Virtud, cristianismo y democracia

La Virtud debe constituir el fin al que ha de orientarse la formación de las personas, con independencia de sus creencias. Las personas deben aspirar a sublimar su fuerza interior, que es espiritual y moral.

El cristianismo ha transmitido durante generaciones el legado clásico de la Virtud y lo ha enriquecido con fundamentos teológicos, pues todo lo que pueda elevar la condición humana contribuye a glorificar la presencia de Dios en ella.

La Virtud es el pilar más sólido sobre el que edificar moralmente la democracia.La Virtud incorpora sólidamente los principios que sustentan aquella forma política: la justicia, la libertad, la igualdad y el respeto a la pluralidad social. La Virtud ordena estos principios pues les da sustrato personal. La Virtud es la auténtica medida para realizar un juicio constructivo de la realidad. Sin practicar la Virtud no hay dignidad defendible. Sin Virtud, el ser humano queda alienado al Estado y al Mercado, sin liberación posible.

La perfección moral para los clásicos se sitúa en el término medio. El término medio, que se llama Virtud, hoy está olvidado por desuso y corrompido por abuso. Pero la Virtud no está muerta, punza las conciencias de toda condición pues anida en ellas como voz acusadora.

A los clásicos les faltaba un referente personal e institucional (sus dioses no eran ni mucho menos virtuosos) con el que solidificar su doctrina moral, y por ello recurrieron al Estado, personificado en el rey o emperador. A los cristianos nos faltaba un referente filosófico (nuestro Dios no es sofista) con el que fundamentar racionalmente nuestra moral, y por ello recuperamos en plena Edad Media a los sofistas clásicos, y ello fructificó en la única revolución consistente de la Historia, el Renacimiento. Todas las demás revoluciones están construidas desde el resentimiento, el odio, la violencia y el travestismo de los sistemas que derribaron.

La santidad para los cristianos se sitúa en el Cristo-centrismo de la conducta. Los cristianos estamos permanentemente invitados a encontrar la perfección moral, la Virtud, encarnando a Cristo en nuestra vida. Hoy Cristo, es el personaje de la Historia del que más se habla pero también el que más se desconoce, y es por ello que se puedan decir millones de disparates acerca de él. Democratizar la imagen del Nazareno es la mejor forma de hacerle humano pero también trivial. Redunda decir, que eliminando su divinidad, esta pseudo-ciencia revisionista de Jesús, no termina exaltando su humanidad, sino más bien su trivialidad, que por otra parte disculpa mejor nuestras mezquindades. Toda trivialidad atribuida a la personalidad de Jesús es una abominación histórica y teológica pues Jesús de Nazaret no sólo fue un Hombre extraordinario para la Historia, fue el único Hombre extraordinario que dijo de sí mismo que era camino, verdad y vida, que era Dios, en definitiva. Lo que hace de esta Historia algo verdadero es que el mismo apasionamiento que suscitó hace dos mil años este Hombre-Dios lo sigue produciendo hoy día, porque su personalidad es experimentable para el espíritu de millones de seres humanos y sus sencillas palabras llegan a cualquier espíritu inquieto.

Recordemos que fue la Virtud de los cristianos la que atrajo a innumerables desencantados del paganismo y del relativismo moral romanos, hacia la Iglesia, hacia la primitiva comunidad cristiana. Su testimonio era convincente y arrastraba multitudes. Compartían los bienes, auxiliaban a los que nada contaban (pobres y esclavos), denunciaban los abusos, e introducían luz en medio de tanta confusión y decadencia. El cristianismo supo convivir con ella y adoptar lo mejor de la cultura clásica, su cosmovisión homocentrista (el hombre es medida para todas las cosas), pues no podía ser de otra manera, en la única religión donde Dios se hace Hombre.


La tibieza de los frívolos y el totalitarismo de los extremistas, se visten eufemísticamente de virtud, con el uso de sustitutivos bien- quedantes como moderación y cambio.

Estoy convencido de que el proceso de envilecimiento programado de la sociedad, al que contribuyen decisivamente los medios de comunicación, contribuye a la perversión de las palabras y de sus significados.

Con un panorama así, es muy difícil encontrar el término medio, es muy difícil contemplar y situarse frente a los acontecimientos con virtud. Sí, porque es la Virtud la que edifica la personalidad y la comunidad social, y es la Virtud la piedra angular sobre la que se asienta la verdadera Democracia.

Como la Virtud resulta un término comprometedor para nuestras malas acciones, utilizamos para dulcificar y disculpar nuestras contradicciones otro término, sustituimos aquél por el de los Valores, que es algo menos comprometedor, más light, que disculpa o al menos nos anestesia frente al dolor y ruptura que nos provocan nuestras incoherencias.

Por ello, la contra-reacción frente al RELATIVISMO MORAL de la pos-modernidad, que podíamos denominar CONTRA-CULTURA de los VALORES, tiene tan NULOS RESULTADOS. Todos los que nos esforzamos por denunciar los desmanes y la gran confusión moral existente, sólo podemos utilizar la VIRTUD, que es el auténtico testimonio, para contrarrestar eficazmente esta cultura que tolera lo intolerable y, que disculpa o justifica lo que es intrínsecamente indigno de la condición humana, y por tanto maligno.

En España no se llama al pan pan, ni al vino vino. Por ello, se ha impuesto una DICTADURA DEL EUFEMISMO, que es muy difícil atacar si no se toma la suficiente EQUIDISTANCIA de los acontecimientos en primer lugar. Si no se tiene una FORMACIÓN HUMANÍSTICA sólida para analizarlos en segundo lugar. Si no se tiene el CORAJE y la VALENTÍA para reaccionar frente a ellos en tercer lugar. Y si no se acompañan las palabras con las obras, si no ofrecemos el TESTIMONIO para dotar a nuestro juicio de autoridad y credibilidad, en cualquier caso.

Si empleamos la Virtud en nuestro juicio crítico, es decir, distinguiendo lo que parece pero no es (oponiendo las palabras a las acciones), destaparíamos y reconoceríamos que la moderación en realidad representa cobardía y tibieza, que el cambio, significan imposición y eliminación del contrario. Y ello simplemente porque la Virtud no se mueve por las apariencias y busca la autenticidad.

Los cristianos hemos de ser valientes para redescubrir y recuperar una actitud muy desvirtuada en nuestra cultura eclesial, la ACTITUD PROFÉTICA.

La falta de actitud profética nos hace observadores ciegos y mudos, inútiles para una sociedad como la española, que en vez de reflexionar y analizar los acontecimientos, se queda en su dermis (la opinión sin formación deforma la percepción).

Es precisamente esa falta de actitud profética en la Iglesia la que ha contribuido al nulo protagonismo de ella en la formación de la opinión pública española.


A ello se une, la confusión de funciones y ese paso la patata caliente entre clero y seglares, respecto de pronunciamientos políticos y sociales que comprometerían la modesta pero acomodaticia posición que la Iglesia mantiene frente a asuntos de actualidad que van más allá de la Defensa del derecho a la vida.

El anticlericalismo y más aún, el anticatolicismo de una parte minoritaria pero autoritaria de la sociedad española, junto al paquete ideológico que forman en la lucha dialéctica de poder, reclaman:

REBELDÍA frente a los que pretendan servirse de los católicos para la consecución de sus fines.
REBELIÓN frente a los que pretendan anular la presencia católica en la sociedad para la imposición totalitaria de sus ideas.


Para contribuir en esta sociedad en paulatina desintegración familiar y comunitaria, los católicos debemos proféticamente llamar públicamente a las cosas por su nombre, alentando a los españoles a recuperar fervorosamente la Virtud como patrón de medida de toda conducta propia y ajena, y sin otras intenciones, que enseñarles a pensar por sí mismos y a despertar sus conciencias.

Sin Virtud es imposible recuperar el juicio crítico que despierte las conciencias. Llega el momento en que resuenan más las acciones que las palabras. Aquí nos descubriremos cómo en realidad somos, y quién ejerce autoridad moral sobre los españoles. Eliminar la autoridad moral de la Iglesia en la sociedad recordemos, es el fin que busca su persecución.

Dado que la Virtud educa las conciencias, sabemos por experiencia, que es dentro de ellas donde JESUCRISTO sale a nuestro encuentro. Confiemos en Él y en su iniciativa, quizás así nos volvamos audaces.
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