Evangelizador@s con discapacidad, testig@s y samaritan@s La sinodalidad y las personas con discapacidad
"Sorprende que, en el logotipo oficial del Sínodo, la persona con discapacidad, sea la única que aparece en el dibujo en actitud pasiva, “necesitada” de la ayuda de los demás para avanzar"
"La Iglesia del tercer milenio que soñamos y en la que queremos participar, necesita cambiar la mentalidad, las imágenes, las oraciones, los mensajes y sus instalaciones si quiere llegar a ser no solo actual sino seductiva e inspiradora de vida y de igualdad"
"Es necesario romper de una vez por todas la concepción tradicional de la discapacidad y la enfermedad y, por consiguiente, es hora de tratar a las personas con enfermedad y/o discapacidad como iguales"
"La participación en el Sínodo de personas con discapacidad, si son escuchados, en las diócesis, en los países y finalmente en la fase universal, será sin duda una aportación inestimable para ir dando pasos hacia la Iglesia del tercer milenio"
"Es necesario romper de una vez por todas la concepción tradicional de la discapacidad y la enfermedad y, por consiguiente, es hora de tratar a las personas con enfermedad y/o discapacidad como iguales"
"La participación en el Sínodo de personas con discapacidad, si son escuchados, en las diócesis, en los países y finalmente en la fase universal, será sin duda una aportación inestimable para ir dando pasos hacia la Iglesia del tercer milenio"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Nos encontramos en plena fase diocesana del Sínodo “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Por otra parte, como cada año estamos en la semana que culminará con la celebración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el 3 diciembre, bajo el lema: “Reconstruir mejor: hacia un mundo inclusivo, accesible y sostenible después del COVID-19 por, para y con las personas con discapacidad".
El Papa, por su parte, por segundo año consecutivo, ha enviado su propio Mensaje para expresar la cercanía de la Iglesia a quienes están viviendo situaciones de “particular dificultad en esta crisis causada por la pandemia” y, al tiempo que se hace eco del lema propuesto por la UNESCO, propone una vez más, prestar atención a la amenaza de la cultura del descarte, la necesidad de avanzar en la inclusión y la participación activa de las personas con discapacidad en todos los ámbitos de la vida. Es importante subrayar esta coincidencia, en el tiempo y en los contenidos. Da gusto ver a la Iglesia caminando junto a la sociedad. No estamos tan acostumbrados, más bien todo lo contrario: seguimos acostumbrados a declaraciones de la jerarquía alejadas de la cultura y la sociedad. En todo caso, es de agradecer, cualquier paso, por pequeño que sea.
Quisiera, por mi parte, aprovechar la ocasión para ofrecer algunas reflexiones sobre el Sínodo y las personas con discapacidad.
El logo y lo de siempre
Por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, voy a comenzar por algunas observaciones sobre el logotipo oficial del Sínodo, diseñado por Isabelle de Senilhes:
A primera vista pareciese que efectivamente la comunidad eclesial representada por un grupo de 15 personas, de todas las generaciones y circunstancias vitales, caminan juntas, en la misma dirección, en condición de igualdad, tomando parte activa todas en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Pero, mirando detenidamente la imagen, sorprende que la persona con discapacidad, sea la única que aparece en el dibujo en actitud pasiva, “necesitada” de la ayuda de los demás para avanzar. Efectivamente, es la única que la imagen considera “dependiente”. Una vez más se ha deslizado, por el subconsciente de todos, la imagen paternalista de siempre. Puede que a algunos les parezca exagerada esta apreciación. Créanme ¡no lo es! Hoy los usuarios de silla de ruedas son autónomos, o bien porque sus brazos se lo permiten o bien porque las sillas son eléctricas. Como mucho la imagen pudiera identificar a los ancianos o personas con enfermedades mentales severas.
La Iglesia del tercer milenio que soñamos y en la que queremos participar, necesita cambiar la mentalidad, las imágenes, las oraciones, los mensajes y sus instalaciones si quiere llegar a ser no solo actual sino seductiva e inspiradora de vida y de igualdad. Tarea difícil cuando sigue excesivamente contaminada de rutinas y posicionamientos tradicionales oxidados por el autoritarismo y el paso de los siglos.
El logo del Sínodo, dicho sea de paso, tampoco acierta con la necesidad del báculo y la mitra para identificar a los obispos. A pesar de que están situados en la imagen “entre la gente”, caminando como “compañeros de viaje”, esos signos se identifican más con el poder, la vanagloria y el autoritarismo, ni están acordes con una Iglesia abierta a la cultura actual que el Sínodo trata de superar presentando a sus representantes en su “ministerio” al servicio del Pueblo de Dios. Lo mismo diría del clériman al que tan aficionados están algunas nuevas generaciones de presbíteros que acentúan el clasismo y el alejamiento propio del “clericalismo”.
Seguimos necesitando aprender y rectificar
Me gustaría que el Sínodo sirviera realmente para lanzar un reto importante a la comunidad eclesial en su conjunto, a la jerarquía como colectivo y a los responsables de la llamada pastoral de enfermos en particular. Es necesario romper de una vez por todas la concepción tradicional de la discapacidad y la enfermedad y, por consiguiente, es hora de tratar a las personas con enfermedad y/o discapacidad como iguales. Todos somos y vivimos nuestra existencia en fragilidad el tiempo o la duración de la misma, el grado de limitación de la movilidad o la falta de capacidad física para hacer frente a las necesidades de la vida cotidiana, no nos hace diferentes en dignidad, ni “menos válidos” como personas y, por supuesto, de manera muy especial: en nada nos limita como testigos de la fe y agentes de la evangelización.
No son suficientes las palabras nuevas del papa Francisco, que agradecemos y tienen, sin duda, una gran carga transformadora: “En realidad, hay personas con discapacidades incluso graves que, aun con gran esfuerzo, han encontrado el camino hacia una vida buena y rica de significado, como hay muchas otras “normalmente dotadas” que sin embargo están insatisfechas, o a veces desesperadas. “La vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser humano (…) Para “reconstruir mejor” nuestra sociedad es necesario que la inclusión de quienes son más frágiles comprenda también la promoción de su participación activa” (Mensaje para el Día Internacional de las personas con discapacidad 2021).
Son acertadas y esperanzadoras afirmaciones, pero es necesario dar un paso más decidido hacia la verdadera conversión. Este mismo Mensaje del Papa deriva aún hacia la consideración de las personas con discapacidad como ”receptores” de la acción samaritana de los demás, de sus cuidados y apoyos, más que hacia la consideración igualitaria de unos más entre los “compañeros de viaje” en la vida y en la evangelización. La verdadera conversión se evidencia más en las obras que en la palabras: “Felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican” (Lucas 11,27-28).
Durante siglos hemos escuchado comentarios de la parábola del Samaritano en clave individual. A la pregunta ¿Quién es mi prójimo? Intentábamos buscar cómo dar una respuesta personal a la situación de fragilidad del “prójimo”. El Papa Francisco en la Fratelli Tutti, por primera vez en el magisterio de los Papas, propone una lectura de la parábola en clave comunitaria: todos los personajes (tanto los heridos al borde del camino, como los que se cruzan con él), son identificados con grupos humanos, comunidades, colectivos. Esto ayuda a situarnos en la realidad del mundo con una perspectiva menos individualista, más social y política; y buscar también respuestas colectivas: los heridos son pueblos, países y continentes enteros, los salteadores también (entre los que nos podemos incluir los países desarrollados) igualmente los samaritanos dejan de ser personas aisladas, individuales para ser la comunidad cristiana samaritana, toda ella en su conjunto.
Según la OMS se calcula que más de mil millones de personas en el mundo desarrollan su existencia acompañados por una discapacidad (el 15 % de la población). Es importante mirar esta realidad desde su ámbito comunitario. Son centenares los movimientos y asociaciones, es muy diversa su misión, visión y valores, en todos los ámbitos de la vida, también en el espiritual. No podemos seguir leyendo la parábola del Samaritano desde la óptica individual y dando respuestas personales, sin proyectos y compromisos colectivos. Hoy la pregunta es otra: ¿cómo vivimos en la Iglesia (las personas, las instituciones, los recursos, las instalaciones) ante las situaciones que nos plantea la discapacidad?
El Sínodo propone “prestar especial cuidado en hacer participar a aquellas personas que corren el riesgo de ser excluídas… y menciona entre otros colectivos a las personas con discapacidad, (Vademecum). Y efectivamente sería este un paso adelante muy importante, un verdadero cambio si “hacerles participar” significa escucharles, dejar de mirarlos solo como sujetos de nuestro compromiso, verles como iguales y compartir con ellos nuestra fe y nuestra existencia, sin más diferencias ni discriminaciones.
Evangelizador@s con discapacidad, testig@s y samaritan@s
Casi 70 años antes de la Fratelli Tutti, un joven sacerdote afectado por la tuberculosis, Henri François, dio origen a la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (Frater). También él hizo su personal comentario sobre la parábola del Samaritano. Coincide con el Papa en la interpretación colectiva del texto del Evangelio. Pero ofrece algo más sorprendente (sobre todo si tenemos en cuenta el momento social y eclesial en que lo hizo, año 1951). En su Mensaje de Pascua, invita a las personas con enfermedad y/o discapacidad a dejar el rol que hasta entonces se les había asignado como receptores privilegiados de la “acción samaritana de los sanos” identificándoles siempre, “el herido por los saltadores”. Las personas con discapacidad y la misma Fraternidad como Movimiento de laicos, están llamadas a vivir como samaritanos y no solo a recibir de los demás compasión y cuidados.
Veamos las sorprendentes y novedosas palabras de aquel joven sacerdote enfermo: “Si yo os preguntara a cada uno de vosotros, queridos enfermos: ¿Qué aplicación práctica hacéis de la parábola del Buen Samaritano?, pienso que muchos responderían en primer lugar: -El herido atendido en la cuneta soy yo. Espero que pase el buen samaritano, el alma caritativa que vendrá a ayudarme”. Pues bien, yo rechazo ese pensamiento. Deseo realmente que corazones fraternos se acerquen a vosotros, y doy gracias a todos los que os ayudan. Pero no quiero detenerme ahí. Os digo claramente mis sentimientos: pensad en ser, con Cristo y como Cristo, el propio Buen Samaritano. Sois vosotros quienes sufrís y sois vosotros quienes os acercáis a vuestro hermano que sufre. Y le ayudáis: por él ofrecéis ese dolor lancinante (que es muy agudo o muy intenso), esa noche de insomnio, por alegrarle; sacaréis de vuestra cabeza atrancada por el dolor ese pequeño mensaje que hará tanto bien.
También seréis el Buen Samaritano para los sanos. Se verá entonces ese extraño, pero tan hermoso acontecimiento: el herido tendido en la cuneta, reconfortando al viajero que pasa por el camino. Hay almas enfermas en cuerpos vigorosos; corazones sangrantes por los golpes y los lutos de este mundo, que serán conmovidos totalmente por una palabra de un enfermo. Hay no creyentes que verán la luz gracias a la fe viva de un enfermo, feliz en su circunstancia de discapacidad. Hay encostrados en el amor a sí mismos, que se abrirán a la caridad gracias a la delicadeza de un enfermo para con ellos. La vida merece ser vivida, incluso en la enfermedad, cuando se trata de la del Buen Samaritano”.
Las personas con discapacidad, generalmente, son profundamente resilientes, es decir conscientes de sus potencialidades y sus limitaciones. Son creativas. Confían en sus fortalezas. Viven esperanzadas. Imaginan, crean, sostienen y difunden experiencias de innovación social y espiritual, en todos los continentes. Son fuente de energía pacificadora, de autoestima y solidaridad. Más allá de la aspiración natural a la salud física, las personas con discapacidad generan un universo humanizador donde las emociones y los sentimientos, la interioridad y la trascendencia, importan más que las ideas y el papel mojado de las grandes declaraciones de los derechos de las personas, de las instituciones sociales y eclesiales.
Su participación en el Sínodo, si son escuchados, en las diócesis, en los países y finalmente en la fase universal, será sin duda una aportación inestimable para ir dando pasos hacia la Iglesia del tercer milenio.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME