José de Segovia La teología que estudió Stott (5)
El protestantismo en que me he criado era fundamentalista o liberal. No había término medio. Stott me enseñó, sin embargo, que había una “tercera vía”.
| José de Segovia José de Segovia
Se acababa de retirar de primado de la Comunión Anglicana el arzobispo de Canterbury, Robert Runcie –convertido en Lord, a pesar de enfrentarse al gobierno conservador de Thatcher y el anglo-catolicismo del que provenía, por sus ideas liberales–, cuando se embarcó en un crucero en el impresionante trasatlántico Queen Elizabeth 2, donde se encontró a un naviero evangélico de Carolina del Norte llamado David Spence, que era amigo de John Stott –tanto que es ahora su albacea literario–. Runcie había estudiado teología en Cambridge con Stott, siendo elegido arzobispo en lugar del compañero de colegio de Stott, Hugh Montefiore. Como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, Runcie le había dado el grado honorario de doctor a Stott, ya que como dijo a Spence, “tenía una mente tan brillante que fue el mejor estudiante de la tradición teológica liberal de Cambrige”. Aunque añadió Runcie: “El problema es que no se creía nada de ella”.
El cristianismo evangélico se ha distinguido siempre por su ignorancia de la teología moderna, pero cuando alguno se acerca a ella, académicamente, inevitablemente acaba asumiéndola acríticamente. Cuando estudié con Stott en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo, antes de hacer periodismo en la universidad de Madrid y teología en Holanda, no conocía más que dos tipos de evangélicos, los que no querían saber nada de la teología contemporánea y los que estaban tan fascinados por ella que pronunciaban el nombre de cada autor con una devoción sólo comparable a la manera que repetían cada una de sus expresiones como un papagayo.
El protestantismo en que me he criado era fundamentalista o liberal. No había término medio. En un sentido, me temo que las cosas no han cambiado demasiado. La mayoría sigue despreciando la teología, o tiene las posturas más extremistas posibles, pero hay siempre una minoría más abierta, que acaba absorbiendo con sus lecturas, “todo el paquete” de la teología actual, hasta ser incapaz de ver ningún problema en ella. Stott me enseñó, sin embargo, que había una “tercera vía”. El problema es que –como él vivió a finales de la Segunda Guerra Mundial y yo mismo experimenté a una fecha tan tardía como finales de los años 80– estudiar teología como evangélico, en una universidad que no lo es, es un camino solitario, si quieres ser fiel a la Biblia.
Un camino solitario
Su amigo, el teólogo evangélico metodista Donald English, recuerda que Stott estaba “tan solo, que era uno de los pocos que no veía las cosas cómo se las enseñaban”. Esto, paradójicamente, “le llevó a un estudio más profundo y detallado de la Biblia”, dice English. Tanto que su profesor liberal más conocido –junto al congregacional C. H. Dodd–, Raven, decía que Stott tenía “el récord de mayor número de versículos bíblicos memorizados correctamente en el examen final”.
Stott comparaba lo que Dodd decía en sus clases sobre el Evangelio según Juan desde el trasfondo helenístico, con lo que el texto decía. Y “el problema no eran tanto los argumentos liberales –dice Stott–, como mirar a los doscientos estudiantes que me rodeaban tragándose cada palabra que decía el gran profesor”. Se daba cuenta de que “era la única persona que no estaba de acuerdo con él”. No había sentido crítico. Su amigo Oliver Barclay recuerda que lo más difícil para él, fue “la extraordinaria confianza con la que se asumían especulaciones del momento como la verdad obvia”.
Dodd estaba en la cumbre de su carrera académica. A pesar de no ser anglicano, le habían dado la cátedra hacía siete años en Cambridge. Era el primer profesor del contexto que los anglicanos llaman “iglesias libres”, ya que era congregacionalista. Stott recuerda que “hablaba bien y escuchaba extraordinariamente bien; era pequeño como un pájaro, agudo y lúcido, preciso y encantador –recuerdo siempre esa frase de Dick Lucas, el otro gran predicador anglicano evangélico de Londres, que decía que “todos los herejes son encantadores”–. “Hablaba con autoridad y seguridad, cualidades que irritaban a aquellos que pensábamos que su acercamiento a los evangelios estaba fundamentalmente equivocado”. Así de justo era Stott en sus observaciones.
Desierto espiritual
Y eso que comparado con otros, Dodd tenía más base bíblica que muchos de sus otros profesores. Representaba en cierto sentido, una vuelta a la ortodoxia, pero a Stott le irritaba la excesiva confianza con la que hablaba. Asistió a todas sus clases, a diferencia de las de otros, que sólo leía sus libros, pero resistió sus argumentos liberales. El profesor de los evangelios sinópticos era B. T. D. Smith, que de joven había sido un ardiente anglo-católico, pero ahora había perdido totalmente la fe, creía Stott. Le recordaba una expresión del teólogo suizo Oscar Cullman en su Cristología del Nuevo Testamento (1959), que decía que algunos como Smith, parecen tener “un placer casi sádico en encontrar discrepancias” en los evangelios.
Solo el vicepresidente de Ridley, C. F. D. Moule, comenzaba el curso con una oración. Stott observó cómo “el liberalismo se iba volviendo más y más negativo, hasta llegar a una aridez tal, que estudiar teología era entrar en un desierto espiritual”. No sólo “no era una preparación para el ministerio”, sino que se había convertido en poco más que “un ejercicio académico filosófico de resolver problemas intelectuales”. La mayor parte del tiempo la pasaba en sus habitaciones o en el salón de lectura de la biblioteca universitaria. Sólo en el verano leía en el jardín de Trinity.
El sistema universitario británico se basa en el estudio propio y las tutorías, más que en las clases. Los estudiantes formaban grupos de solo tres o cuatro con un tutor, en su caso, un profesor llamado John Barnaby. Stott le recordaba como “una persona de aspecto melancólico”, incapaz de producir “entusiasmo o extremismo” alguno. Había sido ordenado hacía poco y sucedió en 1952 a Michael Ramsey en la prestigiosa cátedra de teología Regius. Era también actor, músico y cantante de folk. Stott no estaba de acuerdo con la manera en que contraponía a Jesús con la ley de Moisés en Mateo 5.
Ánimo en la lucha
En medio de sus luchas teológicas, Stott encontró un apoyo inesperado en uno de los dos mayores expertos que había en Cambridge de lenguas antiguas. Basil Atkinson tenía a su cuidado los manuscritos que guardaba la universidad, como encargado de la biblioteca. Como muchos profesores de Oxford y Cambridge, era “excéntrico como pocos”. Era soltero y vivía con su anciana madre. Iba en bicicleta por la ciudad, como la mayoría, pero llamaba la atención con sus trajes y sombreros pintorescos. Tenía un vozarrón con el que pronunciaba cada palabra con tanto énfasis, que muchos le imitaban.
Atkinson hacía las lecturas bíblicas en la iglesia de San Pablo cada domingo por la mañana. Y algunos iban sólo para escuchar cómo leía. Invitaba siempre estudiantes a su casa. Era de hecho, el principal apoyo académico que tenía el grupo bíblico universitario, dispuesto a aconsejar y animar a cualquiera que se le acercara. Un hombre de oración, consciente de su excentricidad. Había estado en la cárcel por ser objetor de conciencia en la Primera Guerra Mundial. Sus rarezas le impedían, sin embargo, poder simpatizar del todo con los problemas de Stott, aunque le animó mucho.
Más normal era el Dr. Douglas Johnson, que llegaría ser secretario general de los Grupos Bíblicos Universitarios por treinta y siete años. Todos le llamaban DJ. Quería haber sido médico misionero, pero se quedó en Inglaterra. Estaba muy interesado en los estudiosos de Cambridge que habían revisado la traducción de la Biblia en 1881: Lightfoot, Westcott y Hort. Fue DJ el que introdujo a Stott en la vida y obra de Charles Simeon, el pastor de Holy Trinity que hacía 150 años había mantenido la predicación evangélica en Cambridge.
El sueño de DJ era promover un movimiento en la universidad de vuelta a las doctrinas de la Reforma y la erudición bíblica que había caracterizado a los evangélicos en tiempos pasados. DJ creía que era el pietismo lo que había hecho que la teología fuera ahora tan liberal. Su influencia en la Formación del Comité de Investigación Bíblica en los GBU fue clave para la formación de la Comunidad Tyndale para la Investigación Bíblica que tendría su base en Cambridge.
Criterio propio
El más claro discípulo de DJ era Oliver Barclay. Stott se veía más como un seguidor de Bash en la obra de los campamentos para alumnos de la exclusiva educación privada, que en Inglaterra llaman pública. Esto era en parte, por la independencia de Stott del grupo de estudiantes de CICCU, que presidía Barclay y daría lugar a UCCF e IFES. El enigma de por qué Stott nunca llego a ser miembro de la asociación lo explica su amigo y biógrafo, Dudley-Smith, por una promesa que hizo a su padre de que no se uniría nunca a ese grupo de “fanáticos religiosos”. Es cierto que su padre siguió pagándole los estudios, aunque se negara a que hiciera teología, pero cuesta pensar que fue por fidelidad a semejante promesa, que apoyaba incluso económicamente al grupo pero nunca quiso ser miembro. Aunque los problemas con su padre por la objeción de conciencia eran tan serios que no podían ya mantener contacto, más que por medio de la madre.
Lo que es evidente es que Stott mantuvo una independencia, por la que no solo pudo sobrevivir su fe en un medio tan hostil, sino que respondía críticamente a lo que le enseñaban sus profesores. Hay que darse cuenta de que incluso en el contexto de Ridley Hall –el centro que preparaba para la ordenación de los candidatos evangélicos–, Stott era crítico con su fijación en el pasado, la falta de interés en una exégesis precisa y el desinterés por los problemas contemporáneos. Fundado en 1881 como “la respuesta practica al ritualismo y la propaganda racionalista”, había tenido al principio el apoyo de Lightfoot y Westcott, hasta que lo consideraron demasiado estrictamente evangélico.
Fundado por el que fue luego obispo de Durham, Handley Moule, el director desde hace diecisiete años era J. P. S. R. Gibson. Nacido en París en 1880, Gibson era hijo de un pastor metodista que se había hecho anglicano por su mujer. Era tan poco anglicano que no llevaba casi nunca el collar clerical. Como Stott, siempre llevaba traje, pero con una flor en el ojal. Se contaba de él, incluso, que había pensado huir el día de su ordenación anglicana “por la atmósfera clerical”. Esa aversión de Gibson a lo eclesiástico creo que influyó en Stott hasta en la indumentaria, como se puede comprobar fácilmente en sus fotos, ya que rara vez llevaba distintivos clericales. Y como Gibson, parecía que se los ponía cuando no tenía más remedio. Algo que caracterizaba también al rector de All Souls, Earnshaw-Smith, al que Stott sirvió como asistente al principio de su ministerio. De él hablaremos en el próximo artículo.
La identidad evangélica
Ese aspecto casi provocador, era típico de la generación de John Stott y Dick Lucas. Los jóvenes que les siguen, después, tienen demasiada preocupación por conformarse al medio anglicano y académico. En ese sentido, aunque ahora hay, por lo menos, medio centenar de profesores evangélicos de teología en las universidades británicas, creo que no tienen la radicalidad que vemos en hombres como F. F. Bruce, que comenzó su carrera académica poco después.
Los modelos de esa generación eran maestros como C. F. D. Moule, conocido como Charlie, vicepresidente de Ridley hasta 1944. Moule combinaba su brillante erudición del Nuevo Testamento con la humildad, afabilidad y encanto personal que mostraba Stott. La teología evangélica nunca fue una cuestión meramente intelectual. Era el carácter que daba el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). ¿De qué sirve la teología sin “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza”?
Hombres como el ya tempranamente fallecido por cáncer David Watson, pionero del movimiento carismático anglicano, recuerda sus días en Ridley como de “disgusto por el culto formal de la capilla y rechazo a todo lo que consideraba remotamente liberal, que te daban respuestas teóricas a preguntas que nadie hacía”. Antes de morir, reconoció que su poca paciencia podría ser señal de “arrogancia espiritual y una actitud demasiado crítica”. Cree que le faltaba algo de humildad y ser algo más positivo, pero me temo que ahora es todo lo contrario.
Cuesta ya distinguir en qué consiste lo evangélico de muchos cristianos que trabajan en la academia, pero también la mayoría sigue sin entender de qué sirve estudiar teología contemporánea. Estamos como en los días de Stott, entre el fundamentalismo y el liberalismo. La opción sigue siendo, para mí, la vía que representa la teología evangélica clásica, lo que Stott llamaba “la fe cristiana histórica”. Por ella algunos nos sentimos todavía orgullosos de seguir llamándonos evangélicos.