Mundo oculto y oscura realidad: Paul Schrader

Hay un mundo oculto en torno nuestro, del que no siempre somos conscientes. Aquellos que hemos tenido una educación protegida, podemos llegar a pensar que la vida es ese lugar seguro que nuestros padres nos dieron, libre de las amenazas de ahí fuera. Al llegar a la adolescencia, uno siente esa extraña sensación de atracción y rechazo ante la oscura realidad que nos rodea. De ello trata el cine de Paul Schrader, recientemente galardonado con la Espiga de Oro de Honor en la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

Este director y guionista se crió en una estricta familia cristiana de Grand Rapids, al este del lago Michigan, donde predominan los apellidos holandeses y la herencia del calvinismo. En su iglesia no estaba bien visto ir al cine. Así que Paul no vio una película hasta que tenía diecisiete años. Era “Un sabio en las nubes” de Disney, que se proyectaba en una sala del centro de la ciudad a principios de los sesenta. “Quedó enormemente decepcionado”...

“Cuando era pequeño, quería ser predicador”, dice en una entrevista que acaba de dar a la revista Film Comment. En su casa de lo que se hablaba era de teología, como vemos en la película “Hardcore” (1979) –que acaba de aparecer por fin en DVD–, donde el hermano y el padre del personaje que interpreta George Scott están discutiendo sobre “el pecado imperdonable”. Es Navidad. La familia está reunida. Se cantan himnos y se ora reverentemente en la mesa.

En la iglesia, vemos luego al pastor explicando la primera pregunta del Catecismo de Heidelberg: “¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte? Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo, que me libro de todo el poder del diablo, satisfaciendo enteramente con su preciosa sangre por todos mis pecados, y me guarda de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caer, antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación.”

DOS SEMINARISTAS

Tanto Schrader, como su futuro colaborador, Martin Scorsese, estudiaron teología. Sólo que el director italo-americano era católico y fue al seminario menor de Nueva York –que está junto a la catedral del Upper West Side–, mientras que el protestante Paul estudió en el Calvin College de Grand Rapids. Juntos harían algunas de las películas que revolucionarían el cine de los años setenta, llenas de culpa y cargadas de violencia, como “Taxi Driver” o “Toro salvaje”.

El padre de Paul era de origen alemán, pero se introdujo en esta comunidad reformada holandesa al casarse con una mujer de origen frisón. Eran granjeros, aunque su padre tenía una fábrica, como el protagonista de “Hardcore”. La vida de la familia en que nació el cineasta en 1948, giraba en torno a la iglesia. “Toda la educación secundaria, no tuve nunca realmente contacto con personas de fuera de la iglesia”, dice en su libro de entrevistas, “Schrader sobre Schrader”.

En su casa se leía todos los días la Biblia, consecutivamente. “Una de las razones de mi interés por ser misionero, es que mi nombre viene de los personajes bíblicos favoritos de mi madre, Pablo y José”. Recuerda cómo “durante los largos y aburridos cultos de la iglesia, solía sentarme y leer en la Biblia sobre ellos, porque eran fascinantes”. En su última entrevista, reconoce que “dejó atrás la iglesia, pero no la necesidad de hacer proselitismo”. La Iglesia Cristiana Reformada era una denominación bastante evangélica, ya que equilibraba su énfasis en la soberanía de Dios con la libre oferta del Evangelio, habiendo rechazado el hiper-calvinismo en los años veinte.

ATORMENTADA LUCHA

El libro que ha publicado ahora la SEMINCI, está coordinado por Carlos Losilla, que había preparado ya antes otro volumen para la Filmoteca de la Generalitat Valenciana –en relación con el ciclo que le dedicó el Festival de Gijón en 1995–, con el significativo título de “El tormento y el éxtasis”. En él aparecen extractos de su obra, “Schrader sobre Schrader”. Paul descubre que en el momento en que alguien le dice, “no hagas esto”, piensa inmediatamente: “bueno, ¿por qué no?, ¿qué pasaría si lo hago?, ¿sería interesante hacerlo?”…

Schrader se rebelaba ante todo. Convirtió el periódico de la universidad en un medio subversivo y fue expulsado de él, así como de todos los empleos que tuvo, a excepción de la empresa de su padre –a quien intenta comprender en “Hardcore”–. Siguió a su hermano Leonard a California, donde estudia cine y hace una tesis en 1972 sobre “el estilo trascendental de Ozu, Bresson y Dreyer“(publicada en Madrid por JC en 1999). Apoyado por la crítica Pauline Kael trabaja para el Instituto Americano del Cine y hace el guión con su hermano de la película “Yakuza”.

En 1973 Paul se encuentra totalmente solo. Ha roto con su mujer y con la chica por la que la dejó. No tiene trabajo y vive en un coche. Está lleno de pensamientos suicidas. Bebe mucho, para apaciguar los fuertes dolores de lo que resultó ser una úlcera. Su obsesión por la violencia y la pornografía nos desvela que no sólo es el personaje que escribe para Robert De Niro en “Taxi Driver”, sino también la hija que busca el padre de “Hardcore”, que va a una convención de jóvenes calvinistas y desaparece, para dedicarse al porno.

SENTIDO DE PECADO
Como dice el fallecido crítico de Chicago, Roger Ebert, “si una cosa tienen sus películas en común, es un sentido muy fuerte y evidente de pecado“.Hasta su último trabajo con Lindsay Lohan y el actor pornográfico James Deen, “Los cañones” –que se acaba de presentar en Valladolid–, es una visión desoladora del vacío moral de la humanidad. “Supongo que cualquier persona que haya tenido una educación profundamente cristiana como yo –dice Schrader–, estará interesada en la culpa, la redención y las metáforas de la salvación”.



“Y usted, ¿a qué iglesia pertenece?”, le pregunta la prostituta Niki al padre de “Hardcore”. “Es una denominación reformada holandesa, que cree en el Tulipán”, contesta George Scott. “Y ¿de qué va ese rollo?”. El personaje le explica que “es un acrónimo que viene de los Cánones de Dordt, donde cada letra representa una creencia diferente”. Ante su insistencia, el hombre desarrolla los cinco puntos del calvinismo, empezando por el primero: “La T representa la depravación total, por la que todo hombre, a causa del pecado original, es completamente malo e incapaz de hacer el bien”. Por lo que confiesa con Isaías 64:6: “todas mis obras son como trapos sucios a los ojos del Señor”.

Semejante diálogo en el aeropuerto de Las Vegas, nos muestra hasta qué punto la obra de Schrader es incomprensible sin su educación cristiana. Lo sorprendente es que esta prostituta, que se declara “venusiana”, es mucho más noble en su afecto y generosidad que este aparentemente intachable cristiano. La hipocresía y la falsedad de cierta moral puritana es aquí puesta en evidencia, al mismo tiempo que la inhumanidad de este mundo sórdido, envuelto en luces de neón, que supone un auténtico descenso a los infiernos. Muchos, por eso, calificaron el film de reaccionario.

UN BUSCADOR
Esta película, como todo el cine de Schrader, parte de la obsesión del Nuevo Hollywood de los setenta por el clásico de John Ford, “Centauros del desierto” –que se llama originalmente en inglés, Los buscadores, o rastreadores–. Considerado por muchos como el mejor “western” de la Historia del cine, está basada en una novela de un autor de relatos del Oeste llamado Alan Le May –que acaba de publicar Valdemar en castellano–. Se inspiró en una historia real, la de Cynthia Ann Parker en 1836, que fue llevada por los comanches a los nueve años, tras masacrar a su familia.

Este episodio ha inspirado no solamente “Taxi Driver” de Scorsese, o “Hardcore” de Schrader, sino también la primera entrega de Lucas de “Star Wars”, “Encuentros en la tercera fase” o “Tiburón” de Spielberg, así como “El Padrino” o “Apocalypse Now” de Coppola. La búsqueda consumidora de John Wayne nos muestra a un hombre errante y solitario, condenado a vagar eternamente. Es un relato sombrío y melancólico de dimensiones épicas, que nos muestra al héroe “fordiano”, por un lado duro y noble, pero al mismo tiempo neurótico y racista.

Cuando Schrader rodó las primeras escenas de “Hardcore”, llevaba el título provisional de “Peregrino”. Como todas las grandes narraciones, es la historia de un viaje, que tenemos que relacionar con la vida misma. Así también describe el guionista “Taxi Driver”: “La soledad y la paranoia de Travis no tienen un origen social, son puramente existenciales”. Estaba leyendo entonces “La nausea” de Sartre. Es por eso, que sus películas son muy duras. El desenlace del guión de “Hardore” era, de hecho, otro. No acababa con el final feliz que ahora tiene, sino con un accidente absurdo.

MIRADA AFLIGIDA

La mejor película de Schrader, para muchos, es “Aflicción” (1997), por la que ganó un Oscar, como actor secundario, James Coburn. Tiene “el estilo de Bergman”, dice él, refiriéndose al famoso director sueco, hijo de un pastor luterano. Parece que está inspirada por “Los comulgantes” (Luz de invierno, 1962), cuya nieve rodea ambas películas. Las dos son historias de una frialdad cruel, en las que el silencio de Dios destaca sobre la tragedia de una humanidad desesperada.

Si el protagonista de Bergman es un pastor que ha perdido la fe, incapaz de comprometerse con la mujer que le ama, el de Schrader es un policía divorciado que ahuyenta a su compañera, a pesar de sus sueños de rehacer su vida con ella, consiguiendo la custodia de su hija. Ambos viven angustiados bajo el peso de la culpa, en medio de una realidad violenta, carente de toda esperanza.

La gracia se expresa en muchas películas suyas como el amor de una mujer. Así en “American Gigolo” (1979), es ella quien sacrifica su posición social por alguien incapaz de expresar amor. En “Posibilidad de escape” (1992), es también una mujer la que ofrece refugio maternal al traficante de droga. Como en la película de Bergman, no es alguien creyente. Si la hermana del protagonista de “Aflicción”, “acepta a Cristo como su Salvador personal”, juntamente con su marido, lo hace “para librarse de la obesidad”, dice su hermano, como narrador de la película. La redención está fuera de la iglesia.

¿HAY EXPIACIÓN POSIBLE?
Otra de sus colaboraciones más conocidas con Scorsese es “Toro Salvaje” (1980), que narra el proceso de autodestrucción de un boxeador. El film se cierra con la cita final del ciego de nacimiento curado por Jesús, que dice que lo único que sabe es que ahora puede ver. Esta no es, sin embargo, para Schrader “la salvación por gracia”, ya que dice que fue Scorsese el que incluyó estas palabras del Evangelio de Juan al final de la obra. “No tengo ni idea de lo que hacen ahí, y cuando las vi me quedé absolutamente estupefacto, dice Schrader, “pues creo que al final La Motta (el personaje protagonista) está tan ciego como al principio”.

Aunque su más extraña colaboración es, sin duda, “La última tentación de Cristo” (1988), basada en la novela del griego Nikos Kazantzakis, que le llevó a ser expulsado de la Iglesia Ortodoxa en 1955. “En la película –dice Schrader– se puede ver claramente la progresión desde la ortodoxia griega hasta el catolicismo romano, pasando por el calvinismo holandés”. Para él, “esta visión de la teología cristiana es uno de los elementos más interesantes del film, pero al final de la película es una especie de triunfo del superhombre nietzcheano”.

Para el guionista, “La última tentación” no es una película religiosa o trascendental”, sino más bien “psicológica, acerca de los tormentos interiores de la vida espiritual”. Y así es el libro. Por lo que es un guión muy fiel a la novela – ¡que no al Evangelio! –, excepto en la escena en la que Cristo se arranca el corazón, que es idea suya. Lo que recuerda por cierto al emblema de Calvino, el corazón en la mano, que utiliza también la Universidad donde estudió Schrader. Pero ¿quién es Jesús para él?

La pregunta, para Schrader, es siempre: “¿cómo conseguimos expiar nuestras culpas?”. Y su formación en la ortodoxia protestante le hace contestar sin lugar a dudas: “sangre debe ser derramada para expiar los pecados, sea la nuestra o la de quien nos represente, como Jesucristo”. El problema es que para sus personajes atormentados la salvación se convierte a menudo en una especie de auto-redención. Se busca la expiación de la culpa por medio de una violencia que no es nada divina, sino profundamente humana. En “Aflicción” esta agresividad es resultado de un pecado original, claramente manifiesto en tres generaciones diferentes.

GRACIA IRRESISTIBLE
El cine de Schrader nos presenta la “depravación total del hombre”, pero ¿dónde esta esa “gracia irresistible”, de la que habla también Calvino? Todos conocemos la terrible sensación de desesperanza que produce el pecado. Sabemos que la fuerza para acabar con su poder no está en nosotros mismos. Si nos damos cuenta, cuando analizamos nuestra vida, observamos que hay algo torcido en nuestro interior. No solamente no hacemos lo que debemos hacer, sino que como el boxeador de “Toro salvaje”, no vemos, ni entendemos, lo que significa la vida misma.

Al hablar de la gracia, se suele citar el poema de Francis Thompson, “El sabueso del Cielo”. Lo que muchos no saben es que era católico, no protestante. Thompson nació de una familia de conversos ingleses al catolicismo-romano en el siglo XIX. Le enviaron incluso a un seminario, para ser cura, pero lo abandonó por falta de vocación. Su padre intentó luego que fuera médico, pero fracasó en sus estudios, haciéndose adicto al opio, tras enfrentarse con su padre. En su desesperación, Thompson empieza a pensar en el suicidio. Tiene entonces una visión y conoce a una prostituta, que le salva la vida. En su poema, ve detrás de ella, la gracia de Dios que le persigue.

La fe es confiar, descansar y estar satisfecho con lo que Dios es para nosotros en Cristo Jesús, como dice Piper. En su entrega, no hay sólo un evangelio de gracia, sino que el Evangelio mismo es el Dios de Gracia, cuyos actos y pensamientos no se pueden explicar más que por el hecho de que su Trono se sustenta por toda la eternidad sobre la realidad de su Gracia.

Sobre la condenación, estará siempre la realidad de su justicia. Como dice Lewis, no hay mayor expresión de la voluntad soberana del hombre, que el infierno. Lo único que nos puede salvar de ese mundo oculto que hay en nuestro interior, es el triunfo de la Gracia de Dios en Cristo Jesús. Es así como el amor gana.

Volver arriba