cf. Mt 10, 42; 18, 6.10.14) y como destinatarios del evangelio, que es buena nueva de salvación y plenitud para ellos (cf. Mt 11, 5). Desde ese fondo, la humanidad se divide en dos grupos que son: por un lado los pobres (hambrientos, sedientos) y por otro lado aquellos que sirven a los pobres, conforme a la palabra clave de Mt 25, 44: «¿Cuando te vimos hambrientos, sediento, desnudo, extranjero, enfermo o encarcelado y no te servimos (kai uo diêkonêsamen soi)?». Servir al Mesías de Dios en los pobres: esa es la verdad del evangelio, esta es la verdad de toda la Biblia.
(Texto tomado de Pikaza, Gran diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015.
cf. I. ELLACURÍA y J. SOBRINO, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, Trotta, Madrid 1990;