Domingo de Ramos

1. Planificar la Semana Santa

a) Asegurar un ritmo creciente y progresivo : Nos encontramos al inicio de la semana más importante del año litúrgico. La más importante porque en ella se conmemoran los acontecimientos centrales del misterio cristiano. La más importante también porque las celebraciones que hay que organizar durante estos días son muchas y complejas. Por ello es preciso preparar y planificar este conjunto de celebraciones de forma coordinada y coherente. Sin improvisaciones. Más aún, a todo el conjunto hay que conferirle un ritmo ascendente y progresivo, hasta culminar en la noche de pascua. A garantizar este ritmo contribuirán una razonable insistencia en homilías y moniciones y un uso adecuado e inteligente de los elementos simbólicos que marcan el nivel de solemnización. En todo caso, hay que ser conscientes de que, al menos en este punto, caminamos contra corriente ya que las costumbres y usos populares no favorecen en absoluto este ritmo creciente y progresivo.

b) No se trata de reproducir miméticamente los acontecimientos redentores: Esta observación no es para proclamarla a los fieles en la asamblea, sino para que los pastores la tengan en cuenta. Con todo, aquí también caminamos contra corriente. La mayor parte de la gente tiene la impresión de que durante estos días vamos celebrando («recorriendo»), paso a paso, los distintos acontecimientos que dan cuerpo al misterio redentor. Aparentemente es así. Pero, en realidad, hay que superar esta clave de interpretación pues lo que celebramos desde el comienzo de la semana santa es el triunfo de Cristo sobre la muerte y su victoria definitiva sobre el pecado.

c) Garantizar la identidad propia de cada celebración: Esto requiere un esfuerzo sereno y lúcido. La tarea no resulta fácil, sin embargo, si tenemos presentes las dos anotaciones anteriores. Pero es posible. Y, al mismo tiempo, necesario. Hay que conferir a cada celebraciómn el colorido y la significación que le corresponde, si no queremos que nuestra Semana Santa resulte monótona y reiterativa.

2. La identidad del Domingo de Ramos

a) El pórtico de la Semana Santa: En efecto, la celebración de este domingo es como un resumen introductorio de lo que vamos a celebrar de forma más pormenorizada a lo largo de todos estos días. Hoy, día de Ramos, celebramos ya a Cristo triunfador que vence glorioso la hostilidad de la muerte y del pecado. Por eso es preciso dar un cierto énfasis a los elementos de aclamación que aparecen en la procesión de entrada. No es tanto el aspecto anecdótico de la entrada triunfal en Jerusalén lo que nos interesa cuanto el provocar en la asamblea una actitud exultante de júbilo y alabanza al Cristo que hoy entra en la Jerusalén del dolor y de la pasión como Rey y Mesías.

b) Una celebración anticipada de la gloria del Resucitado: No se trata de anticipar hoy, sin más, lo que vamos a celebrar solemnemente en la noche de pascua. Se trata de una anticipación resumida, moderada. Pero lo suficientemente destacada para que la lectura de la Pasión no acapare de manera exclusiva el interés de la asamblea y rompa la unidad infrangible del misterio pascual que es, al mismo tiempo, cruz y gloria.

c) Un Día del Señor cualificado: No perdamos de vista en todo esto que hoy celebramos el Día del Señor. es decir, como cada domingo, hoy celebramos a Cristo glorioso, constituido por su resurrección Señor de la vida y de la muerte.

3. La Procesión de Ramos

La tendencia dramatizante de la liturgia pascual, que aparece a finales del siglo IV, llevará a una creciente fragmentación del misterio pascual, hasta el establecimiento de una serie sucesiva de celebraciones en las que se conmemoran los diversos aspectos que jalonan la aventura pascual de Jesús. Así ha surgido la semana santa. El primer episodio, con el que se dará comienzo a la gran semana, es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Así nace el rito solemne de la procesión de ramos, de indiscutible sabor popular.

La primera noticia que conocemos de la procesión de ramos la encontramos en el relato de la peregrina Egeria. «Reunidos todos los fieles junto con el obispo en el monte de los Olivos, al llegar la hora nona se da comienzo a la celebración mediante la lectura del fragmento evangélico en el que se narra la entrada de Jesús en Jerusalén. «Inmediatamente -dice la peregrina- se levanta el obispo y todo el pueblo. Luego, desde la cima del monte de los Olivos se camina totalmente a pie. Todo el pueblo va delante del obispo entonando himnos y antífonas. Y se responde siempre : 'Bendito el que viene en nombre del Señor'. Y todos los niños que asisten, hasta los que no pueden andar por ser muy tiernos y que sus padres llevan a hombros, todos tienen ramos en las manos, unos de palmas, otros de olivos. Y así es acompañado el obispo, de la misma manera como fue acompañado el Señor. De la cima del monte a la ciudad y de allí a la Anastasis, todo el mundo va a pie aunque haya allí damas y señores. Y así, respondiendo, acompañan al obispo, despacio, despacio, para que la gente no se canse» (A.Arce, Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid, 1980, 282-285).

Esta forma de celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén se extendió primero en Oriente y después en Occidente. Aun cuando las formas litúrgicas varíen y los ritos se multipliquen según la sensibilidad y el contexto cultural de las iglesias, permanecerá siempre invariable, sin embargo, el esquema básico establecido en Jerusalén.

Las más antiguas noticias de una procesión de ramos en Occidente nos sitúan probablemente en Galia, en el siglo VII. En España era ya conocida en la segunda mitad del siglo VIII. Sin embargo los primeros documentos referentes a esta procesión en España solo se remontan al siglo IX. .
La procesión comenzaba, por lo general, en un sitio distinto de la iglesia en que había de tener lugar el final de la procesión. La tradición hace hincapié en la conveniencia de que la procesión se inicie en un lugar alto, posiblemente fuera de la ciudad, para marcar con mayor viveza el desplazamiento de Jesús desde el monte de los Olivos. La fuerza dramática de la procesión exigirá que Cristo esté representado o por la persona del obispo, como ocurre en Jerusalén; o por la Cruz, como parecen sugerir las antiguas fuentes romanas; o por el libro de los Evangelios, llevado solemnemente envuelto en un paño rojo; o, como ocurría en las iglesias de Alemania desde el siglo X, por el Palmesel (el burro del Domingo de Ramos) que consistía en la representación plástica de Cristo sobre el asno, de inspiración bíblica ciertamente, pero al mismo tiempo de indiscutible sabor popular; o, finalmente, como nos informa Lanfranco de Bec, por la Sagrada Hostia llevada con toda solemnidad. Esta costumbre, que aparece en el siglo XI, solo es explicable en el contexto de reacciones antiheréticas que marcaron fuertemente y de manera obsesiva a las iglesias de la Normandía a raíz de la crisis de Berengario.

El colorido popular de la procesión resalta aún más al tener en cuenta los ritos y ceremonias que acompañaban el ingreso en la ciudad y que solía hacerse por las puertas grandes de la muralla, junto a la torre de la guardia. Este era el momento álgido de la celebración. La muchedumbre tapizaba de ramos y palmas el suelo por donde debía pasar el clero con la Cruz o el libro de los Evangelios; los niños cantaban el célebre himno Gloria, laus et honor, compuesto por el obispo Teodulfo de Orleans. La leyenda ha rodeado de misterio la composición del himno y nos asegura que el obispo, encarcelado por el rey Luis el Piadoso, cantó por vez primera el himno desde la ventana de la prisión situada en una de las torres de la muralla. Por ese motivo existía la costumbre de que un niño alternara con el pueblo las estrofas del himno cantando desde lo alto de una torre o desde lo alto de la fachada de la iglesia.

Hasta la segunda mitad del siglo X la liturgia romana de la Curia Pontificia solo conocía la celebración del Domingo VI de Cuaresma o Domingo II de Pasión y no el Domingo de Ramos. La primera noticia de una celebración romana del Domingo de Ramos precedido de la Procesión aparece en el Pontifical Romano-Germánico. Esta noticia nos permite afirmar que la Procesión de Ramos fue introducida en Roma a principios del siglo XI.

4. Las lecturas y la homilía

Tanto la lectura de la Pasión como la de Isaías (50,4-7) nos ofrecen la imagen del Siervo de Yahvé, del varón de dolores, sometido al escarnio de la Cruz y de la muerte. Esta imagen del Cristo doliente debe interpretarse a la luz de la segunda lectura en la que se proclama el himno cristológico de la carta a los filipenses (2,6-11) y, sobre todo, a la luz del fragmento evangélico que se proclama al comienzo de la procesión de entrada. El himno cristológico de la segunda lectura ofrece una visión equilibrada y completa del misterio pascual.

En este sentido, sería muy conveniente invitar a los fieles, en la breve homilía que ha de seguir a la lectura de la Pasión, a contemplar en el Cristo de la cruz, no solo al varón de dolores humillado y muerto, sino al Cristo triunfador que vence a la muerte en la muerte misma. Ese es el Cristo en el que creemos, al que aclamamos y el que se hace presente cada vez que celebramos el banquete en su memoria.
Volver arriba