"Proclamar, limpiar, purificar…¿o despurificar?" Las palabras secretas de los diáconos
"La eucaristía es celebración comunitaria, con diálogos en común como asamblea, diálogos entre el celebrante, el diácono, lectores y el pueblo"
"Pero la liturgia también indica algunas palabras que no se comparten, sino que se dicen en secreto, es decir, solo entre el que preside y el Señor, y algunas de estas son para que el diácono las rece en secreto"
La eucaristía es celebración comunitaria, con diálogos en común como asamblea, diálogos entre el celebrante, el diácono, lectores y el pueblo. Pero la liturgia también indica algunas palabras que no se comparten, sino que se dicen en secreto, es decir, solo entre el que preside y el Señor, y algunas de estas son para que el diácono las rece en secreto.
La primera de estas oraciones es aquella que, una vez proclamado el Evangelio, y si no hay obispo, cuando besa el evangelio, dice en secreto: “las palabras del Evangelio, borren nuestros pecados”. Esta oración penitencial resalta la grandiosidad de las palabras que acaban de ser proclamadas, palabras que no son nuestras, sino que salen de la misma boca del Señor. ¡Qué pequeñez la del que proclama palabras tan grandes, palabras de vida eterna!, de ahí el reconocimiento de esa pequeñez, del insignificante pecador que pide que estas palabras, borren los pecados, que la Palabra aleje el pecado de nuestras vidas.
Sí. El Evangelio proclamado, con sus palabras de vida, pueden transformar nuestra existencia, convertirnos hacia Dios. El amor de Jesús por nosotros arde en cada letra del Evangelio, y cuando se acerca ese amor ardiente a la boca del diácono, y hemos escuchado de corazón las palabras de la Palabra, podemos sentir que no solo a él, sino a todos, con Isaías “Como esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado”.
El otro momento es cuando prepara el cáliz para entregarlo al que preside y se echa en él vino y un poco de agua, y se dice secretamente: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”. Instante en el que el diácono recuerda su ministerio como ministro del cáliz, y signo memorial de la Encarnación, Dios apuesta de tal forma por la humanidad, que se hace hombre, como este vino con esas gotas de agua se convierten en la sangre del Redentor. En ese momento me gusta recordar aquello que decía Madre Teresa de Calcuta: "A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el océano; pero el océano sería menos si le faltara una gota", en este caso la gota de la participación de Dios en lo humano.
Por último, hay una oración secreta que el misal indica para el sacerdote, pero se deduce que igualmente la debe decir el diácono al purificar, es en sí una acción de gracias por el pan del cielo recibido, y es aquella de “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar,y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”.
Un inciso con el tema de la purificación: le comenté a un liturgista que más que purificar, con el sentido de volver puro, era despurificar lo sagrado, esos restos puros son eliminados, contestándome que era simplemente la traducción de purificar como limpiar, lavar.
Pues me encanta cuando estoy limpiando los vasos sagrados, “despurificándolos”, acordarme de aquellas palabras de Santa Teresita de Lisieux “la Florecilla” como la llamaba cariñosamente T. Merton: «También me sentía feliz por tocar los vasos sagrados y preparar los corporales destinados a recibir a Jesús. Me daba cuenta de que tenía que ser muy fervorosa; recordaba con frecuencia las palabras dirigidas a un santo diácono; ‘Sé santo, tú que tocas los vasos del Señor’».