Leyendo, se abren caminos, como al andar 29-VII-2019
Que “leer”, y “leer bien” –es decir, con calma y sin prisas, enterándose de lo que se lee, pensando y anotando sugerencias que de la lectura brotan-, sea, cada día, una de mis aficiones favoritas no lo duda nadie que medianamente me conozca. Y no es que “leer” haya sido en mi vida una cuestión de gusto más o menos, o se haya vuelto una manía más en ella… Desde muy joven, lo he percibido y asumido más bien como una necesidad vital, no tan perentoria como la de comer o respirar, pero casi….
Y más tarde, al asumir sin dudas el dicho aquel, del bachiller Sansón Carrasco, del capítulo IIIº de la 2ª Parte del Quijote, que “no hay libro alguno tan malo que no tenga algo bueno”, ni el papel roto y amarillo tirado en la calle o sacado de un basurero lo dejo pasar sin echarle un vistazo antes de desecharlo. Y, a veces, la sorpresa me ha llenado los ojos en forma de una idea nueva o de un camino hacia ella. Quiero decir con esto que “leer algo” a diario es ya un hábito difícil de quitar cuantas veces tengo la ocasión.
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Un libro que –cada verano y en mi pueblo- tengo a la mano para leer algún rato es el que se titula -en inglés- The Complete Stories. De la escritora católica norteamericana Flannery O’Connor, apareció en España como Cuentos completos, y Prólogo de Gustavo Martín Garzo (Lumen, Barcelona 2005).
Es un libro de “historias” o “cuentos”, pero lleva en su fondo –creo yo- más de acicate o invectiva provocadora de reflexiones hondas que de aventuras de pensamiento ficticio como su título de “historias” o “cuentos” pudiera dar a entender. Las primeras frases del Prólogo, que suscribo plenamente, permiten conjeturarlo sin caer para nada en audacias indebidas. La obra de esta mujer -y en particular estos “cuentos”- “es una de las más extrañas, perturbadoras e incalificables de la literatura universal. Es un libro divertido y terrible a la vez, ante el que no sabemos si reírnos o sentirnos horrorizaos. Falsos profetas, niños perversos, criminales visionarios, idiotas, mentirosos inocentes, ancianos pervertidos, santos que deliran… se dan cita en sus pàginas. Seres que caminan hacia la perdición sin saberlo, que parecen sacados del Libro de Job y en los que la depravación y la inocencia conviven con perturbadora naturalidad. Harold Bloom afirma que no tenemos un lenguaje apropiado para enfrentarnos con lo divino y toda la obra de Flannery O’Connor parece ser la demostración palpable de que es así. Sólo que sus personajes, al contrario que Job, no son pacientes ni están dispuestos a lo que sea para mantener ese diálogo con la divinidad en busca de un sentido que siempre se les escapa. Su principal recurso es el mal”. Es una incitación y una provocación continuas. Y atrae precisamente porque provoca.
Esta tarde, tormentosa y pesada, releo uno de los “cuentos” del libro, el que se titula Las dulzuras del hogar (pags.583-615).
Tres personajes lo componen: Thomas, que puede pasar por el protagonista; su madre; y la “zorrita” Star, como le llama la escritora. Thomas es el típico señor que vive satisfecho en sus creencias, dispuesto a que nada de fuera le perturbe y, menos aún, le saque de su sosiego espiritual. La madre es un manojo de inquietudes que incesantemente van y vienen del hijo a la muchacha, que quiere lo mejor para él y para ella, pero sin acertar a canalizar bien las tendencias de su corazón. Y ella, la chica, que se les une en la “historia”, es el caso de una “ninfómana” con todas las de la ley; actuando –seguramente sin pretenderlo- como ariete entre la madre y el hijo, en despiadada y ambivalente pugna consigo mismo y la angustiosa posición entre los amores de una madre que puede matar con ellos y el veneno corrosivo de cuanto toca la “zorrita”, que en verdad no puede hacer de ella misma otra cosa que lo que hace: sacar de quicio todo lo que sale a su paso.
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Creo que merece la pena reproducir, y brevemente comentar, algunas ideas y frases de las escritas para este precioso, pero terrible “cuento”, por no más que lo que las mismas puedan contener de enseñanza ante algunos de los males de nuestro tiempo y vida, hasta de conductas de personas que, al mirar la realidad, debieran ser más ecuánimes al juzgar a atros y no dejarse llevar ni de “buenismos” alcahuetes, ni de sentimientos que –al no ser rubricados por la razón- se quedan en lo que son: benevolencias en el mejor de los casos, ingenuas o quizás también enemigas de la vida en sociedad. Porque –hasta con las mejores intenciones- la malogran y perjudican de hecho, y no digamos cuando -sin esas buenas intenciones- lo que se busca es hacer el caldo gordo al pensamiento posmoderno y a todo eso que, en el relativismo actual, se da en llamar lo “políticamente correcto”; que no siempre -ni mucho menos- ha de ser lo auténtico y verdadero.
Reproduzcamos, pues, algunos pensamientos, ideas y frases de tan bonita, pero perturbadora y hasta provocadora “historia”.
- “¿No puedo hacerte comprender -rugió Thomas ante el empeñlo de su madre- que si no puede ayudarse a sí misma tampoco tú puedes ayudarla?”. Los ojos de la madre –se comenta-, íntimos pero inconmovibles, tenían el azul de las grandes distancias después de la puesta del sol” (pag. 586)
-“En ocasiones como esta Thomas lloraba de corazón la muerte de su padre aunque en vida no lo soportara. El viejo no habría aguantado esas tonterías. Insensible a la compasión inútil, habría tocado las teclas necesarias (a espaldas de ella) con su amigote el sheriff y la muchacha habría acabado en el penal del Estado para cumplir allí su condena…. Thomas había heredado la sensatez de su padre sin su crueldad, y el amor de su madre hacia el bien sin su tendencia a perseguirlo. Su estrategia ante cualquier hecho práctico consiste en esperar y ver qué pasaba” (pag. 590)
-“EL abogado descubrió que la historia de sus repetidas atrocidades era falsa en su mayor parte, pero cuando le explicó que la muchacha tenía una personalidad psicopática, sin estar lo bastante loca para ir a un manicomio, ni ser lo bastante criminal para estar en la cárcel, ni lo bastante estable para vivir en sociedad, la madre quedó bastante más afectada que nunca”(pag. 590)
- “La muchacha confesó enseguida que su historia no era verdad y argumentó que era una mentirosa nata; mentía, dijo, porque se sentía insegura. Había pasado por las manos de varios psiquiatras que habían dado los últimos toques a su educación. Sabía que no había esperanza para ella. Ante tal desgracia, su madre parecía abrumada por un penoso misterio que sólo sería superable si se redoblaban los esfuerzos. Con gran disgusto de Thomas, parecía mirarlo a él con compasión como si su confuso sentido de la caridad ya no estableciera distinciones” (pags. 590-591).
-“A Thomas no me hacía falta más para comprender que estaba en presencia de la corrupción misma, pero una corrupción libre de culpa, ya que tras ella no había una facultad responsable. Tenía ante sus ojos la forma más intolerable de la inocencia. Se preguntó, distraídamente, cuál sería la actitud de Dios ante una cosa así, con el fin de adoptarla si era posible” (pag. 591)
El panorama que se intuye bajo estas solas cinco citas es complejo y -por lo mismo- de grande y profundo calado humano, y también cristiano. ¿Hasta dónde hay que tolerar? ¿Hasta dónde se ha de comprender? ¿Tienen límites los caminos de la virtud? ¿Hasta el amor puede tener fronteras?
Da el mismo, no sólo para pensar hacia dentro, sino también para tomar nota y avivar ideas que revolotean sobre la espesa trama de un cuento así. Si hemos de admitir –no lo dudo-, como indicaba Pascal en sus “Pensamientos”, que “el corazón” del hombre puede tener “razones” que la razón no sea capaz de comprender;, y si, al contrario, poco importa que la razón se lance si el corazón se queda, como por su parte deja ver Gracián en uno de los Primores de El héroe, la lectura, y la reflexión sobre todo, del cuento de Flannery O’Connor no será difícil de comprender y desentrañar, y la tolerancia se elevará sobre los tres protagonistas y sus respectivas pasiones y fijaciones incluso. Eso sí; huyendo, claro es, de los extremos que los tres pisan desde sus posiciones, en su término medio, el de la virtud y sus medidas. No se les condena tal vez, pero las cosas han de llevarse a su sitio en cada uno de ellos.
Ni las creencias han de dar gente satisfecha. Ni el amor ha de cerrar del todo los ojos. Ni la enfermedad –curable o incurable (las hay incurables, tanto física como psíquicamente)- ha de ser “patente de corso” para todo.
- Discutible, en primer término, que no se pueda o se deba, por principio, ayudar a quien no se puede ayudar a sí mismo. Si la línea recta del relato lo extrema es para mostrar que ayudar al necesitado –sin dejar de lado la sensatez y la racionalidad- es un deber insoslayable, humano y cristiano.
- Ante la realidad, por dura y penosa que sea o parezca, no perder la calma ni las maneras. Llamar a las cosas por su nombre y ver lo que hay o pasa. Pero siempre sin mirar a otro lado ni cruzarse de brazos ante una necesidad.
- El “buenismo” es enemigo tanto de lo “bueno como de la verdadero. Hay enfermos incurables. Hay reinserciones imposibles, como no se pongan ciertos tarados en altos hornos y se las funda de nuevo. Hay idealismos muy bonitos , pero muy falsos. ¿Un psicópata puede andar suelto por la calle? Una ninfómana como la del “cuento” ¿es capaz de responder de sí misma y del buen uso de sus facultades?
- Todas las cosas piden mesura y dosificación adecuada. Hasta la virtud, cuando se desfasa o extrema, deja en el acto de ser virtud.
- Ante lo humano y sus evaluaciones o medidas siempre deberáá imponerse un buen discernimiento que separe y pondere pros y contras en busca de una equidad capaz de soldar bien esa especie de cuadratura del círculo que es la Justicia dada o impartida con misericordia, tolerancia o fijaciones secundarias y accidentales. Lo valiente y lo cortés han de combinarse bien para no estorbarse.
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Es la verdad. A los humanos, por nuestra misma condición limitada y menesterosa, nos falta vocabulario para encararnos “vis a vis” con lo divino. La idea, más que puesta en razón, de Harold Bloom, que se cita en el Prólogo a este gran libro, a la vez sugerente pero de terrible verismo, lo confirma.
El “Dios a la vista” de Ortega y Gasset es Dios sin duda, pero no es el “Dios cristiano” como el propio pensador deja ver sin dudas. El “dios profano”, que puede ser muy bien el de Robespierre o el de Voltaire, no es –ni de lejos- el “Dios hecho hombre” del Evangelio de Jesús con todo lo que esto revela, y no tan sólo en línea de proximidad y cercanía, sino de amor sobre todo…. El Dios que se nos revela en y por Cristo es Amor antes que catedrático de nada, y menos de fantasía o melodrama de algo.
Ante ese Dios que es Amor, se pueden entender y explicar sin gran esfuerzo los entuertos y ambivalencias de los “cuentos” e “historias”, con que Flannery O’Connor quiso explicar -de una manera literaria, pero plástica en lo que tiene de exorbitante y asombrosa- el gran misterio del cristianismo. Porque donde abunda el misterio, sobren las reglas de acero para medir o comprender los recovecos de la condición humana.
La reflexión de estas “historias”, de la escritora norteamericana, pueden servir a muchos para leer verdades entre las líneas del mal o del absurdo y aprender a descubrir las sendas de Dios entre los problemas del hombre. Buena cosa para no perderse al caminar.
SANTIAGO PANIZO ORALLO