Mi frase del día: Exilio en nombre y en busca de algo
Cuando hace unos días saltaba la noticia del fallecimiento en Marrakech –lugar de su residencia los últimos años- del pensador y escritor Juan Goytisolo, Premio Cervantes 2014, cervantista notable y notorio. Por su voluntad –no quería ni volverse a España ni ser enterrado en un cementerio cristiano (tal vez le doliera España y estuviera resentido del Cristianismo)-, fue enterrado en el cementerio civil de Larache, cerca de la tumba, en el mismo cementerio, de su admirado maestro Jean Genet.
Aseguro que, al enterarme de su muerte, recé a Dios por él y, al ver por la tele la llegada de sus restos a la tumba, le deseé el descanso eterno en el que yo creo.
Como no es cosa de entrar en su vida y sus razones, ni de glosar siquiera su extensa, variada y rica obra literaria (la concesión del Premio Cervantes exime por sí sola de panegíricos literarios), sólo quiero hacer –por tratarse de un hombre diferente, de los que Galdós y su Patricio Sarmiento llamarían “hechos a medida y no fabricados en serie”, dos o tres realces para ejemplo de los que –respetando sus personales opciones, hijas de su libertad y responsabilidad- aspiran a elevarse sobre particularismos y banderías partidistas.
Fueron su vida e historia las de un hombre de exilios voluntarios. Buscó el “exilio” para ganar libertad y liberarse de resentimientos esterilizantes. No le obligaron a exiliarse. Se propuso a si mismo el exilio en 1956 y ya nunca retornó de sus pasos. Siempre a la busca de algo o de alguien. Hasta es posible que, al ir corriendo sus personales caminos de vida humana, ni él mismo supiera bien lo que buscaba; pero seguía buscando.
Ante la tumba en el cementerio de Larache, Alin Shulman, la que fuera traductora de sus libros al francés durante 50 años, dijo de él que Juan –el “Juan sin tierra” de una de sus obras- se fue haciendo más humano a medida que iba soñando y abriendo caminas de vida: menos ácido y hermético, más próximo, menos polémico, más comprensivo y abierto.
Eran notorias en él dos actitudes: la de su interés por las que se llaman “causas perdidas”, esas por las que nadie se pelea porque no se gana “un duro”; y la similar de subirse siempre al carro de los vencidos y no al de los vencedores.
Fue –como es normal en la psicología del exiliado voluntario- un eterno amante de la libertad. Se dice que era fervoroso de las cigüeñas y, de hecho, una vez recogió en su casa de Marrakech una cigüeña que no podía volar, que acogió y cuidó hasta recuperarla del todo. Un amigo francés sabedor de su amor a estos animales le sugirió que le cortara las plumas del pecho y de este modo ya nunca podría volar y se quedaría con él para siempre; a lo que él le contestó: “No, Monsieur, no quiero presos polìticos en casa”.
Siempre el mismo y nunca lo mismo. Vivió su vida haciendo los honores a esa verdad humana de verse inacabado, de sentir la vida de forma permanentemente provisional, inacabada siempre y siempre en perspectiva dinámica de cambio y reforma
Tal vez por esa entrañable condición “futuriza”, en su creación literaria fue pasando de sus primeros escritos y obras afectas al llamado “realismo social” a otra cada vez más cosmopolita y abierta a todo lo humano, de ruptura con las piedras del camino y búsqueda de otras pìedras más allá, en las que tropezar tal vez para de nuevo dejarlas atrás y seguir buscando. Siempre fue un disidente, un renegado sistemático de todo culto a “lo establecido”. Hasta consigo mismo era disidente. En esto era distinto del Machado y su “en paz con todos y en guerra conmigo mismo”. Pudiera ser llamado “hombre de armas tomar” en defen saa de su castillo interior y de preciada libertad.
Su “yo” era un perenne caminar entrre las circunstancias, sin desdeñarlas nunca pero sin dejarse manejar más de la cuenta por ellas. Por eso, nunca llegó a ser ni piedra ni monolito, sino un artista del “semper reformandum”. Por eso, sin renunciar a ser “el mismo” de siempre, nunca se resignó a ser “lo mismo” de siempre
¿Mi frase del día? La que sobre Juan Goytisolo pronunció a la vera de su tumba la citada traductora al francés de sus libros, con verso-epigrama de García Lorca: “Tardará mucho tiempo en nacer un español tan claro y tan rico en aventuras”.
Ante el misterio que es cada hombre, sólo cabe inclinarse con respeto y desearle que su ansiosa busca de algo o de alguien haya obtenido las culminación de sus ansias.
Aseguro que, al enterarme de su muerte, recé a Dios por él y, al ver por la tele la llegada de sus restos a la tumba, le deseé el descanso eterno en el que yo creo.
Como no es cosa de entrar en su vida y sus razones, ni de glosar siquiera su extensa, variada y rica obra literaria (la concesión del Premio Cervantes exime por sí sola de panegíricos literarios), sólo quiero hacer –por tratarse de un hombre diferente, de los que Galdós y su Patricio Sarmiento llamarían “hechos a medida y no fabricados en serie”, dos o tres realces para ejemplo de los que –respetando sus personales opciones, hijas de su libertad y responsabilidad- aspiran a elevarse sobre particularismos y banderías partidistas.
Fueron su vida e historia las de un hombre de exilios voluntarios. Buscó el “exilio” para ganar libertad y liberarse de resentimientos esterilizantes. No le obligaron a exiliarse. Se propuso a si mismo el exilio en 1956 y ya nunca retornó de sus pasos. Siempre a la busca de algo o de alguien. Hasta es posible que, al ir corriendo sus personales caminos de vida humana, ni él mismo supiera bien lo que buscaba; pero seguía buscando.
Ante la tumba en el cementerio de Larache, Alin Shulman, la que fuera traductora de sus libros al francés durante 50 años, dijo de él que Juan –el “Juan sin tierra” de una de sus obras- se fue haciendo más humano a medida que iba soñando y abriendo caminas de vida: menos ácido y hermético, más próximo, menos polémico, más comprensivo y abierto.
Eran notorias en él dos actitudes: la de su interés por las que se llaman “causas perdidas”, esas por las que nadie se pelea porque no se gana “un duro”; y la similar de subirse siempre al carro de los vencidos y no al de los vencedores.
Fue –como es normal en la psicología del exiliado voluntario- un eterno amante de la libertad. Se dice que era fervoroso de las cigüeñas y, de hecho, una vez recogió en su casa de Marrakech una cigüeña que no podía volar, que acogió y cuidó hasta recuperarla del todo. Un amigo francés sabedor de su amor a estos animales le sugirió que le cortara las plumas del pecho y de este modo ya nunca podría volar y se quedaría con él para siempre; a lo que él le contestó: “No, Monsieur, no quiero presos polìticos en casa”.
Siempre el mismo y nunca lo mismo. Vivió su vida haciendo los honores a esa verdad humana de verse inacabado, de sentir la vida de forma permanentemente provisional, inacabada siempre y siempre en perspectiva dinámica de cambio y reforma
Tal vez por esa entrañable condición “futuriza”, en su creación literaria fue pasando de sus primeros escritos y obras afectas al llamado “realismo social” a otra cada vez más cosmopolita y abierta a todo lo humano, de ruptura con las piedras del camino y búsqueda de otras pìedras más allá, en las que tropezar tal vez para de nuevo dejarlas atrás y seguir buscando. Siempre fue un disidente, un renegado sistemático de todo culto a “lo establecido”. Hasta consigo mismo era disidente. En esto era distinto del Machado y su “en paz con todos y en guerra conmigo mismo”. Pudiera ser llamado “hombre de armas tomar” en defen saa de su castillo interior y de preciada libertad.
Su “yo” era un perenne caminar entrre las circunstancias, sin desdeñarlas nunca pero sin dejarse manejar más de la cuenta por ellas. Por eso, nunca llegó a ser ni piedra ni monolito, sino un artista del “semper reformandum”. Por eso, sin renunciar a ser “el mismo” de siempre, nunca se resignó a ser “lo mismo” de siempre
¿Mi frase del día? La que sobre Juan Goytisolo pronunció a la vera de su tumba la citada traductora al francés de sus libros, con verso-epigrama de García Lorca: “Tardará mucho tiempo en nacer un español tan claro y tan rico en aventuras”.
Ante el misterio que es cada hombre, sólo cabe inclinarse con respeto y desearle que su ansiosa busca de algo o de alguien haya obtenido las culminación de sus ansias.