Mi frase del día. No me lo puedo creer…
Hay cosas tan impropias y faltas de lógica que cualquiera se resiste a creerlas y siempre queda la duda de si serán o no verdad. En esa duda ante la experiencia de hoy, pido anticipadas disculpas. Si un hombre, tocado por la luz del sol, va mostrando sombras a su paso, nada humano se podrá calificar de acabado y perfecto al cien por cien. Hasta el más consumado artista o la ciencia de más renombre tienen sus límites y la fascinante sonrisa de la “Gioconda” lleva poso de tan misteriosos enigmas que tal vez ni el propio Leonardo fuera capaz de descifrar. Por eso, quien se rasga del todo las vestiduras por defectos o errores humanos, olvidando lo bueno que tras ellos puede o ha podido haber, no es del todo justo, a pesar de que todas las sombras sean el negativo de la luz.
Ayer, una profesora de Derecho me habló del caso de una pareja joven, él bautizado católico y ella sin bautizar y de familia protestante, que deseaban casarse por la Iglesia. El párroco les dirigió al Obispado para exponer el caso y recibir la pertinente información y solución. Tras las consultas, cartas, etc., al parecer, se hallaban confusos, desorientados ante la gestión de su asunto y, por supuesto, preocupados. Querían, a la vez que la dispensa del impedimento, dispensa también de la forma canónica por las reservas de la familia protestante de la mujer. Me pidió consejo la profesora y, ante la situación de “impasse” y preocupación de los interesados, le sugerí que hablaran directamente con el obispo o su vicario general a fin de que –saltándose burocracias no siempre acordes ni con la ley ni, menos aún, con su espíritu- les expusieran lealmente sus deseos y recibieran de ellos las soluciones que procedieran. Le pareció bien y me dijo que se lo aconsejaría.
A media mañana de hoy, contacta de nuevo conmigo la profesora para contarme que había ido el interesado a la Curia diocesana y, sin permitirle pasar de la conserjería, se le indicó que la única forma posible de solicitar audiencia al obispo o a su vicario general era el Internet. Ante la pertinacia del conserje, el joven –tras nuevo consejo de la profesora de que insistiera en que le permitieran al menos hablar con el secretario de alguno de los dos y sin obtener otra salida a la petición que la del Internet- se volvió a su trabajo, del que había salido para realizar esa sencilla –en apariencia- gestión.
Yo no sé del asunto más que lo antes relatado y el acento lo pongo sólo en lo del Internet, único medio –al parecer- para que un fiel cristiano –desengañado de las burocracias usuales, hasta en la Iglesia- pueda hablar directamente con su obispo o su vicario más directo para exponerle su problema y recibir de él o la solución si fuera posible o, en todo caso, sus apoyos de pastor.
Como refiero al comienzo, no me lo podía creer y, aún ahora, tras reflexionar un rato sobre ello, sigo sin podérmelo creer. ¿Por qué? Sencillamente, porque no encaja en mis esquemas mentales sobre el ser y el estar ahora mismo de la Iglesia de Cristo en el mundo.
Que se vaya a la ventanilla de una oficina pública y le den a uno con la puerta en las narices es tan viejo y fastidioso como lo era cuando, en pleno s. XIX, Larra dio a la luz aquel genial y sedicioso relato del “Vuelva usted mañana”.
Que, por alambicadas excusas de mayores rapidez o efectividad, se escamoteen explicaciones y justificaciones de actos que la gente del pueblo, aún ahora, dista mucho de entender bien y sustanciosamente, podrá explicarse mal que bien por lo del “progreso” o por mejor rendimiento.
Pero en la Iglesia –cuya naturaleza y fin tanto distan de las ventanillas de una oficina funcionarial o del último grito en “redes” y virtuales utillajes-… Realmente no me lo puedo creer. Y menos aún me lo puedo creer después de oír, una y otra vez y no hace tanto, al papa Francisco recriminar con toda su alma que los pastores en la Iglesia se tengan o sean vistos más en línea de funcionarios o burócratas que de servidores asiduos e inmediatos del pueblo fiel.
Y no es anticlericalismo o vanguardismo irrespetuoso ni con la Iglesia ni con nadie decir en alta voz que, incluso en la Iglesia con rostro y hechuras ya de postconcilio y estilo del papa Francisco, aún se ven o se dan hechos y cosas que uno –quienquiera que sea- no se las puede creer…
¿Era o fue anticlerical e irrespetuoso con la Iglesia y con sus autoridades el gran teólogo de Trento, el dominico Melchor Cano, cuando –al estar diciendo las verdades- fue interrumpido por un padre conciliar que, jugando con su apellido –“canis” en latín es “perro”-, le espetó lo de “Tace, cane”-Cállate, perro!-, a lo que él, impasible al insulto, respondió, con otro juego de ironías analógicas: “Cum pastores dormiunt, canes latrare debent”, que quiere decir que “Cuando los pastores del rebaño duermen o descansan, los perros han de estar alerta y ladrar”?. ¿Es que no se puede ver, bajo la réplica del teólogo a la soflama del jerarca, un precioso y lejano apunte de teología del laicado?
Y no es que deje de pensar o ver en los fallos humanos cuerpos extraños en la Iglesia de Cristo. Sería, como digo, injusto no admitir fallos cuando se trata de lo humano, que, aunque sea eclesial, no deja de ser humano. Son cuerpos extraños, nada lógicos ni debidos; pero comprensibles por la humana condición de los “hombres de Iglesia”. Y sin embargo, a pesar de eso, hay cosas que no se las puede uno creer. Y, a pesar de eso también o tal vez por eso, sigo amando a la Iglesia y creyendo en ella. Y no pienso que sea penuria mental, sino realismo al más puro estilo humano. Ya sé que algunos no lo entienden así. Yo, sí!
Ayer, una profesora de Derecho me habló del caso de una pareja joven, él bautizado católico y ella sin bautizar y de familia protestante, que deseaban casarse por la Iglesia. El párroco les dirigió al Obispado para exponer el caso y recibir la pertinente información y solución. Tras las consultas, cartas, etc., al parecer, se hallaban confusos, desorientados ante la gestión de su asunto y, por supuesto, preocupados. Querían, a la vez que la dispensa del impedimento, dispensa también de la forma canónica por las reservas de la familia protestante de la mujer. Me pidió consejo la profesora y, ante la situación de “impasse” y preocupación de los interesados, le sugerí que hablaran directamente con el obispo o su vicario general a fin de que –saltándose burocracias no siempre acordes ni con la ley ni, menos aún, con su espíritu- les expusieran lealmente sus deseos y recibieran de ellos las soluciones que procedieran. Le pareció bien y me dijo que se lo aconsejaría.
A media mañana de hoy, contacta de nuevo conmigo la profesora para contarme que había ido el interesado a la Curia diocesana y, sin permitirle pasar de la conserjería, se le indicó que la única forma posible de solicitar audiencia al obispo o a su vicario general era el Internet. Ante la pertinacia del conserje, el joven –tras nuevo consejo de la profesora de que insistiera en que le permitieran al menos hablar con el secretario de alguno de los dos y sin obtener otra salida a la petición que la del Internet- se volvió a su trabajo, del que había salido para realizar esa sencilla –en apariencia- gestión.
Yo no sé del asunto más que lo antes relatado y el acento lo pongo sólo en lo del Internet, único medio –al parecer- para que un fiel cristiano –desengañado de las burocracias usuales, hasta en la Iglesia- pueda hablar directamente con su obispo o su vicario más directo para exponerle su problema y recibir de él o la solución si fuera posible o, en todo caso, sus apoyos de pastor.
Como refiero al comienzo, no me lo podía creer y, aún ahora, tras reflexionar un rato sobre ello, sigo sin podérmelo creer. ¿Por qué? Sencillamente, porque no encaja en mis esquemas mentales sobre el ser y el estar ahora mismo de la Iglesia de Cristo en el mundo.
Que se vaya a la ventanilla de una oficina pública y le den a uno con la puerta en las narices es tan viejo y fastidioso como lo era cuando, en pleno s. XIX, Larra dio a la luz aquel genial y sedicioso relato del “Vuelva usted mañana”.
Que, por alambicadas excusas de mayores rapidez o efectividad, se escamoteen explicaciones y justificaciones de actos que la gente del pueblo, aún ahora, dista mucho de entender bien y sustanciosamente, podrá explicarse mal que bien por lo del “progreso” o por mejor rendimiento.
Pero en la Iglesia –cuya naturaleza y fin tanto distan de las ventanillas de una oficina funcionarial o del último grito en “redes” y virtuales utillajes-… Realmente no me lo puedo creer. Y menos aún me lo puedo creer después de oír, una y otra vez y no hace tanto, al papa Francisco recriminar con toda su alma que los pastores en la Iglesia se tengan o sean vistos más en línea de funcionarios o burócratas que de servidores asiduos e inmediatos del pueblo fiel.
Y no es anticlericalismo o vanguardismo irrespetuoso ni con la Iglesia ni con nadie decir en alta voz que, incluso en la Iglesia con rostro y hechuras ya de postconcilio y estilo del papa Francisco, aún se ven o se dan hechos y cosas que uno –quienquiera que sea- no se las puede creer…
¿Era o fue anticlerical e irrespetuoso con la Iglesia y con sus autoridades el gran teólogo de Trento, el dominico Melchor Cano, cuando –al estar diciendo las verdades- fue interrumpido por un padre conciliar que, jugando con su apellido –“canis” en latín es “perro”-, le espetó lo de “Tace, cane”-Cállate, perro!-, a lo que él, impasible al insulto, respondió, con otro juego de ironías analógicas: “Cum pastores dormiunt, canes latrare debent”, que quiere decir que “Cuando los pastores del rebaño duermen o descansan, los perros han de estar alerta y ladrar”?. ¿Es que no se puede ver, bajo la réplica del teólogo a la soflama del jerarca, un precioso y lejano apunte de teología del laicado?
Y no es que deje de pensar o ver en los fallos humanos cuerpos extraños en la Iglesia de Cristo. Sería, como digo, injusto no admitir fallos cuando se trata de lo humano, que, aunque sea eclesial, no deja de ser humano. Son cuerpos extraños, nada lógicos ni debidos; pero comprensibles por la humana condición de los “hombres de Iglesia”. Y sin embargo, a pesar de eso, hay cosas que no se las puede uno creer. Y, a pesar de eso también o tal vez por eso, sigo amando a la Iglesia y creyendo en ella. Y no pienso que sea penuria mental, sino realismo al más puro estilo humano. Ya sé que algunos no lo entienden así. Yo, sí!