Los nuevos cordeles del evangelio y los mercaderes del templo "Si no nos devora el celo de la vida de los empobrecidos, todo será una burda utilización de Dios y de los pobres"
En un paseo circunstancial por algunas calles de Madrid, salteadas todas ellas de muchos templos que se pretenden “casas del Padre”, me vuelve a sorprender ese enaltecimiento de imágenes, invitaciones a cursillos sacramentales o donativos para tal o cual santo… e incluso para el pan de los pobres. Sin embargo, me siento ayuno de convocatorias a compartir la vida en la sociedad: no encuentro anuncios de las manifestaciones en contra del genocidio a Palestina, o en solidaridad con las gentes del campo…
Si aquel azote de cordeles hoy tuviéramos que rehacerlo, tendría mucho más que ver con el mantenimiento de la dignidad de quien continuamente sigue siendo expoliada. La opción por los pobres, tan asumida ya en la palabrería eclesiástica, hoy nos llevaría a abrir nuestras iglesias -no de vez en cuando y para fiestas coloristas- a quien anda errante y viviendo en la calle. Y esto no para ganarnos no sé qué cielo, sino para restaurar dignidades
| Javier Baeza Atienza
Resulta curiosa, cuando no extraña, la virulencia del Jesús histórico en esta narración que hoy nos ofrece el Evangelio de Juan. Así, cómo de sopetón, introduce el Evangelista de la Palabra y el diálogo un encontronazo con quienes están “mercadeando” con la casa del Padre.
Señal esta -el mercadeo de lo religioso- que debió molestar e importunar mucho al propio Jesús. El Evangelio, desde los inicios, nos presenta un Dios cuya centralidad es el ser humano y este poner en el centro lo creado no admite medias tintas.
Cada una de nosotras y nosotros tendremos que sopesar el nivel de contradicción e incoherencia en el que vivimos. Cómo gestionarlas y también ser honestos con la realidad (como invitaba hacer Ignacio Ellacuría) a la hora de ponernos manos a la obra en la construcción del Reino.
En un paseo circunstancial por algunas calles de Madrid, salteadas todas ellas de muchos templos que se pretenden “casas del Padre”, me vuelve a sorprender ese enaltecimiento de imágenes, invitaciones a cursillos sacramentales o donativos para tal o cual santo… e incluso para el pan de los pobres. Sin embargo, me siento ayuno de convocatorias a compartir la vida en la sociedad: no encuentro anuncios de las manifestaciones en contra del genocidio a Palestina, o en solidaridad con las gentes del campo… ni tan siquiera a esas acciones -pequeñas pero significativas- junto a familias a quienes se retira el IMV por problemas de forma en la solicitud o a esas otras que llevan meses intentando conseguir cita para formalizar al asilo y se encuentran postradas en la calle, con pequeñajos de muy corta edad.
Si entiendo que el Dios de Jesús nos habla de su casa, esta no puede ser reducida ni a un templo ni, mucho menos, a una estructura religiosa o cultual. Estos pueden ser destruidos, se deterioran, corrompen y acaban desapareciendo. Sin embargo, entiendo que el templo al que se refiere el Evangelio de hoy es ese que podrá ser mancillado y violado, pero de ninguna manera olvidado. La Vida -la eterna y concreta de nuestras calles- siempre será una faro luminoso que nos marcará el camino a transitar.
Entiendo este Evangelio no como ese rechazo a ninguna mediación humana. Sino a aquellas realidades que se contraponen a lo central: la Vida, los empobrecidos, los vicarios de Cristo que nos decían los primeros padres de la Iglesia.
"Quizás también formaría parte de ese cordel del evangelio, la denuncia de tanta mentira y manipulación que se cuela por las redes sociales"
Si aquel azote de cordeles hoy tuviéramos que rehacerlo, tendría mucho más que ver con el mantenimiento de la dignidad de quien continuamente sigue siendo expoliada. La opción por los pobres, tan asumida ya en la palabrería eclesiástica, hoy nos llevaría a abrir nuestras iglesias -no de vez en cuando y para fiestas coloristas- a quien anda errante y viviendo en la calle. Y esto no para ganarnos no sé qué cielo, sino para restaurar dignidades y, desde ellas, denunciar a quienes permiten u ocasionan estos desarrapados. Otro nudo del cordel sería aquel que tiene que ver con la defensa del derecho a la vivienda. Participar de los movimientos contra los desahucios señalando a quien es victimario de tanto dolor y sufrimiento. Quizás también formaría parte de ese cordel del evangelio, la denuncia de tanta mentira y manipulación que se cuela por las redes sociales. Con mayor énfasis de aquellos medios de comunicación que se pretenden bautizados y no paran de vomitar odio y prejuicios contra sectores sociales vulnerables y empobrecidos.
Si algo me parece importante también es la significación de “subir a Jerusalén”. Del Jesús de los caminos, de las periferias, de los lugares samaritanos al templo de Jerusalén. Y este centro de todos los poderes. Y ahí, precisamente, estalla con virulencia este Jesús que acoge, acuna y acaricia. Señal inequívoca de que no habrá transformación de nuestras iglesias, parroquias o grupos religiosos sino desde el lugar de los últimos. Si no nos devora el celo de la vida de los empobrecidos, todo -incluso aquello que pretendamos reconocer como lo más sagrado- será una burda utilización de Dios y de los pobres para nuestras cuitas personales o institucionales.
Recuerdo el prólogo del querido Julio Lois al libro de Enrique de Castro “La Fe y la estafa”: ¿No son estrategias de este estilo las que están encerrando a nuestras Iglesias en una dinámica involutiva que las lleva a perder credibilidad y significación ante amplios sectores de nuestra sociedad, y especialmente ante los más pobres y excluidos de la Tierra?[1]
[1] “La Fe y la Estafa”. Ediciones del Quilombo, Madrid, 2004