José de Segovia El problema del mal y su redención en la saga de ‘El Padrino’ (1)
En El Padrino, algo bueno como la familia aparece como una unidad criminal. Se presenta como fuente de luchas y lealtades pervertidas. Es lo que la Biblia llama un ídolo.
| José de Segovia José de Segovia
“La gente en Europa ha estado rodeada durante siglos de cristianismo, pero Cristo no ha entrado en su interior; no vive dentro de ellos”, dice el cardenal Lamberto en el epílogo de El Padrino que Coppola ha montado de nuevo. He podido verla ahora con mis hijos en una sala en versión original de Madrid. Después de leer tantos libros sobre su director, creo puedo escribir ya algo sobre la religión en esta popular saga. El tema ha sido objeto de varios estudios académicos en su aspecto iconográfico, pero en esta serie quiero centrarme en la cuestión de fondo del problema del mal y su redención en el personaje de Michael Corleone.
Antes de entrar en la historia de El Padrino, debemos considerar la cuestión de su autoría. Las películas están de hecho firmadas tanto por Francis Ford Coppola como por Mario Puzo (1920-1999). Tras publicar su segunda novela, la muy autobiográfica El peregrino afortunado (1964) –después de un relato sobre la Segunda Guerra Mundial (La arena sucia), que tuvo también un cierto reconocimiento crítico–, el escritor neoyorquino de origen italiano no podía vivir de la literatura y decidió hacer algo más accesible para el gran público.
La Mamma en la que se basa el segundo libro de Puzo, tanto como El Padrino, es su propia madre. A muchos les sorprenderá saber que Vito Corleone era al principio una mujer, que el biógrafo de Frank Sinatra, James Kaplan, compara con la propia madre del cantante representado por Johnny Fontane en la película. Ya que la famosa conexión mafiosa de La Voz viene de su propia madre, Dolly. En la serie es interpretado por el cantante de los años 50, Al Martino, padre de la popular especialista en la historia de Los Ángeles, Alison Martino. Si la fisonomía y la historia del personaje encarnado por Marlon Brando recuerda a un gánster real como Frank Costello o Vito Genovese, “cada vez que escribía un diálogo, tenía la voz de mi madre en el oído”, decía Mario Puzo.
En 1968 Paramount había comprado la opción de llevar El Padrino al cine, cuando todavía era un manuscrito. Entonces se llamaba simplemente La Mafia. El estudio ya había hecho una película con ese título con Kirk Douglas, que había fracasado. Paramount estaba entonces en las manos del artífice del Nuevo Hollywood, Robert Evans (1930-2019), que pasó de actor a productor con una película que hizo con Sinatra, El detective (1969), que inauguraba ya la dureza del cine de los 70. Evans logró convertir a Paramount de ser el noveno estudio de Hollywood en el más importante, creativamente, por la independencia que dio a directores jóvenes como Polanski, Coppola, Schlesinger, Lumet o Frankenheimer. Muchos consideran que los grandes estudios no han vuelto a hacer cine de autor desde entonces. En los 80 tomaron el poder los ejecutivos y especialistas de marketing, pensando que iban a hacer de él un negocio más grande, cuando lo que hicieron fue arruinarlo.
La conexión italiana
Si hay un director que representa el Nuevo Hollywood, ese es Coppola. Francis nació en Detroit en 1939, donde su padre Carmine (1910-1991) tocaba la flauta en un programa de radio llamado La Velada del Domingo de Ford. De ahí viene el segundo nombre de Francis, Ford –el primero viene de su abuelo materno, Francesco, de quien hereda el amor al cine–. Su madre se llamaba Italia y su hermano mayor August (1934-2009), que es el padre de Nicolas Cage –quien prefiere no usar su apellido para que no le asocien con la dinastía de los Coppola–. La hermana menor, Talia Shire, tiene el de su marido desde que se casó en 1970. En El Padrino es la hija de Don Vito, hermana de Michael –el entonces desconocido Al Pacino–. Talia ha hecho muchas películas, pero es especialmente conocida por la saga de Rocky con Stallone –otro italoamericano, que no había hecho más que porno–.
Talia recuerda a su padre como alguien frustrado por no haber triunfado en la música. Aunque era primera flauta en la orquesta sinfónica de Detroit y la de cadena NBC de Nueva York, tenía más ambiciones. Estaba amargado por ello y no quería que ninguno de sus hijos fuera artista. Suya es la música de El Padrino. Por su trabajo, viven en Jamaica y otras ciudades, antes de llegar al barrio neoyorquino de Queens. Francis odiaba los cambios de colegio, donde llegaba a mitad de curso. Como tantos otros niños de su generación enfermó de polio a los 8 años y tuvo que estar un año en la cama. Nadie le visitaba, por miedo al contagio, ya que era una enfermedad que podía ser mortal y afecta a la movilidad. Desde entonces, anda con una cierta cojera.
Sus abuelos habían llegado de Italia a principios de siglo. Los de su padre eran de origen campesino y no sabían leer, ni escribir. Aunque eran italianos, ella se había criado en Túnez y hablaba tanto francés como árabe. Al abuelo materno, Francesco, le fascinaba el cine y era propietario de varias salas, cuando le regaló a Francis una grabadora y un proyector de 8 milímetros, al no poder de salir casa con la polio. Tenía unas marionetas con las que hacía de ventrílocuo. Al volver a la escuela, se hizo habitual de las sesiones matinales de cine, como muchos de su generación. Le atraía la técnica y tocaba la flauta como su padre, pero también la tuba. El abuelo materno había sido pianista de Caruso y había hecho canciones –dos de ellas suenan en El Padrino–.
El sueño de Coppola
Cuando se comparaba con su hermano y su padre, Francis se veía poco atractivo, escuálido y sin gracia. Le parecía que tenía las orejas caídas y el mentón partido. Estaba aún más acomplejado por su labio inferior que por sus gafas. Le gustaba ir a la iglesia, porque allí se podían conocer chicas. Aunque a ellas quien les gustaba era su hermano August, que era alto, serio y guapo. A él, sin embargo, le interesaba más la literatura que las chicas. Se fue a estudiar a la Universidad de California en Los Ángeles y quería ser escritor, mientras Francis entra en la Academia Militar de Nueva York, pero lo deja por su incapacidad para el deporte y el maltrato de los cadetes mayores.
Francis entra en la Universidad de Hofstra en Long Island para estudiar Arte Dramático en 1956. Hace teatro, pero devora libros sobre teoría y técnica del cine, mientras asiste a las proyecciones del Museo de Arte Moderno. Atraído por su hermano, se va también a la Universidad de California, donde se matricula en la escuela de cine en 1960, que enseñaba todavía Renoir. Entre sus compañeros, era conocido por su capacidad para escribir guiones, aunque, como muchos de su generación, empieza a dirigir con el productor de películas de bajo presupuesto, Roger Corman. Era la única oportunidad que tenían los jóvenes para trabajar con independencia, algo que era todavía imposible en los grandes estudios, hasta la llegada del Nuevo Hollywood con Easy Rider en 1969.
Al principio Coppola hace incluso películas de desnudos. Luego con Corman hacía cintas de una hora para los adolescentes que frecuentaban los autocines. Eran producciones independientes que daban la oportunidad a directores jóvenes a hacer lo que quisieran, siempre que incluyeran alguna persecución y escenas de pechos al aire –todavía no era el “exploitation” y el “porno duro” de los 70–. Eran filmes baratos en blanco y negro, sobre todo de terror, pero ya no con los monstruos clásicos de la Universal, sino en la senda que había abierto Psicosis de Hitchcock en 1960. Después de hacer de todo para Corman, le encarga a Coppola una historia sin guión de horror familiar, para hacer en Irlanda. Dementia 13 es la primera película que ahora se puede ver de él. La hace en 1963 y en el rodaje conoce a la mujer con la que está casado toda su vida, Eleanor.
Si hay una idolatría que le resulta aceptable al cristianismo, es la de la familia.
Eleanor Neil había estudiado Bellas Artes. Y estaban haciendo un posgrado, diseño y murales para restaurantes o moteles. Es tres años mayor que Francis. Venía de una antigua familia californiana de Los Ángeles. Cuando le conoció, era novia de un cámara que trabajaba para Coppola. Le pidió si podía acompañarle y ayudar al director artístico. Tuvo que pagarse el viaje a Irlanda, pero hizo un poco de todo durante dos semanas por un centenar de dólares. La relación con el cámara se enfrió, mientras se acercaba a un joven Francis, que pasaba las noches en vela escribiendo el guión. A la mañana siguiente lo encontraba sin camisa y con pantalones de pijama, mecanografiándolo con barba de tres días. Se casan ese mismo año y están todavía juntos.
La familia como unidad criminal
Lo interesante de Dementia 13 es que ya es una película precursora de la visión de la familia de El Padrino como unidad criminal. Se presenta como fuente de luchas y lealtades pervertidas. Vemos una madre obsesionada por la muerte de su hija ahogada –como en Rebeca de Hitchcock–. Tras el repentino fallecimiento de uno de sus hijos, la viuda se ve envuelta en una lucha con los hermanos de su marido, por la herencia. Muerta a hachazos, su cuerpo desaparece –como en Psicosis–. No se sabe quién es el criminal, pero por medio de “flashbacks” –como en la hitchcockiana Recuerda–, un miembro de la familia descubre que es el asesino, tanto de la mujer como de la chica desaparecida. La culpa lleva a nuevos crímenes, como en El Padrino.
La tragedia adquiere así para muchos dimensiones bíblicas, ya que desde el comienzo de la Escritura vemos que el crimen nace en el seno familiar (Génesis 4). Los patriarcas están lejos de ser el modelo de familia que el cristianismo dice ahora defender. Lo que pasa es que cuando algo bueno, como la familia, se convierte en lo más importante, ocupa el lugar supremo que hace que esperemos de algo o alguien lo que sólo Dios puede darnos.Es lo que la Biblia llama un ídolo. Puede ser el éxito profesional, una relación amorosa, posesiones materiales, pero también la familia. Creemos que ahí está el sentido de la vida, la seguridad y la realización que podemos encontrar en este mundo.
El cristianismo advierte del peligro de ídolos como el dinero, el orgullo y el sexo, pero si hay una idolatría que le resulta aceptable, esa es la familia. Para el Autor de la vida, es algo bueno, necesario y fundamental, pero cuando toma el lugar de Dios, se convierte en un ídolo. En el centro del mensaje de muchas iglesias ya no está el Evangelio, sino los valores familiares. Están en la base misma de la política conservadora, “el sueño americano” de la familia nuclear, pero también de todos aquellos que han hecho de la familia un ídolo que absorbe nuestra mente, corazón e imaginación.
Cuando a Jesús le muestran su madre y sus hermanos, Él contesta: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:31-35). Es cierto que podemos ver la familia como algo que nos limita e impide hacer lo queremos, pero no es eso a lo que se refiere Jesús. No se trata de nuestra voluntad, sino la de Dios. Él nos ha dado muchos dones en la vida: dinero, sexo, trabajo, capacidad física y talento artístico, inteligencia y belleza. La familia también es un regalo de Dios, pero cuando la convertimos en el centro de nuestra vida, ningún sacrificio será pequeño por ella, ¡hasta el crimen, como en El Padrino! Tales sacrificios nos destruirán. Como dice Keller, “sólo el Dios vivo, revelado en el monte Sinaí y el Calvario puede llenarte cuando lo encuentras y perdonarte cuando fallas”.