"El perdón es una experiencia de Dios que acontece en mí, más allá de la reconciliación" Anunciar el perdón a un mundo sediento de paz

"Un asunto es la reconciliación y otra el perdón. La reconciliación es un acto doble, que implica a las dos partes; sucede cuando nos reconciliamos con quien me ofendió"
"Lo primero que hay que saber es que el perdón no tiene que ver con mi voluntad. No puedo yo voluntariamente perdonar"
"Solo una persona que tiene experiencia de Dios, una experiencia del Espíritu, es decir, que permite que el Espíritu Santo acontezca en él con la acción de perdonar, descubrirá que perdonó"
"Solo una persona que tiene experiencia de Dios, una experiencia del Espíritu, es decir, que permite que el Espíritu Santo acontezca en él con la acción de perdonar, descubrirá que perdonó"
Saber perdonar. Para saber perdonar es necesario saber cómo sucede el proceso del perdón en mí. Si yo no sé cómo es el proceso que ha de acontecer en mí para poder perdonar, yo no podré perdonar.
Comúnmente se habla de perdón cuando ignoro o deshago lo que el otro me hizo: si me ofendió, pues, ignoro la palabra ofensiva; si me agredió, deshago en mí la agresión. También se habla del perdón como un apoyo a los actos de justicia que hay que hacer para que las cosas no se compliquen. Muchas veces solo remito el perdón al olvido que suceda con el paso del tiempo. Esa, y otras estrategias más, otras formas de actuar, seguro que las hemos intentado en nuestra vida. Pero también nos hemos dado cuenta que no todas funcionan; no todas me llevan al perdón.
¿Por qué me sucede eso si yo quiero perdonar? ¿por qué, si yo busco olvidar la ofensa o busco que a través de alguna restitución la persona se reconcilie conmigo, y no lo logro? Pues ¡ahí está el problema! Un asunto es la reconciliación y otra el perdón. La reconciliación es un acto doble, que implica a las dos partes; sucede cuando nos reconciliamos con quien me ofendió. Cuando él hace algún acto que permitiera restituir el daño, y si yo apruebo esa esa acción, y digo: “bueno, gracias a esto que hiciste nos hemos reconciliado”, estamos diciendo de otro modo, “has pagado el daño que me habías hecho, ahora estamos reconciliados”. Pero eso no es perdón; ese es un acto de reconciliación. Reconciliación es volver a unir las partes, pero el perdón es otra cosa. El perdón no funciona así.

Lo primero que hay que saber es que el perdón no tiene que ver con mi voluntad. No puedo yo voluntariamente perdonar. En realidad, ese es un asunto muy difícil y complejo de llevar adelante; porque, por más fuerza, por más entereza que ponga de mi parte para decir: “voy a perdonar a esta persona que me hizo este daño”, solo será el esfuerzo de la voluntad de un ‘pequeño yo’. Este pequeño yo, mío, es el que hace que me sienta ofendido con lo que esta persona me hizo. Entonces este pequeño yo, ahora busca hacer un gran esfuerzo para decir “yo te perdono”. Eso es complicadísimo; sobre todo cuando hay situaciones muy, muy difíciles, verdaderamente. En las pequeñas cosas cotidianas, -que no son nada-, (como cuando nos pisan sin culpa en el transporte público), entonces realmente, uno olvida, deja pasar. Ahí no existe ningún asunto especial. Eso es el día a día de nuestras relaciones.
Pero cuando estamos hablando de un daño que se nos ha hecho, -un mal grave-, entonces ya no salimos de esto diciendo una palabrita: “Yo te perdono”. Por el contrario. Hay proceso que no depende de mi voluntad. El Maestro, Jesús de Nazaret, enseña en el Evangelio que Espíritu Santo y perdón van unidos; Espíritu Santo y perdón son realidades que se encuentran. Si en mí obra el Espíritu Santo, aparece el perdón. De tal modo que, el perdón que acontece en mí, -el cual sucede de un modo espontáneo-, que va más allá de mis fuerzas y que incluso me lleva a preguntarme ¿cómo sucedió esto en mí? ¿cómo puede ser que para mí haya sido posible ese perdón? ¿Cómo puedo presentarlo y decir “yo perdono”? o simplemente ¿cómo pude perdonar en mi profundidad? ¿cómo es posible? Eso es un fruto de una experiencia de Dios. La experiencia del Espíritu.
Solo una persona que tiene experiencia de Dios, una experiencia del Espíritu, es decir, que permite que el Espíritu Santo acontezca en él con la acción de perdonar, descubrirá que perdonó. Por lo tanto, descubrirá que ‘yo no fui quien lo perdonó’; ‘yo no lo perdoné’. De hecho, en otra parte del Evangelio y de la Sagrada Escritura dice que “solo Dios puede perdonar”. Si solo Dios puede perdonar, mi pequeño ego por más esfuerzo que haga, no va a lograr realmente un perdón. Para que realmente acontezca en mí el perdón, es porque el Espíritu divino ha obrado en mí; y entonces descubro el perdón, como una experiencia de Dios.
La experiencia de Dios se da no solo para la persona que me ofendió cuando recibe mi perdón, sino que yo mismo descubro cómo Dios ha obrado en mí, liberando mi corazón del deseo de venganza, del deseo de retaliación, de la exigencia jurídica de restitución. Me ha liberado de hacer eso; y más bien, ha puesto mi corazón en una inmensa libertad en la que yo puedo decir “te perdono; pero te perdono, no porque yo quiera, sino porque en mí aconteció el perdón”. Tal vez, las experiencias más profundas de perdón son aquellas en las cuales ni nos dimos cuenta cuándo perdonamos.

Yo tenía este dolor contra esta persona, este disgusto por lo que pasó, porque fue muy serio. ¿cuándo la perdoné? No lo sé, porque qué yo ya no siento ninguna animadversión; ya, por el contrario, la trato con familiaridad. Se dio el perdón. ¿Cuándo sucedió eso? yo no me acuerdo. Entonces, puedo decir he tenido una experiencia de Dios, porque en mí ha acontecido el perdón, y he sido liberado de todo aquello que mi pequeño yo sí quisiera cobrar; ese pequeño yo que se ofende con nada, ese pequeño yo que siempre quiere que le restituyan, ese pequeño yo que, siempre quiere cuidar su imagen diciendo “a mí nadie me ofende”, “yo soy una persona especial y no tienen por qué ofenderme”; “tienen que pagar los que me ofendan”, etc. Ese pequeño yo es incapaz de perdonar.
Por más fuerza que hagamos, por más palabras que digamos, el pequeño yo no comprenderá eso. Posiblemente aplazará el juicio, aplazará la restitución o buscará un modo sutil de cobrarse venganza. El verdadero perdón es una experiencia de Dios, podemos decir, que es una experiencia mística, porque es una obra del Espíritu en aquel que ha percibido que se le ha hecho daño. Entonces, unido a la Presencia divina, libera ese dolor y le permite mantener un puente tendido hacia aquel que lo ha ofendido.
¿Por qué hacemos nosotros nuestra práctica contemplativa? Porque en nuestra práctica contemplativa abandonamos todo aquello que precisamente creemos que nos ha hecho daño, o que nos confunde, o que nos ata, o que nos engaña; lo abandonamos para que la Presencia divina que habita el hondón de mi ser emerja, purifique, libere, perdone. Por eso los invitamos a hacer más silencio contemplativo, si queremos perdonar; de lo contrario, solo nos llenaremos de palabras, de discursos interesantes, pero no se logrará el perdón en el corazón; porque el perdón es una experiencia de Dios en mí, que acontece liberándome del dolor de haber sido ofendido. Ahora, ¡vamos a nuestra práctica!
Etiquetas