"Un Dios que castiga, es incompatible con Jesús de Nazaret" Infierno: Entre el anacronismo y la esquizofrenia
"A pesar de la contundencia de la Buena Noticia, resulta sorprendente la insistencia en mantener vivas interpretaciones mitológicas del castigo divino, del diablo y del infierno. En los últimos meses me llegan inquietudes y preguntas de católicos desconcertados que siguen siendo atormentados con predicaciones amenazantes y perturbadoras, en homilías y catequesis"
"Sé bien que el castigo eterno y el infierno, están impresos en miles de páginas y han sido voceados como doctrina segura, dogma de fe y hasta Palabra de Dios"
"En las manifestaciones que hemos referido, existen desacuerdos y matices muy significativos. Es de agradecer esta falta de “quorum” entre los pontífices, porque (a mi entender) nos permite expresar que lo más conveniente sería aparcar de una vez esta dimensión doctrinal que convierte la doctrina sobre la “Salvación Universal” en un verdadero fracaso"
"Es tiempo de guardar silencio, de escuchar a Dios y servir sin arrogancia alguna: nadie está autorizado para juzgar ni condenar a otro hermano"
"En las manifestaciones que hemos referido, existen desacuerdos y matices muy significativos. Es de agradecer esta falta de “quorum” entre los pontífices, porque (a mi entender) nos permite expresar que lo más conveniente sería aparcar de una vez esta dimensión doctrinal que convierte la doctrina sobre la “Salvación Universal” en un verdadero fracaso"
"Es tiempo de guardar silencio, de escuchar a Dios y servir sin arrogancia alguna: nadie está autorizado para juzgar ni condenar a otro hermano"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
“No habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8, 15).
Así de contundente es el mensaje esencial de la Buena Noticia: Dios es Padre “rico en misericordia”. (Efesios 2,4). “Dios es amor… en el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor. Pues el temor se refiere al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto. Nosotros amamos porque él nos amó primero” (I Juan 4, 14-19). Jesucristo es el verdadero rostro de este Dios/Padre/Amor: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14,9). Con énfasis lo ha subrayado el Papa Francisco: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre… Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Misericordiae Vultus, 1).
A pesar de la contundencia de la Buena Noticia, resulta sorprendente la insistencia en mantener vivas interpretaciones mitológicas del castigo divino, del diablo y del infierno. En los últimos meses me llegan inquietudes y preguntas de católicos desconcertados que siguen siendo atormentados con predicaciones amenazantes y perturbadoras, en homilías y catequesis. De ahí, este artículo sobre el Infierno y el subtítulo de esta reflexión. Lenguaje anacrónico es más que evidente, esquizofrenia, también, al menos en lo que, a la pérdida de contacto con la realidad se refiere.
Me vienen a la mente dos sencillas anécdotas de cuando empezaba a ejercer de sacerdote: la primera un graffiti en la fachada de un viejo edificio: “Las chicas buenas van al Cielo, las malas a todas partes”. La otra una enorme discoteca instalada en una nave industrial, en la que se reunían centenares de jóvenes los fines de semana, con el sugerente nombre de “Dulce Pecado”. La ironía y la espontaneidad de estos ejemplos, son una expresión del rechazo cultural a una forma de presentar la fe y la moral católica.
Son una reacción de hartazgo y de libertad frente a nuestras amenazas de condenación eterna. A mí me ayudaron, cuando empezaba en mi ministerio a entender que era necesario renunciar a la imposición de normas, de viejas doctrinas y de una moral sexual profundamente represiva. Acercarme a los jóvenes con generosidad me hizo más reflexivo y respetuoso con la opinión de los demás, sin seguridades absolutas y con esperanza. Toda la Iglesia parecía entonces decidida a abandonar la pastoral del miedo, la culpabilidad y la represión como consecuencia del, no tan lejano, Concilio Vaticano II.
Sé bien que el castigo eterno y el infierno, están impresos en miles de páginas y han sido voceados como doctrina segura, dogma de fe y hasta Palabra de Dios. Ante semejante despliegue doctrinal, considero que no es este un tema que podamos liquidar de un plumazo, pero, al mismo tiempo, considero también que es necesario (y cuanto antes) aparcarlo de una vez, por el bien de la gente a la que Dios ama profundamente y por el bien de la propia Iglesia. Aún a riesgo de alargarme un poco más que de costumbre, veamos un rápido recorrido por la historia de este asunto:
ALGUNOS RELATOS DEL EVANGELIO
El infierno aparece en algunos relatos del Nuevo Testamento, incluidos los evangelios. Recordemos solo algunos: “…y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mateo, 8, 12; 13, 42,-50; Lucas 13, 27). “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas” (Lucas 16, 23-24). “Beberá del vino del furor de Dios, en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero.… (Apocalipsis, 1610-11).
Respecto a la narración de Epulón y Lázaro, es revelador que la intuición del Nuevo Testamento evita aplicar la postura inmisericorde a Dios Padre (advirtamos que habla del padre Abrahán). Una postura que podemos comparar con la que se muestra en la parábola del Hijo pródigo (Lucas 15, 11-32) donde Dios es el Padre que perdona, sin condición alguna (a uno y a otro hijo), al pródigo por haber malgastado su herencia (su futuro) y al otro por negarse a alegrarse “porque este tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”. (Lucas 15, 11-32). La diferencia que aparece en los relatos bien podemos aplicarla, también a la Iglesia que en esto estaría siguiendo los pasos de Abrahán y del hermano mayor, más que la misericordia del Padre.
EL CREDO Y LA LITURGIA
También el Credo, menciona el infierno en dos ocasiones: una directamente: “Jesús… descendió a los infiernos”. Y otra indirectamente: “Ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Y por consiguiente en la liturgia y en los rituales de los Sacramentos. Así reza por ejemplo una invocación del Canon Romano: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
EL CATECISMO
Podemos leer en el Catecismo: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido… Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno».” (Catecismo Iglesia Católica, 1033). Es importante recordar que, en los primeros siglos la Iglesia nunca defendió la doctrina de la eternidad del infierno. Fue a partir del siglo III cuando empezaron a introducirse las ideas del castigo y el infierno eternos. Está en el haber de san Agustín la doctrina de esa consideración, incluso para los niños que mueren sin ser bautizados. El desconcierto fue de tal magnitud (las madres no podían soportar semejante doctrina) que no tardó en hacerse necesaria una matización, nada bíblica por supuesto: la existencia del Limbo, donde esos niños “muertos sin bautizar, ni sufren ni gozan”. La obstinación teológico/doctrinal no se detuvo. Había que mantener el miedo al infierno como incentivo para evitar el pecado; siguió creciendo hasta que el Concilio de Florencia (1600) retoma y ratifica las ideas de san Agustín: el castigo y el infierno “existen y son eternos”.
LOS PAPAS
El recurso al infierno también ha estado muy presente en el magisterio de los Papas. Veamos solo algunas afirmaciones de los tres últimos pontífices: Juan Pablo II, en 1999 tuvo un gesto de valentía y corrigió el concepto tradicional afirmando que el cielo no es un “lugar físico entre las nubes” y “el infierno tampoco es un lugar, sino la situación de quien se aparta de Dios”, nada tienen que ver con ubicaciones terrenales. De satanás afirmaba: “está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor”. Poco duró esta puerta abierta a reflexiones posteriores. Benedicto XVI volvió a las andadas: “La salvación no es inmediata ni llegará para todos. El infierno es una posibilidad real, existe, es eterno y no está vacío” (Febrero de 2008).
Finalmente, Francisco I, también ha mencionado el tema demasiadas ocasiones, así, por ejemplo, dirigiéndose a los mafiosos, de quienes afirma tienen las manos manchadas de sangre, les amenazaba en 2014 en estos términos: “Conviértanse, todavía hay tiempo, para no acabar en el infierno. Es lo que les espera si siguen por este camino”. Y, en su mensaje para la Cuaresma 2016 decía: “Siempre queda el peligro de que… acaben condenándose a sí mismos y cayendo en ese eterno abismo de soledad que es el infierno”. A mi entender seguimos con amenazas para conseguir la salvación. Ni es el camino, ni creo que, a los poderosos y semejantes criminales, les preocupen mucho estas consideraciones.
En las manifestaciones que hemos referido, existen desacuerdos y matices muy significativos. Es de agradecer esta falta de “quorum” entre los pontífices, porque (a mi entender) nos permite expresar que lo más conveniente sería aparcar de una vez esta dimensión doctrinal que convierte la doctrina sobre la “Salvación Universal” en un verdadero fracaso. El infierno, de existir, no solo no estaría vacío, habría que colocar en su puerta el cartel de ¡completo! Resulta difícil imaginar una plaza libre en semejante lugar.
Hemos condenando con la convicción de que “fuera de la Iglesia no había salvación”, con la imposición de los Mandamientos de la Iglesia y la doctrina sobre el pecado mortal, tanto es así que nuestros contemporáneos, creyentes y no creyentes, podrían hacerse la misma pregunta que hizo la multitud a Jesús: “Entonces, ¿quién podrá salvarse? (…) Para los hombres eso es imposible, para Dios todo es posible…”, respondió Él (Mateo 19,23-30). Efectivamente, para Dios la salvación de todos es posible.
MÍSTICOS Y CONTEMPLATIVOS
Es en este otro espacio de la experiencia de la fe, donde se ha “visibilizando” lo terrorífico que puede ser Dios cuando, con su ira decide castigarnos. Curiosamente se trata de uno de los espacios donde más y mejor podría haber aparecido la luz de la misericordia, el perdón y la salvación que vino a revelarnos Jesucristo. Algunos de ellos han manifestado sus visiones del infierno.
Teresa de Ávila (s. XVI), gran mística y Doctora de la Iglesia, tuvo una visión en la que ella misma se encontraba en el infierno, “la visión… me llenó de la gran angustia que siento al ver a tantas almas perdidas, sobre todo las de los luteranos que fueron una vez miembros de la Iglesia por el bautismo”. Está bien que quienes la aman y la tienen por maestra lo hagan no por estas “visiones” si no por su amor a Jesucristo y su impluso renovador. Bastante mejor seguir repitiendo (y orando) con sus versos, por fortuna más conocidos: Nada te turbe, nada te espante: “Del infierno burlará sus furores, quien a Dios tiene”. La pregunta que surge es: ¿hay alguna persona sin Dios? “En Dios vivimos, nos movemos y existimos… somos descendientes de Dios (Hechos 17, 28).
En el s. XIX el mismísimo Juan Bosco tuvo visiones semejantes. Al narrarlas tuvo la delicadeza de no pretender asustar mucho: “…por eso no he descrito estas cosas con todo su horror”. Pues gracias por su delicadeza, a ver si aprendemos algunos clérigos y dejamos de atemorizar a la gente sencilla. Finalmente mencionaré a María Faustina Kowalska (s.XX). Además de su descripción de tormentos y horrores que allí sufren las almas, fue más lejos todavía afirmando, con soberbia inaudita: “Lo escribo por orden de Dios ( Diario,741).
Algunas sugerencias para el dialogo y el discernimiento:
Infierno y castigo eterno están situados en el intento de reflexión teológica para encontrar una explicación al mal y sus consecuencias. Arranca de posiciones ancestrales y mitológicas que siguen utilizándose en el siglo XXI sin rubor alguno. Hay que liberarse de ellas, de una vez por todas. Su intencionalidad pastoral: meter miedo para evitar el pecado, es hoy admisible. Libertad y gracia, misericordia y salvación, ni pueden ser explicadas por el miedo ni por la imposición externa.
La afirmación de un castigo eterno en el infierno distorsiona irremediablemente la esencia y la novedad del Evangelio: “Amaos como yo os he amado” (a todos, incluidos los enemigos), sin condiciones, total y de manera absolutamente gratuita. Un Dios que castiga, es incompatible con Jesús de Nazaret que pide a sus discípulos perdonar 70 veces 7 (siempre) y que muere crucificado (traicionado por los suyos, humillado y violentado) pidiendo perdón para todos, incluidos quienes le sentenciaron y quienes le crucificaron en nombre de Dios y de la Ley. Un Dios que castiga a su propio Hijo en la Cruz y a todos los que no le “obedecen”, no puede situarse en el universo del Dios/Padre/Abba que nos reveló Cristo y que, el mismo Antiguo Testamento, había intuido:
Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas (Salmo 144).
También el argumento que trata de justificar el infierno como elección libre del que se obstina en hacer el mal y apartarse de Dios, debería ser revisado. Nadie en su “sano juicio” elegiría la privación de felicidad y mucho menos, eternamente. Dios no puede ser inmisericorde con aquellos que por una u otra razón no han sido capaces de reconocer su amor, ni con aquellos que atrapados en una ceguera existencial pasan la vida entera haciendo el mal. La enajenación, la ignorancia, la soberbia, el poder, el amor al dinero… son fuerzas que atrapan, privan de razón y deshumanizan. Habrá que tratar de erradicarlas del corazón de las personas y de la sociedad como lo hizo el mismo Jesús: sin odio, sin violencia, sin amenazas.
Precisamente “los perdidos y pecadores” llenan las páginas de los Evangelios para poner de relieve la fuerza del bien y la acción sanadora del perdón. Es imposible imaginar a Jesús que pasó por esta tierra liberando a los oprimidos por el mal, revestido al final de los tiempos, de potestad para juzgar y condenar eternamente a millones de criaturas de Dios que murien en pecado y, –dicho sea de paso- sin las “indulgencias plenarias” debidamente reglamentadas. Una sola creatura de Dios, que pone en riego su propia salvación obliga al Espíritu a seguir dinamizando la misericordia del Padre, hasta conseguir la liberación de todo mal y la salvación universal. Un solo condenado eternamente convertiría en un fracaso cualquier afirmación sobre la sabiduría infinita y el amor eterno de Dios Creador y padre. Esto es lo que afirma el Papa Francisco: “La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona” (Misericordiae Vultus, 2).
Es tiempo de guardar silencio, de escuchar a Dios y servir sin arrogancia alguna: nadie está autorizado para juzgar ni condenar a otro hermano. Es tiempo de agradecer y celebrar la esperanza tratando de imitar amar a los pobres y a nuestros enemigos, como Dios mismo los ama. Deberíamos dejar a Jesús seguir vivo, vivificando y salvando al mundo y, nosotros, asumir con humildad la hermosa tarea de comunicar la Buena Noticia de la Salvación, sin amenazas, ni contrapartidas.
“Estoy persuadido de que ni muerte ni vida,
ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro,
ni poderes, ni altura ni hondura, ni criatura alguna
nos podrá separar del amor de Dios
manifestado en el Mesías Jesús Señor nuestro”.
(Romanos 8, 393-9)
Me gustaría finalizar subrayando que ser compasivos con nuestra gente (sencilla, buena y honesta) y ayudar a cada persona (en sus virtudes y defectos, en sus aciertos y errores), a encontrar la alegría de la fe y la fortaleza en el amor es la hermosa tarea de cada creyente y de la Iglesia entera.