La cruz de Cristo y nuestras cruces

Comúnmente escuchamos hablar de que Dios nos dio una cruz que tenemos que cargar o que la vida es una cruz pesada que hemos de soportar pacientemente. En realidad hay muchas cruces que rodean nuestra vida pero esas cruces Dios no las quiere y, por el contrario, nos invita a transformarlas. Por eso es importante entender bien el significado de la cruz de Cristo. Aunque la religión nos enseña que Jesús murió por nuestros pecados y que era la voluntad de Dios que así fuera, estas afirmaciones son fruto de una reflexión teológica que le da un sentido a la vida histórica de Jesús y nos permite expresar la salvación que la cruz de Cristo nos trajo. Pero previa a esa comprensión, hemos de tener presente que la cruz de Jesús fue consecuencia de su actuar. Porque él fue capaz de tener una voz profética denunciando las distorsiones de la religión y la sociedad de su tiempo, se ganó la enemistad de sus contemporáneos y, más aún, quisieron eliminarlo y lo lograron. Es la suerte que han corrido todos los profetas de la historia y que también Jesús corrió. Ese desenlace de su vida muestra que los seres humanos provocamos cruces: injusticias, odios, venganzas, etc., causando el mal en el mundo. En Jesús se ve que Dios no dejo que la cruz fuera la última palabra –es decir, no dejo que triunfara el mal- sino que resucitó a Jesús y así el dinamismo evangelizador que comenzó con la fuerza del resucitado, ha seguido vivo hasta nuestros días, invitándonos a luchar contra todas las cruces que una y otra vez, el egoísmo humano provoca. Visto así, la cruz de Jesús no es para la resignación sino para la transformación. No podemos evitar que nos lleguen los males que otros crean o que la limitación humana produce (como es el caso de las enfermedades). Pero si podemos transformarlas. Es decir, la cruz de Cristo es una llamada a la resistencia y la transformación y, en ningún momento, a la resignación.
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