Popurrí de vivencias bercianas 27-VI.2019

-Relato de su Semana Cultural, en un pueblo inconformista y audaz.

Sumario

Lemas y consignas

Evocación

Preludio

Una leve premisa.   Lo que va a ser esto

Esbozo y apunte de algunas vivencias:

  1. Mi tierra
  2. Naturaleza y cultura
  3. Nacer y hacerse
  4. El recurso de pescar y cazar
  5. Idolatría de la mascota.  Lo animalesco divinizado
  6. Una censura bienintencionada pero censura
  7.   Un canto a la trucha    
  8.   Por qué no hay truchas o escasean tanto

Punto final y epílogo

ANEXO A LAS VIVENCIAS. Malos tratos…. Y otras cosas

         +++

              Amigos.

              Que -en un país desconcertado y frívolo, azorado y sin pulso  como la España de hoy- un pueblo insignificante celebre –por segundo año ya- una Semana Cultural me sabe a rareza y a milagro.

               Rareza lo es sin duda, porque no es normal. Pero  “rareza”  me parece opaco  y prefiero decir “milagro”, porque -a mis ojos-  más milagroso que raro es lo “fuera de lo común”.

               Y por este milagro que sois los dos –el pueblo y su alcalde- me congratulo en vivo y en serio al iniciar mi charla.   Por todo lo moderno y de vanguardia que delata  su esbelta pequeñez; lo que no es una paradoja, sino un toque y signo de distinción.

LEMAS Y CONSIGNAS

   * “En ilusión no son mejores que nosotros . En ganas y en ánimo, tampoco”.

   Lo planto como lema y consigna de alivio para quienes han de compensar sus menores y reducidas posibilidades con suplemento de  virtud y entusiasmo.  Hay circunstancias –la de aquí puede ser una- en que las ilusiones, de suyo ingrávidas, tienen más peso que los cálculos de un ingeniero o la raíz cuadrada de un matemático de renombre. A lo que se ve, pues, si en ilusión no son mejores, en ganas y en ánimo, tampoco.

    ** Despacito y buena letra”, que aconseja la letrilla de don Antonio Machado en uno de sus Proverbios y Cantares. Hacer las cosas bien importa más que el hacerlas. Lo bien hecho en este recoleto lugar de nuestro Bierzo habla sin necesidad de altavoces.

    LEMAS Y CONSIGNAS HOY PARA ESTE ASUETO CULTURAL EN SAN FACUNDO.

EVOCACIÓN

A GUISA Y MODO DE PRIMERA PUNTADA, resumen –no más por ahora- de las palabras y pensamientos,  que aquí –esta tarde y en este pequeño gran pueblo-  me propongo casi sólo esbozar, me presta mucho arrancarme  con una evocación,  que –en mi caso- ha de tener más de recurso ejemplar o  simbólico  que de  calco existencial o biográfico[1].

ME REFIERO a la frase que se atribuye a nuestro Gonzalo de Córdoba, el famoso Gran Capitán, que -según parece- solía pronunciar  cada vez que le tocaba recapitular la historia de su vida. Son siete palabras que se bastan para decirlo todo de él: España es mi natura; Italia, mi ventura”. A ellas reduce su entera peripecia vital.

HOY LA REMEDO para comenzar,  con la sola intención  de un mero recurso ejemplar. Mi natura es El Bierzo; mi ventura,   los muchos y variados escenarios de vida  por los que mi persona ha ido pasando, desarrollando -mal o bien- papeles diferentes,   pero vivido todo ello a gusto –lo  que no quiere decir sin desafíos y  riesgos-, y en positivo de ordinario,,  hasta poderme aplicar con  verdad la verídica y atinada frase con que mi recordado y amigo, el psiquiatra  madrileño don Angel López Baeza, solía diseñar la biografía de todo ser humano: “Siempre el mismo y nunca lo mismo”. Lo que es una manera de decir que el  “yo” y las “circunstancias” ,   de consuno, componen la biografía de las personas.        

PRELUDIO

           “Charleta” en el pueblo de San Facundo, el 27 de junio de 2019, a las ocho de la tarde.

           Charleta digo y no charla, conferencia o discurso, para no desentonar, ni del sitio –esto no es una universidad-, ni de la circunstancia –la cultura tampoco es, por fuerza y esencia, una cancha de acrobacias eminentes o sublimes,  sino la cara de un espejo en que se refleja el arte de ser personas y de ser pueblo. Y -para ser esto- no se necesitan ni empaques, ni puñetas de magistrado, nl bonete y borla de doctor.  Sólo realzar el buen arte.

         Charleta -pues- intrascendente y sin alardes; parte –eso sì-  de unas JORNADAS CULTURALES en San Facundo; por invitación de su alcalde, Ricardo Vila. Porque cultura o cultural,  en humano, puede llamarse todo lo que huele a hombre y no es “basura”, y lo de aquí no huele, ni de lejos, a establo,  sino a un buen hacer humano.  

         Parte de unas Jornadas culturales en San Facundo,  que no es poco decir.

          En nexo de naturaleza con la jara,  la encina y las urces de sus aledaños montes…

           En halago amistoso a la ilusión de una “gente” –de pueblo en el caso- que, siendo lo que es, no desmerece de nadie…

           Y en honor incluso a las truchas de su río -el Argotario o Arroyo real,  que –desde Foncebadón,  a la vera del Camino-  se desliza saltarín hasta Poibueno –qué nombre bonito para un pueblo!- y  San Facundo, hasta declinar su porte y calidad de río al fundirse con el Tremor a medio camino entre Torre y Bembibre.   Abdica, por  fuerza,  del nombre del río que es aquí, pero sin  arrepentirse nunca de sus aguas claras y siempre vivas.

          Que no hacen ascos –las Jornadas,  insisto- al “progreso” –toda la cultura de verdad lo es-, aunque –naturalmente- sin divinizarlo, como suele hacer  con estas cosas “lo progre” del  cuento y la mentira.

Pueblo, empeño y río. Tres en uno y a la par.  De agua clara todo, como ha de ser. De buena crianza todo, de buenos sabores y armonías entre el ayer y el hoy. 

         El “ayer”,  cuando el comer se cubría con lo de casa, y el deporte –que no está nada mal si se le toma en subalterno y adjetivo-, y el tiempo y el aire se mecían sumisos al cimbrearse caprichoso de la caña del pescador o eran los enamorados compañeros de fatigas del can y la escopeta de chispa o pistón en la mano del viejo cazador.

         El “hoy”, con tecnologías fantásticas y de muchas posibilidades, no infinitas, pero casi, y que pudiera por eso parecer –a muchos tal vez- motivo de altanería y como desprecio de otros modos, los de ayer, como si fueran restos de atraso e incluso de primitiva ferocidad.

         Pero me digo yo que no se peleen las edades ni menos aún los modos, porque ni todo lo de ayer era ferocidad, ni lo de hoy, al pleno, es al cien por cien de color de rosa.

          Y en otro paso adelante y en juego más directo con el espíritu de las Jornadas.

          La trucha es aquí –el monumento a ella dedicado en medio del pueblo lo revela-  no sé si decir acicate o emblema; tal vez fuera mejor decir ocasión o señuelo de cohesión y adherencia. Cualquiera de estas palabras puede valer  si lo posamos  al pie del monumento y elevamos a talismán su imaginada silueta de relámpago visto y no visto del agua.

Y ya, como Preludio es –en una charla o un libro- sinónimo de principio y hace de ocasión para entrar en materia, VAYAMOS A LAS CITA DE ALGUNAS VIVENCIAS –que, por darse aquí, son bercianas, con formato de POPURRI, como reza el titulo; es decir, una mezcolanza de cosas diversas, pero ligadas todas por un denominador común: el amor a la naturaleza, a la  verdad de los montes y los valles, y a unos ideales sobre todo, ligados en nuestro caso a la tierra que nos vió nacer un día -nuestro querido Bierzo-; que, pudiendo no ser más que otras tierras, a nosotros –por ser lo nuestro- nos llega más al alma. Sólo eso y con orgullo,  pero sin asomo alguno de arrogancia o soberbia.

UNA LEVE PREMISA. LO QUE VA A SER ESTO.

Popurrí es –según las dos acepciones del Diccionario- o una pieza de música formada por fragmentos de obras diversas, o una mezcla  de cosas distintas y en conexión; añadiendo en todo caso algo de cajón: la tendencia de todo a formar una unidad.

Lo que pretendo hacer hoy,  en esta “charleta” o disertación gozosa a la que me ha invitado –con más benevolencia que justicia- el Sr. Alcalde, es lo segundo: un mariposeo verbal –yendo casi de flor en flor- por unas vivencias propias o ajenas, pero con indicaciones que las contorneen o definan y ayuden, desde  su comienzo, a no esperar de mí lo que no pretendo siquiera dar: lecciones de cátedra.

Al  llamarle “popurrí”, ya estoy diciendo que  no va a tratarse de ninguna “opera prima”, ni de ciencias ni de letras y ni siquiera de arte o decoración. Hablo de “vivencias” para indicar que lo que intentaré hacer es –sencillamente- una de estas dos cosas:

- O reproducir, con una pequeña glosa, algunas experiencias  de vida personal, que han sido parte de mi existencia y han contribuido a forjar -en algún sentido- mi persona y personalidad;

-  O volar hacia hechos o sucedidos que –como en todas partes pasa- ya engrosan el acerbo de nuestro patrimonio gentilicio. Modos de ser y modos de estar en el mundo. Como quiera que sea “vivencias”.

        El adjetivo “bercianas” lo añado para, de alguna manera, acotar el terreno. He de confesar, como Neruda en sus Memorias, que “he vivido”; que he vivido mucho y a tope y en situaciones de toda índole y color. Pero como mi “natura” es El Bierzo  y del Bierzo llevo el sello  más radical de mi vida,  a esta tierra habré de referirlas. en raíz al menos.  Van de aluna manera prendidas a esta tierra. ¡Pensar las veces que -a la vera de un río, con la caña en la mano, imaginando -¡qué pescador no imagina!- otras ideas y otros mundos distintos de los de las bombas,  los odios, los cálculos, las mentiras o las mil apariencias empeñadas en pasar por sustancia y verdad- me he visto liberado de agobios existenciales, desde los científicos o académicos a los llegados de cursis o malvadas farsas!!!

        Además. por la  condición de estas Jornadas, he de verme comprimido a una obligada selección, para –de este modo y en la medida de la ocasión- abrirme al nob[2]le, gratificante, evasivo, aroma de finas hierbas, etc.- arte de pescar truchas en nuestros preciosos ríos…. Cuanto  diga hoy, por alejado que parezca de tal arte, llevará en la recámara este maravilloso mundo de afición y alicientes.

ESBOZO Y  APUNTES DE ALGUNAS VIVENCIAS

Las piezas del popurrí van a ser ocho.   Ocho pequeños apartados  que, en este momento y en este lugar, me solicitan especialmente.    Pudieran ser otras y pudieran ser más.   Elijo estas por parecerme las más adecuadas para la ocasión.  Por razones de tiempo sobre todo, algunas quedarán reducidas  a casi su sola enumeración.     Quien lo deseare podrá satisfacerse con la lectura completa del texto, bien  con su lectura en mi  “blog” “Entre dos luces”-en que lo pienso colgar próximamente- , o mediante una copia del mismo, que podrá serle facilitada –tabién próximamente- por el S r. Alcalde.

  1. MI TIERRA.

Sería iluso, y quizás tonto  si, llevado del solo prurito de hablar pontificando,  me arrancara -hoy y aquí- con  un canto a mi tierra.  Antes y ahora, con palabras y con obras, se ha dicho y escrito tanto sobre el Bierzo, y elogiado su,  por tantos títulos, reconocido “cachét”, como para que yo pretenda intentarlo de nuevo y mejorarlo. Además, como las cosas buenas, ellas solas se cantan y no necesitan la propaganda para ser lo que son.

A pesar de ello, no me parece mal, en este coro de vivencias, cantar un poco a la tierra que nos vió nacer.

Nino Bravo, aquel malogrado trovador de la vida,  cantó a su tierra en una de sus bonitas canciones. Palmeras, montañas, voz que ruge si se la encierra. Pero como no era “ chauvinista” ni “forofo” “nacionalista”  -al  “fiorofo nacionalista” yo le llamo simplemente “nazi”-, al entonar su canto, dejó abiertas de par en par las puertas y ventanas de su tierra al canto de otras tierras,  y lo hizo con la evidencia  por delante de los ojos de cualquiera:  “Mi tierra tiene su sol, el mismo sol que tu tierra”.

Eso es, el mismo sol  tenemos todos como signo de afinidades inmensas;  el que  nos luce a todos y nos hace amar a nuestra tierra, pero sin desdeñar a nadie y sin levantar la cabeza por encima del hombro de nadie.

En tal sentido y con tal reserva, no es difícil cantar al Bierzo. Y sin que nadie pueda  insinuar siquiera soberbia o altanería.

Es por ello que decir algo quizás no me sea –en este momento- pesaroso. 

Como que Gil y Carrasco se  codeara,  en vida, con Larra o Espronceda;  que pusiera en la pequeñez o humildad de una violeta acentos grandiosos de libertad, de soledades ascendentes, de amor y melancolías y la buscara “a las orillas de una fuente para adorarla, tímida y gentil”;  o que hiciera gran epopeya romántica de su Bierzo querido,  rememorando -al contemplar las almenas del castillo de Ponferrada- las gestas de unos “caballeros” –los templarios- venidos aquí para dar fuste y valor a unas creencias –las de aquella Cristiandad de universo medieval plantada en El Bierzo por el Camino de Santiago-,  y evocando desde esas almenas grandezas efectivass de su tierra, tan romántica y egregiamente referidas en su gran novela  El Señor de Bembibre.    

O como que, por el Valle del Silencio y Peñalba o Montes, o en la oquedad misteriosa de un Complugo berciano  resuenen todavía los ecos ilustres  de historias pasadas y muy nobles…

O como que la encrucijada de caminos que es toda ella esta tierra,   abierta –por el hecho de ser encrucijada- a los cuatro puntos cardinales, la propulse por un lado hacia insospechados horizontes, y, por otro. la vuelva tolerante, acogedora y  receptiva, sin perder por ello su personal fisonomía y sin por eso alardear de otra cosa que no sea la de haber sido una tierra mimada de Dios

O  como que sus inimitables parajes de río y montaña,  paisajes de  misterio en el fondo, visiblemente diseñados para pensar y rezar, fueron otrora mansiones de respetables eremitas y anacoretas, forja de santos y cuna de silencios, elocuentes como los de cualquier otra tierra o más tal vez, cuando “Tebaida” se hizo nombre o figura que al Bierzo  cuadra tan bien como a la Tebaida de verdad.

O como que esta tierra nos haya marcado a todos de amor; con amores de naturaleza; de horizontes cerrados. pero no ciegos a la imaginación, al embeleso de sus ríos y valles, de sus  frutos con sabor a Bierzo.

Que el Bierzo sea “nuestro Bierzo” nada quita al orgullo de pensarlo. y sobre todo amarlo, con se piensan y se aman las madres.

Y porque el Bierzo –esta tierra- es naturaleza viva y vocación de proximidad a cuanto es o ha sido, dejemos en ello esta inicial vivencia.

  1. NATURALEZA Y CULTURA

Mi “natura”  es “mi ventura” puede ser la cara de otra vivencia de hoy. Tratándose de hombres,  no se separe lo que Dios ha unido,   sobre todo cuando “crecer y multiplicarse” no es empeño de capricho sino pieza de obligado cumplimiento humano, al haber recibido de Él, como recita un verso, “las llaves de la tierra” . Para este nuestro caso, retoco un tanto el enfoque  literal del dicho de Gonzalo de Córdoba, porque seguramente él también considerara imposible la “ventura” sin la base de su “natura”.

Por más que se quiera llamar “arte” a la cultura –la que no es ”artificio” o quizás farsa o mentira cultural, naturalmente- veo a las dos (naturaleza y cultura) de la mano y condenadas –en buen sentido-  a necesitarse y corresponderse.

Amo a la naturaleza; y amo a la cultura, si la cultura es –como debe ser- ese grandioso arte  de “montar” lo humano sobre coordenadas de sublimación y no de degradación y bajeza.

Por desgracia, no es oro todo lo que reluce en el pensamiento, en la ciencia, en la técnica, y -en general- en la  cultura contemporánea.

Es posible que en realidad estemos –aunque pueda oler a paradoja- en la antítesis o en los antípodas del Siglo de las Luces, y que lo que fueron seguras promesas -¿hasta dónde puede ser segura una promesa?,  habría que preguntarse- se naya quedado en “nada” o “poco”; o en puras “ilusiones” perdidas,  como  las que imaginaron Nietszche o Freíd, al comenzar el s. XX,  en unos alardes más impulsivos e irracionales que racionales y proyectivos de futuro. LO que vemos hoy no es exactamente lo que soñaron ellos.

Esto de aquí es naturaleza. Y esto de aquí es también cultura.

Y esta vivencia -que nos une y enlaza estos días, a la sombra de estas montañas, a la vera de estos ríos, con ilusiones renovadas cada mañana y cada tarde o noche aunque a veces, bastantes veces, nos puedan fracasar algunos objetivos- no deja de caer bien en este pueblo pequeño, rural pero no plebeyo, de naturaleza pura como este de San Facundo,  y no cerrado  a los aires ultramontanos, de alta cultura y selección,  de desarrollo y elevadas miras.

NATURALEZA Y CULTURA EN HUMANO. Ambas se necesitan porque han de corresponderse; y por eso –porque se necesitan y se corresponden-  se sienten –con naturalidad- llamadas a entenderse, a  no hacerse la guerra, ni –menos todavía- matarse rompiendo así lo humano más cabal[3].   La naturaleza y la cultura no son enemigas, sino caras de una misma realidad, la del hombre y la de los pueblos y colectivos  que a la sombra natural del hombre se componen a diario.

  1. NACER Y HACERSE

Para ser y hacerse, antes hay que nacer.

  1. El novedoso celofán con que Françoise Sagan –en El segundo sexo-,  a mediados del siglo pasado, quiso envolver los afanes de un feminismo revolucionario,  en el que seguramente ni ella misma creía, no pasa de ser  un  alarde sartriano,   que, como todo alarde, suele tener más de llamativo que de fondero y sustancioso, más de vitola o alboroto que de justicia o buen sentido. Las pretendidas conquistas de la mente, cuando pierden de vista el suelo que pisamos –es decir, la realidad- por el empeño en volar  demasiado alto –abuso en teorizar se puede llamar la figura-, se vuelven “ismos” y los “ismos” –como bien se sabe   (el racionalismo, por ejemplo)- suelen extremar lo que buscan defender o desarrollar.  La razón sola –se oye decir a gentes razonables- cr,  ea monstruos y desfigura toda la realidad que toca.

Su alarde o grito feminista de que  “la mujer no nace sino que se hace” admite  traslados a otros escenarios de la vida y actividad humanas;  sean de sustancia o de circunstancia y modo, como diría Baltasar Gracián en El discreto o en el Oráculo manual.

  1. He intentado más de una vez, con algunos de mi familia o amistad, inculcar y hacer sentir la belleza de irse a pescar y perderse por unas horas a la vera de un río. No lo he conseguido. Van un día o dos; andan un rato, se aburren y ya no vuelven. Otros, en cambio, tan pronto se ven a la orilla de un río, mirando las aguas limpias, escuchando el rumor de la corriente o el canto de las avecillas, hasta sin saber lo que es la pesca, se sienten felices  y ya no cesan en el ansia de volver. Antes incluso de verse con una caña en la mano, se divierten y entusiasman. Aunque nadie les enseñe la técnica de pescar, ya saben instintivamente pescar, porque saben leer el agua e intuir más que demostrar o lograr certezas.

Es la vocación que,  siendo raíz nativa de capacidades, va en nosotros desde que nacemos porque somos ella.

  1. Desde niño, en mi pueblo, con otros de mi edad, nos veíamos en la reguera de Cobrana o en el río Boeza con una vara verde de negrillo en la mano, un hilo de tanza colgando de ella, el corcho redondo y rojo para ser visto y el anzuelo con la “mioca” sacada del estiércol o el barro aledaños a casa.

A otros niños,   de la misma edad y condición, ni se les ocurría siquiera y optaban por otras actividades en aras de una libertad que tiene  mucho, muchísimo que ver –diría yo-, con los  quereres y quehaceres a que cada hombre está llamado y para los que suele estar dotado adecuadamente por la madre naturalaza y, más al fondo, por los designios de Dios.

  1. Pero la vocación –eso que llamamos “vocación”- puede errarse y quedar chafada cuando no es cultivada o desvelada. No basta con “nacer” si después no se “crece”. Y a ese “crecer” se le llama desarrollo y cultivo de lo que, al nacer, ya va con uno en germen.

 Y por eso, el embrujo del pescar, con todo lo que lleva consigo e implica, tiene nombre propio: arte.  Pescar es “un arte”[4],  que lleva dentro la esencia de todo  lo que se puede considerar un arte. Una esencia que genéricamente –es decir, con aplicación a todo lo que se pueda llamar “arte”- ha de estar en el esfuerzo por meter en aquello que se hace las dosis de armonía, encanto,  equilibro y mesura,    la proporción, etc., necesarios para que algo vulgar y corriente se deba considerar bello y hermoso de acuerdo con patrones racionales y justos.    De este modo, y como en otros ámbitos de la vida, hablamos del ”arte de juzgar”, del “arte de pintar” o del “arte de adivinar” por ejemplo, hablamos del “arte de ser pescador” –que lo de “pescar” efectivamente o no puede ser algo cuantitativamente distinto y el “no pescar” –por lo que sea- nada esencial quita al indicado arte. 

  1. Desde hace más de 50 años vengo formando mi pequeña biblioteca de libros de pesca. Y no es tan sólo por mi afición a los libros, sino por creer que los libros son de los mejores amigos del hombre: no le mienten ni le fallan nunca, hasta cuando se les trata formalmente mal como yo suelo hacer con ellos subrayando y glosando a casa paso.

Desde hace más de 50 años poseo, leo y releo uno de los clásicos libros literarios sobre la pesca; para mí, el primero de todos,  el que se titula El perfecto pescador de caña, del inglés Isaac Walton.   Suelo decir de él –al modo que, cuando leo El hambre de Knut Hansum, parecen entrarme ganas de comer- que, cuando leo este libro de I. Walton, me siento llevado como por alas invisibles a las orillas de  mis ríos predilectos,  varios de los cuales son de mi querido Bierzo.

Las palabras que voy a recitarles ahora sobre el “arte de pescar” no son del propio Walton,  sino de otro lector de Walton,  que no era pescador, pero que –al leer este libro-  se sintió subyugado tanto por la finura de las palabras e imágenes como –sobre todo- por la soberana belleza de los contenidos.  Es -nada menos que Miguel de Unamuno- el que, siendo catedrático y rector en Salamanca, tras leer este libro de la mano de un estudiante ingles, lo comenta en su Prólogo a las ediciones castellanas de tan preciosa obra. Este Prólogo se titula Después de leer a Walton y las palabras no tienen desperdicio a  los efectos de la Semana Cultural en que nos vemos.

Digo arte de la pesca a la caña, y arte en su más elevada acepción, lo estima Walton, porque “el pescar a la caña es algo como la poesía, para la cual hay que nacer, quiere decir  -añade- con inclinaciones a ellas,   aunque puedan luego realizarse ambas artes con discurso y práctica;  pero el que espera llegar a ser buen pescador no sólo debe criar un ingenio inquisitivo,  curioso y observador, sino que ha de criar, además, una buena medida de esperanza y paciencia,  y amor y proprensión al arte por sí mismo, pues una vez que lo ha logrado y practicado no dudo sino que la pesca a la caña le resultará tan grata que habrá de resultarle ser, como la virtud, recompensa en sí misma”.  He aquí la doctrina del arte por el arte,  predicada por un grande pescador de caña,  que la predica en el más dulce y musical inglés. Y él lo sabía bien, pues Venator, el discípulo,  dice una vez, en el primer día, a Piscator,  el maestro, que su discurso, el de aquel,  le parece música y le enhechiza la atención” (cfr. M.  de Unamuno, Después de leer a Walton, en I. Walton, El perfecto pescador de caña. Pulide Barcelona, 1972, pp. 9-10)

  1. EL RECURSO DE PESCAR Y CAZAR

Hablar de la “pesca” como “recurso vital”  es -más que  una filosofía o un desahogo romántico puro-  un dato de economía, y no de la más alta, sino de la vulgar y cotidiana. Puede ser equivalente a una  glosa del pragmático   dicho según el cual “Primum est vivere et deinde philosophare”.

Y, puesto a reflexionar el dato,  me parece atisbar algunas premisas a tal efecto.

 Creo -ante todo- que “tomar distancias” de las realidades que nos envuelven y componen ahora mismo la vida o nos preocupan con mayor intensidad es buena medida para no perderse en la inmediatez de las modas y opoder desligarse de los peligros de la subjetividad.   

Y aún creo más. Creo que, además de tomar esa debida distancia, es preciso también hacerse a una gran verdad: que la historia es “maestra de la vida” porque, como los buenos maestros, hace aprender. Y abundando más aún: que la experiencia que viene de la historia no sobra, ni mucho menos, a la experiencia que nace del vivir diario: “aprender del pasado” -al obrar sobre todo- aminora los riesgos y evita –en todo o en parte-  los malos o perdidos pasos del presente.

Y como ayer era una cosa y hoy es otra, se alza la pregunta: ¿Es mejor lo nuevo por ser nuevo que lo viejo,  aunque sea bueno? Lo bueno y lo nuevo ¿se unifican hasta ser vocablos intercambiables?

Como por lo menos lo dudo   -que lo nuevo haya de ser necesariamente bueno-,  creo que evadirse de prejuicios –que son siempre irracionales- es ineludible condición para mirar y ver bien, reaccionar bien y –especialmente- juzgar bien.

El cambio de cultura y mentalidad –que no revolución, porque no lo es, y menos en el sentido peyorativo del término- en la materia que nos ocupa lo pone de relieve  Emilio Fernández Román –en su libro titulado Los orígenes de la pesca con mosca y el Camino de Santiago (Tutor,  Madrid, 1999, pag. 127)- cuando, alertando del riesgo de equivocarnos si cambian o han cambiado las condiciones o las circunstancias –de las socio-económicas hablamos ahora-,  afirma rotundo que “hoy se considera la pesca como una forma de entretener ocios; y  en aquella época, la pesca era una profesión”[5]. Es decir, pesca (en la caza, era muy parecido) y deporte,   sin repelerse,  iban por caminos diferentes.  ¿Era desdoro, incultura y  atraso  aquello? ¿Es un estúpido diletantismo lo actual?

Bien pudiera ser que ninguna de las dos cosas sean descabelladas. Como suele pasar, no son las realidades en sí sino sus extremos –o extremosidades- los que se repelen.

Y aquí, al igual que en tantos otros sectores o escenarios de la vida, el “no se peleen las edades que todas son hermanas y bien avenidas”, y avénganse unas co otras, del Ortega y Gasset del cap. VIII de sus inimitables lecciones sobre la filosofía (“Qué es filosofía, Eds.  Revista de Occidente.  Madrid, 1960, p. 187) puede muy bien servir de muy sano revulsivo espiritual, al observar sobre todo cómo se desprecian, hasta casi odiarse o poco menos, el pescador del último grito de la mosca seca y el rústico lombricero de aquella infancia nuestra,  cuando la palabra “mosca” sólo nos valía para nombrar a los pegajosos y molestos insectos de los días de calor;  como si lo uno fuera lo noble y digno y lo otro poco menos que un crimen de lesa humanidad; o al anotar la sonrisa de conmiseración y casi lástima –dejémoslo en íntimo desprecio de algunos- hacia ese pescador que muestra legítimo deseo de quedarse  con alguna de las truchas que pesca,  como si, al hacerlo, fuera un  aprendiz de psicópata o maltratador.

  1.      LA  IDOLATRÍA DE LA MASCOTA – LO  ANIMALISMO DIVINIZADO

          Enlazo con lo anterior al pespuntar esta otra vivencia.

          En mi personal experiencia de vida –cuando –de niños y  jovencitos- correteábamos por el Rollo, La Barrera y el Callejo-, los perros y los gatos eran animales; no se nos ocurría llamarles “animales de compañía” porque a su mismo nivel  -mayor seguramente- estaban la vaca o la burra.    Acompañaban aunque, más que eso,  cumplían una función subalterna al lado de los hombres: más que acompañar,  servían  y lo hacían en servicios más  perentorios que los de la mera compañía.       

           Ahora,  ciertos animales –llamémosles “mascotas” mejor- se parecen más a señoritos –al menos en teoría- que a lo que son en su priopia verdad: animales, sin derechos porque no los pueden tener, pero –igual que ahora también entonces, aunque con menos parafernalia filosófica- con todos los deberes de los hombres mantenidos en pie hacia ellos y su dignidad animal, que la tienen  todos, incluso las víboras, las liendres o las cucarachas. ¡O no!!![6].

Eran –claro está- otros tiempos, otras ideas, otros modos y otras circunstancias[7]

Pero –aún así y como siempre ha sido- los extremos se tocan y ninguno es bueno.

Cuando faltan ideas, o las ideas son confusas, equívocas,  obstinadas, ideologizadas o pasionales, el riesgo de caer en absurdos o en ridiculeces  crece y aumenta.

Cuando la cultura es postiza o artificial y no se nutre de un realismo racional y racionalizado,  se cae normalmente  en idealismos  y utopías faltos de fundamento, contenido, seriedad.

Oigo esta tarde -28-V-2019- una emisión radiofónica, dedicada a contrastar una cultura  racional y correcta de uso de los animales y puesta de los mismos al servicio y progreso de lo humano con otra cultura –que no dudaría en llamar pos-moderna y por tanto nada moderna- de sensiblerías –que no de razones- hacia los animales.

Se partía de un supuesto básico: es inadmisible el maltrato animal; como lo es todo maltrato, en cuanto el maltrato –cualquiera que sea- denota en el presunto maltratador hechuras de psicópata cuando menos. Y ya se sabe que el psicópata –aunque existe- es uno de los peores enetmigos de la vida en sociedad.

Salvado eso, pienso yo que las ridiculeces al uso en materia de respeto, incluso, amor, a los animales están más que patentes y suelen ser patrimonio de una cultura urbana, que de los animales tiene  un sentido más sensiblero y de artificio que racional.

Es curioso y por demás sintomático de una cultura banal que una persona que se horroriza y se siente convulsa ante la faena de despellejar un conejo se derrite de felicidad ante una película de tiros o de horror.

Los despropósitos se hacen frecuentes y causan risa.   No hace mucho asistíamos a esa especie de parodia de un tribunal mandando clausurar un  gallinero porque el cacareo de las gallinas durante el día y y el kikiriki de los gallos al amanecer molestaba el sueño de los huéspedes de una cara rural.

El respeto no es enemigo sino amigo entrañable de la justicia y de lo justo.

El respeto a los animales es dignidad humana; la sacralización de los animales es un disparate con sabor a farsa.  La sensiblería para con los animales es una señal de inmadurez psíquica cuando menos; si no lo fuera posiblemente de otras anomalías del psiquismo.

En esa emisión indicada se resaltaba cómo esta moda del “animalismo sacralizado”,  con reconocimiento  de los derechos de los animales o incluso  atribuyéndoles alma como la humana es un disparate no sólo cultural sino sanitario y mental[8].

TODO ESTO ES VIVEENCIA Y VIENE A CUENTO DE ALGO RELACIONADO CON MI VIDA DE PUEBLO, ABIERTA A LA NECESIDAD Y A LAS EXIGENCIAS DE UNA VIDA Y UNA EDUCACIÓN QUE, DEBIENDO PULIRSE COMOES LÓGICO DE RÚSTICAS ASPEREZAS, NO DESBARRABA SIN EMBARGO LO QUE AHORA DESBARRAN TANTAS CORTESÍAS ANIMALESCAS,   MÁS SENSIBLERAS QUE RACIONALES.

  1. CENSURA BIENINTENCIONADA, PERO CENSURA

Me abro a este apartado con unos interrogantes con los que cavilar un poco.

¿Hay –puede haber- leyes injustas?

¿Está ligada la justicia de la ley a la pura voluntad o libertad del legislador,  de modo que lo mandado, por el mero hecho de ser mandado, ya es justo?

La justicia ¿ha de ser algo distinto de la “legalidad”, por cuanto ella consiste en “dar a cada cual lo suyo” y eso, por desgracia para los humanos –pensemos en los regímenes totalitarios hasta cuando se llaman “demócracias de toda la vida”-,  no siempre sucede?

El Derecho y la Justicia ¿son realmente magnitudes intercambiables  o puede darse Derecho sin Justicia y Justicia sin Derecho?

El campo es abundoso y florido. Y los anteriores interrogantes se plantean igualmente ante las más graves leyes  que regulan la Justicia penal o criminal que para los escalafones inferiores de la jerarquía legal. También por tabnto para las leyes y las reglamentaciones de la pesca o la caza. 

En toda norma  legal o inferior a la ley ¿ha de observarse escrupulosamente la igualdad de todos ante la ley? Los elitismos a pesar de los cantos a la igualdad.

 Las burocracias y los bastones de mando de los burócratas.  ¿son capaces de hacer leyes justas, es decir, buenas leyes?

¿Será justa una ley que careciera de racionalidad interna? Las contradicciones de los legisladores: como el absurdo de proteger a la vez a la trucha y al cormorán o las nutrias, sin matices ni distingos?

Un largo etcétera de razones podría enunciarse a la vista del soberano, elitista, ignorante y a veces necio desbarajuste legal que brindan, con harta frecuencia, las “suficiencias” de algunos que, sin haber puisado la tierra y desde la mesa de un despacho, tienen la osadía de darnormas al tuntún y sin enterarse de que el encaje del Derecho con la ciencia ha de ser un en caje eminentemente opráctico y realista.

Pero como el campo de abundoso y florido, dejémoslo estar en lo dicho.

  1. UN CANTO A LA TRUCHA.

Un  canto en elogio de algo se puede hacer o  entonar desde muy diferentes o variadas perspectivas de su  ser. Al amor, a la justicia, a la verdad,   a todo…  se les pueden echar piropos de realce o muestra de cualidades positivas que sobresalen más que otras en una realidad, persona o cosa.

Cuando Miguel Delibes –en el primer escorzo del diario de su experiencia personal con sus “amigas” las truchas- les llama “la perdiz de río” por “su bravura y rapidez” no las está diseccionando con la precisión de un relojero o la destreza de un cirujano. Sólo resalta  uno de sus primores: el azorado “visto y no visto” de su alada proyección en las aguas cristalinas de un río limpio e incontaminado.

Porque la trucha es más, bastante más, que bravura y rapidez.

Es elegancia y distinción[9], comparables posiblemente a las que puedan tener  el urugallo de nuestros montes y el pavo real que parece mirarse al espejo de sí mismo a  cada paso que da.

Es destello de luz bajo las aguas,  comparable de algún modo al que –soberanamente- rasga el cielo en una tarde o noche de tormenta.

Es librea     que no desentona ni cuando se mimetiza con su medio para desapercibirse o pasar inadvertida a los ojos y miradas indiscretas de sus naturales depredadores o de fos afanes de conquista de  sus adversarios.    Se la busca porque vale. Se la persigue porque su conquista es un trofeo.

Respetable señora del río la que Linneo llamara “trutta fario”.    Una criatura digna de gran respeto,   pero contando con que el respeto –todo respeto-ha de ser visto y cumplido en clave de justicia y no de una divinización  identitaria y por eso mismo sacada de quicio   Las cosas en su punto y con su verdadero nombre de pila.

Pero se me antoja que mi canto a la trucha esta tarde ha de ceñirse a los perfiles de un reto, el inmenso reto que es vérselas,   un día y otro día –no creo que haya dos iguales-  con la imprevisible y puntillosa –casi insultante- versatilidad de un reto.

Porque un verdadero reto es el arte mayor de pescar truchas,  hasta cuando –más aún tal vez- están cansadas de ser picadas y engañadas por los señuelos del buen pescador.  Por “reto” entiendo un objetivo difícil de realizar y que, por eso mismo, se vuelve accate o estímulo para quien lo intenta.

Creo que unas pocas palabras del referido “diario” de don Miguel Delibes pueden bastar para ver y comprender algunos de los  perfiles de este reto, que –al hacerlo singular- elevan mi canto de hoy a la trucha al nivel de vivencia de clase óptima.

“A una jornada inesperadamente halagüeña, en la que puedo clavar doce o quince truchas, sucede otra en la que, sin comerlo ni beberlo,  me vuelvo bolo a cada, y –lo que es peor-sin intuir las causas que justifiquen, o siquiera expliquen, mi fracaso.   Es obvio que en la pesca de la trucha operan factores climáticos y atmosféricos –vientos, presión, temperatura, etc.-  que no siempre podemos controlar, lo que imprime a la pesca un carácter aleatorio,  de dependencia, mucho más acusado que el que rige para la caza, por ejemplo, de la perdiz. Tal vez por esto me asalte la impresión de no pisar aquí tierra firme.    Considero que no he dado con el secreto de esta pesca y que no paso de ser un pescador del montón” (pp. 8-9)

Y ya me pregunto para cerrar este canto a la respetable señora del río si hay alguien que pueda alardear de serlo. Y por estio mi canto se ha de quedar por fuerza en las enardescentes vaguedad y grandeza de un reto que envizca y acucia

  1. POR QUÉ NO HAY TRUCHAS O ESCASEAN TANTO

Acabo de indicar que, todos los años, doy un beso a la primera trucha de medida que consigo engañar y sacar del río. He de confesar que –este año-, tras varias jornadas de pesca, aún no he podido dar ese beso.  Varias veces, cinco o seis horas de río, no han conseguido arrancarme tal beso. ¿Por qué?

Lo he preguntado a varios y todos me dicen: hay  pocas.

Nos estamos “cargando” a la naturaleza y lo estamos pagando ya. Años hace, desaparecieron las culebras de río;  hace menos de eso, pero hace mucho que no se oye al ruiseñor –a plena noche- cantar sus amores. Apenas se ven jilgueros, ni grillos, ni sapos ni ranas…. Es otra vivencia.

Parece envolvernos el misterio y no creo que lo sea tanto.  Lo que antes era  casi un paraíso zoológico, ahora es un yermo…. ¿Por qué?

Nadie sabe contestar a ciencia cierta y con precisión; campean las evasivas.   Nadie, de los que debieran saberlo por razón de su oficio, se atreve a contestar la enojosa pero  elemental pregunta.

Capitalismo salvaje? Poluciones incontroladas? Desidias múltiples?  ¿Desde cuándo no se ven culebras en los ríos?  ¿No será desde que no se ven ruiseñores cantando enamorados en las noches de primavera, o por las que no se ven grillos, ni casi jilgueros, ni cocos de luz, ni ranas como antes, ni sapos en los huertos de las casas….

¿Es tan difícil saber por qué y tomar medidas?

¿Es que es más fácil tirar por la vía de en medio y resolver a golpes legislativos? ¿Acaso a golpes legislativos se han resuelto a tope otros problemas? Como el problema gravísimo de la violencia contra la mujer o los acosos de toda índole, sobre todo a niños y débiles…. ¿Se ha resuelto el tabaquismo a pesar de las leyes? ¿No está rebrotando el número de los fumadores?

Como no es cosas de seguir con los interrogantes, dejémolos sueltos al  aire…

Los interrogantes ciertamente no resuelven  los pñroblemas pero incordian.  Y creo yo que “incordiar”  -en el “tiempo de los enanos”, como anotaba ya en su copla Carlos Cano- es algo,   aunque solo sea un pálido vestigio democrático: ejercicio del “derecho al pataleo”. Que sea eficaz, me permito dudarlo.

De todos modos, rememoremos el viejo  dic ho de Laotsé.   Ante los problemas,  cualesquiera que sean, el sabio y cuerdio busca soluciones; el ignorante, culpables. Es lo que va –creo yo-  de lo positivo a lo negativo, de la ”cultura de fines” a la ”cultura de medios”,  de la modernidad auténtica a una pos-modernidad frivolona y de apariencias casi solo. Pero como eso sería subir demasiado y estamos en San Facundo, tocando tierra y  anotando vivencias que no son dogmas,  quedémonos pensando los interrogantes y apostando por lo mejor en todo,  aunque  los “signos de los tiempos” llamen “progreso” a “lo nuevo”  sólo por ser “nuevo”.

PUNTO FINAL Y EPÍLOGO

LA ESPERANZA –si es tal- NUNCA SE PIERDE.  Sea el remate de mis palabras este punto final de mi charleta”.

*  “Creí mi hogar apagado y removí la ceniza.  Me quemé la mano”.

Esta jugosa y veraz letrilla de los Proverbios y Cantares de don Antonio Machado sirva, por asociación de ideas, para terminar elogiando este rincón de naturaleza viva  que es un pueblín como éste, perdido entre las montañas bercianas, para reivindicarse frente a los que lo dan por muerto; al modo que pasa con  la familia, el matrimonio y otras instituciones  prendadas, aunque no se  quiera reconocer, de auténtica denominación de origen.

**  Gracias doy –para finalizar- a Ricardo y a lo que Ricardo representa en el arte del buen gobierno de los pueblos.    Especialmente su esos pueblos son de los  que se dicen la “España vacía”, despoblada y yerma; de segunda o tercera mano quizás. Lo que –bien mirado- yo me lo creo a medias tan sólo.

Lo de la España vacía, despoblada y yerma,  de segunda o tercera mano es cierto,  aunque no del todo. Porque la savia está bajo la corteza, y su vigor, aún siendo imperceptible, no deja de ser vital; y poco tendrá que hacer lo urbano -tan de moda y orondo- si la savia se retrae o se queda mustia de tanto inhalar  poluciones que son veneno o inventar usos  ayunos de solera.

Porque lo popular no es plebeyo y lo urbano puede serlo  a pesar de las apariencias, gracias doy –repito- a Ricardo y a lo que Ricardo representa en el buen gobierno de los pueblos, hasta  cuando esos pueblos tienen sólo 18 habitantes.

Hay cosas que, mientras haya hombres, no van a morir; por mucho que se progrese o se divinicen las técnicas.  

Nunca van a morir del todo -claro está- cosas como la verdad, el amor, la libertad, la dignidad y un largo etcétera que sería prolijo enumerar ahora.    

Tampoco van a morir del todo esas vivencias mamadas al pecho de unas tierra vivas de aire, luz y color.

Pero no se debe uno confiar. Aunque estas cosas no tengan expedido todavía el certificado de su defunción, por más que los augurios engorden y se multipliquen a  favor de los enterradores… cuidemos de ellas, y no dejemos –por desidia o escepticismo- que se vean reducidas sólo a recuerdos de un pasado de añoranzas o buenos deseos.

En honor a ese monumento que en medio del pueblo se levanta  y que  parece ser el alma y catapultar estas Jornadas, voy –amigos- a cerrar con esta idea del final de la obra de I. Walton.  Oyendo a Venator brindar gratitud a su maestro, al regreso de los días felices cabe las aguas transparentes, los prados verdes o el canto del cuco y el mirlo, con una caña en la mano aunquie no se pesque y en todo caso con el infalible afán y  deseo de volver. “No olvidaré, mi buen maestro, la doctrina que me dijiste; que Sócrates enseñaba a sus discípulos diciéndoles que no debían pensar que les honrara tanto el ser filósofos como el honrtar ellos a la filosofìa con sus vidas virtuosdas….  Yo, para alegrarme y aumentar mi confianza en el poder,  sabiduría y providencia de Dios, pasearé por los prados junto a alguna suave corriente y allí contemplaré los lirios y otros muichos y variados seres vivientes,  que no sólo han sido creados, sino sustentados,   aunque el hombre no sepa cómo, por la bondad del Dios de la Naturaleza. Lo que contribuirá a aumentar mi confianza en Él” .    

El amor a la naturaleza en su conjunto no es amorío, ni a or platónico y romántico.    Lleva carga de compromiso con ella porque el amor de verdad nunca sale gratis.    Y la carga del amor, cualquiera que sea, es llevadera, porque eleva y enaltece.

PARA SAN CLEMENTE (El Bierzo-León),   esta tarde  de junio de 2.019.

Con gratitud; con esperanza;  y con una  buena dosis de realismo; eso sí, perspicaz y nunca cerrado del todo ni al optimismo, ni al pesimismo, aunque sin abrazarse de lleno al uno o al otro, porque –radicales- pueden ser mentirosos. El realismo hace casi siempre buenas migas con la verdad.

Alcalde: Ricardo Vila

Teléfono 664 371 663   

SANTIAGO PANIZO ORALLO

ANEXO A LAS VIVENCIAS

MALOS TRATOS… Y OTRAS COSAS

Santiago Panizo Orallo

En ABC, 2.002

        La tormenta últimamente desata­da en torno a los malos tratos en­tre cónyuges y si los mismos son o no para la Iglesia títulos de nulidad matrimonial es recurrente; ahora son los malos tratos; mañana la concesión de la nulidad a uno de los «famosos»; otra vez... lo que salga.

           Ésta de ahora nació de una ponencia del Simposio de Tribunales Eclesiásti­cos celebrado en Mérida recientemente. No estuve en ese evento; ignoro lo que dijo o dejó de decir el conferenciante; pe­ro sí conozco lo que se ha dicho que dijo y que seguramente no se corresponde con lo que realmente diría: que para la Iglesia los malos tratos no son causa de nulidad matrimonial.

           Esta «versión» en momentos de gran sensibilidad y alarma por los desprecia­bles malos tratos que a diario asoman a los boletines informativos, era sin duda un «caramelo» para la noticia y el escán­dalo. Y ha tenido éxito a juzgar por la polvareda levantada.

            Que los malos tratos -siempre y más si son degradantes y psicológicamente devastadores- sean indignos de un ser hu­mano es algo que la Iglesia -pionera siempre de la defensa de los valores hu­manos- ha mantenido en la primera fi­la de sus enseñanzas.

             Pero no es cuestión de censura moral; sino de saber si, por razón de malos tra­tos, se pueden obtener declaraciones de nulidad de la Iglesia.

             La solución a este problema no es que sea una filigrana jurídica: pero, a juzgar por las cosas que se han dicho y oyen estos días, casi lo parece, aunque el asunto sea bastante elemental jurídica­mente hablando.

            Una nulidad de matrimonio obliga a remontarse a las raíces del mismo, al ser o no ser de los componentes mínimos del obrar humano racional.

            En buena técnica jurídica, puede ha­cerse signo de nulidad todo lo que en un contrayente genere incapacidad, o para comprender lo que un matrimonio es y significa, o para decidirlo en libertad, o para poder actuarlo en uno mismo.

            En materia de malos tratos conyuga­les, la pregunta sería esta: una persona que causa malós tratos que rebajan, cosi­fican, degradan, vulneran o anulan has­ta derechos humanos, que restan o qui­tan dignidad, que alteran gravemente la estabilidad personal o familiar, que su­men al cónyuge o a los hijos o al hogar en verdadera «miseria psicológica» ¿ha de considerarse psíquicamente normal o esa conducta es buen síntoma de anoma­lías o trastornos cualificados en su perso­nalidad?

            La iglesia defiende la indisolubilidad radical del matrimonio, pero del que lo es y no del que no ha llegado a serlo, aun­que lo pueda parecer. Ante una supuesta nulidad, ni un juez puede dictar la nuli­dad sin pruebas ni abrir la mano a cau­sas que no sean de verdadera nulidad.

          El criterio que, con el derecho y las ciencias del hombre en la mano, se man­tiene con razón es el de presumirse que una persona que causa mal trato a un ser humano -cónyuge, hijos, amigos, enemi­gos incluso, y hasta por extensión a otros seres de la creación como animales o a la naturaleza misma-, va sembrando al pa­so señales de anormalidad psicológica.

           Los «malos tratos» -en determinadas condiciones de los mismos- pueden ha­cerse voceros de una condición personal tan inadecuada para el matrimonio, que en esas bases pueda sentarse una peti­ción de nulidad.

           Claro es que unos malos tratos siem­pre han de ser sobrevenidos porque an­tes del matrimonio no hay cónyuge; al igual que se producen otros posibles y distintos exponentes de nulidad, el brote indicador de un estado latente de esqui­zofrenia o unos celos reflejo de subyacen­tes carencias psíquicas o una cirrosis re­veladora de un viejo alcoholismo, sin que nada de eso haya de ser tenido como causa directa de la nulidad.

            No serían los «malos tratos» del cónyu­ge los causantes directos de la nulidad del matrimonio; lo serían mejor los fon­dos anómalos que revelan personalida­des: psicopática, disocial, narcisista o de cualquier otro modo gravemente altera­das; la madre de la nulidad sería la impo­sibilidad de convivir, pero en el caso con los «malos tratos» en portavoces de la misma.

          Resumiendo: ¿los malos tratos en el matrimonio son, pueden ser, cabe que se admitan como base y razón de una nuli­dad conyugal?

             La contestación puede ser si o no; si o no con tal de que se expliquen los dos tér­minos de la alternativa.

            Los malos tratos pueden no ser base de nulidad cuando no sean, por su leve­dad, otra cosa que reflejo de un mal ins­tante u ocasional mal humor sin trascen­dencia, los que nada serio representan más allá de las escaramuzas naturales y propias de toda convivencia humana en libertad.

            Pero si los malos tratos sobrepasaran esa barrera de lo natural, en conviven­cia con personas libres y se hicieran ex­presión de una condición anómala o «ba­jo mínimos» en dignidad, o sádica, o degenerada u otra "cosa, lo normal es que apunten raíces de nulidad, que salen al exterior por estas expresiones de los ma­los tratos. En todo caso, las pruebas da­rían el veredicto.

            Ese punto final del título, las «otras co­sas», se refieren a la intoxicación y a las ligerezas -aunque se presuma buena fe- que se producen cuando a la Iglesia, o a otra persona o Institución, se la pone a los pies de los caballos sin tomarse la molestia de comprobar la verdad de las imputaciones.

           Estas «otras cosas» son las que están causando estragos en esa misma digni­dad, que con tanto ahínco se dice defen­der.

           Hay un lema del periodismo amarillo según el cual los fueros de la verdad no merecen la pérdida de una gran noticia. Si la claridad es una urgencia ética (J. A. Marina, El vuelo de la inteligencia) y a la claridad se llega por la verdad y las realidades no cambian porque las cosas se piensen aviesamente o con pulcritud, no parece ni justo ni ético el axioma en “cuestión”.

Para El Bierzo y San Facundo, 27  de junio de 2019.

      ++++++++++++++++

[1] Cfr.  Luys Santa Marina,  Italia mi ventura.   Colección Vidas y Memorias,   Barcelona s/a.

[3] Recuerdo, al respecto de la “Madre Naturaleza” y sus condiciones  de radical base de “lo humano cabal”,  las primeras palabras del Testamento literario de Palacio Valdés,  en lo que tienen de recurso a la naturaleza y a la vocación para no errar los caminos: “El más alto interés de la vida es saber para qué hemos sido llamados,  el porqué de nuestra existencia.  EL engaño en este punto es fatal  pues de él dependen nuestra dicha y los destinos del mundo.   Son muchos los hombres que se equivocan, que se obstinan, aunque a todos nos habla al oìdo la sabia Naturaleza.    Pero esta voz es tan baja en ocasiones que no la percibimos. Mejor nos sería estarnos quietos, no introducir en la vida nuestras parcialidades y apetitos y esperar que una ola benéfica nos empuje a puerto seguro.   Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se somete al instinto de su caballo” (cfr.  Testamento lliterario, Obras Completas, Aguilar Madrid, 1945, t. II, p. 1281).   Es un canto a una naturaleza que no se contamina con falsas culturas de olvido de lo radical y fijo.   Parece una profecía para tiempos ahora mismo en curso. Un  canto a lo radical y fijo. Y casi lo mismo pero con otras palabras y frases,  lo veo apuntado -y muy a la vista de lAs necesidades y las carencias de hoy- en estas frases del Ortega y Gasset de las primeras ideas y páginas de El Espectador, cuando pone ante ojos este punzante alegato. “La pasada centuria se has afanado harto exclusivamente en allegar instrumentos: ha sido una cultura de medios.  La guerra ha sorprendido a los europeos sin ideas claras sobre las cuestiones últimas,  aquellas que sólo puede aclarar un pensamiento puro e inútil.   Nada más natural que, reaccionando contra ese exclusivismo, postulemos ahora, frente a una cultura de medios, una cultura de postrimeríaso de fines” (Obras Completas, Alianza edit. Madrid, 1998, t. II, Perspectiva y verdad,  pp.  15-16)

[4] Miguel Delibes,  en un libro que bien puede llamarse “diario de un pescador” y que él titula –dando sus razones-  Mis amigas las truchas (edics. Destino Barcelona, 1978)  mantiene con total seriedad que “la pesca de la trucha”  es –para él- “un  arte complejo y apasionante”  (pag. 8).

[5] Al decir “en aquella época”, piensa el autor en siglos atrás,  cuando el deporte iba entreverado con las ocupaciones y el “pescar” no era el idealismo del ocio, sino  un modo como otro cualquiera de subvenir a una necesidad.   No era siquiera vivir, sino más bien sobrevivir.   Así lo deduzco de la lectura –interesante y sugestiva sin duda de esa parte IIª  de su citado libro, que titula El manuscrito de Astorga y el Camino de Santiago (pags, 121-152).  Creo, por experiencias vividas,  que no es menester remontarse a las raíces para comprobar tan  inexpugnable realidad.  Nuestro “pasar el rato” pescando  tenía para nosotros bastante menos de diversión (no hablemos de deporte) que de ocupación, aunque fuera de niño con tendencia a ser rentable.   Porque, si no lo era, se dejaba de lado sin más.

[6] No hace mucho, un partido político español –el Podemos de hace algunos años- presentçó en el Congreso una proposición  no de ley dirigida a que, por ley, se prohibiera “cortar el rabo –y creo que también las orejas- a los perros”. Me imagino que por razones humanitarias sería.   Recuerdo que aquello me sorprendió y pregunté sobre ello a un cazador de Horta y a un pastor de Los Ancares. Y tras hablar con ellos y escucharles, llegué a la conclusión de que –de malignidad contra los animales nada sino todo lo contrario; se les cortaba el rabo al ,perro de cada para que no se enredara en los zarzales y se les cortaban las orejas a los perros del ganado porque las orejas y el rabo eran puntos débiles del animal frente a los ataques de los lobos. Escribí un ensayo riéndome de la estulticia culturalista, que no cultural, de los proponentes. Creo que de aquella proposición nunca más se supo. No me extraña, como no me extrañan tantos otros “ideones” en tantas otras cosas.

[7] Nota breve con ideas de la obra de Roger Pol Droit. Ver y tomar ideas de mis cuadernos de apuntes y notas diarias.

[8] Ver como Anexo el artículo por mí publicado en el, diario ABC el año 2002.

[9] Bravo y elegante animal que es la “fario” en su rupestre hábitat. Como vivencia personal lo cuento.  Cada año, al comenzar la pesca, a la primera trucha que prendo y cobro le doy un beso. Un beso –especialmente- de gratitud. Un beso que en nada obsta ni a la servidumbre de los animales respeto de la persona humana, ni al respeto que se les debe si no se quiere engrosar la lista de los maltratadotes o caer en psicópata redomado.   Que el amor a los animales es cosa bien distinta de rehusar comer un filete y calificar de  barbarie al capricho de vestirse un chaquetón de piel o adornar el cuello con una bufanda de armiño. Como bien se observa, también en esto, andan sueltos otra vez los extremos jugando malas pasadas al clásico aristotèlico de que “en el medio” están la verdad y la virtud,  que para los efectos en que nos vemos  vienen a ser lo mismo ambas cosas.

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